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Puertas en el campo

26 Domingo Ene 2014

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Cómodo, Damnatio memoriae, Domiciano, Egipto, Eróstrato, Hatshepsut, Historia, Hitler, Roma, Sejano, Tiberio, Tutmosis III

Es célebre el mito de la caja de Pandora, que no debía ser abierta. Al destaparla, todos los males escaparon de ella y resultó imposible devolverlos a su encierro. Al igual que en este mito, podemos intentar evitar que se extienda el conocimiento de una idea o de un hecho, pero una vez que ese conocimiento asoma y es visto por primera vez ya no hay manera de impedir que se difunda, por muy indeseable u odioso que resulte. Los medios de comunicación son muy numerosos y cada vez hay más formas de transmitir ideas y noticias.

Esto es lo que han debido de pensar en Baviera, puesto que se va a editar, por primera vez en Alemania desde hace casi 70 años, una edición de Mein Kampf, el libro escrito por Adolf Hitler que sintetiza las ideas nazis. El asunto, tal y como lo cuenta El País en este artículo es el siguiente: tras la caída del régimen nazi los derechos de autor del libro pasaron al ministerio de Finanzas del estado bávaro. Dado el contenido del libro se estimó oportuno impedir su difusión y por eso jamás se ha reeditado. Sin embargo los derechos caducan el 31 de diciembre de 2015, por lo que la obra pasará a dominio público y la podrá publicar quien quiera. En estas circunstancias, el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich ha preferido adelantarse y publicar una edición comentada, para encauzar la inevitable reimpresión.

Naturalmente hay polémica porque lo que se puede considerar como difusión de propaganda nazi es un tema delicado. Personalmente encuentro que la decisión es acertada. El texto es fácil de encontrar en internet, así que si no se puede evitar su existencia, mejor será publicar una edición crítica. Por otro lado el material es útil para los historiadores y los estudiosos de las ideologías políticas, por lo que tampoco se debe impedir su acceso a todo el mundo. Más aún, el contenido del libro en cuestión no resiste una crítica coherente formulada por quien haya estudiado la realidad y los resultados de la política nazi. Para colmo es aburrido, muy aburrido. Lo sé porque he intentado leerlo y no puedo con él. Como dije, es fácil de encontrar en internet.

Esto nos lleva a la imposibilidad de evitar la difusión de una idea. Setenta años intentando que el libro caiga en el olvido no han conseguido nada, al contrario. La verdad es que ese fracaso era fácil de prever porque no es la primera vez que se intenta hacer algo así, con resultados nulos, cuando no adversos. Los romanos llegaron a inventar una expresión, damnatio memoriae, para referirse a la condena al olvido. Un ejemplo fue Sejano, el Precepto del Pretorio que Tiberio empleó como valido, para que gobernara en su nombre, hasta su caída en desgracia en el 31 d.C. También los emperadores Domiciano (asesinado en el 96 d.C.) o Cómodo (también asesinado en el 192 d.C.) sufrieron esa condena, que implicaba la destrucción de sus estatuas, el borrado de las inscripciones públicas con su nombre y, en general, la desaparición de todo cuanto recordara su existencia. Seguimos conociendo sus nombres y su papel histórico, por lo que es fácil comprobar que la condena no surtió efecto.

Los romanos nos han dejado la forma de darle nombre, pero no inventaron esta peculiar condena. Mucha gente ha oído hablar de la egipcia Hatshepsut, tía, madrastra y suegra de Tutmosis III, faraón de tan gran influencia en la época que algunos historiadores le han llamado “El Napoleón de Egipto”. El caso es que durante su etapa de regente del joven Tutmosis, Hatshepsut asumió todos los títulos y atributos propios de un faraón, aunque tuvieran connotaciones masculinas (con la excepción del de “Toro poderoso”, que le debió de parecer excesivo). Tutmosis no se debió de tomar demasiado bien su prolongada minoría porque cuando al fin accedió al poder se dedicó (o eso parece porque, como de costumbre, hay otras teorías) a borrar todo rastro de su predecesora. Sin resultado, claro.

Hay un caso especialmente sangrante. ¿Quién no ha oído hablar de las siete maravillas del mundo antiguo? Una de ellas era el templo de Artemisa en Éfeso, que fue incenciado en el 356 a.C. por un tal Eróstrato, que tenía la intención de pasar a la posteridad como el destructor de aquella gran obra, ya que no acumulaba méritos para merecer la fama por otro camino. Por ello no sólo se le condenó a ser ejecutado sino a lo que él más podía temer: a que su nombre se extinguiera en el olvido. La condena fue tan poco eficaz que hoy en día existe un complejo de Eróstrato, también llamado erostratismo, que según el diccionario de la RAE se define como: Manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre.

Después de todo, puede que no sea tan mala idea la del instituto muniqués ya que han podido comprobar, por su propia experiencia y por los ejemplos históricos, algo que la sabiduría popular sabe desde hace mucho: que no se pueden poner puertas al campo. Resulta irónico: setenta años intentando esconder un libro para acabar llegando a una conclusión que ya figura en el refranero.

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La era de la guillotina

21 Jueves Feb 2013

Posted by ibadomar in Historia

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1848, Carlos X, Delacroix, Guerra francoprusiana, Guillotina, Historia, Hitler, José Bonaparte, Luis Felipe, Luis XVI, Luis XVIII, Napoleón, Napoleón III, Restauración, Revolución, Revolución francesa, Siglo XIX, Siglo XVIII

Antes de empezar he de pedir disculpas por haber estado ausente aproximadamente un mes. Una avalancha de actividad me ha tenido alejado del blog, aunque para compensar vuelvo con bastantes ideas para nuevos artículos. Pero dejémonos de preámbulos y vamos a nuestro tema de hoy.

Desde hace algún tiempo he observado que aparece con cierta frecuencia la palabra guillotina en las conversaciones y no digamos en las redes sociales, como Twitter. Es fácil encontrar a quien propone instalar una guillotina frente al Congreso de los Diputados o en la Puerta del Sol o incluso una en cada capital de provincia. Por el tono de las frases es fácil percibir que existen dos creencias, ambas falsas:

  1. Se cree que la guillotina es un invento de la Revolución Francesa que nace y muere con ella.
  2. Se cree que con la decapitación de Luis XVI se puso fin a la monarquía en Francia.

En cuanto a la primera hay que precisar que aparatos similares a la guillotina existen por lo menos desde principios del siglo XIV, cuando se decapitó en Irlanda a un tal Murcod Ballagh utilizando una máquina similar a la que se haría célebre en el siglo XVIII. La asociación con la Revolución Francesa se la debemos al Dr. Joseph Ignace Guillotin, que durante los debates revolucionarios para instaurar un nuevo código penal propuso que no hubiera distinciones en la condición social a la hora de aplicar un castigo. Así, en el caso de que la condena fuese la de muerte se aplicaría de igual manera para nobles o pueblo llano y se usaría el sistema de la decapitación mediante un instrumento mecánico.

Como se ve, el trasfondo del uso de este método de ejecución se basa en el principio revolucionario de égalité. El utilizar una máquina era una considerable ventaja para todos, incluido el reo, puesto que si ser ejecutado debe de suponer un trance extremadamente angustioso, el verse en manos de un verdugo inexperto o descuidado suponía un suplicio añadido. Y por esto se decidió emplear este artefacto para las ejecuciones, independientemente del delito cometido y de la extracción social del condenado. La misma guillotina podía decapitar con idéntica eficiencia a un rey como Luis XVI o a un carbonero que hubiera asesinado a su hermano, por ejemplo. Y no sólo durante la Revolución: la guillotina se empleó en Francia como sistema de ejecución hasta la abolición de la pena de muerte en 1981. Y no se empleó sólo en Francia sino también en otros países como Suecia o Alemania.

Pero todo esto no son más que anécdotas sin demasiado recorrido. Tiene mucho más interés la segunda de las creencias falsas a las que me refería antes porque supone una simplificación brutal de uno de los acontecimientos que más han contribuido a conformar el mundo en el que vivimos. Ay, me temo que voy a tener que resumir más de medio siglo de Historia en unos párrafos y no va a ser fácil.

Para empezar, la Revolución Francesa no fue antimonárquica en sí. En una primera fase se forma una Asamblea Constituyente, pero el Rey sigue a la cabeza del Estado. No es hasta 1792, tres años después de la toma de La Bastilla, cuando Luis XVI es depuesto en medio de la exaltación provocada por la guerra contra Austria y Prusia. Su ejecución tuvo lugar en enero de 1793, pero Francia aún conocería gobiernos monárquicos. El primero de ellos, bajo el signo de la propia Revolución, se inició en 1799 con el golpe de Estado que dio el poder a Napoléon Bonaparte. En principio Napoleón sólo asumió el título de cónsul, pero su régimen no se diferenciaba demasiado de una monarquía, como lo demuestra que el consulado se convirtiera en vitalicio y hereditario y finalmente, en diciembre de 1804, en un Imperio con su correspondiente coronación en presencia del Papa Pío VII.

Suele considerarse que las guerras napoleónicas expandieron por toda Europa los ideales de la Revolución. Ciertamente nada volvió a ser lo mismo, pero la Revolución hasta ese momento no puede considerarse como el fin de la monarquía sino como un cambio de dinastía. Que Napoleón no le hacía ascos a las coronas lo demuestra no sólo su propia entronización, sino también la de su hermano José, que fue primero rey en Nápoles y después en España, la de otro de sus hermanos, Luis, nombrado rey de Holanda, o la de su general y cuñado Murat, que sucedió a José en la corona de Nápoles. Otros tics monárquicos de Napoleón son la creación de una nueva nobleza, con la que ganarse fidelidades, el control de la prensa hasta llegar a la reinstauración de la censura en 1810 o la concentración en la práctica de los tres poderes.

Y así llegamos a la gran olvidada de esta época: la Restauración. La guillotina acabó con la vida de Luis XVI, pero no con la dinastía borbónica. Tras la definitiva derrota de Napoleón, el trono de Francia es ocupado por Luis XVIII, hermano del depuesto rey (como se ve los Borbones franceses no eran muy imaginativos poniendo nombres a sus hijos. El que ambos hermanos se llamaran Luis se explica porque uno era Luis Augusto y el otro Luis Estanislao). No se produce una vuelta completa al Antiguo Régimen, puesto que existe un texto constitucional, pero limitado. Se trata de una Carta Otorgada, lo que supone que es concedida graciosamente por el rey, que consagra ciertos derechos, como el de propiedad, y determinadas libertades, como la religiosa, pero que reserva grandes poderes al monarca. Luis XVIII era demasiado indolente, o estaba demasiado resignado, como para preocuparse en exceso del ejercicio de su propio poder, pero tras el ascenso al trono de su hermano Carlos X en 1824 se impone el punto de vista de los ultramonárquicos, cuyo nombre lo dice todo.

Carlos X fue incapaz de comprender que los tiempos habían cambiado. Su deriva autoritaria consiguió enfrentarle a las Cámaras y, cuando finalmente se decidió por disolverlas y gobernar por decreto el tiro le salió por la culata a una velocidad pasmosa: el 25 de julio de 1830 el rey intenta el autogolpe firmando las ordenanzas que suspenden la libertad de prensa, disuelven la Cámara de Diputados y establecen un nuevo régimen electoral que reduce el censo a los grandes propietarios. Al día siguiente, el 26, se publican las ordenanzas y comienza la agitación. En apenas 72 horas, los días 27, 28 y 29, París se subleva y la bandera tricolor vuelve a ondear en desafío a la enseña blanca de los Borbones. Es la revolución que Delacroix inmortalizó en su célebre cuadro La libertad guiando al pueblo.

delacroixCarlos X cae, pero no así la monarquía. El trono recala en un primo del depuesto rey, Luis Felipe de Orleans, que no contó con demasiados apoyos durante su reinado: la aristocracia desconfiaba de aquel “rey de las barricadas”, el clero estaba resentido por las limitaciones a su papel en la educación y el ejército estaba desmoralizado por la falta de reconocimiento a sus sacrificios durante la intervención colonial en Argelia. Por otro lado  la Revolución Industrial estaba en pleno desarrollo provocando la proletarización de la masa de trabajadores y la aparición de los primeros pensadores socialistas (los premarxistas). Cuando el 22 de Febrero de 1848 se negó el permiso a la celebración de un banquete promovido por republicanos, comenzaron las algaradas. Los acontecimientos se precipitan a tal velocidad que en apenas dos días los insurgentes son dueños de París y Luis Felipe abdica. La Segunda República iniciaba sus días.

Un cambio de régimen suele ser tormentoso puesto que se enfrentan quienes desean la subversión total del orden anterior y quienes intentan no ir demasiado lejos. Las elecciones a la Asamblea Constituyente de abril del 48 dieron a los republicanos moderados la mayoría, dejando en un segundo plano a los monárquicos y muy por detrás a la izquierda, pero la evolución a posiciones conservadoras llevó a enfrentamientos muy violentos que terminan por cristalizar en una violenta reacción autoritaria. En las elecciones de diciembre el presidente es derrotado por Luis Napoleón, sobrino del difunto emperador, cuyo gobierno debía terminar tras un periodo de cuatro años sin derecho a reelección.

En ese periodo se eligió una Asamblea de claro corte monárquico, que logró suprimir en mayo de 1850 el sufragio universal masculino. Por poco tiempo, puesto que Luis Napoleón dio un golpe de estado el 2 de diciembre de 1851, disolvió la asamblea y restableció el sufragio universal masculino: con un solo movimiento resolvía el problema de la Asamblea hostil y el de la reelección. Exactamente un año después, y tras un plebiscito resuelto favorablemente, se proclamaba el Segundo Imperio en el que Luis Napoleón tomaba el nombre de Napoleón III. Si la Primera República, surgida de la revolución de 1789, había cristalizado en un imperio, la Segunda, surgida de la revolución de 1848, seguía su mismo camino.

¿De dónde surge entonces la tradición republicana francesa? La definitiva consolidación de una república en el país vecino no fue obra de una revolución ni de la guillotina, sino consecuencia de la derrota francesa en la guerra francoprusiana de 1870. Fue entonces cuando se instauró la Tercera República, que duraría hasta la Segunda Guerra Mundial. La monarquía ya no volvería a Francia: después de la guerra comenzó la Cuarta República, similar políticamente a la Tercera, y en 1958 se aprobó la Constitución de la actual Quinta República.

Como hemos visto, ni la revolución de 1789, ni la de 1830, ni la de 1848 trajeron consigo una república duradera. La guillotina, por su parte, tampoco resultó ser particularmente incómoda para los monarcas, puesto que si bien es cierto que ejecutó a uno, convivió posteriormente en armonía con otros cinco. Después de todo, la reputación antimonárquica de la guillotina no es demasiado merecida, como tampoco lo es su fama revolucionaria: en Alemania se implantó como método único de decapitación en todo el territorio (antes se empleaba también el hacha) en 1938 por decreto de Adolf Hitler. El halo mítico del utensilio de decapitar como una especie de instrumento purificador resulta ser, cuando se mira de cerca, sólo una leyenda para embellecer una vulgar máquina de matar.

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Un fracaso… ¿providencial?

04 Miércoles Ene 2012

Posted by ibadomar in Historia

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Hindenburg, Historia, Hitler, Jutlandia, Ludendorff, Momentos cruciales, Primera Guerra Mundial, Segunda Guerra Mundial, Siglo XX, Stauffenberg

Recuerdo que hace muchos años, cuando yo aún estaba en el colegio estudiando aquello que por entonces se llamaba E.G.B., algún profesor solía emplear una frase según la cual “Dios escribe recto con renglones torcidos”. Confieso que por aquel entonces yo no entendía la frase; es más, creo que jamás la habría entendido si no fuera porque conozco al menos un ejemplo en el que es perfectamente aplicable.

  • 20 de julio de 1944

Este día pudo cambiar la Historia. Aproximadamente a las 12:30 Hitler se encuentra reunido con varios jefes militares en el complejo conocido como Wolfsschanze (la guarida del lobo) en lo que hoy es Polonia y por entonces era Prusia Oriental. Una bomba colocada por el coronel Claus von Stauffenberg, que se acababa de ausentar, explota súbitamente matando a 4 de las 24 personas reunidas en aquel momento. Hitler, milagrosamente, apenas resulta afectado y se refiere al hecho de sobrevivir como una señal de la Providencia de que debía continuar con su misión.

Ciertamente, el cúmulo de circunstancias que hizo fracasar el atentado era enorme. Para empezar, la reunión no tuvo lugar en un búnker de hormigón armado sino en un edificio de madera, lo que redujo el efecto de la bomba; pero además Stauffenberg no tuvo tiempo de armar los dos explosivos que llevaba y por eso sólo introdujo uno en su maletín: de haber llevado los dos, el segundo habría explotado por simpatía aun no teniendo detonador y la potencia de la explosión habría sido mucho mayor. Peor aún fue el hecho de que alguien movió el maletín con los explosivos tras salir Stauffenberg de la reunión y lo colocó detrás de uno de los macizos soportes de la mesa, que sirvió de protección a Hitler como se ve en el dibujo adjunto en el que la posición del Führer aparece en azul y se ve la bomba como un cuadrado amarillo (los círculos rojos son los muertos y los verdes el resto de supervivientes).

Stauffenberg habría podido cometer una acción suicida aumentando las probabilidades de éxito, e incluso estaba dispuesto a ello, pero también hacía falta su presencia en Berlín para coordinar el golpe de estado subsiguiente, que fue todo un fracaso y no sólo porque Hitler seguía con vida, lo que ya de por sí condenaba el intento, sino también porque los conspiradores no supieron planificar la toma del poder.

El atentado del 20 de julio no fue un hecho aislado. En realidad no era sino uno más de los muchos intentos fracasados de acabar con la vida de Hitler. En todos ellos destaca la figura del caballero de la derecha: Henning von Tresckow, alma y cerebro de todas las conspiraciones destinadas a acabar con Hitler y derrocar su gobierno. Por diversas razones todos sus complots fracasaron, incluso uno aparentemente infalible, en el que logró colar en el avión de Hitler una bomba camuflada que no llegó a explotar por razones desconocidas. Tresckow sabía que tenía pocas probabilidades de triunfo, pero aún así consideraba necesario dar el paso puesto que, como él dijo, se trata de mostrar al mundo y a la Historia que el movimiento de resistencia alemán se ha atrevido, arriesgando la vida, a dar el golpe decisivo.

De haber tenido éxito el atentado y el golpe de estado posterior, habría sido posible que la guerra en Europa hubiese terminado en 1944, ahorrando al mundo una buena cantidad de muerte y destrucción. Si cualquiera de los proyectos de von Tresckow hubiese funcionado, nuestro mundo sería ligeramente diferente, pero ¿de verdad sería mejor? Paradójicamente, para encontrar el desenlace de esta historia no debemos avanzar sino retroceder otros 26 años.

  • 1918

Tras tres años y medio de guerra, 1918 lo tenía todo para ser el año decisivo. La revolución acababa de retirar a Rusia de la contienda y Alemania, obligada hasta entonces a luchar en dos frentes, podía por fin concentrar todas sus fuerzas en un frente occidental que llevaba atascado desde el otoño de 1914. La entrada en guerra de los Estados Unidos, con su inmenso potencial, obligaba además a los alemanes a buscar rápidamente una solución en el campo de batalla, antes de que los refuerzos americanos estuvieran en condiciones de intervenir decisivamente en la batalla. Fue Ludendorff quien dirigió las ofensivas alemanas que entre marzo y julio consiguieron romper el frente estático. Por primera vez en cuatro años los avances se contaban en decenas de kilómetros y en Mayo el Ministro de Exteriores británico se declaraba abierto a las gestiones de paz. Sin embargo el gobierno alemán, dominado por los generales Hindenburg y Ludendorff, desaprovechó la ocasión de una paz negociada.

No tardarían en lamentarlo, porque la ofensiva de julio fracasó y los aliados pronto estuvieron listos para el contraataque. Para el 1 de agosto ya había 27 divisiones americanas en Europa y 250.000 hombres llegaban cada mes desde el otro lado del Atlántico. El 8 de agosto comienza la ofensiva aliada y los alemanes se tambalean. Ludendorff pierde su aplomo, comprende que la guerra está perdida y presenta su dimisión, que no es aceptada. El 29 de septiembre será el día decisivo: los dos grandes jefes militares, Hindenburg y Ludendorff, en una reunión al más alto nivel y con el Káiser presente insisten en la necesidad de pedir un armisticio. En los primeros días de octubre Alemania pide la paz. El frente militar no se había derrumbado por completo, pero la actitud de ambos generales no daba lugar a dudas acerca del futuro.

Alemania estaba vencida, pero el sentido del honor de sus militares le iba a jugar una última mala pasada: los jefes de la flota de superficie, que no había actuado desde la batalla de Jutlandia el 1 de junio de 1916, decidieron que no podían firmar la paz sin salvar el honor y presentar combate. Los marineros sin embargo no estaban dispuestos a ir a una batalla perdida de antemano sólo por mantener la honra de la Armada alemana, por lo que se amotinaron el 3 de noviembre. La sublevación se extendió a una población civil sometida a durísimas restricciones hasta dar paso a una auténtica revolución. El 9 de noviembre el Káiser abdica y se proclama la república y el 11 Alemania firma el armisticio.

La secuencia de hechos está clara: hundimiento del frente militar, petición de armisticio, hundimiento del frente civil y revolución. Al parecer fue Ludendorff quien, en un intento de salvar la cara por su actuación como dirigente militar, invirtió el orden de los hechos haciendo del hundimiento del frente civil la causa primera de la derrota alemana. En esa versión el ejército alemán no había fracasado sino que había sido traicionado cuando aún estaba en condiciones de presentar batalla. La expresión puñalada por la espalda (personalmente me gusta más la traducción puñalada trapera) se popularizó entre los partidarios de esta teoría. Entre ellos, cómo no, los nazis, que utilizaron hasta la saciedad este tema como leitmotiv de buena parte de su propaganda. La caricatura que vemos a continuación, hecha en 1919 según Wikipedia, es una buena muestra de este tipo de propaganda.

 

  • Mayo de 1945

Es hora de volver adelante en el tiempo. Berlín está ocupado y Alemania entera es una ruina. Si von Tresckow no hubiera fracasado aquel 20 de julio quizás el escenario sería muy diferente y muchas vidas se habrían salvado. Un nuevo gobierno habría sustituido al de Hitler y Alemania podría haber pedido un armisticio. Pero en este caso… ¿cuánto tiempo habría transcurrido antes de que resurgiera la leyenda de la puñalada por la espalda? El nazismo se alimentó de esta leyenda y para lograr su desaparición era preciso llegar hasta el amargo final: la destrucción absoluta de Alemania, siempre con su dictador al frente, hasta el momento en que aceptara la rendición incondicional.

Después de todo puede que la Providencia sí tuviera algo que ver con el fracaso del atentado del 20 de julio.

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