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Aruch Barbarroja, gobernante de Los Gelves, señor de Argel

10 miércoles Feb 2021

Posted by ibadomar in Historia, Piratería

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Andrea Doria, Argel, Barbarroja, Edad Moderna, Fernando el Católico, Historia, Los Gelves, Orán, Pedro Navarro, Piratas, Tineo

Hace mucho que no escribo sobre piratas y corsarios. Qué vergüenza, en un blog con el nombre de éste. Además, revisando los artículos que tratan sobre nuestros forajidos favoritos, veo que siempre se refieren a la piratería americana a pesar de que el Mediterráneo fue un mar infestado de piratas y sujeto a las acciones de corsarios durante mucho tiempo. Ha llegado la hora de explorar la vida de alguno de ellos.

Verano de 1504. Dos galeras de la flota del Papa realizan la travesía entre Génova y el puerto de Civitavecchia, cercano a Roma, con un valioso cargamento de mercancías. A mitad de camino, cerca de la isla de Elba, la más adelantada de las dos galeras divisa un barco que se mueve lentamente. El capitán, Paolo Victor, observa que se trata de un navío similar al suyo pero más pequeño, una galeota, y decide rebasarlo sin esperar apoyo de la segunda galera, a la que ha perdido de vista. No hay motivo de preocupación, puesto que no es de esperar que haya piratas tan al norte del mar Tirreno.

Pocos minutos más tarde se da cuenta de su error. La galeota está repleta de hombres armados que arrojan una lluvia de flechas sobre la galera, maniobran para situarse a su lado y pasan al abordaje. Tras capturar la galera, los asaltantes liberan a sus galeotes turcos y moriscos, encierran a la tripulación en la cala y se disponen a huir, pero su capitán cambia de idea. Acaba de saber que la segunda galera está de camino y traza rápidamente un plan. En un instante da las órdenes oportunas para que sus hombres se vistan con la ropa de los prisioneros y pasen a la galera, dejando la galeota a remolque. El capitán de la segunda galera pica el anzuelo creyendo que Paolo Victor ha hecho una presa. Al aproximarse recibe otra lluvia de flechas y pronto comparte destino con su compañero. Las tres naves, ahora comandadas por el pelirrojo capitán de la galeota llamado Aruch se dirigen triunfantes a Túnez.

Un año después, el mismo capitán Aruch conseguía capturar una galera que llevaba a Nápoles tropas y dinero por encargo de Fernando el Católico. Entre los casi 500 prisioneros había algunos de alto rango que suponían un sustancioso rescate que añadir al botín. Definitivamente el capitán Aruch, alias Barbarroja, estaba en racha. No sólo conseguía jugosas presas sino que se las arrebataba nada menos que al Papa y al rey Fernando. Era el colmo del prestigio para un corsario musulmán que había comenzado en el oficio apenas un par de años antes con una galeota robada.

Eso es lo que dice una de las fuentes que he consultado: que se unió a unos corsarios a los 20 años, que le hizo prisionero un barco de la Orden de Malta pero logró escapar tras dos años de cautiverio, y que en Estambul consiguió asociarse con unos mercaderes que buscaban un patrón que se dedicara a la guerra de corso en una galeota de su propiedad. Apenas embarcado, Aruch decidió olvidar a sus socios y establecerse por su cuenta; idéntico negocio, pero sin necesidad de repartir beneficios. Otras fuentes dicen que sí fue hecho prisionero por corsarios cristianos de la Orden de Malta, pero que él no era corsario por aquel entonces sino mercader y marino. Luego logró escapar y, según esta versión, consiguió que se le confiara una importante flota.

Aspecto imaginario de Aruch Barbarroja según un grabado del siglo XIX

Sea como sea, las acciones de 1504 y 1505 le hicieron famoso. Pronto se achacaron a Barbarroja todo tipo de hazañas, crímenes, heroicidades y vilezas, dependiendo de quién contara la historia. El Mediterráneo era un mar turbulento por aquel entonces, frontera entre cristianos y musulmanes cuyas acciones bélicas habituales incluían la guerra de corso. En este ambiente, un hombre como Aruch podía hacer fortuna a poco que le acompañara la suerte.

Por supuesto, sus enemigos no estaban cruzados de brazos. La ofensiva de Fernando el Católico en el Norte de África sembraba las costas de Berbería de plazas fortificadas españolas, presidios en el lenguaje de la época. Entre 1505 y 1510 los hombres de Fernando el Católico ocupan Mazalquivir, el Peñón de Vélez de la Gomera, Orán, Bugía… En 1510 Pedro Navarro, un hombre que merece su propio artículo, toma el peñón de Argel frente a dicha ciudad y obliga al emir argelino a pagar tributo al rey Fernando. Sin embargo, las tropas españolas fracasaron en tomar una islita muy querida para este blog: Los Gelves.

Aruch Barbarroja fue el gran beneficiado de este fracaso, puesto que el emir de Túnez, que buscaba a alguien capaz de defender aquel enclave con uñas y dientes, le ofreció su gobierno al fiero corsario. Con una base propia en la isla de Los Gelves, Aruch podía operar con casi total independencia y preparó grandes planes. El primero de ellos, la toma de Bugía, en lo que hoy es la costa argelina. Aruch intentó hacerse con dicho enclave, con ayuda tunecina, en 1512.

Pero esta vez la operación terminó en fracaso. Barbarroja no sólo no ganó Bugía sino que perdió un brazo y tuvo que retirarse a Túnez dejando la flota al mando de su hermano Jeireddin en La Goleta (el puerto de Túnez). Como las desgracias nunca vienen solas, se produjo entonces un ataque del marino genovés Andrea Doria. Jeireddin, viendo que era imposible defender los barcos, decidió barrenarlos y huir a Los Gelves, donde se dedicó a construir tres nuevos buques, que unidos a seis que consiguieron escapar del ataque de Doria, le sirvieron para apaciguar las iras de su hermano, furioso por la pérdida de su flota. Aruch, tras recuperarse de sus heridas y reconciliarse con Jeireddin planeó un nuevo intento sobre Bugía, que también fracasó, en 1514. Este nuevo revés le colocó en una situación imposible con su aliado, el emir de Túnez, pero antes de que sus desencuentros llegaran a mayores, el destino decidió que ya le había castigado bastante.

A pesar de sus fracasos contra Bugía, que tantos quebraderos de cabeza le estaban ocasionando, Aruch había tenido hasta entonces un considerable éxito en sus operaciones puramente navales. Se diría que lo suyo era apresar embarcaciones y no tomar ciudades, pero la muerte en 1516 de Fernando el Católico cambiaría la situación en el Mediterráneo y crearía nuevas oportunidades para hombres como Barbarroja. El temible rey cristiano, que había logrado mantener controlada la costa norteafricana con puño de hierro había dejado de existir. La incertidumbre dio alas a los corsarios de Berbería, que multiplicaron sus acciones. En Argel la situación se convirtió en explosiva puesto que su soberano, Selim ben Tumi, era tributario del Rey Católico desde 1510, como vimos, pero gran parte de la población estaba formada por andalusíes emigrados que no veían con simpatía aquel vasallaje y vieron en los hermanos Barbarroja a unos posibles libertadores. Selim no tuvo más remedio que aceptar la presencia de los corsarios, aunque a la vez planeara la forma de librarse de ellos con ayuda española.

Pero Aruch fue más rápido: se las arregló para hacer asesinar a Selim y autoproclamarse emir de Argel. Un golpe de estado así genera resistencia inevitablemente en algún sector de la población, pero Aruch, bien informado, volvió a adelantarse. Un viernes, aprovechando que tenía a todos sus enemigos rezando en la mezquita, hizo cerrar las puertas del edificio y mandó degollar a veinte de los cabecillas de la oposición. Barbarroja era ahora dueño y señor de Argel. Dejando a su hermano Jeireddin al mando de la ciudad, Aruch emprendió una carrera de conquista hacia el oeste, tomando Tenes y Tremecén, también tributarios de la Corona Hispánica.

El antiguo pirata se había convertido en un soberano poderoso, pero sus enemigos también lo eran. Fernando el Católico ya no existía, pero su nieto Carlos, tan pronto como desembarcó en España, tuvo conocimiento de la gravedad de la situación y ordenó una expedición para recuperar Tremecén y devolver el trono a su vasallo. Dicho y hecho: la primavera de 1518 vio a Aruch sitiado en la alcazaba de Tremecén y maquinando un plan para escapar de las tropas de Carlos. Consiguió salir de la alcazaba, e incluso daría otra muestra de su astucia al ir dejando caer en su huida joyas y dinero para que sus perseguidores perdieran tiempo recogiéndolas. Las tropas enemigas, sin embargo, estaban decididas a acabar con su carrera y Aruch fue finalmente alcanzado y muerto por el alférez García de Tineo. Si lee este artículo algún asturiano procedente de Tineo podrá confirmarnos que la cabeza que aparece en el segundo cuartel del escudo del concejo corresponde a Aruch Barbarroja.


El escudo de Tineo, según aparece en Wikipedia

Aruch había muerto. El oscuro corsario que había aterrorizado a tantos marinos cristianos era ya sólo un recuerdo. Los navegantes que surcaban el Mediterráneo occidental podían respirar tranquilos pensando que el nombre de Barbarroja ya no les atormentaría en sus pesadillas… y se equivocaban, porque esta historia es sólo la introducción de la de Jeireddin, el hermano superviviente. Fue Jeireddin quien hizo que  el nombre de Barbarroja entrase en la leyenda. Pero ésa… ésa es otra historia.

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11 domingo May 2014

Posted by ibadomar in Historia, Piratería

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Davis, Jolly Roger, Ogle, Piratas, Roberts

Estoy poco inspirado últimamente y eso sólo puede querer decir una cosa: toca escribir sobre piratas, que hace mucho que no asoman por aquí. Hasta el momento han aparecido en este blog tipos a los que el oficio les venía grande como William Kidd o Stede Bonnet y un pirata con todas las de la ley como era el psicópata Barbanegra. De pasada vimos también al inventor de la bandera pirata, el capitán Wynne y conocimos la Cofradía de los Hermanos de la Costa; pero no hemos visto por ningún lado al prototipo de pirata de película: distinguido, elegante, cortés, fiero cuando hay que pelear, carismático… La verdad es que el tipo no abunda entre los piratas, que eran más bien gente ruda y con poco glamour. Pero hubo alguien que sí se acercó a ese estereotipo: el capitán Barholomew Roberts, Black Bart.

Roberts era oficial en un barco negrero, actividad perfectamente legal y honrada en 1719, cuando su barco fue capturado por el pirata Howel Davis, por lo que Roberts se vio formando parte, a su pesar, de la tripulación de un barco pirata. Poco le duró la pena como veremos, porque apenas seis semanas después el capitán Davis pretendía hacerse pasar por un capitán de la armada inglesa en la isla del Príncipe, en el Golfo de Guinea, y Roberts ya estaba totalmente integrado en la tripulación. Tanto que, cuando los portugueses descubrieron la identidad de Davis y le mataron en una emboscada, los piratas le eligieron a él como nuevo capitán. Roberts aceptó, razonando que puestos a ser pirata era mejor estar entre los que mandaban que entre los que obedecían. Con un nuevo capitán los piratas vengaron la muerte del anterior mediante un ataque combinado por tierra y mar contra el fuerte portugués en Príncipe, que lograron tomar y saquear.

Nuestro hombre tenía unos cuarenta años, era alto y de porte distinguido. Sabemos que era carismático, puesto que su tripulación lo respetaba, valeroso en el combate y con un carácter extrañamente benévolo para su oficio. Cuando capturaba a alguien que se lamentaba de encontrarse unido a unos piratas, solía decirle que nadie había derramado más lágrimas que él al verse entre aquella compañía, pero que tras reflexionar comprendió que era mejor cambiar una paga corta y mucho trabajo a las órdenes de un capitán tiránico por una vida de libertad, placer y poder. La vida corta, pero feliz, decía que era su lema.

Como buen pirata de la época, Roberts tuvo su propia bandera. Más de una en realidad. Es muy conocida una en la que se le representa a él junto a un esqueleto y el consabido motivo del reloj de arena. Aunque sería más conocida otra de la que hablaremos más adelante. Tras elegir nuevo capitán y vengar a Davis los piratas se dirigieron a Brasil, sin ningún éxito hasta que, a punto de abandonar la costa brasileña, dieron con una flota de 42 barcos portugueses. Roberts se las ingenió para capturar al capitán de uno de ellos y obligarle a decir cuál era el barco más rico de todos. Se hizo con él y el botín resultó ser fabuloso. La celebración posterior, que tuvo lugar en Guyana, debió de ser memorable.

Roberts1Roberts tuvo que sufrir la deserción de uno de sus principales hombres, Walter Kennedy, que se fue con el barco mientras él perseguía a una presa en una balandra con 40 tripulantes. A raíz de este hecho decidió obligar a su tripulación a jurar ¡sobre una Biblia! un código de conducta. Hasta qué punto se sintieron los piratas obligados por su juramento se desconoce aunque quizás fueran más religiosos de lo que se pueda creer: en una ocasión los hombres de Roberts capturaron a un clérigo y lejos de maltratarle le ofrecieron el puesto de capellán. El clérigo rehusó, pero escapó sin daño. En cualquier caso el resumen de las leyes piratas de Roberts (o de la parte que se conoce) es el siguiente:

  1. Cada hombre tiene un voto e igual derecho a comida y bebida salvo que sea necesario racionarlas.
  2. Se participará por turno en el abordaje de presas. Quien defraude en un sólo dolar a la compañía será abandonado en una isla desierta. Quien robe a otro además perderá nariz y orejas.
  3. Está prohibido jugar a las cartas o a los dados por dinero
  4. Las luces se apagan a las 8 de la noche. Quien quiera seguir bebiendo más tarde deberá hacerlo en la cubierta superior.
  5. Las armas deberán estar siempre limpias y listas para su uso.
  6. No se permiten niños ni mujeres a bordo. Quien embarque a una mujer disfrazada será condenado a muerte.
  7. Quien abandone su puesto en combate será reo de muerte o abandonado en una isla desierta.
  8. No se permiten peleas a bordo. Las diferencias se solventan en tierra.
  9. No se puede abandonar la piratería hasta haber reunido 1.000 libras, pero si alguien queda mutilado recibirá 800 del fondo común.
  10. El capitán y el cabo de brigadas reciben dos partes del botín, el contramaestre y artillero parte y media y los oficiales parte y cuarto.
  11. Los músicos tendrán descanso el domingo.

Sería tedioso entrar en todos los detalles de las correrías de Roberts, pero es obligado contar sus querellas contra los habitantes de Martinica y Barbados, que hacían que los prisioneros de estas dos islas fueran la excepción en el buen trato que Roberts solía dar a quienes caían en sus manos. Barbados había enviado dos barcos en busca de nuestro hombre y le hicieron pasar tan mal rato que los piratas hubieron de arrojar sus cañones al mar para aligerar su barco y escapar. También el gobernador de Martinica intentó apresar a Roberts y éste, furioso con ambas islas, creó una bandera especial, que le representaba sobre dos calaveras marcadas como ABH y AMH (A Barbados Head y A Martinican Head, es decir una cabeza de Barbados y una cabeza de Martinica). He encontrado algunas fuentes que aseguran que Roberts llegó a apresar por casualidad al gobernador de Martinica y lo hizo ahorcar, pero no he visto tal episodio en la Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas, que es nuestra principal fuente sobre sus hazañas, por lo que el episodio parece poco verosímil.Roberts2

La carrera delictiva de Roberts se prolongó durante tres años en los que se calcula que capturó entre 400 y 500 presas, pero su final fue similar al de la mayoría de sus compañeros de profesión. Un comisionado enviado a la caza de piratas, Chaloner Ogle, consiguió darle caza el 10 de febrero de 1722. Quiso la suerte que buena parte de los piratas estuvieran borrachos aquel día, puesto que la víspera habían hecho una presa. No era el caso de Roberts, que sólo bebía té y dirigió el combate con gallardía hasta que una esquirla de un cañonazo le hirió mortalmente en la garganta.

La edad de oro de la piratería americana estaba terminando y se puede decir que moría con él. La Guerra de Sucesión había dado alas a los piratas, pero los perdones reales habían reducido su número. Había llegado el turno de acosar a los que aún subsistían y Roberts era el más notable. Desde luego era un personaje peculiar y sin duda influyó en la imagen romántica del pirata caballeresco y elegante, tan alejado de otros compañeros de oficio, cruales y brutales, como El Olonés, cuya afición por maltratar los desgraciados que se veían en su poder llegó a ser legendaria, pero ésa… ésa es otra historia.

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Los motivos de Stede Bonnet

02 lunes Dic 2013

Posted by ibadomar in Historia, Piratería

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Bonnet, Corsarios, Guerra de Sucesión, Historia, Jolly Roger, Piratas, Siglo XVIII, Teach

Hace bastante tiempo que no dedico un artículo a los piratas, esos habituales de este blog. La última vez que hablé de uno de ellos, en concreto de Barbanegra, mencioné a un capitán pirata llamado Stede Bonnet y prometí que en otra ocasión mencionaría su historia y los peculiares motivos que le llevaron a dedicarse a la piratería. Fue uno de los muchos capitanes que se adentraron en este negocio en la segunda década del siglo XVIII, y eso es tanto como decir que nuestra principal fuente es la Historia general de la piratería escrita por el Capitán Charles Johnson, nombre bajo el que muchos creen que se oculta Daniel Defoe.

La Guerra de Sucesión había impulsado las acciones de los corsarios, con el consiguiente aumento de la piratería una vez terminada la contienda. Sin embargo Stede Bonnet no fue uno de esos corsarios que más tarde prosiguieron su carrera de marinos como piratas, sino que se inició en la piratería directamente y para sorpresa de todos los que podían conocerle, puesto que era un caballero de buena reputación, había recibido una educación humanista, o al menos eso hizo constar el juez en su sentencia, y además era un hombre acaudalado. Puede que no tuviera una gran fortuna, pero desde luego poseía propiedades en Barbados, de donde era originario.

Con estos antecedentes, y teniendo en cuenta que no entendía de marinería, cuesta entender que el respetable señor Bonnet decidiera hacerse pirata, a no ser que se hubiera trastornado, como pensaron muchos que le conocían. El nuevo pirata era tan heterodoxo que utilizó un método muy poco convencional entre los de su nuevo oficio para hacerse con un barco y una tripulación: compró una balandra, a la que llamó Revenge, la armó con diez cañones y contrató a setenta hombres. En cualquier otro barco pirata el capitán era el primero entre iguales y se ganaba por puro carisma el respeto de una tripulación que contaba con él para dirigir la empresa de conseguir un buen botín, que era todo su beneficio; pero Stede Bonnet no actuaba así, él… ¡pagaba un salario! Quizás pensaba que así sus marineros se considerarían simples trabajadores a su servicio y obtendría como patrono el respeto que no podía ganarse como capitán. No lo consiguió, porque al no tener experiencia en el mar necesitaba confiar en sus oficiales para todo lo relacionado con el barco.

El caso es que en la primavera de 1717 el capitán Bonnet andaba pirateando por las aguas de la costa atlántica de lo que hoy son los Estados Unidos. Al no tener el carisma suficiente para imponerse a su tripulación la situación era un tanto caótica porque no era fácil tomar decisiones tan simples como la de hacia qué lugar dirigirse. Debió de ser un alivio para la tripulación encontrarse con Edward Teach, más conocido como Barbanegra y que los dos piratas llegaran a un acuerdo. Teach sí era un pirata de la cabeza a los pies: brutal, intrépido y excelente marino. Para empezar, Teach decidió que había que mejorar el mando de la Revenge y puso como capitán a un tal Richards, uno de sus hombres, mientras que Bonnet pasó a ser un «invitado» de Barbanegra.

El capitán Bonnet, apartado del mando de su propio barco, se sumió entonces en un estado melancólico en el que, deprimido, hablaba de cambiar de vida y emigrar a España o Portugal, lugares donde nadie le conocería. No parece que quisiera regresar a Barbados, a su casa, y reemprender su vida de terrateniente. Tampoco tiene nada de extraño puesto que eso significaría volver a una existencia de la que quería escapar. Bueno, puede que no le importara tanto regresar si no fuera porque… porque… en fin, digámoslo ya. Stede Bonnet tenía un motivo poderoso para hacerse a la mar como pirata: escapar de su mujer. Como suena. Al parecer no podía soportarla y odiaba especialmente su lengua viperina. Con estos motivos ¿a quién le extraña que su carrera como hombre violento y sin escrúpulos no terminara de arrancar?

Como ya conté en su momento, Barbanegra abandonó a sus hombres para acogerse a un perdón real y eso convirtió a Bonnet de nuevo en el patrón de su propio barco. Decidió acogerse también al perdón real y lo obtuvo. Por aquel entonces España intentaba intervenir de nuevo en sus perdidas posesiones italianas, lo que llevó a una breve guerra que Bonnet pensó en aprovechar dirigiéndose a la isla de Saint Thomas, en donde pensaba obtener una patente de corso para operar contra buques españoles. De camino encontró a 17 hombres abandonados por Barbanegra en un islote, que se le unieron. Cuando tuvo noticias de por dónde andaba su antiguo «socio», Bonnet quiso buscarle para ajustar cuentas pendientes, pero no lo encontró, lo que probablemente fue una suerte para él.

Puede que Bonnet siguiera con sus proyectos de hacerse corsario, pero para entonces estaba escaso de provisiones y empezó a «comerciar» con otros barcos: a uno le quitó unos barriles de carne de cerdo, aunque le dio a cambio unos toneles de arroz para que no se le acusara de pirata. Pero pronto volvió definitivamente a las andadas propias del oficio, sólo que ahora se hacía llamar capitán Thomas en un intento de que no se revocara el perdón del rey, y de paso cambió el nombre del Revenge y lo llamó Royal James. Con un nombre u otro, la balandra empezaba a acusar los meses pasados en el agua y Bonnet entró en un río con la intención de limpiar el casco y hacer reparaciones. Su presencia no pasó inadvertida para los colonos de Carolina del Sur y pronto dos balandras de 8 cañones capitaneadas por un tal coronel Rhet salían en su busca.

El encuentro fue violento: doce hombres muertos y dieciocho heridos en las dos balandras perseguidoras y siete muertos y cinco heridos entre los piratas, que finalmente se rindieron y fueron conducidos a Charleston. Sin embargo Bonnet consiguió escapar junto con uno de sus hombres, bien fuera por astucia o por soborno. El mismo coronel Rhet fue quien se hizo cargo de la persecución y logró capturar a Bonnet de nuevo. El pirata que se había fugado con él murió en el tiroteo que precedió a la captura.

A Bonnet y sus hombres se les juzgó por dos de los delitos de piratería que habían cometido. En la sentencia el juez mencionaba, además de sus delitos como pirata, la muerte de los dieciocho hombres que habían caído de entre sus perseguidores, lo que bastaba para su condena a muerte. Bonnet se derrumbó cuando conoció su destino e intentó conseguir una clemencia que quizás habría alcanzado de no ser por su fuga de Charleston, que hacía difícil creer en su arrepentimiento. No obstante, el gobernador escuchó a los amigos de Bonnet, que proponían enviarlo a Inglaterra para apelar ante el rey, e incluso el coronel Rhet en persona se ofreció a llevarlo. Pero finalmente el viaje no se llevó a cabo: simplemente era tan poco probable obtener un perdón en Inglaterra como en las colonias y sus amigos juzgaron que era absurdo perder el tiempo y el dinero en una causa sin ninguna esperanza. Bonnet fue ahorcado en diciembre de 1718.

No sabemos realmente si su carrera fue tan desastrosa como hacían prever sus inicios. Johnson menciona su falta de competencia en el mar antes del encuentro con Barbanegra, pero no menciona nada más sobre el tema después de que se «disolviera» la sociedad, así que es posible que Bonnet sí llegara a aprender el oficio y a actuar como un capitán pirata competente. Con unos motivos peculiares para hacerse a la mar, eso sí.

De Bonnet sabemos que también tenía su propia bandera, pero no cómo era exactamente. Tradicionalmente se representa con un hueso horizontal, un puñal y un corazón, pero no es seguro que la enseña fuera así. No es el caso de otros piratas más ortodoxos, como Bart Roberts o Jack Rackham, de los que sí conocemos con precisión el diseño de sus banderas, pero ésa… ésa es otra historia.

StedeBonnet

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