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Desde hace meses no dejan de aparecer noticias sobre corrupción política. El día en el que no hay una noticia sobre financiación irregular de partidos, toman el relevo los EREs fraudulentos. A estas alturas ha quedado demostrado que cuando se ocupa una posición de cierta relevancia se accede a la posibilidad de enriquecerse utilizando la influencia propia del cargo y sólo falta que aparezca un pirata dispuesto a compartir los beneficios de alguna empresa turbia para que asome la tentación de dejarse corromper. Y ya que hemos mencionado la palabra «pirata», vamos a retomar un tema que hace cerca de seis meses que no asoma por aquí: el de la piratería, en este caso ligada a la corrupción de un cargo político. Nos guiará uno de los más célebres y pintorescos personajes que hayan surcado los mares bajo una bandera negra: Edward Teach, también conocido como Blackbeard, Barbanegra.

En los primeros años del siglo XVIII Europa entera se vio envuelta en la Guerra de Sucesión Española, que enfrentaba a los partidarios de Felipe V de Borbón con los del Archiduque Carlos. El testamento de Carlos II, que murió sin descendencia, dejaba como heredero a un nieto de Luis XIV de Francia. Varias potencias europeas percibieron como una amenaza el que una España que pese a su decadencia conservaba los inmensos recursos de su imperio americano, se viera ligada por lazos de familia al Rey Sol y su agresiva política. La guerra no tardó en estallar e involucró, como era de esperar, a las posesiones europeas en el Nuevo Mundo. Las patentes de corso para atacar el comercio marítimo de los países enemigos se expedían alegremente y el resultado, cuando acabó la guerra, fue que había un gran número de corsarios cuya adaptación a los tiempos de paz era complicada. Muchos de ellos siguieron con su actividad, pero sin estar ya legalmente protegidos por sus patentes. En otras palabras, abandonaron el corso para dedicarse a la piratería, aprovechando que la línea que separa ambas actividades es, como ya vimos en otro artículo, bastante fina.

Uno de esos corsarios era Edward Teach. En 1716 lo encontramos navegando a las órdenes del pirata Benjamin Hornigold, que debió de ver buenas cualidades en él, puesto que le dio el mando de una balandra. Las balandras eran barcos ligeros, de un solo palo, rápidos, muy apropiados para la piratería, ya que en esta actividad la potencia de fuego no es tan importante como la velocidad. Un pirata necesita un navío veloz para dar caza a una presa poco o nada armada y para huir en caso de topar con un buque de guerra. A Teach no le debió de parecer un barco lo bastante imponente porque cuando un año después él y Hornigold capturaron un gran buque francés, Teach lo adoptó como propio, lo armó con 40 cañones y le puso el sonoro nombre de Queen Anne’s Revenge. En aquel mismo año de 1717 Hornigold se acogió a un perdón real (hoy lo llamaríamos una amnistía) con el que el rey Jorge I de Gran Bretaña pretendía atajar el problema de la piratería americana.

BlackbeardQue a Teach le gustaba impresionar al adversario era evidente y no sólo por la elección de su barco. Su apodo (Blackbeard, Barbanegra) le venía de su larga barba que él retorcía en coletas sujetas con cintas. En combate llevaba tres pares de pistolas y se adornaba el sombrero con mechas encendidas, lo que le daba un aspecto demoníaco. Su bandera representaba a un esqueleto que, mientras alanceaba un corazón que salpicaba tres gotas de sangre, sostenía en la otra mano un reloj de arena, motivo éste del reloj que, según comenté en otro artículo, no era raro en las banderas piratas.

La apariencia fiera de Teach era más que una pose. Lo demostró cuando se enfrentó a un buque de guerra de 30 cañones, el Scarborough, y le obligó a retirarse. Pero no sólo era peligroso para sus enemigos: en una ocasión estaba bebiendo con dos de sus hombres cuando se le ocurrió amartillar dos pistolas, soplar las velas y, ya a oscuras, disparar cruzando los brazos. Uno de los tiros se perdió, pero el otro dejó cojo a uno de los piratas. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho, Teach se limitó a decir que si no mataba a alguien de vez en cuando pronto se olvidarían de quién era. Otra de sus ocurrencias fue la de jugar a ver quién resistía más en el infierno: para ello se encerró en la bodega con dos o tres de sus hombres, cerraron las escotillas, llenaron ollas de azufre y les prendieron fuego. Sólo cuando sus rivales no pudieron aguantar más y pidieron aire abrió Teach la escotilla, muy contento de haber ganado.

La mayor empresa de Barbanegra fue el bloqueo de Charleston. Por aquel entonces Teach navegaba en el Queen Anne’s Revenge y había reunido toda una escuadra de hasta ocho barcos apresados. La flota fondeó frente a Charleston, de manera que era prácticamente imposible entrar o salir del puerto sin toparse con los piratas. Teach envió a algunos de sus hombres a tierra en busca de medicinas amenazando con matar a los rehenes tomados durante el bloqueo si no se salía con la suya. Los habitantes de Charleston no tuvieron más remedio que ceder a las exigencias del pirata. Hubo momentos de gran tensión puesto que los embajadores de Teach hicieron las cosas a su manera y su retraso en regresar a bordo hizo pensar al pirata en una traición. Hay que decir que una vez que le entregaron lo que pedía, Teach hizo honor a su palabra y dejó marchar a sus prisioneros, naturalmente después de haberles robado todo lo que llevaban de valor.

TeachTeach estaba en la cima de su carrera. Dirigía su propia flota, formada en aquel momento por su propio barco y otras tres balandras (no he logrado saber qué ocurrió con los otros cuatro que habían participado en el bloqueo de Charleston), y había logrado todo lo que podía lograr un pirata. Empezó a pensar en si merecía la pena continuar o había llegado la hora de retirarse y disfrutar de lo ganado. Claro que si uno considera la posibilidad de disfrutar de todo lo ganado y no tener que repartir el botín la idea es aún más atractiva. De manera que Teach embarrancó accidentalmente cuando entraba en una ensenada a limpiar fondos. Pidió ayuda a los otros barcos, se las arregló para que embarrancaran dos de las balandras y él se fue en la tercera con 40 hombres dejando allí al resto. Los 40 elegidos debieron de considerar muy provechosa la jugarreta, hasta que Teach abandonó a otros 17 en un islote perdido donde estuvieron a punto de morir. Barbanegra en cambio se fue a Bath-Town en Carolina del Norte y se entregó al gobernador, un tal Charles Eden, para acogerse al perdón real, que todavía estaba en vigor. Eden y Teach se hicieron muy amigos y aquí es donde entra en escena la corrupción política, porque ser amigo del gobernador le permitió al antiguo pirata mantener la propiedad de su barco: una balandra que había pertenecido a unos mercaderes ingleses, pero que le fue adjudicada como presa legítima tomada a los españoles.

Así que en junio de 1718 Teach aparentemente sentaba cabeza en Carolina del Norte. Incluso se casó, aunque según se cuenta, su esposa, que apenas tenía 16 años, era la número 14 de las esposas del antiguo pirata, de las que 12 aún vivían. Parece ser que Teach le dio bastante mala vida, o eso se deduce de las palabras de su biógrafo, que asegura que cuando Barbanegra pasaba la noche con ella solía invitar a los amigotes a participar de la fiesta. Teach estaba hecho para piratear y no para la vida hogareña y así, apenas recibido el perdón, volvió a sus antiguas actividades y capturó un barco francés, a cuyos tripulantes pasó a un segundo buque que también había tomado. Al regresar a Carolina del Norte juró que había encontrado el barco abandonado en alta mar y le fue adjudicada su posesión por el gobernador Eden, que recibió a cambio 60 toneles de azúcar, mientras que otros 20 fueron a parar a su secretario.

Las actividades de Teach hicieron que la navegación por el río se volviera insegura, puesto que ahora se dedicaba al comercio fluvial. Los plantadores, hartos de aquella amenaza decidieron acudir al gobernador, pero no al de Carolina del Norte, del que tenían demasiadas referencias, sino al de Virginia. Esto podía crear un embrollo legal, pero de momento consiguieron que a un tal teniente Maynard se le diese el mando de dos balandras con la correspondiente gente de armas, aunque ninguno de los dos barcos portaba cañones. Maynard partió en busca de Barbanegra y lo encontró, vaya si lo encontró. Era el 22 de noviembre de 1718.

La batalla debió de ser digna de verse. Maynard no tenía artillería y la primera andanada de Teach estuvo a punto de acabar con la expedición, pero el teniente debía de ser un hombre de muchos arrestos y no se arredró. La pelea se resolvió cuando Barbanegra y 14 piratas abordaron la balandra de Maynard y se enfrentaron cuerpo a cuerpo con el teniente y sus hombres. La lucha quedó decidida cuando Barbanegra cayó mortalmente herido. Veinticinco heridas, cinco de ellas de pistola, habían sido necesarias para derribar al pirata.

Maynard le cortó la cabeza, adornó con ella el bauprés de su barco y se dirigió a Bath-Town, en donde su primera medida fue confiscar los famosos 60 toneles de azúcar del gobernador Eden, puesto que en el barco del pirata había encontrado cartas muy comprometedoras para el gobernador y varios respetables comerciantes de Nueva York. De los 15 piratas capturados en la refriega 13 fueron ahorcados, pero antes contaron una curiosa historia: aseguraban que mientras navegaban con Teach en el Queen Anne’s Revenge a veces veían entre la tripulación a un hombre al que nadie conocía y que desapareció para siempre poco antes del naufragio del barco. Ellos estaban convencidos de que era el diablo.

La corrupción política es igual en todas las épocas y así lo demuestra que el gobernador Eden, aunque vio su reputación manchada, no sufrió ningún perjuicio grave. Este gobernador no sólo trató con Barbanegra sino que también conoció en su momento a otros piratas como Stede Bonnet, que estuvo brevemente asociado con Barbanegra y fue uno de los abandonados cuando el naufragio del Queen Anne’s Revenge. El caso de Bonnet es uno de los más extraños que se conocen, puesto que era un hombre acaudalado, cuyos motivos para hacerse pirata eran bastante extravagantes, pero ésa… ésa es otra historia.

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