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Aruch Barbarroja, gobernante de Los Gelves, señor de Argel

10 miércoles Feb 2021

Posted by ibadomar in Historia, Piratería

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Andrea Doria, Argel, Barbarroja, Edad Moderna, Fernando el Católico, Historia, Los Gelves, Orán, Pedro Navarro, Piratas, Tineo

Hace mucho que no escribo sobre piratas y corsarios. Qué vergüenza, en un blog con el nombre de éste. Además, revisando los artículos que tratan sobre nuestros forajidos favoritos, veo que siempre se refieren a la piratería americana a pesar de que el Mediterráneo fue un mar infestado de piratas y sujeto a las acciones de corsarios durante mucho tiempo. Ha llegado la hora de explorar la vida de alguno de ellos.

Verano de 1504. Dos galeras de la flota del Papa realizan la travesía entre Génova y el puerto de Civitavecchia, cercano a Roma, con un valioso cargamento de mercancías. A mitad de camino, cerca de la isla de Elba, la más adelantada de las dos galeras divisa un barco que se mueve lentamente. El capitán, Paolo Victor, observa que se trata de un navío similar al suyo pero más pequeño, una galeota, y decide rebasarlo sin esperar apoyo de la segunda galera, a la que ha perdido de vista. No hay motivo de preocupación, puesto que no es de esperar que haya piratas tan al norte del mar Tirreno.

Pocos minutos más tarde se da cuenta de su error. La galeota está repleta de hombres armados que arrojan una lluvia de flechas sobre la galera, maniobran para situarse a su lado y pasan al abordaje. Tras capturar la galera, los asaltantes liberan a sus galeotes turcos y moriscos, encierran a la tripulación en la cala y se disponen a huir, pero su capitán cambia de idea. Acaba de saber que la segunda galera está de camino y traza rápidamente un plan. En un instante da las órdenes oportunas para que sus hombres se vistan con la ropa de los prisioneros y pasen a la galera, dejando la galeota a remolque. El capitán de la segunda galera pica el anzuelo creyendo que Paolo Victor ha hecho una presa. Al aproximarse recibe otra lluvia de flechas y pronto comparte destino con su compañero. Las tres naves, ahora comandadas por el pelirrojo capitán de la galeota llamado Aruch se dirigen triunfantes a Túnez.

Un año después, el mismo capitán Aruch conseguía capturar una galera que llevaba a Nápoles tropas y dinero por encargo de Fernando el Católico. Entre los casi 500 prisioneros había algunos de alto rango que suponían un sustancioso rescate que añadir al botín. Definitivamente el capitán Aruch, alias Barbarroja, estaba en racha. No sólo conseguía jugosas presas sino que se las arrebataba nada menos que al Papa y al rey Fernando. Era el colmo del prestigio para un corsario musulmán que había comenzado en el oficio apenas un par de años antes con una galeota robada.

Eso es lo que dice una de las fuentes que he consultado: que se unió a unos corsarios a los 20 años, que le hizo prisionero un barco de la Orden de Malta pero logró escapar tras dos años de cautiverio, y que en Estambul consiguió asociarse con unos mercaderes que buscaban un patrón que se dedicara a la guerra de corso en una galeota de su propiedad. Apenas embarcado, Aruch decidió olvidar a sus socios y establecerse por su cuenta; idéntico negocio, pero sin necesidad de repartir beneficios. Otras fuentes dicen que sí fue hecho prisionero por corsarios cristianos de la Orden de Malta, pero que él no era corsario por aquel entonces sino mercader y marino. Luego logró escapar y, según esta versión, consiguió que se le confiara una importante flota.

Aspecto imaginario de Aruch Barbarroja según un grabado del siglo XIX

Sea como sea, las acciones de 1504 y 1505 le hicieron famoso. Pronto se achacaron a Barbarroja todo tipo de hazañas, crímenes, heroicidades y vilezas, dependiendo de quién contara la historia. El Mediterráneo era un mar turbulento por aquel entonces, frontera entre cristianos y musulmanes cuyas acciones bélicas habituales incluían la guerra de corso. En este ambiente, un hombre como Aruch podía hacer fortuna a poco que le acompañara la suerte.

Por supuesto, sus enemigos no estaban cruzados de brazos. La ofensiva de Fernando el Católico en el Norte de África sembraba las costas de Berbería de plazas fortificadas españolas, presidios en el lenguaje de la época. Entre 1505 y 1510 los hombres de Fernando el Católico ocupan Mazalquivir, el Peñón de Vélez de la Gomera, Orán, Bugía… En 1510 Pedro Navarro, un hombre que merece su propio artículo, toma el peñón de Argel frente a dicha ciudad y obliga al emir argelino a pagar tributo al rey Fernando. Sin embargo, las tropas españolas fracasaron en tomar una islita muy querida para este blog: Los Gelves.

Aruch Barbarroja fue el gran beneficiado de este fracaso, puesto que el emir de Túnez, que buscaba a alguien capaz de defender aquel enclave con uñas y dientes, le ofreció su gobierno al fiero corsario. Con una base propia en la isla de Los Gelves, Aruch podía operar con casi total independencia y preparó grandes planes. El primero de ellos, la toma de Bugía, en lo que hoy es la costa argelina. Aruch intentó hacerse con dicho enclave, con ayuda tunecina, en 1512.

Pero esta vez la operación terminó en fracaso. Barbarroja no sólo no ganó Bugía sino que perdió un brazo y tuvo que retirarse a Túnez dejando la flota al mando de su hermano Jeireddin en La Goleta (el puerto de Túnez). Como las desgracias nunca vienen solas, se produjo entonces un ataque del marino genovés Andrea Doria. Jeireddin, viendo que era imposible defender los barcos, decidió barrenarlos y huir a Los Gelves, donde se dedicó a construir tres nuevos buques, que unidos a seis que consiguieron escapar del ataque de Doria, le sirvieron para apaciguar las iras de su hermano, furioso por la pérdida de su flota. Aruch, tras recuperarse de sus heridas y reconciliarse con Jeireddin planeó un nuevo intento sobre Bugía, que también fracasó, en 1514. Este nuevo revés le colocó en una situación imposible con su aliado, el emir de Túnez, pero antes de que sus desencuentros llegaran a mayores, el destino decidió que ya le había castigado bastante.

A pesar de sus fracasos contra Bugía, que tantos quebraderos de cabeza le estaban ocasionando, Aruch había tenido hasta entonces un considerable éxito en sus operaciones puramente navales. Se diría que lo suyo era apresar embarcaciones y no tomar ciudades, pero la muerte en 1516 de Fernando el Católico cambiaría la situación en el Mediterráneo y crearía nuevas oportunidades para hombres como Barbarroja. El temible rey cristiano, que había logrado mantener controlada la costa norteafricana con puño de hierro había dejado de existir. La incertidumbre dio alas a los corsarios de Berbería, que multiplicaron sus acciones. En Argel la situación se convirtió en explosiva puesto que su soberano, Selim ben Tumi, era tributario del Rey Católico desde 1510, como vimos, pero gran parte de la población estaba formada por andalusíes emigrados que no veían con simpatía aquel vasallaje y vieron en los hermanos Barbarroja a unos posibles libertadores. Selim no tuvo más remedio que aceptar la presencia de los corsarios, aunque a la vez planeara la forma de librarse de ellos con ayuda española.

Pero Aruch fue más rápido: se las arregló para hacer asesinar a Selim y autoproclamarse emir de Argel. Un golpe de estado así genera resistencia inevitablemente en algún sector de la población, pero Aruch, bien informado, volvió a adelantarse. Un viernes, aprovechando que tenía a todos sus enemigos rezando en la mezquita, hizo cerrar las puertas del edificio y mandó degollar a veinte de los cabecillas de la oposición. Barbarroja era ahora dueño y señor de Argel. Dejando a su hermano Jeireddin al mando de la ciudad, Aruch emprendió una carrera de conquista hacia el oeste, tomando Tenes y Tremecén, también tributarios de la Corona Hispánica.

El antiguo pirata se había convertido en un soberano poderoso, pero sus enemigos también lo eran. Fernando el Católico ya no existía, pero su nieto Carlos, tan pronto como desembarcó en España, tuvo conocimiento de la gravedad de la situación y ordenó una expedición para recuperar Tremecén y devolver el trono a su vasallo. Dicho y hecho: la primavera de 1518 vio a Aruch sitiado en la alcazaba de Tremecén y maquinando un plan para escapar de las tropas de Carlos. Consiguió salir de la alcazaba, e incluso daría otra muestra de su astucia al ir dejando caer en su huida joyas y dinero para que sus perseguidores perdieran tiempo recogiéndolas. Las tropas enemigas, sin embargo, estaban decididas a acabar con su carrera y Aruch fue finalmente alcanzado y muerto por el alférez García de Tineo. Si lee este artículo algún asturiano procedente de Tineo podrá confirmarnos que la cabeza que aparece en el segundo cuartel del escudo del concejo corresponde a Aruch Barbarroja.


El escudo de Tineo, según aparece en Wikipedia

Aruch había muerto. El oscuro corsario que había aterrorizado a tantos marinos cristianos era ya sólo un recuerdo. Los navegantes que surcaban el Mediterráneo occidental podían respirar tranquilos pensando que el nombre de Barbarroja ya no les atormentaría en sus pesadillas… y se equivocaban, porque esta historia es sólo la introducción de la de Jeireddin, el hermano superviviente. Fue Jeireddin quien hizo que  el nombre de Barbarroja entrase en la leyenda. Pero ésa… ésa es otra historia.

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Rodeando África

25 martes Sep 2018

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Bartolomé Díaz, Cabo de Buena Esperanza, Darío I, Edad Moderna, Egipto, Era de los descubrimientos, Herodoto, Historia, Jerjes, Necao II, Sataspes, Vasco de Gama

Si hay algo que caracteriza a la Edad Moderna con respecto a su predecesora, la Edad Media, es que el mundo comienza a hacerse cada vez más pequeño. Y no es que antes del siglo XV no hubiese posibilidades de emprender largos viajes (ahí tenemos a Marco Polo) sino que a partir de entonces, por primera vez, son posibles los largos viajes oceánicos. Entendámonos: el transporte marítimo existe desde muy antiguo, pero una cosa es embarcarse en un viaje por mar en el que el barco se limita a costear, como hacían los romanos o los griegos, y otra muy diferente adentrarse en el océano. El mero hecho de perder de vista la costa impone un serio respeto y sólo empezó a hacerse con asiduidad cuando los conocimientos en construcción naval y navegación alcanzaron un cierto desarrollo. Es decir, en el siglo XV.

Aprovechando que se podía navegar con cierta seguridad, era posible en teoría llegar a la India por una ruta oceánica, de manera que quienes tenían espíritu marinero se lanzaron a intentarlo por el este y por el oeste. Castilla se llevó el premio gordo al encontrarse con América en el camino occidental, pero lo cierto es que la ventaja inicial, y un muy honroso segundo puesto, fue para Portugal, que lo intentó por oriente. La idea era sencilla: uno se pone a rodear África hasta que se acabe el continente y desde allí todo es navegar tranquilamente hasta la India. Llevar la idea a cabo es bastante más difícil, sobre todo cuando uno no sabe cuándo se acabará África, si es que se acaba, y cómo será el camino a partir de ese momento.

Entre los que intentaron descubrir la incógnita destacó Bartolomé Díaz, que en 1488 llegó al extremo sur de África y más allá. No alcanzó la India porque la tripulación decidió que ya estaban en bastante mala situación y tuvo que dar la vuelta, pero al menos encontró el llamado Cabo de las Tormentas, que luego cambió su nombre por el de Buena Esperanza para que quedara constancia de que rebasándolo había muchas probabilidades de llegar a la meta. Quien sí llegó a ella fue Vasco de Gama, que salió de Lisboa en el verano de 1497 y regresó dos años después tras haber llegado a Calicut, en la India. Quien estudie su viaje verá un detalle que explica por qué no se había podido realizar la travesía en la época de la navegación costera: en un momento determinado, Vasco de Gama se aleja de la costa africana adentrándose en el océano, para más adelante poner rumbo sur y tras un largo recorrido virar hacia el este volviendo a la costa africana. ¿Extraño? No, en realidad se limitaba a aprovechar la volta, que había descubierto Bartolomé Díaz.

Cuando uno se acerca al Ecuador se encuentra con la llamada zona de calmas ecuatoriales. Es nefasta para la navegación a vela, porque sin viento no se avanza. Pero además están las corrientes marinas. Veamos una imagen tomada de Wikipedia:

Está visto que bordear la costa africana en la zona del Golfo de Guinea está complicado sin un buen motor: la corriente marina está en contra y el viento no ayuda porque suele ser inexistente al estar en la zona de calmas. Esto varía si desde Canarias, más o menos, nos dirigimos hacia Brasil, avanzamos paralelos a la costa brasileña y viramos al este a la altura del Río de la Plata. En ese caso la corriente nos lleva justo hacia el extremo sur de África. Aún falta para la India, pero el gran obstáculo está franqueado.

Y por eso todos los escolares de hoy en día pueden afirmar con rotundidad que gracias a Vasco de Gama sabemos que África se puede rodear por el sur. Al menos es lo que a mí me enseñaron y es… ¡rotundamente falso! La realidad es que África se había circunnavegado ya 2.100 años antes. Lo hicieron marinos fenicios por cuenta de un rey egipcio. O al menos eso nos cuenta Heródoto en su libro IV.

Dice el padre de la Historia que el rey egipcio Neco (Necao II), envió en unos navíos a ciertos fenicios, desde un puerto del mar Eritreo (es decir, el mar Rojo) con la intención de que rodearan Libia, que era el nombre que entonces se daba a África y regresaran a Egipto atravesando las columnas de Heracles (el estrecho de Gibraltar). Y así lo hicieron, aunque tardaron tres años. De todas formas no había prisa… como no podían llevar provisiones, en otoño se detenían a sembrar y no reanudaban el viaje hasta después de la siega.

Lo mejor viene ahora. Heródoto dice textualmente:

«Contaban, cosa que a mi juicio no es digna de crédito, aunque puede que lo sea para alguna otra persona, que al contornear Libia habían tenido el sol a mano derecha.»

Si dibujásemos la ruta, veríamos que en el extremo sur de África los fenicios tenían que navegar hacia el oeste, y esto quiere decir que a mediodía, al encontrarse en el Hemisferio Sur, tendrían el sol en el norte, es decir a mano derecha. Para Heródoto, que nunca había abandonado el Hemisferio Norte, resultaba incomprensible tal afirmación: lo que su experiencia le enseñaba es que cuando uno mira hacia el oeste, el sol del mediodía está en el sur, a la izquierda. Mira tú por dónde, la afirmación que al padre de la Historia le parecía falaz es la mejor prueba de que el viaje se realizó realmente. La expedición debió completarse hacia el año 600 a.C.

La circunnavegación de África en sentido opuesto la intentó, siempre según Heródoto, un tal Sataspes hacia el 475 a.C. Sataspes era un aqueménida al que un delito de violación condenaba a morir empalado, según sentencia del rey Jerjes. Pero la madre de Sataspes, hermana del difunto rey Darío, intercedió por él proponiendo un castigo que sería, dijo, aún más duro: Sataspes tendría que dirigir una expedición que contornearía África. Para desgracia de Sataspes, el recorrido esta vez sería el inverso al de la expedición de Necao: en una nave egipcia recorrió el Mediterráneo, atravesó el estrecho de Gibraltar, puso proa al sur… y no pudo pasar de un lugar en el que había unos individuos de poca estatura, sin duda pigmeos, vestidos con hojas de palmera, que huían al monte cuando los marinos desembarcaban. A partir de ahí, la nave siempre quedaba al pairo. Del relato se deduce que Sataspes debió de llegar hasta el Golfo de Guinea, donde la falta de viento le impidió proseguir, y por eso se dio la vuelta. Jerjes no quedó convencido con su relato y, puesto que no había cumplido su misión, retomó la sentencia original y lo hizo empalar.

El resumen de todo esto es que la forma aproximada de África se conoce desde el año 600 a.C, aunque ese conocimiento no fue de utilidad hasta 21 siglos después. Que recordemos a Vasco de Gama no es extraño, puesto que gracias a él la ruta por el sur de África pasó a tener utilidad práctica. Pero que ni siquiera sepamos el nombre del marino fenicio que por primera vez navegó por dicha ruta es un poco triste… sobre todo si consideramos que sí conocemos el nombre del fracasado Sataspes. Claro que, conociendo la reputación que tenían los fenicios, grandes marinos, pero con pocos escrúpulos y un tanto cínicos, es posible que nuestro ignoto navegante se encogiera de hombros y nos dijera: «puede que mi nombre se haya olvidado… pero al menos a mí no me empalaron». Vaya lo uno por lo otro.

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La expedición maldita de Lope de Aguirre

31 jueves May 2018

Posted by ibadomar in Historia

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Amazonas, Edad Moderna, Felipe II, Historia, Lope de Aguirre, Marañones, Virreinato del Perú

La conquista del Perú culminó con una sangrienta guerra civil entre los propios conquistadores, pero en 1560 la situación ya se había estabilizado bajo el gobierno del virrey don Andrés Hurtado de Mendoza. No obstante, aún quedaban abundantes veteranos del turbulento periodo anterior, que suponían un peligro potencial. El virrey, hombre sagaz, decidió que podría librarse de aquel problema desviando las energías de aquellos hombres hacia una empresa que los alejara convenientemente de su territorio. Por eso organizó una expedición en busca del mítico reino de El Dorado y la puso al mando de un hombre de su confianza, Pedro de Ursúa.

La expedición la formarían más de 300 soldados españoles y unos 500 sirvientes entre indios y esclavos negros. En ella figuraban además algunas mujeres por ser parientes de los expedicionarios o criadas. Entre ellas estaban la amante de Pedro de Ursúa, doña Inés de Atienza, famosa por su belleza, y la joven Elvira, hija del expedicionario Lope de Aguirre, alias “el Loco”. Tras casi un año y medio de preparativos, el 26 de septiembre de 1560 se inició el viaje con un descenso por el río Marañón, afluente del Amazonas y del que los expedicionarios tomarían el nombre para ser conocidos como “marañones”.

Atravesar la selva no era tarea fácil y las penalidades comenzaron a acumularse: cuando no era el hambre eran los naufragios, y el carácter levantisco de los marañones empezó a asomar. Se ponía en cuestión el liderazgo de Ursúa, que apenas tenía ojos para nada que no fuera doña Inés. Pronto surgió una conspiración y en la madrugada del 1 de enero de 1561 los conjurados asesinaron a Ursúa y de paso a su lugarteniente, para minimizar las posibilidades de resistencia por parte del resto de los marañones.

Pero una vez muerto Ursúa, ¿qué hacer? El asesinato de su capitán convertía a los expedicionarios en traidores, por lo que el regreso estaba vedado. La primera idea fue continuar en busca de El Dorado. Si conseguían conquistar un imperio tan rico como el azteca o el inca, sin duda obtendrían un perdón. Al fin y al cabo, también Hernán Cortés había desobedecido al gobernador Velázquez y agarrándose a tal precedente se pensó en redactar un documento justificando la destitución y ejecución de Ursúa por su incompetencia, que los llevaba al desastre.

Entonces tomó la palabra Lope de Aguirre, que estaba entre los cabecillas y les abrió los ojos. ¿De verdad pensaban que bastaba con firmar un papel para quedar libres de culpa? ¿De verdad creían que iban a conquistar un imperio del que ni siquiera sabían dónde estaba, si es que existía? Debían asumir que eran traidores, pero sí sabían de un imperio rico que conquistar: el propio Perú, donde tenían amigos que los ayudarían. El discurso tuvo impacto, pero eran muchos los que no se tenían por traidores sino por leales súbditos de Felipe II y por ellos habló un tal Juan Antonio de La Bandera, que a pesar de estar entre los conjurados no simpatizaba con el proyecto de Aguirre. La sangre no llegó al río, por el momento, y la expedición siguió adelante, ahora bajo el mando nominal de don Fernando de Guzmán, un joven sevillano que tenía cierta autoridad por ser de origen noble, pero que en realidad no era más que un pelele en manos de hombres mucho más decididos.

Las intrigas se hicieron más complejas. La Bandera había conseguido ganarse a Fernando de Guzmán, pero su liderazgo no estaría seguro mientras Aguirre siguiera con vida. Aguirre, consciente de esto, siempre se hacía acompañar por una camarilla de amigos fieles mientras esperaba su oportunidad. Ésta llegaría por los celos de un tal Lorenzo de Zalduendo, que no le perdonaba a La Bandera que se hubiera convertido en el nuevo amante de doña Inés. Zalduendo comenzó a murmurar sobre el supuesto interés de la Bandera por asesinar a don Fernando y convertirse en general de la expedición. Don Fernando, alarmado por los rumores, dio poderes a Aguirre para acabar con la pretendida conspiración y éste lo hizo por la tremenda: asesinó a La Bandera y a su lugarteniente y luego soltó una arenga a la tropa acusando a sus víctimas de pretender matar a don Fernando, apoderarse de los bergantines que habían construido, irse a la costa como piratas y escapar a Francia con el botín que consiguieran.

Dueño del poder (don Fernando era ahora más que nunca una marioneta), Aguirre decidió volver a su plan de hacerse con el Perú. Eran pocos, pero pensaba que podía contar con el apoyo de los descontentos del virreinato. Para impulsar su proyecto redactó un acta de desnaturalización (en otras palabras, una declaración de independencia) que firmaron casi todos. Desde aquel día, 26 de marzo de 1561, don Fernando se consideraría a sí mismo “Príncipe de Tierra Firme, del Perú y del reino de Chile”. Zalduendo, por su parte, se quedó con doña Inés de Atienza, que debía de estar maldiciendo la expedición y la hora en que se embarcó.

Aguirre no estaba tan loco como para pensar que podía regresar sobre sus pasos y tomar el Perú con menos de 300 soldados, por mucho que contara con que se les uniría parte de la población. Sabía perfectamente que jamás triunfaría sin contar con apoyo naval para bloquear las comunicaciones del virreinato. Por eso su plan era continuar camino hasta el Atlántico, hacerse con algunas embarcaciones con las que ejercer la piratería y llegar hasta Panamá, asaltar la ciudad con sus hombres más los que lograra reclutar durante la marcha y emprender la navegación por el Pacífico. Las riquezas del Perú serían el señuelo perfecto para aumentar su ejército por el camino y en el propio virreinato.

Pero Aguirre se estaba haciendo enemigos con su costumbre de aplicar la pena de muerte en cuanto sospechaba que alguien conspiraba contra él. Un día hizo ejecutar a Zalduendo, por quejarse de que no se podían sufrir las arbitrariedades de su jefe y de paso le tocó el turno a doña Inés, que pagó por las culpas reales o imaginarias de sus tres amantes. Tanta sangre empezaba a poner nervioso a don Fernando de Guzmán, que se daba cuenta de que su reinado, por lo demás sólo nominal, no podía acabar bien e intentó buscar la manera de frenar a Aguirre con el apoyo de otros. Como era de esperar, don Fernando no tardó en ser asesinado junto con algunos otros hombres. 

Lope de Aguirre ya era el comandante de la expedición de facto, pero para serlo de forma oficial se nombró a sí mismo Príncipe y se atribuyó algunos títulos de lo más altisonante como Ira de Dios o Caudillo de los invencibles marañones, cuyo número por cierto iba menguando conforme Aguirre, cada vez más paranoico, iba ordenando ejecuciones.

Por fin, tras ganar el mar, el 20 de julio la expedición llegó a Isla Margarita, frente a las costas de Venezuela. Haciendo creer a los vecinos que eran supervivientes de un naufragio, lograron vencer su desconfianza y adueñarse del lugar, donde Aguirre instauró un reinado de terror. Tuvo la esperanza de hacerse con un navío que andaba por la zona para embarcar a Panamá y seguir sus planes de conquista, pero los encargados de capturar el buque desertaron y alertaron a su tripulación. La traición la pagaron sus propios hombres y los habitantes de Margarita, a los que tocó sufrir la ira del líder de los marañones. Aguirre ya no podría marchar por sorpresa sobre Panamá.

Ante la imposibilidad de seguir con el plan de regresar al Perú por el Pacífico, no quedó más remedio que afrontar la idea de hacerlo por tierra. Pero la empresa ya estaba condenada definitivamente. El gobernador de Venezuela, Pablo Collado se encargó de poner cédulas de perdón por donde debían pasar los marañones, con lo que aumentaron las deserciones, pese al riesgo de ser descuartizado (literalmente) en caso de fracaso. Por fin, el 27 de octubre, en una escaramuza con tropas realistas, los marañones desertaron en masa. Sólo quedó un soldado junto a Lope de Aguirre, además de su hija Elvira y la dueña que la acompañaba.

Al ver la expresión de su padre, Elvira de Aguirre comprendió lo que estaba a punto de suceder. Rogó por su vida, jurando hacerse monja para rogar por el alma de su progenitor, pero éste no estaba dispuesto a que a su hija la insultaran llamándola “hija del traidor Lope de Aguirre” ni a que “aquélla a quien tanto quería se convirtiese en colchón de bellacos”. Elvira murió apuñalada.

Es extraño que un hombre como Aguirre intentara retrasar su final, cuando su captura era inevitable, pidiendo confesión primero y después que se le permitiera hacer un relato exacto de lo ocurrido. Dos de sus antiguos camaradas, posiblemente temerosos de lo que pudiera aflorar en tal relación, se encargaron de poner fin a la vida de Aguirre con sendos tiros de arcabuz.

Los marañones se dispersaron aprovechando el perdón otorgado por Collado, pero a Felipe II le disgustó este final, de modo que Collado fue destituido y su sucesor se encargó de buscar a los supervivientes. Muchos encontraron la muerte, apenas tres meses después del fin de la expedición, formando parte de una tropa reclutada para  aplastar una rebelión india. Del resto, algunos fueron juzgados y ejecutados, pero otros consiguieron ser absueltos e incluso dos de ellos escribieron sus aventuras. El primero en hacerlo fue Francisco Vázquez, pero consiguió mayor fama Pedrarias de Almesto, que plagió vergonzosamente el relato de Vázquez. Por ellos conocemos los detalles de aquella expedición. O al menos los detalles que quisieron contar.

Parece ser que en determinadas zonas de Venezuela existe la leyenda de que los fuegos fatuos no son sino el espíritu de Aguirre y sus hombres. Toda una muestra de hasta qué punto caló en la imaginación popular el destino de aquella descabellada expedición. Por desgracia, no puedo confirmar este dato, pero quizás algún lector venezolano haya escuchado la leyenda y pueda confirmar su existencia.

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