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Los motivos de Stede Bonnet

02 lunes Dic 2013

Posted by ibadomar in Historia, Piratería

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Bonnet, Corsarios, Guerra de Sucesión, Historia, Jolly Roger, Piratas, Siglo XVIII, Teach

Hace bastante tiempo que no dedico un artículo a los piratas, esos habituales de este blog. La última vez que hablé de uno de ellos, en concreto de Barbanegra, mencioné a un capitán pirata llamado Stede Bonnet y prometí que en otra ocasión mencionaría su historia y los peculiares motivos que le llevaron a dedicarse a la piratería. Fue uno de los muchos capitanes que se adentraron en este negocio en la segunda década del siglo XVIII, y eso es tanto como decir que nuestra principal fuente es la Historia general de la piratería escrita por el Capitán Charles Johnson, nombre bajo el que muchos creen que se oculta Daniel Defoe.

La Guerra de Sucesión había impulsado las acciones de los corsarios, con el consiguiente aumento de la piratería una vez terminada la contienda. Sin embargo Stede Bonnet no fue uno de esos corsarios que más tarde prosiguieron su carrera de marinos como piratas, sino que se inició en la piratería directamente y para sorpresa de todos los que podían conocerle, puesto que era un caballero de buena reputación, había recibido una educación humanista, o al menos eso hizo constar el juez en su sentencia, y además era un hombre acaudalado. Puede que no tuviera una gran fortuna, pero desde luego poseía propiedades en Barbados, de donde era originario.

Con estos antecedentes, y teniendo en cuenta que no entendía de marinería, cuesta entender que el respetable señor Bonnet decidiera hacerse pirata, a no ser que se hubiera trastornado, como pensaron muchos que le conocían. El nuevo pirata era tan heterodoxo que utilizó un método muy poco convencional entre los de su nuevo oficio para hacerse con un barco y una tripulación: compró una balandra, a la que llamó Revenge, la armó con diez cañones y contrató a setenta hombres. En cualquier otro barco pirata el capitán era el primero entre iguales y se ganaba por puro carisma el respeto de una tripulación que contaba con él para dirigir la empresa de conseguir un buen botín, que era todo su beneficio; pero Stede Bonnet no actuaba así, él… ¡pagaba un salario! Quizás pensaba que así sus marineros se considerarían simples trabajadores a su servicio y obtendría como patrono el respeto que no podía ganarse como capitán. No lo consiguió, porque al no tener experiencia en el mar necesitaba confiar en sus oficiales para todo lo relacionado con el barco.

El caso es que en la primavera de 1717 el capitán Bonnet andaba pirateando por las aguas de la costa atlántica de lo que hoy son los Estados Unidos. Al no tener el carisma suficiente para imponerse a su tripulación la situación era un tanto caótica porque no era fácil tomar decisiones tan simples como la de hacia qué lugar dirigirse. Debió de ser un alivio para la tripulación encontrarse con Edward Teach, más conocido como Barbanegra y que los dos piratas llegaran a un acuerdo. Teach sí era un pirata de la cabeza a los pies: brutal, intrépido y excelente marino. Para empezar, Teach decidió que había que mejorar el mando de la Revenge y puso como capitán a un tal Richards, uno de sus hombres, mientras que Bonnet pasó a ser un «invitado» de Barbanegra.

El capitán Bonnet, apartado del mando de su propio barco, se sumió entonces en un estado melancólico en el que, deprimido, hablaba de cambiar de vida y emigrar a España o Portugal, lugares donde nadie le conocería. No parece que quisiera regresar a Barbados, a su casa, y reemprender su vida de terrateniente. Tampoco tiene nada de extraño puesto que eso significaría volver a una existencia de la que quería escapar. Bueno, puede que no le importara tanto regresar si no fuera porque… porque… en fin, digámoslo ya. Stede Bonnet tenía un motivo poderoso para hacerse a la mar como pirata: escapar de su mujer. Como suena. Al parecer no podía soportarla y odiaba especialmente su lengua viperina. Con estos motivos ¿a quién le extraña que su carrera como hombre violento y sin escrúpulos no terminara de arrancar?

Como ya conté en su momento, Barbanegra abandonó a sus hombres para acogerse a un perdón real y eso convirtió a Bonnet de nuevo en el patrón de su propio barco. Decidió acogerse también al perdón real y lo obtuvo. Por aquel entonces España intentaba intervenir de nuevo en sus perdidas posesiones italianas, lo que llevó a una breve guerra que Bonnet pensó en aprovechar dirigiéndose a la isla de Saint Thomas, en donde pensaba obtener una patente de corso para operar contra buques españoles. De camino encontró a 17 hombres abandonados por Barbanegra en un islote, que se le unieron. Cuando tuvo noticias de por dónde andaba su antiguo «socio», Bonnet quiso buscarle para ajustar cuentas pendientes, pero no lo encontró, lo que probablemente fue una suerte para él.

Puede que Bonnet siguiera con sus proyectos de hacerse corsario, pero para entonces estaba escaso de provisiones y empezó a «comerciar» con otros barcos: a uno le quitó unos barriles de carne de cerdo, aunque le dio a cambio unos toneles de arroz para que no se le acusara de pirata. Pero pronto volvió definitivamente a las andadas propias del oficio, sólo que ahora se hacía llamar capitán Thomas en un intento de que no se revocara el perdón del rey, y de paso cambió el nombre del Revenge y lo llamó Royal James. Con un nombre u otro, la balandra empezaba a acusar los meses pasados en el agua y Bonnet entró en un río con la intención de limpiar el casco y hacer reparaciones. Su presencia no pasó inadvertida para los colonos de Carolina del Sur y pronto dos balandras de 8 cañones capitaneadas por un tal coronel Rhet salían en su busca.

El encuentro fue violento: doce hombres muertos y dieciocho heridos en las dos balandras perseguidoras y siete muertos y cinco heridos entre los piratas, que finalmente se rindieron y fueron conducidos a Charleston. Sin embargo Bonnet consiguió escapar junto con uno de sus hombres, bien fuera por astucia o por soborno. El mismo coronel Rhet fue quien se hizo cargo de la persecución y logró capturar a Bonnet de nuevo. El pirata que se había fugado con él murió en el tiroteo que precedió a la captura.

A Bonnet y sus hombres se les juzgó por dos de los delitos de piratería que habían cometido. En la sentencia el juez mencionaba, además de sus delitos como pirata, la muerte de los dieciocho hombres que habían caído de entre sus perseguidores, lo que bastaba para su condena a muerte. Bonnet se derrumbó cuando conoció su destino e intentó conseguir una clemencia que quizás habría alcanzado de no ser por su fuga de Charleston, que hacía difícil creer en su arrepentimiento. No obstante, el gobernador escuchó a los amigos de Bonnet, que proponían enviarlo a Inglaterra para apelar ante el rey, e incluso el coronel Rhet en persona se ofreció a llevarlo. Pero finalmente el viaje no se llevó a cabo: simplemente era tan poco probable obtener un perdón en Inglaterra como en las colonias y sus amigos juzgaron que era absurdo perder el tiempo y el dinero en una causa sin ninguna esperanza. Bonnet fue ahorcado en diciembre de 1718.

No sabemos realmente si su carrera fue tan desastrosa como hacían prever sus inicios. Johnson menciona su falta de competencia en el mar antes del encuentro con Barbanegra, pero no menciona nada más sobre el tema después de que se «disolviera» la sociedad, así que es posible que Bonnet sí llegara a aprender el oficio y a actuar como un capitán pirata competente. Con unos motivos peculiares para hacerse a la mar, eso sí.

De Bonnet sabemos que también tenía su propia bandera, pero no cómo era exactamente. Tradicionalmente se representa con un hueso horizontal, un puñal y un corazón, pero no es seguro que la enseña fuera así. No es el caso de otros piratas más ortodoxos, como Bart Roberts o Jack Rackham, de los que sí conocemos con precisión el diseño de sus banderas, pero ésa… ésa es otra historia.

StedeBonnet

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Barbanegra

13 lunes May 2013

Posted by ibadomar in Historia, Piratería

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Archiduque Carlos, Carlos II, Corrupción, Corsarios, Felipe V, Guerra de Sucesión, Historia, Jolly Roger, Jorge I, Luis XIV, Piratas, Siglo XVIII, Teach

Desde hace meses no dejan de aparecer noticias sobre corrupción política. El día en el que no hay una noticia sobre financiación irregular de partidos, toman el relevo los EREs fraudulentos. A estas alturas ha quedado demostrado que cuando se ocupa una posición de cierta relevancia se accede a la posibilidad de enriquecerse utilizando la influencia propia del cargo y sólo falta que aparezca un pirata dispuesto a compartir los beneficios de alguna empresa turbia para que asome la tentación de dejarse corromper. Y ya que hemos mencionado la palabra «pirata», vamos a retomar un tema que hace cerca de seis meses que no asoma por aquí: el de la piratería, en este caso ligada a la corrupción de un cargo político. Nos guiará uno de los más célebres y pintorescos personajes que hayan surcado los mares bajo una bandera negra: Edward Teach, también conocido como Blackbeard, Barbanegra.

En los primeros años del siglo XVIII Europa entera se vio envuelta en la Guerra de Sucesión Española, que enfrentaba a los partidarios de Felipe V de Borbón con los del Archiduque Carlos. El testamento de Carlos II, que murió sin descendencia, dejaba como heredero a un nieto de Luis XIV de Francia. Varias potencias europeas percibieron como una amenaza el que una España que pese a su decadencia conservaba los inmensos recursos de su imperio americano, se viera ligada por lazos de familia al Rey Sol y su agresiva política. La guerra no tardó en estallar e involucró, como era de esperar, a las posesiones europeas en el Nuevo Mundo. Las patentes de corso para atacar el comercio marítimo de los países enemigos se expedían alegremente y el resultado, cuando acabó la guerra, fue que había un gran número de corsarios cuya adaptación a los tiempos de paz era complicada. Muchos de ellos siguieron con su actividad, pero sin estar ya legalmente protegidos por sus patentes. En otras palabras, abandonaron el corso para dedicarse a la piratería, aprovechando que la línea que separa ambas actividades es, como ya vimos en otro artículo, bastante fina.

Uno de esos corsarios era Edward Teach. En 1716 lo encontramos navegando a las órdenes del pirata Benjamin Hornigold, que debió de ver buenas cualidades en él, puesto que le dio el mando de una balandra. Las balandras eran barcos ligeros, de un solo palo, rápidos, muy apropiados para la piratería, ya que en esta actividad la potencia de fuego no es tan importante como la velocidad. Un pirata necesita un navío veloz para dar caza a una presa poco o nada armada y para huir en caso de topar con un buque de guerra. A Teach no le debió de parecer un barco lo bastante imponente porque cuando un año después él y Hornigold capturaron un gran buque francés, Teach lo adoptó como propio, lo armó con 40 cañones y le puso el sonoro nombre de Queen Anne’s Revenge. En aquel mismo año de 1717 Hornigold se acogió a un perdón real (hoy lo llamaríamos una amnistía) con el que el rey Jorge I de Gran Bretaña pretendía atajar el problema de la piratería americana.

BlackbeardQue a Teach le gustaba impresionar al adversario era evidente y no sólo por la elección de su barco. Su apodo (Blackbeard, Barbanegra) le venía de su larga barba que él retorcía en coletas sujetas con cintas. En combate llevaba tres pares de pistolas y se adornaba el sombrero con mechas encendidas, lo que le daba un aspecto demoníaco. Su bandera representaba a un esqueleto que, mientras alanceaba un corazón que salpicaba tres gotas de sangre, sostenía en la otra mano un reloj de arena, motivo éste del reloj que, según comenté en otro artículo, no era raro en las banderas piratas.

La apariencia fiera de Teach era más que una pose. Lo demostró cuando se enfrentó a un buque de guerra de 30 cañones, el Scarborough, y le obligó a retirarse. Pero no sólo era peligroso para sus enemigos: en una ocasión estaba bebiendo con dos de sus hombres cuando se le ocurrió amartillar dos pistolas, soplar las velas y, ya a oscuras, disparar cruzando los brazos. Uno de los tiros se perdió, pero el otro dejó cojo a uno de los piratas. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho, Teach se limitó a decir que si no mataba a alguien de vez en cuando pronto se olvidarían de quién era. Otra de sus ocurrencias fue la de jugar a ver quién resistía más en el infierno: para ello se encerró en la bodega con dos o tres de sus hombres, cerraron las escotillas, llenaron ollas de azufre y les prendieron fuego. Sólo cuando sus rivales no pudieron aguantar más y pidieron aire abrió Teach la escotilla, muy contento de haber ganado.

La mayor empresa de Barbanegra fue el bloqueo de Charleston. Por aquel entonces Teach navegaba en el Queen Anne’s Revenge y había reunido toda una escuadra de hasta ocho barcos apresados. La flota fondeó frente a Charleston, de manera que era prácticamente imposible entrar o salir del puerto sin toparse con los piratas. Teach envió a algunos de sus hombres a tierra en busca de medicinas amenazando con matar a los rehenes tomados durante el bloqueo si no se salía con la suya. Los habitantes de Charleston no tuvieron más remedio que ceder a las exigencias del pirata. Hubo momentos de gran tensión puesto que los embajadores de Teach hicieron las cosas a su manera y su retraso en regresar a bordo hizo pensar al pirata en una traición. Hay que decir que una vez que le entregaron lo que pedía, Teach hizo honor a su palabra y dejó marchar a sus prisioneros, naturalmente después de haberles robado todo lo que llevaban de valor.

TeachTeach estaba en la cima de su carrera. Dirigía su propia flota, formada en aquel momento por su propio barco y otras tres balandras (no he logrado saber qué ocurrió con los otros cuatro que habían participado en el bloqueo de Charleston), y había logrado todo lo que podía lograr un pirata. Empezó a pensar en si merecía la pena continuar o había llegado la hora de retirarse y disfrutar de lo ganado. Claro que si uno considera la posibilidad de disfrutar de todo lo ganado y no tener que repartir el botín la idea es aún más atractiva. De manera que Teach embarrancó accidentalmente cuando entraba en una ensenada a limpiar fondos. Pidió ayuda a los otros barcos, se las arregló para que embarrancaran dos de las balandras y él se fue en la tercera con 40 hombres dejando allí al resto. Los 40 elegidos debieron de considerar muy provechosa la jugarreta, hasta que Teach abandonó a otros 17 en un islote perdido donde estuvieron a punto de morir. Barbanegra en cambio se fue a Bath-Town en Carolina del Norte y se entregó al gobernador, un tal Charles Eden, para acogerse al perdón real, que todavía estaba en vigor. Eden y Teach se hicieron muy amigos y aquí es donde entra en escena la corrupción política, porque ser amigo del gobernador le permitió al antiguo pirata mantener la propiedad de su barco: una balandra que había pertenecido a unos mercaderes ingleses, pero que le fue adjudicada como presa legítima tomada a los españoles.

Así que en junio de 1718 Teach aparentemente sentaba cabeza en Carolina del Norte. Incluso se casó, aunque según se cuenta, su esposa, que apenas tenía 16 años, era la número 14 de las esposas del antiguo pirata, de las que 12 aún vivían. Parece ser que Teach le dio bastante mala vida, o eso se deduce de las palabras de su biógrafo, que asegura que cuando Barbanegra pasaba la noche con ella solía invitar a los amigotes a participar de la fiesta. Teach estaba hecho para piratear y no para la vida hogareña y así, apenas recibido el perdón, volvió a sus antiguas actividades y capturó un barco francés, a cuyos tripulantes pasó a un segundo buque que también había tomado. Al regresar a Carolina del Norte juró que había encontrado el barco abandonado en alta mar y le fue adjudicada su posesión por el gobernador Eden, que recibió a cambio 60 toneles de azúcar, mientras que otros 20 fueron a parar a su secretario.

Las actividades de Teach hicieron que la navegación por el río se volviera insegura, puesto que ahora se dedicaba al comercio fluvial. Los plantadores, hartos de aquella amenaza decidieron acudir al gobernador, pero no al de Carolina del Norte, del que tenían demasiadas referencias, sino al de Virginia. Esto podía crear un embrollo legal, pero de momento consiguieron que a un tal teniente Maynard se le diese el mando de dos balandras con la correspondiente gente de armas, aunque ninguno de los dos barcos portaba cañones. Maynard partió en busca de Barbanegra y lo encontró, vaya si lo encontró. Era el 22 de noviembre de 1718.

La batalla debió de ser digna de verse. Maynard no tenía artillería y la primera andanada de Teach estuvo a punto de acabar con la expedición, pero el teniente debía de ser un hombre de muchos arrestos y no se arredró. La pelea se resolvió cuando Barbanegra y 14 piratas abordaron la balandra de Maynard y se enfrentaron cuerpo a cuerpo con el teniente y sus hombres. La lucha quedó decidida cuando Barbanegra cayó mortalmente herido. Veinticinco heridas, cinco de ellas de pistola, habían sido necesarias para derribar al pirata.

Maynard le cortó la cabeza, adornó con ella el bauprés de su barco y se dirigió a Bath-Town, en donde su primera medida fue confiscar los famosos 60 toneles de azúcar del gobernador Eden, puesto que en el barco del pirata había encontrado cartas muy comprometedoras para el gobernador y varios respetables comerciantes de Nueva York. De los 15 piratas capturados en la refriega 13 fueron ahorcados, pero antes contaron una curiosa historia: aseguraban que mientras navegaban con Teach en el Queen Anne’s Revenge a veces veían entre la tripulación a un hombre al que nadie conocía y que desapareció para siempre poco antes del naufragio del barco. Ellos estaban convencidos de que era el diablo.

La corrupción política es igual en todas las épocas y así lo demuestra que el gobernador Eden, aunque vio su reputación manchada, no sufrió ningún perjuicio grave. Este gobernador no sólo trató con Barbanegra sino que también conoció en su momento a otros piratas como Stede Bonnet, que estuvo brevemente asociado con Barbanegra y fue uno de los abandonados cuando el naufragio del Queen Anne’s Revenge. El caso de Bonnet es uno de los más extraños que se conocen, puesto que era un hombre acaudalado, cuyos motivos para hacerse pirata eran bastante extravagantes, pero ésa… ésa es otra historia.

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La realidad y el capitán Kidd

18 jueves Oct 2012

Posted by ibadomar in Historia, Piratería

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Corrupción, Corsarios, Historia, Kidd, Piratas, Siglo XVII

Ah, la realidad, qué testaruda es. Tiene la manía de imponerse y sólo las personas con mucho poder de convicción sobre los demás son capaces de moldearla a su gusto y aun así, normalmente, por poco tiempo. Otros, los más, se conforman con adaptarse a ella, pero a menudo lo hacen a disgusto y la culpan de sus propios fracasos. En esto pensaba yo cuando hace poco toda la prensa española se hacía eco de las palabras del actual presidente del gobierno, que se quejaba de que la realidad le impedía cumplir con su programa electoral. La realidad, esa pérfida, nada menos. Pero no voy a hablar de Mariano Rajoy, aunque me diera la idea para este artículo, sino de alguien que tuvo un problema similar: no supo calibrar sus fuerzas y se embarcó en algo que le venía muy grande. Naturalmente, la realidad le dio un disgusto tras otro hasta conducirle al disgusto final.

Será un placer contar su historia, porque hace tiempo que ni piratas ni corsarios, gremio al que pertenecía nuestro hombre, aparecen por este blog. Una vergüenza para un sitio que ostenta el nombre de una isla que fue refugio de algunos de estos insignes marinos. No está muy claro si nuestro invitado de hoy fue pirata o corsario (os recuerdo que ya en su día publiqué un artículo sobre las diferencias entre ambos), pero en cualquier caso su fama ha traspasado los siglos de tal modo que incluso se hizo una película sobre él en 1945, muy poco rigurosa por cierto. Estoy hablando del caballero cuyo retrato vemos a la derecha, el capitán William Kidd.

Kidd era un escocés que había tenido cierto éxito como corsario a finales del siglo XVII, cuando navegaba bajo una patente que le permitía atacar buques franceses. Sin embargo no debía de tener muchas dotes de liderazgo puesto que una noche en que él estaba en tierra, sus hombres, dirigidos por un tal Culliford, decidieron irse con el barco dejándole abandonado. Kidd consiguió el mando de otra nave con la que perseguir a los amotinados, pero sin éxito. Sin embargo la suerte no parecía haberle dado completamente la espalda, al menos por el momento, puesto que poco después de estos sucesos recalaba en Nueva York, donde en 1691 se casaría con una joven y acaudalada mujer apenas unos días después de que ella enviudara por segunda vez, lo que dio mucho que pensar. Pero como no había pruebas de que el marido de ella hubiese recibido ayuda para su viaje al otro mundo no hubo consecuencias para la pareja y durante los siguientes años William Kidd y su esposa llevaron una plácida y próspera existencia.

Pero la vida tranquila tocaba a su fin. La desgracia de Kidd fue encontrarse con personajes influyentes como Robert Livingston y el gobernador de Nueva York, Massachussets y New Hampshire, Lord Bellomont, que tenían una idea genial para hacer negocio: se trataba de armar un barco que navegaría bajo patente de corso inglesa con el encargo de acabar con determinados piratas y de hostigar el comercio francés, puesto que ambos países estaban en guerra. En la empresa participaban las personas más poderosas del reino, como el Primer Lord del Almirantazgo o el Secretario de Estado y sólo hacía falta un capitán de confianza para el barco. Es difícil decir que no a una oferta de ese calibre hecha por personas de tanta influencia, así que Kidd, con sus patentes de corso, se embarcó en una galera llamada Adventure. Un tipo de barco poco común en la navegación oceánica, pero muy útil en el combate al estar provisto de remos, que le daban una maniobrabilidad que no tenían los buques cuya propulsión dependía exclusivamente de las velas. Es importante, y por eso lo subrayo, recordar que la patente sólo le daba permiso para enfrentarse a piratas y para apoderarse de barcos franceses.

Pronto se hizo evidente que la empresa estaba gafada. Es difícil que las cosas vayan bien en un barco cuando la tripulación no es demasiado… recomendable. La de Kidd resultó no serlo, pero tampoco las circunstancias, esas piezas que conforman la terca realidad, ayudaban. El buque se dirigió en 1696 a Madagascar en busca de piratas a los que apresar, pero se encontró con que no había nadie en los lugares habituales de refugio. Para colmo, durante la travesía Kidd tuvo un roce con un escuadrón de barcos británicos. He leído dos versiones diferentes del motivo del desacuerdo entre Kidd y el comandante de los navíos ingleses, pero ambas coinciden en que Kidd, temiendo que le obligaran a ceder algunos de sus hombres a la Marina, decidió huir durante la noche, lo que le convirtió en un sujeto sospechoso.

Así que tenemos a Kidd y su Adventure en mitad del Océano Índico sin haber logrado su objetivo de capturar piratas ni haber tomado ningún mercante francés, visto con suspicacia por la Marina inglesa y con una tripulación poco de fiar a la que no se le paga por la sencilla razón de que no hay botín. Poco después un informe dijo que su barco había intentado atacar un convoy indio, pero que fue repelido. ¿Habia decidido Kidd pasarse a la piratería? Puede que sí y ciertamente empezaba a tener reputación de pirata, pero si realmente había decidido abandonar la ley… ¿cómo explicar su discusión con el artillero Moore? Éste le recriminó que no atacaran a un buque holandés que habían avistado, lo que habría supuesto violar los términos de la patente de corso, y le acusó de arruinar a todos. Aquello empezaba a parecerse a un conato de motín y Kidd lo cortó de cuajo estampándole a Moore un cubo en la cabeza que le causó la muerte al día siguiente por fractura de cráneo. Las cosas iban de mal en peor.

A finales de 1697 Kidd consiguió al fin una presa: un barco que navegaba bajo pabellón de Francia, lo que confirmó el salvoconducto francés del que se apoderó el corsario al abordar el barco. La carga era de poca importancia, pero era un principio. ¿Estaba cambiando su suerte? Parecía que sí porque poco después llegó el premio gordo: el mercante Quedah, de cerca de 400 toneladas y cargado con oro, sedas, joyas… el sueño de un corsario si no fuera porque la situación legal era complicada: el buque era indio y el capitán inglés, pero tenían un salvoconducto francés y eso les convertía, según Kidd, en una presa legítima. Los corsarios se dirigieron entonces a la Isla de Santa María, junto a Madagascar, donde fueron a coincidir con un viejo conocido de Kidd: el capitán Culliford, aquél que le había robado el barco años antes y que ahora se dedicaba a la piratería.

Lo que ocurrió entonces no está claro: Kidd dijo que buena parte de sus hombres desertaron para unirse a Culliford y por eso no pudo apresarlo, como exigía su patente contra los piratas, mientras que otros alegaron que Kidd y Culliford, tan pirata uno como otro, decidieron echar pelillos a la mar. Lo que es seguro es que la tripulación de Kidd, excepto 15 hombres, se quedó con Culliford mientras su capitán volvía a casa a bordo del Quedah para encontrarse a medio camino con la noticia de que se le buscaba por piratería. Nuestro hombre decidió entonces continuar su regreso muy discretamente y ponerse en contacto con Lord Bellomont por medio de un abogado y hacerle llegar así su versión con la esperanza de salir del apuro. Bellomont fingió creerle y en cuanto tuvo ocasión lo hizo apresar y enviar a Londres para ser juzgado.

Entonces fue cuando Kidd pudo comprender lo que significa, en el mundo de la tozuda realidad, tratar con los poderosos. Sus socios, aquellos hombres tan bien situados en el gobierno, no estaban dispuestos a arriesgar sus carreras políticas involucrándose en el mayúsculo escándalo que podía significar el reconocer que financiaban la carrera delictiva de un presunto pirata. Kidd se tuvo que enfrentar no sólo a varios delitos de piratería sino también a uno de asesinato por la muerte del artillero Moore. Él se defendió alegando que estaba protegido por su patente de corso, que se había visto forzado a situaciones muy difíciles por su tripulación y que los testimonios contra él eran de gente perjura. No dijo nada en contra de sus influyentes socios, quizás esperando que le pudieran sacar del aprieto. En cuanto a los salvoconductos franceses de los dos barcos apresados por Kidd, que le podían permitir alegar que eran presas legítimas, el corsario aseguraba habérselos entregado a su abogado para que se los diera a Lord Bellomont, pero éste acababa de morir y los papeles no aparecieron por ninguna parte.

Kidd fue condenado a muerte y ejecutado el 23 de Mayo de 1701. Hasta para eso tuvo mala suerte, puesto que tuvieron que ahorcarlo dos veces, ya que en el primer intento se rompió la cuerda para regocijo de los espectadores. Al menos él no se enteró muy bien de lo que pasaba porque aquella mañana le dieron tanto ron que estaba totalmente borracho cuando le llevaron al patíbulo. Su cadáver fue embreado y colgado en una jaula para escarmiento público y así permaneció durante varios años.

Si Kidd hubiera sido más prudente no habría aceptado el peligroso negocio en el que lo embarcaron, si hubiese sido más honesto habría reconocido su fracaso aceptando el regreso y la ruina, pero sin ser sospechoso de piratería y si hubiese sido menos confiado se habría vuelto al Índico como pirata tan pronto como supo que le andaban buscando. Pero creyó que podría manejar la situación y al final la realidad, esa testaruda, se impuso.

Por último, nos queda una duda: ¿fue Kidd un pirata o una víctima de las circunstancias? ¿Hasta qué punto decía la verdad cuando juraba que se había visto acorralado por su tripulación y que se había limitado a tomar dos presas legítimas? Al fin y al cabo en el juicio no aparecieron los salvoconductos franceses de los dos barcos que Kidd había apresado. ¿Existían de verdad esos documentos? Y la respuesta es… ¡Sí! Aparecieron a principios del siglo XX, con más de 300 años de retraso para Kidd. No está claro que le hubiesen exculpado y aun de haberlo hecho quedaba la acusación de asesinato por la muerte de Moore, pero ahora sabemos con certeza que en el juicio se jugó sucio.

Si el capitán Kidd se hizo tan conocido no fue por sus hazañas como pirata sino porque durante mucho tiempo se podía ver su cadaver sobre el Támesis, de manera que los marinos que llegaban a Londres tenían una macabra advertencia del destino que aguardaba a quienes se lanzaran a la piratería. También contribuyó a su fama el que varias veces intentara negociar utilizando una supuesta fortuna que aseguraba haber escondido y que ha alimentado la imaginación de muchos buscadores de tesoros. Sin embargo en los méritos de su carrera como pirata Kidd no era rival para hombres como Edward Teach, el célebre Barbanegra, o el gran Bartholomew Roberts pero ésa… ésa es otra historia.

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