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Edad Moderna, Fiscalidad, Historia, Revolución, Revolución americana, Revolución francesa, Siglo XVIII
Hay quien cree que la crisis actual es mucho más que una depresión económica y que se trata en realidad de la crisis definitiva de un modelo de sociedad que se acerca a su final. Lo que surja está por ver, pero en estos análisis suele aparecer la palabra neofeudalismo, aunque a veces también aparece el término revolución. Solemos pensar que la Historia se mueve a impulsos de la política, pero ya Marx la analizaba en clave económica y, si aceptamos su tesis de que las razones profundas de los cambios históricos se hallan en la economía, no es descabellado pensar que la crisis financiera podría ser la chispa que hiciera estallar la sociedad actual. Pero si aceptamos esta posibilidad habremos de pensar que también debieron de existir razones económicas en la crisis que llevó al fin del Antiguo Régimen y dio origen al mundo contemporáneo. Si nuestras raíces proceden de las revoluciones de finales del siglo XVIII ¿tuvieron estas revoluciones una causa económica que sirviera de detonador?
El chispazo de salida de la independencia americana lo dio algo tan aparentemente trivial como una subida de impuestos consecuencia de la crisis económica. Entre las muchas guerras que salpicaron el siglo XVIII ocupa un lugar destacado la Guerra de los Siete Años, que involucró a toda Europa, y también a sus colonias americanas, por lo que podríamos hablar de una auténtica guerra mundial. Pero lo que nos interesa aquí no son las hostilidades sino sus consecuencias, en concreto el problema que para Inglaterra suponía la deuda acumulada a raíz de la contienda y que obligaba a un gasto que se unía a la necesidad de defender sus colonias americanas de un posible ataque francés o español. La solución fue imponer tasas sobre determinados bienes de consumo en las colonias.
Los nuevos impuestos fueron muy mal recibidos, quizás no tanto por su impacto económico como por el hecho de que eran, efectivamente, impuestos ya que los colonos no tenían representación en el Parlamento británico. La respuesta fue el boicot a las mercancías inglesas y el inicio de una etapa de tensión entre las colonias inglesas y su metrópoli. Cuando en 1773 la Corona concedió a la Compañía inglesa de las Indias el monopolio del comercio del té en las colonias, los colonos fueron más allá del boicot y asaltaron los barcos atracados en Boston para destruir su cargamento de té. La escalada prosiguió con las denominadas «leyes intolerables» que, entre otras cosas, clausuraban el puerto de Boston e impedían las asambleas municipales en Massachusetts a no ser que contaran con permiso previo. La respuesta fue un Congreso Continental de los representantes de los colonos en 1774. El segundo Congreso, un año después ya acordó la formación de un ejército y el tercer Congreso adoptó la declaración de independencia. Por aquel entonces los principios de la filosofía de la Ilustración ya servían como guía del movimiento independentista y daban sustrato ideológico a su causa. Tras la correspondiente guerra, Inglaterra reconoció la independencia americana en el Tratado de París de 1783. Como curiosidad hay que decir que la revolución no surgió de las clases desfavorecidas, sino de los notables de la sociedad.
Europa había prestado a América los principios ilustrados para justificar la revolución… y ésta regresó como un bumerán cuando a la mala situación económica francesa se sumó, ironías de la Historia, el coste de la ayuda que Francia había prestado a los independentistas americanos. Al ser imposible superar el déficit fiscal era necesario recurrir a nuevos impuestos e incluso a una reforma fiscal que incluyera contribuciones de los estamentos privilegiados, ya que era prácticamente imposible exprimir más aún a los contribuyentes del denominado Tercer Estado. Hay que reseñar que hasta entonces la carga fiscal dejaba exentos a nobleza y clero como muy gráficamente nos muestra la imagen de la derecha, tomada de Wikipedia, en la que el Tercer Estado soporta el peso de un clérigo y un noble. Como era de esperar, la Asamblea de Notables se opuso a la reforma fiscal por lo que, para desbloquear la situación, se terminó por acudir a la convocatoria de una Asamblea Nacional, los Estados Generales, que no se convocaba desde 1614. Este hecho marca el inicio de lo que sería la Revolución Francesa, cuyo desarrollo es demasiado complejo para esbozarlo en un artículo corto como éste. Baste decir que si los estamentos exentos de contribución y la Corona hubiesen sabido las consecuencias de la convocatoria habrían preferido llegar a un acuerdo fiscal.
Podemos trazar un paralelismo entre las dos revoluciones. En ambos casos tenemos a los notables de la población oponiéndose a una subida de impuestos y en ambos casos supuso el que una sociedad se sacudiera una monarquía contra la que en principio no estaba dirigida la revuelta. La filosofía ilustrada, por su parte, prestaría el contenido ideológico capaz de articular la revolución y de dar forma al nuevo proyecto social, pero fue la crisis económica la chispa que prendió ambos incendios. El Antiguo Régimen era un sistema caduco, cierto, pero no cayó porque se impusiera racionalmente la necesidad de reformarlo sino porque llegó un momento en que era económicamente insostenible.
Y ahora volvamos a nuestros días, en los que la situación del erario es ruinosa y en la que se suben impuestos para compensar la ruina fiscal. ¿Veremos una nueva revolución? Si nos atenemos a los antecedentes del siglo XVIII puede que sí… si algún gobierno amenazado por la posibilidad de una bancarrota se ve forzado a hacer una reforma fiscal que los notables de nuestra sociedad consideren intolerable. Un ejemplo podría ser que Hacienda llegara al extremo de pretender gravar a las SICAV, que sería el equivalente actual de querer imponer tasas que afecten a la nobleza y el clero.
Mientras llega ese día podemos entretenernos comparando la caricatura de debajo, obra de Joaquín Macipe, con la del anónimo autor del siglo XVIII. ¿Quién dijo que la Historia no se repite?
Sería interesante e incluso conveniente que este artículo tuviera la máxima difusión posible, sobre todo entre aquellos que ostentan el poder. Siempre he pensado que la Historia se repite, que no hay nada nuevo bajo el sol y que por desgracia, el hombre tropieza dos veces en la misma piedra. Bueno, ojalá fueran sólo dos veces. El otro día comentaba con alguien y luego apareció como comentario en twitter que las crisis económicas están en el origen de las guerras, tú hablas de revoluciones, en cualquiera de los casos ¡qué Dios nos coja confesados!
Muy interesante el artículo y enhorabuena por el blog.
Pero quizás (con ánimo de que no sea todo paz, jejeje) matizar una cuestión. Seguramente las burguesías a las que haces referencia como motor revolucionario, tanto en Francia como en las colonias inglesas, estaba mucho más definida de lo que está ahora y probablemente componía un cuerpo único de intereses que actuó como amalgama prendiendo las revoluciones.
A mi me cuesta hoy definir esa burguesía. No creo que sea comparable con lo que hoy consideramos «clase media» y si entendemos la burguesía como los que tienen esas sicav, no les veo prendiendo ninguna revolución. Más bien lo contrario: creo que son clase dominante que impone sus recetas a una clase media cada vez más empobrecida y a una clase trabajadora que se creyó clase media enterrada en deudas y que va aceptando un recorte de derechos laborales, sociales y económicos considerable y apenas sin resistencia.
Al final más bien parece un juego de equilibrios, donde esa clase dominante impone una serie de pérdidas al conjunto de la población pero con el suficiente cuidado de no romper la cuerda que tensa ese equilibrio.
¿Se romperá ese equilibrio?. Tal vez. Pero no creo que esa ruptura venga dada por la burguesía ni por la clase media, sino por un factor a tener en cuenta: los millones de jóvenes que ahora mismo se encuentran a las puertas del paraíso burgués sin futuro.
Saludos.
Me alegra que te haya gustado el artículo y también que no todo sea paz. Al fin y al cabo de eso se trata, de expresar una opinión y generar intercambio de ideas. Sí es cierto que la sociedad del XVIII, al ser estamental, tiene unas clases sociales definidas, pero tampoco es tan homogénea y ni siquiera hay unanimidad en cada estamento. Por ejemplo: Joseph Galloway fue un colono que formó parte del primer Congreso y propuso un parlamento autónomo, puesto que rechazaba la independencia. Durante la guerra permaneció leal al bando británico y tras ella se exilió en Inglaterra.
Pero lo que me interesaba del caso americano es la similitud del chispazo que prende la revuelta con el del caso francés. La Revolución Francesa es más compleja porque tiene varias fases en las que grupos ideológicos distintos ostentan la supremacía, cosa que no ocurrió en América. Georges Lefebvre distinguía tres fases: la aristócratica, la burguesa y la popular. En el artículo sólo he mencionado la primera, en la que los aristócratas rechazan la reforma fiscal que acabaría con sus exenciones, pero aunque ahora consideremos que la revolución se origina allí, ellos no eran conscientes de estar iniciando una revuelta; nada más lejos de sus intenciones. La paradoja está en que por defender su privilegio fiscal llevaron la situación a una revolución que acabaría con su mundo.
De todas maneras, aunque busco paralelismos hay un límite. El sistema del Antiguo Régimen estaba agotado y no podía durar mucho más, mientras que el modelo ideal actual no lo está, en mi opinión. Lo que sí está agotado es el sistema existente, que es una degeneración del modelo. Por ejemplo: decimos que es un sistema representativo (modelo ideal), pero los ciudadanos no se sienten representados (sistema real). Pero del agotamiento del modelo ya hablé en el artículo anterior.
Un artículo certero… Soy el autor de la tira del final y lo cierto es que es algo que llevo pensando mucho tiempo. Muchas gracias por difundir mi dibujo. Un abrazo:
Joaquín Macipe
Estuve a punto de mandarte un mensaje y se me olvidó. Pensé que debería avisarte de que había usado un dibujo tuyo. Lo que sí me gustaría es que hubiese gente que aprovechando el artículo hubiese pinchado en el enlace a tu página, porque me gustó mucho. Llegué a ella con la idea preconcebida de encontrar solamente la faceta de dibujante y descubrí la de pintor, escultor… Cuando tengas una exposición, si me entero a tiempo, pienso visitarla.