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Un maestro y su aprendiz

12 Lunes Oct 2020

Posted by ibadomar in Arte, Historia

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Arte, Leonardo, Renacimiento, Verrocchio

Hace mucho tiempo que no escribo sobre arte en el blog y éste es un día tan bueno como cualquier otro para corregir esa carencia y, de paso, contar una anécdota curiosa; la historia de un maestro superado por su alumno. Y eso que el maestro no era un cualquiera sino una de las figuras señeras del Renacimiento. Nada menos que Verrocchio.

Andrea del Verrocchio no es tan conocido por el gran público como otros artistas del Renacimiento italiano, pero es uno de los nombres familiares para todo el que haya
profundizado, siquiera mínimamente, en la Historia del Arte. Es conocido principalmente como escultor, sobre todo por las obras de su última etapa. Ciertamente, obras anteriores, como su David, son dignas de figurar en cualquier catálogo. La obra recuerda en su composición al David de Donatello, realizado unos 20 años antes, aunque la versión de Verrocchio es mucho más recatada. Eso no le resta calidad, como podemos comprobar en la imagen de la derecha, que he obtenido de Wikimedia, como todas las fotos de este artículo. Quien quiera ver con todo lujo de detalles las obras mencionadas, además de hacer click sobre ellas para verlas a mayor tamaño, puede pasarse también por la Web Gallery of Art, que es uno de los mejores sitios (en mi opinión el mejor en términos absolutos) que se pueden encontrar en internet para aprender sobre arte.

Entre las obras más interesantes de Verrocchio está su Duda de Santo Tomás, un encargo del gremio de mercaderes, pensado para adornar una de las hornacinas de la iglesia de Orsanmichele en Florencia. La hornacina estaba construida para albergar una única estatua, pero Verrochio se las arregló para colocar un conjunto que se proyecta fuera de la hornacina, acercándose al espectador. En realidad no es que se proyecte, es que Santo Tomás, y especialmente su pie derecho, está fuera del espacio en el que se supone que deberían estar confinadas las imágenes. Toda una novedad para la época. El conjunto representa el célebre momento en que Cristo se aparece a Santo Tomás, que había expresado sus dudas sobre la resurrección con un contundente “lo creeré cuando lo tenga delante y toque por mí mismo las heridas”, y le invita a palpar la lanzada de su costado. Quien haga click sobre la imagen para verla a tamaño mayor podrá comprobar que la forma en que Cristo descubre su costado es peculiar, puesto que Jesús aparta el brazo de tal manera que parece estar bendiciendo al incrédulo apóstol.

Puede que la mejor obra de Verrocchio sea la última: la estatua ecuestre del condottiero Bartolomeo Colleoni. Fue un encargo de la ciudad de Venecia a partir de la herencia del difunto guerrero, que había dejado fondos para una estatua suya que, según sus deseos, debía ser colocada en la plaza de San Marcos. Por muy importantes que fueran sus hazañas, los patricios de la ciudad no estaban muy dispuestos a reservarle un sitio de honor tan prominente, así que abrieron un concurso para una estatua, sí, pero decidieron que se colocaría frente a la Scuola de San Marcos, que al fin y al cabo también llevaba el nombre del santo patrono de la ciudad. Verrocchio ganó el concurso con un diseño que no llegó a ver fundido en bronce porque murió antes de su finalización.

Como todas las estatuas ecuestres, la del condottiero Colleoni tiene un aire de familia con la de Marco Aurelio, que data del siglo II, pero su antecedente más cercano es la estatua de Gattamelata de Padua, obra de Donatello. Esta vez sí que Verrocchio superó a su predecesor. La estatua de Gattamelata muestra a un hombre poderoso a caballo, pero quien vea el rictus severo de Colleoni no tendrá dudas de que éste era un hombre de guerra. Por otro lado, el caballo de Gattamelata tiene una pata en alto, pero apoyada sobre una esfera. ¿El orbe, quizás, como símbolo de poder? La obra de Verrochio, sin embargo, consigue resolver el problema que crea la inestabilidad de una pesada figura de bronce que se apoya sobre tres únicos puntos sin utilizar ningún otro apoyo disimulado.

Como tantos artistas, Verrocchio no se limitó a una única rama de las artes. Se conocen también pinturas suyas y una en particular es especialmente célebre. Y con ello entramos por fin en el meollo de este artículo. La obra es un bautismo de Cristo y merece contemplarse con detalle.

No parece para tanto, ¿verdad? De hecho, uno mira el rostro de San Juan Bautista y comprende que Verrocchio sea recordado como escultor, porque parece que al pobre San Juan le han hecho la cara a martillazos. Qué distinto de otras imágenes más delicadas como por ejemplo… como por ejemplo la del ángel que está de perfil, sin ir más lejos. Si es que no parece obra del mismo autor. Y con razón no lo parece. Es que no lo es.

Puede resultarnos extraño que un artista permita que otra persona haga añadidos a su obra, pero en la época era algo muy corriente: el maestro tenía un taller y frecuentemente acogía a algún aprendiz que se iniciaba en el oficio preparando la superficie para la pintura, mezclando colores, etc. Con el tiempo iba ganando práctica hasta que se le dejaba colaborar en alguna parte de poca importancia de alguna obra: podía pintar el fondo, por ejemplo, o alguna figura secundaria. El maestro supervisaba todo, naturalmente, y se reservaba las partes más importantes. Al fin y al cabo el cliente pagaba por una obra suya y no era cosa de arriesgar la propia reputación dejando que un aprendiz se hiciera cargo de los detalles más prominentes. Por eso, la cara y las manos de los personajes principales son siempre del maestro.

En este caso, Verrocchio tenía un aprendiz que por aquel entonces debía de haber cumplido los veinte años y estaba a punto de establecerse por su cuenta. Dicen que le había servido de modelo en algunas obras, como el David. Su habilidad estaba fuera de toda duda, de manera que Verrocchio le dejó hacerse cargo de aquel ángel, que era un personaje secundario (parece ser que el fondo del cuadro también es obra suya, pero eso no viene al caso). Vasari explica el resultado con toda claridad: “su discípulo, que entonces era un jovencito, pintó un ángel mejor que todas las otras cosas”. El discípulo se llamaba Leonardo, y creo que no hace falta que mencione que había nacido en Vinci, lugar que suele ocupar el puesto de su apellido.

Vasari asegura que tras ver el cuadro acabado comprendió que nunca podría llegar al nivel de su aprendiz, decidió dejar la pintura y dedicarse en exclusiva a lo que mejor sabía hacer. Leonardo, por su parte, adquirió fama universal y no sólo como pintor. Nos ha llegado un aforismo suyo que resulta muy significativo, a la vista de sus comienzos: “Mal alumno es el que no supera a su maestro”. Siempre he pensado que Leonardo tenía en mente a Verrocchio cuando lo escribió.

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El zapatazo de Fragonard

22 Jueves Feb 2018

Posted by ibadomar in Arte

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Arte, Disney, Fragonard, Pintura, Siglo XVIII, Wallace Collection

Llevo todo el mes de febrero buscando un argumento para un artículo. Me pasa a veces, pienso en cuál puede ser el tema sobre el que escribir, pero no se me ocurre nada. Dándole vueltas a mi falta de inspiración pensé que hay dos temas básicos en este blog: Historia por un lado y seguridad aérea por otro, pero a veces se cuelan motivos diferentes, como la Historia del Arte. Eso me dio la idea de revisar mis libros sobre la materia y así recordé un cuadro significativo, muy propio de una época muy concreta. Se trata de una obra típica de la pintura galante del Rococó francés.

Para estudiar las pinturas de los autores típicos del momento no hay nada como ponerse en situación viendo la película Las amistades peligrosas. De hacerlo, nos sumergiremos en un mundo de aristócratas libertinos, amoríos furtivos, o no tan furtivos, y placeres mundanos. ¿De verdad vivía así la decadente aristocracia francesa de la segunda mitad del siglo XVIII? La película se rodó a finales del siglo XX, pero la novela se publicó en 1782, así que es de suponer que su autor no exageraba demasiado.

En ese mundo es donde surgen artistas como Jean-Honoré Fragonard, autor de la obra protagonista de este artículo. Sus pinturas de temas clásicos y religiosos eran excelentes, pero la aristocracia de la época prefería pagar por otro tipo de obras, por lo que Fragonard decidió dedicarse a motivos más frívolos. Acertó de lleno, porque se convirtió en uno de los pintores de moda. Baste decir que Madame Du Barry, amante de Luis XV, le encargó una serie de cuadros con el argumento progreso del amor en el corazón de una joven.

Personalmente, mi cuadro preferido de Fragonard es El beso furtivo, que se conserva en el museo del Hermitage. Ver esta pintura, realizada en los últimos años de la década de 1780, muy poco antes de la Revolución Francesa, es uno de los motivos por los que tengo pendiente un viaje a San Petersburgo. Después de esta confesión, creo que es obligado presentar una imagen del cuadro:

Pero la obra que nos ocupa, la más célebre de su autor, es la conocida como El columpio. Cierto aristócrata deseaba un cuadro en el que se viera a su amante en un columpio movido por el impulso de un obispo mientras que él mismo ocuparía una posición que le permitiera contemplar las piernas de la dama. Se lo encargó a un pintor que sugirió que para una obra de ese tipo era mejor dirigirse a Fragonard, y éste aceptó la tarea, aunque hizo alguna modificación.

Esta imagen, como la anterior, está tomada de la web gallery of art, una página imprescindible para los amantes del arte. En ella vemos el resultado del encargo: el obispo ha sido sustituido por un caballero que se mantiene en penumbra (es inevitable pensar que se trata del marido de la dama en cuestión), pero aparte de eso, Fragonard cumplió perfectamente con la petición. En el cuadro, el patrón de Fragonard está cómodamente recostado tras unos arbustos que le protegen de la mirada del caballero que impulsa el columpio, en una posición perfecta para contemplar las piernas de la dama, que lejos de sorprenderse por la presencia del atrevido voyeur, le dirige una mirada cómplice. La estatua de Cupido, a la izquierda, parece recomendar discreción, pero hay un detalle, aparentemente trivial, que delata que los protagonistas están totalmente desatados: el zapato de la mujer, que sale volando impulsado por su entusiasmo.

Este cuadro, que se conserva en la Wallace Collection de Londres, se considera en la actualidad como un ejemplo perfecto del espíritu de la época. Fue realizado en 1767, veintidós años antes del inicio de la Revolución Francesa, con la que Francia vio la caída de aquella aristocracia decadente, amante del placer y el lujo, que había constituido la principal clientela de Fragonard. Su estilo rococó, además, quedó relegado por un neoclasicismo mucho más austero. No es de extrañar que Fragonard acabara sus días entre estrecheces económicas.

En la actualidad sin embargo, es un pintor bastante popular, hasta el punto de que me atrevería a decir que no hay niño que no haya visto alguna copia de este cuadro, aunque en versiones algo menos picantes y más adecuadas para la infancia. ¿Alguien cree que exagero? Echemos una ojeada a la versión de la obra de Fragonard hecha por la artista Lisa Keane para la película Tangled (Enredados) de Disney:

Está claro de dónde ha salido la inspiración, ¿verdad? A la Disney le debió de gustar la idea porque también aparece en Frozen en una escena en la que suena la canción For the first time in forever.

Reconozco que estas versiones me fascinan y las considero fundamentales para darles encanto a las películas. Se pierde la picardía del original, pero se conserva esa joie de vivre que da el mero hecho de columpiarse y dejarse llevar por el entusiasmo del vaivén hasta el punto de lanzar por los aires un zapato.

A pesar de todo me quedo con el original y, puestos a pensar en encajar el cuadro en una película, no puedo dejar de imaginar al vizconde de Valmont apostado entre los arbustos para espiar los encantos de su amada ¿Madame de Tourvel? No, de la marquesa de Mertueil. La recatada Madame de Tourvel habría sido incapaz de dejarse llevar por el entusiasmo hasta el punto de quedarse impúdicamente descalza. Definitivamente, nadie como Fragonard supo insinuar tanto con un zapatazo.

 

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Con los ojos del pasado

29 Domingo Oct 2017

Posted by ibadomar in Arte, Historia

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Adriano, Agripa, Apolodoro de Damasco, Arquitectura, Arte, Historia, Maison Carrée, Nimes, Panini, Panteón, Renacimiento, Roma, Urbano VIII

Hace mucho que no escribo sobre Historia del Arte, a pesar de que es una parte fascinante del estudio de la Historia en general. En este campo es habitual que las fuentes mencionen obras de arte perdidas, cuya fragilidad no ha permitido que sobrevivieran al paso de los siglos ni a las vicisitudes de los acontecimientos. La pintura en Grecia y Roma, por ejemplo, fue un arte muy apreciado pero sus obras se han perdido casi por completo, mientras que la escultura, menos considerada en aquella época, ha sobrevivido en parte.

Por razones obvias, quedan bastantes ejemplos de obras arquitectónicas de la antigüedad, aunque a menudo estén en estado de ruina. Algunas veces el edificio se conserva bien porque sigue en uso, aunque pueda adoptar una función distinta, como es el caso del que hablaré hoy. Pero por muy bien conservado que esté un edificio, por desgracia no podemos verlo con los ojos de sus contemporáneos. Quien hoy entra en una catedral gótica no se queda asombrado por la altura del edificio, como sí lo hacían los hombres del siglo XII. Y quien visite el Panteón de Roma podrá admirar la amplitud de la sala y la altura de su cúpula, pero no quedará atónito como sí lo haría un hipotético turista del siglo II. Y de eso trata este artículo, de mirar el Panteón con los ojos de quien lo contemplaba por primera vez en la Roma del Alto Imperio.

Al entrar en él, se encuentra uno bajo una enorme cúpula semiesférica que alcanza los 43 metros de altura y en la que se abre un óculo de 9 metros de diámetro. La cúpula es el remate de una gran sala circular de 43 metros de diámetro, y no podía ser de otra manera en la época, ya que en el siglo II aún no se conocían las pechinas y por tanto a los arquitectos les era imposible hacer una cúpula circular sobre una sala cuadrada. El recinto es grandioso, de esos sitios que no se pueden describir con palabras, así que en su lugar pondré imagenes, obtenidas de Wikipedia, cómo no. La primera es una reproducción de una obra de Panini, pintor del siglo XVIII.

Es una buena imagen de la cúpula, que además nos permite ver el interior del Panteón con apenas dos o tres docenas de personas en el recinto, lo que es poco habitual porque suele estar abarrotado de turistas. Puede que la imagen no sea la más adecuada para apreciar bien la forma circular de la estancia, así que veamos el edificio en planta. Observamos, no sólo la forma circular de la estancia principal sino también la existencia de un pórtico en la entrada.

Creo que se aquí sí se ve perfectamente la forma. Al edificio se entra subiendo unos escalones que llevan a un pórtico de columnas. Si se sube por el centro de la escalinata se accede al templo directamente, pero en los laterales se encuentran unas exedras que originalmente albergaban una estatua de Agripa y otra de Augusto. Este pórtico es importante porque en él radica la gran novedad que constituye el Panteón. Los templos de planta circular no eran desconocidos en Roma, aunque utilizar una cúpula para cubrirlos sí era novedoso, pero lo interesante es precisamente la forma de entrar en el edificio. Para entender las implicaciones hay que ver cómo era un templo típico romano, como por ejemplo el que se conserva magníficamente en Nimes, la Maison Carrée.

Bonito, ¿verdad? Es un caso típico de templo romano: rectangular, construido sobre un podio y con un pórtico de columnas en la parte delantera, a la que se accede subiendo una escalinata. En realidad bastaría con quitar la parte principal del edificio, dejando sólo el pórtico, y poner en su lugar un gran tambor para obtener algo parecido al Panteón, y precisamente aquí está el truco. Para verlo bien, observemos una maqueta que pretende recrear el edificio en su entorno original.

Y aquí está la gracia: el Panteón estaba al final de una plaza rectangular y el cuerpo cilíndrico quedaba prácticamente oculto a la vista del visitante, que no tenía más remedio que avanzar de frente sin ver los laterales. Subía la escalera, entraba y… ¡sorpresa! el interior no era rectangular sino circular. Y enorme. Y cubierto con una cúpula inmensa. Y en la cúpula, aquella abertura cenital que lo hacía tan luminoso… Y sin embargo, por fuera parecía un templo normal y corriente, pero por dentro era algo nunca visto.

Toda una genialidad proyectada a principios del siglo II, seguramente por Apolodoro de Damasco, por orden de Adriano para sustituir al Panteón original, que era un templo en honor a todos los dioses, construido a instancias de Agripa unos cien años antes, y que seguía el modelo convencional. El edificio tuvo la fortuna de ser transformado en iglesia en su momento, lo que lo protegió durante toda la Edad Media.

La paradoja es que la Iglesia protegió el edificio, pero fue un papa quien lo alteró sustancialmente. Maffeo Barberini, que tomó el nombre de Urbano VIII, retiró el bronce que cubría la cúpula para fundir los cañones del castillo de Sant’ Angelo. El expolio no pasó inadvertido y muestra de ello es una frase satírica aparecida en un pasquín de la época: Quod non fecerunt barbari fecerunt Barberini (lo que no hicieron los bárbaros lo han hecho los Barberini). Sátira y denuncia en apenas 44 caracteres. Y creíamos que en el siglo XVII no existía Twitter.

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