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Preguntas sin respuesta en Verdún

05 jueves Nov 2020

Posted by ibadomar in Historia

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Batalla de Verdún, Falkenhayn, Historia, Pétain, Primera Guerra Mundial, Siglo XX

Cumpliendo con la tradición, este 12 de noviembre vamos a explorar algún aspecto de la Primera Guerra Mundial. A estas alturas podríamos pensar que está todo dicho sobre ella; sin embargo aún quedan muchas cosas por explicar. Hace poco, por ejemplo, conocí una interesante polémica que afecta de lleno a nuestro conocimiento de uno de los momentos cruciales de aquella contienda. El asunto merece atención puesto que se centra en la batalla de Verdún, nada menos.

La de Verdún es una batalla bien conocida y resume en sí misma todo el espanto de aquella guerra. Duró varios meses, involucró a centenares de miles de hombres y terminó dejando las cosas más o menos como estaban al principio, pero con un número total de bajas cercano a 750.000, con unos 150.000 muertos por cada bando. La batalla se prolongó durante todo 1916, aunque a partir de julio cede el protagonismo a la Batalla del Somme. No es que dejara de haber lucha en Verdún, pero ahora había otra batalla que rivalizaba con ella en intensidad. Y eso que era difícil: los alemanes comenzaron la ofensiva de Verdún disparando 2 millones de proyectiles en apenas 6 días, la mitad de ellos en las primeras 10 horas. Cuesta creerlo, porque son casi 28 disparos por segundo, pero los números son verosímiles si recordamos que para alimentar aquel ritmo de tiro se necesitaban 30 trenes de munición diarios.

La batalla fue sórdida de principio a fin, empezando por su planteamiento. Uno de los primeros textos que leí sobre el tema se refería a Verdún como «la picadura de carne de von Falkenhayn». Se refería a Erich von Falkenhayn, el caballero de la fotografía, jefe del estado mayor alemán en 1916. Fue él quien concibió una ofensiva pensada para «desangrar» al ejército francés y obligarle así a pedir la paz. Su idea era lanzar un ataque en la posición fortificada de Verdún, un saliente del frente que los generales franceses se verían obligados a defender a toda costa enviando más y más tropas, que serían machacadas por la artillería alemana según fueran llegando. ¿Y no sería más fácil para los franceses retirarse de aquel saliente, eliminando así una posición expuesta? Von Fankelhayn pensaba que los franceses jamás abandonarían Verdún voluntariamente por una cuestión de orgullo nacional, que les haría comprometer más y más reservas hasta la aniquilación.

Nunca he entendido bien esta última parte, la verdad. Es cierto que en Verdún se firmó el tratado del año 843 que dividía el Imperio Carolingio entre los nietos de Carlomagno, que Verdún pasó definitivamente a Francia tras el fin de la Guerra de los Treinta Años en 1648 y que en Verdún se vieron las caras franceses y prusianos en 1792, durante la Guerra de la Primera Coalición, y en 1870, durante la Guerra Franco-Prusiana. ¿Y qué? ¿Acaso eso impedía a los generales franceses retirarse tranquilamente, acortando de paso sus líneas? Reconozco que von Falkenheyn comprendía la psicología de sus colegas franceses mucho mejor que yo, porque ciertamente defendieron Verdún con uñas y dientes.

Para ello contaban con toda una cadena de fuertes dispuesta en dos anillos concéntricos alrededor de la población que da nombre al complejo. Los fuertes estaban muy bien blindados, colocados de manera que se cubrieran unos a otros y con todo tipo de dispositivos ingeniosos, como torretas retráctiles que a la vista parecen enormes chinchetas hundidas en el terreno… hasta que la chincheta empieza a elevarse mostrando un cilindro que surge del suelo y alberga un cañón de 75 mm, perfectamente apuntado hacia su objetivo gracias a un sistema de periscopios. El mecanismo permitía elevarse, hacer fuego y volver a incrustarse en el terreno en apenas seis segundos. Añadamos a esto casamatas, nidos de ametralladoras, búnkeres subterráneos y tenemos uno de esos sitios que parecen inexpugnables.

Pero también había puntos débiles. Como hemos dicho, la posición francesa se enfrentaba a alemanes por todas partes menos por una, por lo que se la podía bombardear desde tres direcciones diferentes. Además, no era fácil llegar a ella, puesto que la red de ferrocarriles en la zona no era nada del otro mundo y dependía de una única carretera para su abastecimiento. Se conocería como la Voie Sacrée, la Vía Sagrada y por ella circularía todo un río de camiones para asegurar que nunca faltaran soldados, municiones ni suministros de cualquier tipo. Hasta 6.000 camiones por día, es decir uno cada 15 segundos aproximadamente… ¡de media!

La batalla comenzó el 21 de febrero de 1916. El 25 los alemanes lograron tomar Fort Douamont, el principal de los fuertes que dominaban la zona, pero a partir de aquí la ofensiva fue perdiendo fuelle a medida que el trabajo de nuestro viejo conocido, Philippe Pétain, comenzaba a dar sus frutos. Pétain organizó magistralmente la defensa de Verdún con especial atención a la situación de sus soldados. Para que no estuvieran demasiado tiempo en un lugar que sufría un bombardeo permanente y constantes ataques de infantería, organizó un sistema de rotación que tuvo dos efectos: por un lado el alivio de la tropa, que sabía que su estancia en aquel infierno sería corta; por otro, los constantes relevos motivaron que cerca de un 75% de los combatientes franceses pasaran por Verdún en algún momento, acrecentando la leyenda de la ferocidad de la batalla.

Los alemanes, por contra, se limitaron a mantener las mismas unidades, reemplazando las bajas con nuevos soldados. Esto aumentó el desgaste psicológico y no es de extrañar: algunas unidades, tras repetir el ciclo de sufrir un gran número de bajas, recibir nuevos soldados, y volver a empezar, se encontraron con un número de bajas acumuladas superior a su fuerza nominal. Creo que el récord es de un 115% de bajas en un determinado regimiento. ¿Puede alguien imaginarse el estado mental de alguien que primero ve caer uno tras otro a sus compañeros, luego caras nuevas que desaparecen a su vez apenas llegar y se entera de que el recuento de bajas va por 1.700 cuando su regimiento es de 1.500 hombres?

El desenlace de la batalla lo conocemos, pero el lector avisado habrá notado hace dos párrafos que algo no cuadra. ¿Fort Douamont cayó en apenas 4 días? Sí, eso dije. ¿Pero el plan no era hacer ataques limitados, dejando que el bombardeo de artillería desangrara al ejército francés? ¿Qué clase de ataque limitado es uno que toma la posición más fuerte del enemigo nada más comenzar? Una posible interpretación es que a la vista del éxito inicial, el mando alemán abandonó el plan original y se lanzó a una batalla para tomar todo el complejo defensivo comprometiendo cada vez más recursos, con lo que no se logró el objetivo de que las bajas francesas fueran desproporcionadas comparadas con las alemanas. ¿De verdad fue así?

¿Y si nos han mentido desde el principio? ¿Y si el plan no era desangrar al ejército francés? Durante todo el siglo XX se creyó que ésa era la idea inicial puesto que así lo dijo von Falkenhayn en sus memorias, en donde aseguraba que expuso el plan en un informe enviado al káiser en las navidades de 1915. Pero en la década de 1990 alguien cayó en la cuenta de que nadie había visto nunca tal informe. Más aún, los testimonios de los contemporáneos de von Falkenhayn no sostenían su versión. Según ellos, la idea era que Verdún elevaría la presión de tal manera que obligaría a una respuesta aliada que permitiría desencadenar un contraataque alemán y en la cadena de reacciones y contraataques se lograría romper el frente. De hecho, la ofensiva del Somme encaja perfectamente con la respuesta aliada contemplada en este plan alternativo. La teoría se ve reforzada por la negativa de von Falkenhayn a comprometer divisiones de reserva en Verdún para explotar los éxitos iniciales. ¿Mantenía las reservas a la espera de usarlas en otro punto?

Conocer lo que pensaba realmente von Falkenhayn es difícil porque era muy poco comunicativo: ni siquiera sus subordinados directos estaban al tanto de los detalles del plan. ¿Paranoia? Lo cierto es que von Falkenhayn no se llevaba bien con casi nadie: ni con el ministro de la guerra ni con los otros generales. Hindenburg y Ludendorff, por ejemplo, no compartían su punto de vista de que la guerra se decidiría en el frente occidental y estaban hartos de un von Falkenhayn que frustraba sus planes de comprometer más fuerzas en el Este. Se diría que sólo el káiser le apoyaba, que no es poco. Los historiadores confiaban en el relato contado por él tras la guerra, que puede contener lagunas debidas al paso del tiempo o por el deseo de auto-exculparse de los propios errores.

El caso es que en algún momento, fuese por el plan inicial o por el desarrollo de los acontecimientos, los alemanes parecieron realmente comprometidos a ocupar Verdún. Como hemos dicho, el suministro de la posición dependía de una única carretera, la Voie Sacrée, por lo que cortarla era vital. ¿Cuántas bombas de los millones que se utilizaron en la batalla cayeron sobre ella con ese fin? La respuesta es ¡ninguna! ¿Acaso los alemanes eran incapaces de alcanzar la carretera con sus cañones? Aunque hubiese sido así, cuando se inició la batalla tenían superioridad aérea y ya habían demostrado capacidad de atacar objetivos tan lejanos como Inglaterra usando dirigibles. Un par de impactos habrían bastado para sembrar el caos, complicar el suministro y hacer pensar a los franceses si no sería mejor retirarse de un lugar tan difícil de abastecer.

¿Dejaron los alemanes de bombardear la Voie Sacrée porque el plan era permitir que siguieran llegando soldados al supuesto matadero o simplemente pasaron por alto un punto clave? ¿Mintió von Fankelhayn al decir que el plan era aniquilar franceses según fueran llegando para no reconocer un error garrafal? La lógica habría sido intentar cortar las líneas de suministro de Verdún, pero también habría sido lógico por parte francesa evacuar la posición antes de que los alemanes se les ocurriera aislarla bombardeando la única carretera disponible.

De manera que, 114 años después sigue habiendo preguntas acerca de uno de los hechos que definieron el siglo XX y probablemente nunca conozcamos las respuestas. La incógnita sólo se despejará si alguien encuentra el famoso informe enviado al káiser en diciembre de 1915, aclarando cuál era el plan que expuso inicialmente von Falkenhayn, pero me temo que aunque esperemos otros 114 años seguiremos con la duda: si aquel informe existió, dejó de hacerlo cuando los archivos alemanes resultaron destruidos durante la Segunda Guerra Mundial.

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El hombre que vivió demasiado tiempo

11 domingo Nov 2018

Posted by ibadomar in Historia

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Batalla de Verdún, Francia de Vichy, Historia, Macron, Nivelle, Pétain, Primera Guerra Mundial, Segunda Guerra Mundial

Mañana se cumplirán siete años desde que publiqué un artículo titulado Ayer fue 11 de noviembre, que fue el primero de este blog. Me refería entonces al armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Hoy vuelve a ser 11 de noviembre, pero esta vez se cumplen exactamente 100 años desde aquel día de 1918 en el que terminaba la guerra que, según se decía por aquel entonces, pondría fin a todas las guerras.

El tema de este artículo estaba cantado, pensaba yo: el tratado de Versalles. No se me ocurría nada más apropiado, pero justo entonces llegó la actualidad y me hizo cambiar de planes. Y todo por culpa del presidente francés, Emmanuel Macron, que se ha metido en camisa de once varas, aunque la responsabilidad última es del señor que aparece en la fotografía: Philippe Pétain, cuyo aspecto de abuelete bondadoso encaja a la perfección con la idea que el francés medio tenía de él hasta 1940 y horriblemente con su reputación a partir de esa fecha.

Imagen tomada de Wikipedia

El señor Macron, que seguramente sabía lo que podía pasar, planeaba en octubre conmemorar el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial sin hacer demasiado énfasis en el aspecto militar. Las críticas llegaron por el desprecio a los combatientes, de manera que el plan cambió y se decidió homenajear a los generales franceses cuya acción les llevó al honor de ser nombrados mariscales. Uno de ellos fue Philippe Pétain, con lo que el escándalo arreció. Pétain fue un héroe de la Gran Guerra, independientemente de su actuación posterior, argumentaba el señor Macron. Pero la oposición había visto un punto que atacar y lo aprovechó con fuerza. Finalmente se decidió hacer un homenaje a los mariscales enterrados en Los Inválidos, entre los que no está Pétain como solución de compromiso. Y es que Philippe Pétain sigue siendo capaz de abrir muchas heridas en Francia, pese a que en su día fue uno de sus hombres más admirados.

El general Pétain se ganó su prestigio durante la Primera Guerra Mundial, especialmente en dos ocasiones. La primera de ellas fue la batalla de Verdún, que comenzó en febrero de 1916 y se prolongó durante prácticamente todo lo que quedaba de año. El mando alemán había desencadenado la ofensiva con la idea de que el ejército francés se consumiera en la defensa de la posición. Pensaban que para rechazar la ofensiva, los franceses se verían obligados a conducir más y más soldados a Verdún y que la artillería alemana causaría estragos entre los refuerzos. En teoría la proporción de bajas sería de 5 soldados franceses por cada 2 alemanes, lo que agotaría al ejército francés, que se vería obligado a capitular.

Pero no fue así, en parte gracias a Pétain, que asumió la dirección de la batalla por parte francesa. El general supo mantener la calma, preparar adecuadamente el dispositivo defensivo y organizar un sistema de rotación que garantizara que las tropas no permanecieran demasiado tiempo seguido en primera línea. Además creó el primer grupo de caza de la aviación francesa para dificultar la observación aérea enemiga. El esfuerzo dio resultado y la batalla no se convirtió en el choque decisivo que, según los alemanes, desangraría a los franceses, sino en un duro enfrentamiento que trajo un baño de sangre, cierto, pero para ambas partes. El 1 de mayo el cauto Pétain, de mentalidad predominantemente defensiva, fue relevado al frente de la batalla por el general Nivelle, más agresivo. Para el mando francés, Nivelle sería decisivo en el resultado final, pero para los soldados Pétain se había consagrado como el héroe de Verdún.

El segundo gran momento de Pétain llegó un año después, cuando su destino se cruzó de nuevo con el de Nivelle, que ostentaba ahora el mando supremo de las fuerzas francesas y que había preparado un ataque que creía capaz de perforar el frente alemán. Había bastantes dudas entre el resto de mandos sobre el plan, pero sólo Pétain se opuso abiertamente a su ejecución. Finalmente la ofensiva comenzó en abril de 1917. Nivelle esperaba lograr sus objetivos con un coste de unas 10.000 bajas.

El ataque acabó en desastre. Al cabo de una semana las bajas francesas ya superaban los 130.000 hombres. Los soldados, agotados y desesperados, no podían seguir. Llevaban casi tres años enterrados en vida en una trinchera, helados de frío, hambrientos, cubiertos de piojos… con el único consuelo de conseguir a veces un permiso para pasar unos días en casa, lejos del frente. Pero los permisos escaseaban. Se había fijado que apenas un 2% de la tropa podría estar ausente al mismo tiempo y, cuando al fin lograban el ansiado permiso, los soldados pasaban interminables horas detenidos en trenes aparcados en vía muerta para ceder el paso a los prioritarios transportes de municiones. La mala logística de la ofensiva de Nivelle, con unos servicios sanitarios desbordados por el ingente número de bajas, se unió a la decepción por el fracaso de aquella batalla que se preveía decisiva. Fue el detonante. Las unidades empezaron a rebelarse hasta el punto de que los motines alcanzaron, en su momento culminante, a 54 divisiones a la vez. Aproximadamente la mitad del ejército.

No hay que entenderlo como una revolución: los soldados se negaban a participar en ataques frontales, pero no abandonaron las posiciones. Aun así la situación era muy grave y llevó a que Pétain sustituyera a Nivelle en el mando supremo francés. Y Pétain se portó como un gran líder: recorrió el frente, visitó las unidades, se comprometió a poner fin a los ataques masivos, a aumentar los permisos, a dar prioridad a los trenes que llevaban a los soldados a casa, a mejorar las condiciones de vida en las trincheras… y los soldados, fiados en su prestigio, le creyeron. Sólo por eso se restableció la disciplina, aunque fue inevitable que hubiera también condenas a muerte: pasaron de 500, aunque también es cierto que se conmutaron más del 90% de ellas. En conjunto, la crisis se conjuró con sorprendente rapidez. En julio, el ejército francés ya no se limitaba a defenderse y organizaba pequeños ataques de poco alcance, el tipo de acción que podía esperarse de Pétain: dando prioridad a la defensa y limitando las bajas en lo posible. Antes de preparar otra gran ofensiva, decía el general, había que esperar a que llegaran en cantidad suficiente los tanques y los refuerzos americanos.

Al terminar la guerra, Pétain recibió el honor de ser nombrado mariscal. ¿Quién se lo iba a discutir? Tenía 62 años y su prestigio le llevaría aún a puestos importantes: miembro de la Academia, ministro de la guerra, primer embajador de Francia en España tras el reconocimiento francés al gobierno de Franco… Cuando comienza la Segunda Guerra Mundial, Pétain mantiene su prestigio, pero algo ha cambiado: por ideología o por edad, ha perdido las ganas de enfrentarse a Alemania. En junio de 1940, con los ejércitos franceses derrotados, un Pétain de 84 años se hace cargo del gobierno. Su primera acción es pedir un armisticio. Para el francés medio, que había combatido en las trincheras bajo su mando, que había confiado en su palabra en 1917, que le había visto preocuparse por la vida y las condiciones de vida de sus soldados, la palabra del mariscal era ley. Si él decía que la lucha estaba acabada, había que humillarse y pedir la paz.

¿Podía Pétain hacer otra cosa? A la vista de los avances alemanes, si miramos un mapa actual cabría pensar que no. Pero en 1940 Francia mantenía un inmenso imperio colonial. El gobierno tenía la opción de abandonar la metrópoli, evacuar el mayor número posible de tropas y continuar la guerra desde, por ejemplo, Argelia. En lugar de esto, Francia abandonó la guerra y a sus aliados. Pétain asumió plenos poderes sin admitir ningún tipo de oposición, sin Parlamento, sin partidos políticos, sin sindicatos…  todo el poder era suyo. Tan personal era su régimen que los funcionarios debían jurar fidelidad, no al país, a sus leyes o a su bandera, sino al mariscal. Los ideales “libertad, igualdad y fraternidad” fueron sustituidos por “trabajo, familia y patria”, se promulgaron leyes antisemitas similares a las alemanas y el gobierno francés, instalado en Vichy, inició un periodo de colaboración con el invasor alemán. Entretanto, el 18 de junio de 1940 el general Charles de Gaulle, desde Londres, hacía un llamamiento por radio a proseguir el combate desoyendo el armisticio.

La conclusión de la guerra, 5 años después, trajo consigo el triunfo de De Gaulle y un proceso judicial para Pétain, que fue degradado y condenado a muerte en 1945. De Gaulle le conmutó inmediatamente la pena por la de prisión perpetua. Pétain sería liberado por su avanzada edad y su deteriorada salud apenas un par de meses antes de su muerte a los 95 años, en 1951.

Si Philippe Pétain hubiese muerto, por ejemplo en 1938, a los 82 años de edad, estaría considerado uno de los más destacados hombres de Francia, pero vivir hasta los 95 le dio la oportunidad de ganarse un puesto entre los grandes traidores de la Historia. Y la aprovechó. ¡Por no morirse a tiempo!

 

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Los «pocos» cumplen 75 años

10 lunes Ago 2015

Posted by ibadomar in Historia

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Aviación, B 17, Batalla, Batalla de Inglaterra, Bf 109, Bf 110, Churchill, Do 17, Dunkerke, Francia, He 111, Historia, Hurricane, Ju 88, Messerschmitt, Momentos cruciales, Pétain, Radar, Segunda Guerra Mundial, Siglo XX, Spitfire, Stuka

Hace 75 años, por estas fechas, Europa estaba en una encrucijada. En realidad, el mundo entero estaba en una encrucijada. La Segunda Guerra Mundial vivía sus etapas iniciales y el ejército alemán parecía imparable, de manera que al comenzar el verano de 1940 se podía suponer razonablemente que la Alemania nazi lograría en breve que se reconociera su hegemonía en Europa. El relato de por qué no fue así combina historia, aviación y técnica. Como para no aparecer en este blog. Lo raro es que no lo haya hecho antes.

Mayo de 1940

Tras el comienzo de la guerra en 1939, Alemania se había repartido Polonia con la URSS, como ya vimos en otra ocasión. Más adelante, en 1940, ocupó Dinamarca y Noruega para asegurar las rutas de suministro de hierro procedentes de Suecia. Francia y Gran Bretaña, aunque en guerra con Alemania desde la invasión de Polonia, habían presentado poca resistencia hasta el momento, pero representaban una amenaza creciente, que tarde o temprano se materializaría en un enfrentamiento directo. Alemania tomó la iniciativa lanzando el ataque a Francia el 10 de mayo de 1940. Aquel mismo día Winston Churchill tomaba posesión del cargo de primer ministro británico.

La campaña de Polonia había dejado claro que Alemania dominaba la guerra mecanizada, pero era de esperar que Francia supusiera un hueso muy duro de roer. Nada más lejos de la realidad: el plan alemán, que funcionó como un reloj, supuso la ocupación de Holanda y Bélgica (y de Luxemburgo, que siempre cae en el olvido en este relato) y la derrota de Francia en tiempo récord: Pétain llegaría al gobierno en junio para inmediatamente iniciar las negociaciones del armisticio firmado el 21 de ese mismo mes. Entretanto, los militares británicos enviados en ayuda de Francia habían tenido que ser evacuados a toda prisa en Dunkerke en una operación que salvó a 340.000 hombres, pero dejó abandonada una gran cantidad de material.

El momento crucial

Con Francia fuera de la guerra quedaba la duda de cuál sería la actitud británica. No habría sido descabellado suponer que se acercaba un armisticio: al fin y al cabo el imperio británico estaba intacto y no eran de esperar amenazas contra él por parte de una Alemania cuyas ambiciones estaban en el este de Europa. El único aliado, Francia, había capitulado por su cuenta. En Alemania ya se empezaba a pensar en las celebraciones del final de la guerra y sin embargo…

Ya el 4 de junio Churchill había dejado las cosas claras con uno de sus más célebres discursos en el que prometía luchar en las playas, en los campos, en las calles, en las colinas… e incluso auguraba que en caso de que la metrópoli llegara a ser dominada, su imperio proseguiría la lucha desde el otro lado del mar (texto completo en inglés aquí). Este último detalle es muy significativo porque solemos olvidar que el mapa del mundo en 1940 no tenía nada que ver con el actual. Como ejemplo veamos el mapamundi que Wikipedia alberga sobre el colonialismo en 1936, donde podemos comprobar los extensos dominios británicos y franceses.

Colonias 1936Aquí tenemos un interesante detalle, y es que aunque Francia estuviera ocupada podría haber seguido en guerra manteniendo un gobierno en Argel, por ejemplo. Sin embargo su capitulación implicaba que el gobierno de Vichy, tan solícito con Alemania, controlaría el imperio colonial francés… y sus recursos económicos. El discurso de Churchill prometía un comportamiento muy distinto en el caso británico.

Churchill volvería a dejar claro que no habría armisticio en otro célebre discurso el 18 de junio (texto completo en inglés aquí), cuyo último párrafo comenzaba diciendo que «La batalla de Francia ha terminado. La batalla de Inglaterra está a punto de comenzar«. Pero si Francia había capitulado en apenas un mes, ¿cómo evitar seguir el mismo destino?

La ventaja inglesa era la insularidad: si los alemanes llegaban a establecer una zona de desembarco estable en la isla, el ejército británico de 1940 no tenía nada que hacer. Pero para conseguir eso, había que lograr asegurar el tránsito por el Canal de la Mancha con la oposición de la flota británica, para la que la marina alemana no era rival. Claro que si se le unía la armada francesa la cosa cambiaba y por eso los ingleses se aseguraron de que nada así ocurriría llegando al extremo de bombardear los buques franceses anclados en Mers-el Kebir (Argelia), a principios de julio, para asegurarse de que los alemanes no se apoderaban de ellos.

El enfrentamiento

El planteamiento está claro: para desembarcar en Inglaterra hay que tener seguridad en el Canal de la Mancha. A falta de una armada que contrarreste el poder naval británico se puede utilizar la superioridad aérea para mantener el control del mar en esa zona (y la Segunda Guerra Mundial demostraría mucho sobre batallas aeronavales, sobre todo en el Pacífico). La cosa se reduce por tanto a asegurar la superioridad aérea sobre el Canal de la Mancha. A ello se aplicó la aviación alemana durante el mes de julio, en el que se dedicó a hostigar el tráfico naval en el Canal. Era una primera fase de tanteo, en la que ambos rivales aún se estaban estudiando.

Ya en agosto comienzan los ataques sobre el territorio inglés. Primero sobre aeródromos y estaciones de radar en la zona de la costa y progresivamente más hacia el interior, incluyendo ya no sólo aeródromos sino también fábricas relacionadas con la construcción aeronáutica. Y aquí hay que hablar un poco de los aspectos técnicos y militares.

En los años 30 se había impuesto la idea de que el bombardero siempre llegaba a su objetivo, puesto que era imposible mantener una fuerza de cazas permanentemente en el aire y la velocidad de los bombarderos impedía que los interceptores despegaran y llegaran a la altura de los atacantes antes de que éstos alcanzaran sus blancos. Pero el radar cambió todo esto y los ingleses fueron pioneros en poner un radar muy primitivo en servicio, que les permitía detectar a los bombarderos alemanes cuando aún estaban colocándose en formación sobre Francia.

Otro problema que tuvieron los alemanes durante toda la guerra fue la carencia de un bombardero estratégico. Los He 111, Do 17 y Ju 88 podían ser muy útiles como artillería aérea, pero no eran comparables a los cuatrimotores Halifax y Lancaster ingleses ni a los B17 y B24 americanos, que sí estaban pensados para el bombardeo estratégico. Para que nos hagamos una idea, el mejor bombardero alemán de la guerra, el bimotor Ju 88, podía llevar unos 1.500 Kg. de bombas en la bodega y tenía un armamento defensivo de 5 ametralladoras, mientras que un B17 cargaba más del doble de bombas y tenía 13 ametralladoras. No es de extrañar que lo llamaran Fortaleza Volante. En cuanto al bombardero en picado, Ju 87, el famoso Stuka, resultó muy vulnerable y fue retirado de la batalla a mediados de agosto.

800px-Bf_109E-3_in_flight_(1940)Messerschmitt Bf 109 en una imagen de la época (Foto: Wikimedia)

Cierto que Alemania tenía uno de los mejores cazas del momento, si no el mejor: el Messerschmitt Bf109, que además incorporaba ya dos cañones de 20 mm como armamento, unido a dos ametralladoras. Sus rivales eran el Hurricane y el Spitfire, ambos armados con 8 ametralladoras, pero las características del Hurricane eran inferiores a las de su antagonista, por lo que los pilotos ingleses se dividían el trabajo: los Hurricanes se encargaban de los bombarderos mientros los Spitfires se las veían con los cazas.

A menudo, la falta de autonomía de los Bf 109 decidía las cosas, especialmente cuanto más se adentraba la lucha en territorio inglés. Si había que llegar a Londres, los cazas alemanes no podían permanecer allí durante más de 15 minutos aproximadamente. Se suponía que para eso estaba el caza pesado Messerschmitt Bf 110, pero resultó un fiasco en este papel porque era incapaz de medirse a los mucho más ágiles monomotores ingleses.

800px-Spitfire_P7350_by_the_RAFSpitfire y Hurricane supervivientes en una foto actual (Wikimedia)

La batalla se estaba decidiendo por puro desgaste en agosto de 1940 cuando los alemanes cometieron el error de pasar de atacar aeródromos y radares para centrarse en bombardear ciudades, en particular Londres. El inicio fue un error de navegación durante un bombardeo nocturno, a finales de agosto, que hizo caer bombas en zonas de Londres. La respuesta inglesa fue bombardear objetivos en el área de Berlín. No tendría nada de raro que fuera un aguijonazo para hacer a los alemanes centrarse en objetivos civiles, puesto que la fuerza aérea inglesa estaba casi contra las cuerdas. El caso es que desde septiembre la batalla se desplazó a los cielos de Londres, complicando la vida de los pilotos de los Bf 109 y dando un respiro a la fuerza aérea británica. En octubre ya estaba claro que el objetivo de conseguir la supremacía aérea no se había conseguido y el plan de invasión se aplazó para el año siguiente, aunque en realidad nunca se volvería a plantear su ejecución.

El resumen perfecto de lo que estaba ocurriendo lo hizo Churchill el 20 de agosto de 1940, con esa facilidad suya para condensar ideas en una frase, cuando dijo que «nunca en el campo de la guerra tantos le habían debido tanto a tan pocos» (Texto completo del discurso aquí). No le faltaba razón: por mucho que el Reino Unido estuviera dispuesto a seguir la guerra desde ultramar, la ocupación de la metrópoli habría supuesto que no habría habido bases para la ofensiva aérea contra Alemania de los años siguientes y el ataque alemán contra la URSS se habría desarrollado con la tranquilidad de no tener ningún enemigo en territorio europeo. El mundo de hoy podría ser muy distinto del que conocemos.

La decisión del gobierno británico de no abandonar la lucha contra Alemania, cuando la opción contraria habría sido perfectamente natural y el esfuerzo de aquellos «pocos» supuso a la larga un hito en la derrota del nazismo. Justo ahora se cumplen 75 años, lo que no deja de ser motivo para recordarlo e incluso, celebrarlo. Personalmente, tan pronto como presione el botón de «publicar», pienso tomarme una copa en recuerdo de «los pocos».

Lo que nos lleva a otra interesante cuestión: este artículo tiene 1.700 palabras para, finalmente, desembocar en una excusa que justifique que me voy a tomar un whisky con hielo. Churchill, desde luego, no habría necesitado tanta palabrería para tan poca cosa.

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