• Sobre el blog
  • Un año en Los Gelves
  • Diez años en Los Gelves

Los Gelves

~ Somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos.

Los Gelves

Archivos de etiqueta: Fiscalidad

El ocaso de un reino

28 jueves Ago 2014

Posted by ibadomar in Historia

≈ 1 comentario

Etiquetas

Al Andalus, Conquista musulmana, Don Rodrigo, Duque Paulo, Edad Media, Egica, Emirato de Córdoba, Ervigio, España, Fiscalidad, Guadalete, Historia, Muza, Reino de Toledo, Reyes godos, Tariq, Wamba, Witiza

Me he referido en este blog, en dos ocasiones, al hecho de que la presión fiscal, cuando se percibe como excesiva, puede provocar alteraciones graves en la sociedad hasta llegar incluso a la forma de revolución. Para ilustrarlo he utilizado dos artículos. Uno de ellos nos mostraba cómo las revoluciones que separan la Edad Moderna de la Contemporánea (las revoluciones francesa y norteamericana) tenían origen en subidas de impuestos, mientras que el otro hablaba de la decadencia de la clase acomodada de Roma, incapaz de seguir sufragando los gastos de sus ciudades, lo que a la larga influyó en la decadencia general y la caída del Imperio. Un artículo con un ejemplo de la Edad Moderna y otro con un ejemplo de la Edad Antigua. ¿Y no hay ningún ejemplo en la Edad Media? Pues sí, claro que lo hay, y además bien cercano.

La Alta Edad Media en Hispania es una época muy interesante para los aficionados a la Historia. El reino visigodo de Toledo es una entidad política muy desarrollada, pero que dura relativamente poco hasta alcanzar su fin en el año 711 con la invasión musulmana. Pero las cosas no son tan simples, nunca lo son, como para pensar que sencillamente un día llegó un ejército desde el norte de África y ocupó la Península Ibérica militarmente. Lo cierto es que la sociedad visigoda se descomponía y surgió una alternativa que resultaba mucho más barata. Pero vayamos por partes.

Que el reino visigodo no estaba completamente cohesionado es evidente a la vista de su turbulenta historia, y sus últimos años no son, por supuesto, una excepción. El rey Wamba, por ejemplo, se enfrentó en 673, al poco de subir al trono, a una sublevación en la Galia Narbonense, al frente de la cual se puso nada menos que el hombre al que él había enviado para sofocarla, el duque Paulo. Hay que decir que Wamba actuó con una gran energía y puso fin al problema en menos de seis meses, pero la gran extensión de la rebelión y su encabezamiento por el duque demuestran el poco afecto de las capas altas de la sociedad por el orden establecido. La deposición de Wamba es paradigmática: el 14 de octubre del año 680 se sintió tan enfermo que se dejó revestir de hábitos monásticos y tonsurar; en otras palabras, consintió en entrar en religión como forma de penitencia ante su inminente muerte… que resultó no ser tan inminente porque se recuperó. Pero eso daba igual a quienes estaban involucrados en la intriga, ya que legalmente no podía ser rey quien había sido tonsurado y Wamba tuvo que dejar el trono.

Los sucesores de Wamba actúan de forma que deja clara su debilidad: Ervigio (680-687), por ejempo, sufrió el escaso interés de sus súbditos por defender el reino, pero aun así tuvo que suavizar la ley militar de su predecesor, puesto que la mitad de la población sufría la pena de incapacidad de testificar en juicio reservada a quienes incumplían sus obligaciones militares. Egica (687-702), por su parte, promulgó duras leyes contra quienes conspiraban contra él, que no eran pocos. No sólo se deterioraba la situación política: las malas cosechas golpeaban el reino y la legislación sobre esclavos fugitivos hace suponer que las fugas de aquella mano de obra tan necesaria eran frecuentes; peor aún: los fugitivos no tenían más remedio que dedicarse al bandidaje, empeorando la situación general. La economía empeoraba y lo demuestra que las monedas del reinado de Witiza son de muy mala ley, es decir, tienen poco metal noble, por lo que su valor es muy inferior al nominal, lo que es una forma primitiva de devaluar la moneda.

Tan mal debía de estar la situación social, que en un concilio se expresó la preocupación por el alto número de suicidios. Los súbditos del reino no tenían interés en defenderlo, como demuestra la necesidad de la ley militar de Witiza y su fracaso, pero es que apenas tenían fuerzas para defender su propia vida. Y en estas circunstancias de crisis social llegó el chispazo que haría estallar aquel mundo: al morir Witiza en 710, su clan familiar intentó entronizar a su hijo Agila, pero la asamblea de nobles designó rey al duque Don Rodrigo. Era perfectamente legal, pero el clan witiziano no se iba a dar por vencido fácilmente.

En estas circunstancias se produjo la intervención musulmana. El porqué de su llegada no está completamente claro, pero sí se sabe que en algún momento, antes o después de cruzar el Estrecho, pactaron con los witizianos. En el momento en que el rey Rodrigo se enfrentaba a las tropas invasoras en la batalla de Guadalete (julio del año 711) las alas de su propio ejército, dirigidas por partidarios de los hijos de Witiza, abandonaron la batalla. Si los witizianos esperaban conseguir así el control del reino se vieron defraudados porque, comprendiendo la debilidad visigoda, los musulmanes se lanzaron a una conquista total, independientemente de los pactos que hubiesen alcanzado de antemano. Toledo cayó en seguida y el mismo gobernador del norte de África, Muza, (el proverbial Moro Muza) se animaba a pasar el Estrecho para no dejar por completo en manos de su subalterno, el bereber Tariq, una empresa que estaba resultando tan provechosa.

La ocupación fue muy rápida y, detalle interesante, relativamente pacífica. Los invasores no realizaron ningún tipo de proselitismo o persecución, al menos durante los primeros años (la historia de la Hispania musulmana es tan larga que en ella la situación cambió varias veces). Durante esta primera época, cristianos y judíos gozaron de protección por motivos religiosos, puesto que las tres religiones forman parte de una misma verdad revelada. Y no había grandes motivos para que los habitantes de Hispania se alzaran contra los recién llegados: los judíos se habían librado de las crueles leyes godas (Egica llegó a decretar que se separase a los niños judíos de sus familias al cumplir siete años), por lo que salían ganando con el cambio, y por su parte la nobleza rural y los campesinos se convirtieron con frecuencia al Islam.

Los motivos fiscales de estas conversiones no son de desdeñar: sobre los cristianos recaía un impuesto para los propietarios de terreno y una tasa personal que venía a ser un impuesto sobre la renta. El diezmo anual que pagaban los musulmanes era menos oneroso, por lo que las conversiones fueron numerosas en el medio rural, que además estaba muy abandonado por el clero visigodo. Se puede decir que a sus habitantes tanto les daba una religión que otra y escogieron la opción más barata. En las ciudades, sin embargo, el clero estaba mejor preparado culturalmente y además no había impuesto territorial, por lo que los incentivos eran menores y el cristianismo se conservó en gran medida.

Así que, después de todo, los motivos fiscales influyeron en un cambio social tan brusco como fue el hundimiento del reino de Toledo y su sustitución por la sociedad que evolucionaría hasta convertirse en el Emirato de Córdoba. Una vez más, las personas que formaban aquella comunidad no miraron por el bien de su rey, sus leyes o su religión sino por su propio interés, y una vez más escogieron lo que les ofrecía mayor beneficio. Puede que haya una enseñanza en todas estas historias, o puede que no, pero si la hubiese, creo que en la moraleja se incluiría el hecho de que los individuos sólo se sacrifican por una sociedad cuando sienten que forman parte de ella.

Claro, que también es posible que no haya ninguna conclusión que extraer y que los revolucionarios del siglo XVIII y los decuriones del siglo IV de mis anteriores artículos no tengan nada que ver con los españoles del siglo VIII. En este caso tampoco tendrían nada que ver con nosotros, personas del siglo XXI y yo, personalmente, vería el futuro de nuestra sociedad con mucho más optimismo.

 

 

 

Compartir

  • Twitter
  • Facebook
  • Meneame
  • Correo electrónico
  • LinkedIn

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Depardieu y los decuriones

13 domingo Ene 2013

Posted by ibadomar in Historia

≈ Deja un comentario

Etiquetas

Antigüedad, Depardieu, Diocleciano, Fiscalidad, Historia, Roma

Ha sido noticia la espantá de Gerard Depardieu, que huyendo de unos impuestos muy elevados en Francia ha recalado en Rusia. Ya en cierta ocasión me ocupé en este blog de comentar cómo las subidas de impuestos son una de las causas típicas que llevan a la desafección de un pueblo hacia sus gobernantes, desafección que puede desembocar en el enfrentamiento directo: revolución, para decirlo más claramente. En aquel artículo comentaba cómo la Revolución Americana, que culmina con la independencia de los Estados Unidos, la inicia la clase acomodada como reacción a nuevos impuestos y cómo la Revolución Francesa surge de la negativa de los notables a compartir la carga fiscal.

Hoy hablaremos de otro caso similar. Es fácil encontrarlos porque la Historia está plagada de ejemplos en los que el aumento de la presión fiscal desencadena consecuencias indeseadas por el gobernante. En esta ocasión nos trasladaremos al Bajo Imperio Romano, en concreto a las ciudades de provincias. Poblaciones como Tarraco, Hispalis o Emerita Augusta, por poner ejemplos cercanos a nosotros, que al igual que Roma tenían su propio senado, sólo que éste era conocido con el nombre de Curia. Sus miembros, la oligarquía municipal, eran los decuriones. Para formar parte de un grupo tan selecto había que poseer una renta mínima que varía según las fuentes que se consulten. Yo he encontrado dos referencias y en una de ellas se menciona un mínimo de 20.000 sextercios mientras que en la otra la cantidad sube hasta los 100.000. Probablemente la renta necesaria fuera distinta en cada ciudad y eso explique la diferencia. Lo que es seguro es que para ser parte de ese grupo selecto había que contarse entre la clase acomodada, pero es importante recalcar que la renta necesaria no implicaba ser rico. Las cantidades necesarias para ingresar en la Curia estaban muy por debajo de las rentas de los grandes terratenientes.

Ser decurión era una responsabilidad bastante seria puesto que significaba sufragar espectáculos públicos, subvencionar la distribución de grano, colaborar en el mantenimiento de infraestructuras, etc. A cambio se obtenían algunos beneficios como por ejemplo estar en las primeras filas en el teatro o el anfiteatro (lo que por otro lado es natural, ya que a fin de cuentas los decuriones pagaban el espectáculo) o contarse entre los honestiores, algo así como hombres de honor, que parece poca cosa, pero suponía que en caso de procedimiento judicial el tribunal no podía recurrir a la tortura contra ellos. Además, el ofrecer pan y circo es siempre un medio para ganar prestigio, y por tanto poder, y en cuanto a las infraestructuras es de suponer que al decurión le gustaba tanto inaugurar un acueducto o una carretera como a los políticos actuales. La diferencia es que el decurión lo había pagado de su bolsillo.

Las fuentes de ingresos del decurión de a pie eran el comercio y la explotación de talleres artesanales. Es de suponer que el prestigio personal que suponía pertenecer a la Curia les ayudaba bastante en sus negocios. Vanidad e ingresos eran dos buenas razones para que el cargo fuese codiciado a pesar de los gastos que suponía. Al menos hasta la crisis del siglo III. Por aquel entonces ya hacía tiempo que las cargas económicas habían aumentado tanto que cada vez era más difícil encontrar miembros para la Curia, pero aquella crisis, que supuso la transformación del Imperio, hizo que las comunicaciones fueran menos seguras, con lo que el comercio perdió impulso. Además los talleres situados en los latifundios hacían una competencia muy dura a los artesanos urbanos y como consecuencia muchos decuriones se arruinaron. Pero seguía haciendo falta dinero para mantener el Estado, y cada vez más, puesto que los gastos militares aumentaban.

Diocleciano, viejo conocido de este blog, creó nuevos impuestos y una interesante novedad: los decuriones debían encargarse del cobro de los impuestos y se responsabilizaban de su pago con su propia fortuna. En otras palabras: la Curia tenía que pagar los impuestos de la ciudad tanto si lograba recaudarlos como si no. Era la puntilla y todo el que pudo escapó de la obligación, aunque eso suponía una mayor presión sobre los que no eran tan afortunados. No es de extrañar que las ciudades entraran en decadencia puesto que a otros problemas ahora se añadía la huida al campo de aquellos ciudadanos destacados que lograban escapar. Lo que antaño era un puesto de privilegio ahora era una carga insoportable que había que evitar. Un gobierno actual con pocos escrúpulos probablemente habría militarizado a los decuriones, y eso es, casi casi, lo que terminó ocurriendo. No se les militarizó… pero sólo porque eso habría supuesto su salida del orden decurional. Al contrario: se les prohibió alistarse en el ejército, iniciar una carrera burocrática, ingresar en el clero o adquirir el rango ecuestre o senatorial. Todo ello para que no tuvieran más remedio que seguir atrapados en su posición social. Más aún: el cargo se hizo hereditario.

Cuando se estudia la decadencia y caída del Imperio Romano de Occidente a menudo se recalca que la élite ciudadana ya no tenía ningún incentivo para mantener la ciudadanía romana. Si las clases acomodadas sentían que el Estado ya no era para ellos un paraguas protector sino una pesada carga, ¿qué pensarían las clases bajas y los marginados que no le debían nada al Estado? Un observador agudo habría podido ver las primeras señales de esa decadencia a principios del siglo III, cuando los decuriones comenzaron a sentir que su posición social ya no les beneficiaba. Ahora observamos cómo quienes ocupan una posición acomodada sin estar entre las grandes fortunas (actores, deportistas, cantantes…) buscan eludir unas cargas fiscales cada vez mayores de la misma manera en que los decuriones romanos buscaban abandonar la ciudad para escapar a los impuestos. Y, como a ellos, no les importan demasiado los reproches de quienes no pueden evadir esa responsabilidad y les acusan de no ser solidarios con quienes sí tienen que hacer frente al pago de unos impuestos cada vez más onerosos.

Por algo dijo Benjamin Franklin que en este mundo sólo hay dos cosas seguras: la muerte y los impuestos. Definitivamente tenía razón y su observación sigue siendo cierta, aquí y en Roma.

Compartir

  • Twitter
  • Facebook
  • Meneame
  • Correo electrónico
  • LinkedIn

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

La reforma fiscal como paso previo a la revolución

23 lunes Ene 2012

Posted by ibadomar in Historia

≈ 5 comentarios

Etiquetas

Edad Moderna, Fiscalidad, Historia, Revolución, Revolución americana, Revolución francesa, Siglo XVIII

Hay quien cree que la crisis actual es mucho más que una depresión económica y que se trata en realidad de la crisis definitiva de un modelo de sociedad que se acerca a su final. Lo que surja está por ver, pero en estos análisis suele aparecer la palabra neofeudalismo, aunque a veces también aparece el término revolución. Solemos pensar que la Historia se mueve a impulsos de la política, pero ya Marx la analizaba en clave económica y, si aceptamos su tesis de que las razones profundas de los cambios históricos se hallan en la economía, no es descabellado pensar que la crisis financiera podría ser la chispa que hiciera estallar la sociedad actual. Pero si aceptamos esta posibilidad habremos de pensar que también debieron de existir razones económicas en la crisis que llevó al fin del Antiguo Régimen y dio origen al mundo contemporáneo. Si nuestras raíces proceden de las revoluciones de finales del siglo XVIII ¿tuvieron estas revoluciones una causa económica que sirviera de detonador?

El chispazo de salida de la independencia americana lo dio algo tan aparentemente trivial como una subida de impuestos consecuencia de la crisis económica. Entre las muchas guerras que salpicaron el siglo XVIII ocupa un lugar destacado la Guerra de los Siete Años, que involucró a toda Europa, y también a sus colonias americanas, por lo que podríamos hablar de una auténtica guerra mundial. Pero lo que nos interesa aquí no son las hostilidades sino sus consecuencias, en concreto el problema que para Inglaterra suponía la deuda acumulada a raíz de la contienda y que obligaba a un gasto que se unía a la necesidad de defender sus colonias americanas de un posible ataque francés o español. La solución fue imponer tasas sobre determinados bienes de consumo en las colonias.

Los nuevos impuestos fueron muy mal recibidos, quizás no tanto por su impacto económico como por el hecho de que eran, efectivamente, impuestos ya que los colonos no tenían representación en el Parlamento británico. La respuesta fue el boicot a las mercancías inglesas y el inicio de una etapa de tensión entre las colonias inglesas y su metrópoli. Cuando en 1773 la Corona concedió a la Compañía inglesa de las Indias el monopolio del comercio del té en las colonias, los colonos fueron más allá del boicot y asaltaron los barcos atracados en Boston para destruir su cargamento de té. La escalada prosiguió con las denominadas «leyes intolerables» que, entre otras cosas, clausuraban el puerto de Boston e impedían las asambleas municipales en Massachusetts a no ser que contaran con permiso previo. La respuesta fue un Congreso Continental de los representantes de los colonos en 1774. El segundo Congreso, un año después ya acordó la formación de un ejército y el tercer Congreso adoptó la declaración de independencia. Por aquel entonces los principios de la filosofía de la Ilustración ya servían como guía del movimiento independentista y daban sustrato ideológico a su causa. Tras la correspondiente guerra, Inglaterra reconoció la independencia americana en el Tratado de París de 1783. Como curiosidad hay que decir que la revolución no surgió de las clases desfavorecidas, sino de los notables de la sociedad.

Europa había prestado a América los principios ilustrados para justificar la revolución… y ésta regresó como un bumerán cuando a la mala situación económica francesa se sumó, ironías de la Historia, el coste de la ayuda que Francia había prestado a los independentistas americanos. Al ser imposible superar el déficit fiscal era necesario recurrir a nuevos impuestos e incluso a una reforma fiscal que incluyera contribuciones de los estamentos privilegiados, ya que era prácticamente imposible exprimir más aún a los contribuyentes del denominado Tercer Estado. Hay que reseñar que hasta entonces la carga fiscal dejaba exentos a nobleza y clero como muy gráficamente nos muestra la imagen de la derecha, tomada de Wikipedia, en la que el Tercer Estado soporta el peso de un clérigo y un noble. Como era de esperar, la Asamblea de Notables se opuso a la reforma fiscal por lo que, para desbloquear la situación, se terminó por acudir a la convocatoria de una Asamblea Nacional, los Estados Generales, que no se convocaba desde 1614. Este hecho marca el inicio de lo que sería la Revolución Francesa, cuyo desarrollo es demasiado complejo para esbozarlo en un artículo corto como éste. Baste decir que si los estamentos exentos de contribución y la Corona hubiesen sabido las consecuencias de la convocatoria habrían preferido llegar a un acuerdo fiscal.

Podemos trazar un paralelismo entre las dos revoluciones. En ambos casos tenemos a los notables de la población oponiéndose a una subida de impuestos y en ambos casos supuso el que una sociedad se sacudiera una monarquía contra la que en principio no estaba dirigida la revuelta. La filosofía ilustrada, por su parte, prestaría el contenido ideológico capaz de articular la revolución y de dar forma al nuevo proyecto social, pero fue la crisis económica la chispa que prendió ambos incendios. El Antiguo Régimen era un sistema caduco, cierto, pero no cayó porque se impusiera racionalmente la necesidad de reformarlo sino porque llegó un momento en que era económicamente insostenible.

Y ahora volvamos a nuestros días, en los que la situación del erario es ruinosa y en la que se suben impuestos para compensar la ruina fiscal. ¿Veremos una nueva revolución? Si nos atenemos a los antecedentes del siglo XVIII puede que sí… si algún gobierno amenazado por la posibilidad de una bancarrota se ve forzado a hacer una reforma fiscal que los notables de nuestra sociedad consideren intolerable. Un ejemplo podría ser que Hacienda llegara al extremo de pretender gravar a las SICAV, que sería el equivalente actual de querer imponer tasas que afecten a la nobleza y el clero.

Mientras llega ese día podemos entretenernos comparando la caricatura de debajo, obra de Joaquín Macipe, con la del anónimo autor del siglo XVIII. ¿Quién dijo que la Historia no se repite?

Compartir

  • Twitter
  • Facebook
  • Meneame
  • Correo electrónico
  • LinkedIn

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Por iBadomar

Únete a otros 114 suscriptores

Estadísticas del blog

  • 109.307 visitas

Páginas

  • Diez años en Los Gelves
  • Sobre el blog
  • Un año en Los Gelves

Archivo de entradas

Etiquetas

Accidente aéreo Alejandro Magno Alemania Alfonso XIII Antigüedad Arqueología Arquitectura Arte Atenas Aviación Batalla Carlos II Cartago Cervantes Cine Comunismo Constantinopla Constitucion Control aéreo Corrupción Corsarios Cruzadas Cultura de seguridad Cultura justa Diocleciano Edad Media Edad Moderna Egipto Esparta España Espionaje Factores humanos Felipe V Fiscalidad Francia Franquismo Grecia Guerra del Peloponeso Guerra de Marruecos Guerra de Sucesión Guerra Fría Herodoto Hindenburg Historia Hitler ILS Imperio Bizantino Incidente aéreo Inocencio III Isabel I Isabel II Jerjes Jolly Roger Julio César Literatura Ludendorff Luis XIV Luis XVIII Messerschmitt Modelo de Reason Modelo SHELL Momentos cruciales Mussolini Napoleón Navegación aérea Periodismo Persia Pintura Piratas Política Prehistoria Primera Guerra Mundial Pétain Radar Reactor Realismo Renacimiento Restauración Revolución Revolución francesa Roma Salamina Segunda Guerra Mundial Seguridad aérea Sicilia Siglo XIX Siglo XVII Siglo XVIII Siglo XX Sila Stalin TCAS Temístocles Tetrarquía Tito Livio Transición Técnica Uberlingen Ucrania URSS

Meta

  • Registro
  • Acceder
  • Feed de entradas
  • Feed de comentarios
  • WordPress.com

Crea un blog o un sitio web gratuitos con WordPress.com.

Privacidad y cookies: este sitio utiliza cookies. Al continuar utilizando esta web, aceptas su uso.
Para obtener más información, incluido cómo controlar las cookies, consulta aquí: Política de cookies
  • Seguir Siguiendo
    • Los Gelves
    • Únete a 114 seguidores más
    • ¿Ya tienes una cuenta de WordPress.com? Accede ahora.
    • Los Gelves
    • Personalizar
    • Seguir Siguiendo
    • Regístrate
    • Acceder
    • Denunciar este contenido
    • Ver sitio web en el Lector
    • Gestionar las suscripciones
    • Contraer esta barra
 

Cargando comentarios...
 

    A %d blogueros les gusta esto: