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La otra crisis de Suez

28 domingo Mar 2021

Posted by ibadomar in Historia

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Egipto, Eisenhower, Guerra Fría, Historia, Israel, Kruschev, Nasser, Siglo XX, Suez

Hay que ver la que ha armado el buque Ever Given. No he conseguido saber qué motivó que el barco encallara, empotrando la proa en el borde del canal de Suez, pero el caso es que lleva varios días bloqueándolo mientas una excavadora, diminuta en comparación con el gigantesco buque, se esfuerza por liberarlo. Internet, naturalmente, se ha llenado de fotos del evento, chistes fáciles, ideas absurdas para solucionar el problema y todas estas cosas tan habituales en nuestro mundo interconectado. No es de extrañar, puesto que las fotografías del accidente son muy descriptivas.

Foto tomada de un periódico que citaba a la BBC, que daba como origen a AFP

El problema no es de fácil solución, porque el bulbo de proa del barco se clavó en el borde del canal y debió de hacerlo a conciencia, considerando que la energía cinética es directamente proporcional a la masa y al cuadrado de la velocidad. Cierto que la velocidad debía de ser baja, pero la masa es enorme, puesto que el Ever Given tiene una capacidad de carga de casi 220.000 toneladas. En comparación, un Airbus A380, el mayor avión de pasajeros en servicio, tiene una carga de pago máxima de 84 toneladas mientras que el mayor avión de carga que existe, el inmenso Antonov An-225, con sus seis motores, puede transportar unas 250 toneladas. Estamos hablando únicamente de carga: recordemos que los barcos, a diferencia de los aviones, pueden transportar un peso muy superior al propio (el máximo peso al despegue de un A380 es de unas 575 toneladas y el de un An-225 de 640).

El An-225, espectacular, pero pequeño en el fondo

En el momento de escribir este artículo se prevé que el atasco puede durar semanas y las navieras temen que sus buques deberán navegar bordeando el cabo de Buena Esperanza, como en los viejos tiempos. O no tan viejos: el canal de Suez ya estuvo cerrado durante 8 años a raíz de la Guerra de los Seis Días (1967), pero ya antes había habido otra crisis, la crisis de Suez por excelencia. Ocurrió en 1956 durante uno de esos momentos tensos tan típicos de la Guerra Fría. A mayor gloria, en este caso, del gobernante egipcio Gamal Abdel Nasser, que llegó a la presidencia del país un par de años después del golpe de estado de 1952, llamado el golpe de los oficiales libres.

Nasser era un encarnizado enemigo del estado de Israel, quizás porque había sido hecho prisionero en la guerra de 1948, y se hizo un hueco como líder del panarabismo. Esto le enfrentaba a otros países como Irak, que era en aquel momento una monarquía con buenas relaciones con el Reino Unido. Su hostilidad a Israel supuso un obstáculo para modernizar el ejército egipcio con armamento norteamericano, sin embargo Nasser lo solucionó comprando armamento checoslovaco (es decir soviético pero con intermediación checa). El asunto de las armas checoslovacas, unido al reconocimiento diplomático de la República Popular China por parte de Egipto ponían al gobierno egipcio en una posición de hostilidad frente a Estados Unidos, que seguía reconociendo a la República de China (es decir Taiwan) frente al gobierno comunista de Pekín. Con estas acciones, Nasser se  convirtió en uno de los principales líderes del Movimiento de Países No Alineados, que de hecho se constituyó en la Conferencia de Brioni en 1956, con el patrocinio de Tito, Nehru y el propio Nasser. A cambio, el presidente egipcio era visto con suspicacia por Estados Unidos y con hostilidad por Gran Bretaña e Israel. El apoyo egipcio al FLN argelino (siglas de Frente de Liberación Nacional), que buscaba la independencia de Argelia, también enfrentó a Nasser con Francia.

En política interior Nasser tenía un proyecto ambicioso y… faraónico, lo que en su caso era apropiado. Se trataba de la construcción de la gran presa de Asuán, que preveía aumentar la superficie de regadío en Egipto en más de un 30% y la producción de energía eléctrica en un 50%. Pero financiar el proyecto era difícil y los Estados Unidos se negaron a apoyarlo económicamente. Nasser decidió jugar fuerte y el 26 de julio de 1956 anunció la nacionalización del canal de Suez. Su justificación era que los ingresos del canal, que eran necesarios para la construcción de la presa de Asuán, quedaban en manos de hombres de negocios franceses y británicos mientras Egipto apenas recibía un 3%. De paso, Nasser prohibía el paso a barcos israelíes no sólo por el canal, sino también por el estrecho de Tirán, que cierra el golfo de Aqaba, cortando a Israel toda posibilidad de acceso al Mar Rojo.

Los ingleses estaban hechos una furia y dispuestos a la intervención militar, puesto que veían que se les escapaba de las manos el control de una posición estratégica para su comercio y su aprovisionamiento de petróleo. En Francia se sumaba a la indignación el que el canal fuese una obra francesa y la compañía gestora tuviese su sede en París. Un diplomático francés resumió las opciones existentes con un retruécano perfecto en francés: Coloniser le canal ou canaliser le colonel (colonizar el canal o canalizar al coronel). Pero colonizar el canal no sería fácil, ya que el presidente norteamericano Eisenhower no respaldaba la acción militar. Franceses y británicos decidieron entonces preparar una intervención por su cuenta con apoyo de Israel, que después de todo era el principal perjudicado.

Las incursiones contra Israel desde Egipto y la libertad de paso por el canal fueron las razones esgrimidas para la intervención militar, que comenzó el 29 de octubre de 1956 con un ataque relámpago israelí en el Sinaí. Sin embargo el plan, a pesar del éxito militar de los israelíes, empezó a fallar cuando el gobierno de Nasser no sólo no se tambaleó sino que se vio apuntalado por manifestaciones de apoyo popular. Se suponía que los ingleses y franceses no desembarcarían hasta el 6 de noviembre, pero la rapidez israelí les obligó a adelantar las operaciones al día 4.

Para entonces, la operación ya había fracasado a pesar de que, militarmente, era un triunfo inapelable. De haber actuado inmediatamente tras la nacionalización del canal, el apoyo popular al gobierno conservador presidido por Eden habría sido masivo, pero tres meses después la opinión pública británica ya se había enfriado y no veía la aventura con buenos ojos, mientras la oposición laborista aprovechaba para hacer campaña con su particular No a la guerra. Pero el fracaso definitivo vino por la hostilidad internacional, en particular por la posición norteamericana. Los Estados Unidos presentaron en el Consejo de Seguridad una resolución para un alto el fuego inmediato que no prosperó por el veto de franceses y británicos, pero que dejaba claro el aislamiento de las potencias europeas.

La posición americana se explica por el riesgo inasumible de arrojar al mundo árabe en brazos de la URSS, pero además porque en aquel mismo momento se producía la invasión soviética de Hungría. Los Estados Unidos no podían condenar la intervención de la URSS en Europa del Este a la vez que aprobaban la operación de Suez. Habría sido demasiado hipócrita, incluso para una gran potencia. Era mejor que la hipocresía recayera del lado soviético, que sí condenaba la agresión a Egipto mientras sus tanques entraban en Budapest. Para colmo, Kruschev amenazaba con actuar militarmente contra Francia y Reino Unido. Y como su ejército estaba ocupado en Hungría esgrimió la amenaza de usar armas nucleares. Insensato, aunque propio de Kruschev.

Pero no fueron las amenazas soviéticas las que salvaron a Nasser sino la actuación de Estados Unidos, que no se limitó a la condena verbal sino que usó su influencia económica para debilitar al Reino Unido. La posibilidad de que Estados Unidos vendiera sus reservas de libras esterlinas, hundiendo la divisa británica, era una amenaza demasiado potente. Curiosamente, Estados Unidos no consideró hundir la economía egipcia lanzando al mercado sus reservas de algodón. La guerra terminó con una humillación para Francia y Gran Bretaña y con Nasser apuntalado en el poder y dueño del canal. Se envió a la zona una fuerza de interposición de Naciones Unidas que debía, entre otras cosas, garantizar el derecho de Israel a transitar por el estrecho de Tirán. Egipto fue, por tanto, el principal beneficiado de la crisis mientras Israel conseguía que su intervención no fuese en vano.

La crisis tuvo una enorme influencia en el desarrollo posterior de la Guerra Fría: Kruschev, por ejemplo, se aficionó a utilizar la amenaza nuclear, siendo el mejor ejemplo la crisis de los misiles en 1962. El gobierno del Reino Unido vivió la actitud americana como una puñalada, pero hubo de aceptar que ya no podía imponer su política sin contar con Estados Unidos y terminó por amoldarse al papel de segundón. El nuevo gobierno británico de Macmillan, temeroso de que Túnez comprase armamento a Moscú siguiendo el ejemplo egipcio, acordó vender armas a Túnez, armas que en parte acababan en manos del FLN argelino. En consecuencia, Francia se distanció de sus aliados británicos e inició un acercamiento a Alemania como socio preferente. Egipto, por su parte, vivió su momento de gloria e incluso impulsó con Siria el nacimiento de la efímera República Árabe Unida, pero la iniciativa apenas duró tres años. En el tablero de la Guerra Fría, Oriente Próximo pasaba a ocupar un puesto importante con Egipto y Siria como principales apoyos soviéticos mientras Estados Unidos usaba a Jordania y Arabia Saudí como contrapesos, manteniendo los vínculos con Israel.

Pero lo más significativo es que aquella crisis fue el fin de una era. Cien, cincuenta, incluso veinte años antes habría sido impensable que las potencias europeas no impusieran su voluntad en un país como Egipto. Las dos guerras mundiales habían dejado claro que había nuevas potencias con las que contar y que el mundo ya no bailaba al son que tocaba Londres y menos aún París. Y, por encima de todo, la crisis de Suez demostró definitivamente que Europa había pasado a ser un actor secundario en el escenario geopolítico. Y así sigue siendo sesenta y cinco años después.

 

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Tecnología, misiles y Top Gun

06 jueves Feb 2020

Posted by ibadomar in Aviación, Historia, Técnica

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Aviación, Cohete, Georges Guynemer, Guerra Fría, Historia, MiG 15, Phantom, Sabre, Siglo XX, Técnica, Tecnología

Mis lectores habituales saben que si no escribo con más regularidad es en buena medida porque siempre estoy involucrado en algo, y el año pasado fue realmente movido para mí con todo tipo de eventos y proyectos. Ya estamos en 2020 y me temo que promete traer tanto ajetreo como el 2019. Claro que por prometer, hasta promete traer la segunda parte de Top Gun, con sus aviones, sus misiles y… un momento, un momento. Aviones, misiles, Top Gun, proyectos en los que estoy involucrado… si esto no da para un artículo, cierro el blog. A ver si sale:

Decía que estoy metido en mil proyectos y más de uno está relacionado con novedades tecnológicas que prometen cambiar la forma en que se lleva a cabo mi trabajo, el control aéreo. Siempre pasa igual con la nueva tecnología. A principios de los años 70, por ejemplo, se desarrolló el Concorde y todo el mundo estaba convencido de que el futuro del transporte aéreo estaba en el vuelo supersónico. Y todo el mundo se equivocaba: 50 años después el transporte aéreo comercial sigue siendo subsónico, con algunos proyectos para retomar los vuelos a velocidad superior a la del sonido. De momento no hay ni un solo prototipo, que yo sepa, así que va para largo.

Hay muchos más casos: el libro electrónico sigue sin desplazar al papel, los coches con caja de cambios manual siguen siendo mayoría, al menos fuera de América, y las videollamadas son técnicamente posibles, pero siguen sin ser la primera opción en comunicación. El autor del dibujo adjunto acertó al representar a dos personas sentadas a la misma mesa que mantienen conversaciones separadas en sus teléfonos portátiles sin hablar entre ellas, pero ¿quién le iba a decir que en el futuro esas personas preferirían enviar mensajes de texto con un teclado diminuto?

El futuro de la telefonía visto en los años 30. No he sido capaz de encontrar el autor.

Hay quien ha estudiado el fenómeno de la aparición de una nueva tecnología y lo ha representado en la siguiente gráfica, en la que se ve que al surgir una novedad el interés crece exponencialmente, parece que va a servir para todo, no deja de hablarse de ella… y de pronto cae en el olvido con tanta rapidez como surgió. ¿Olvido he dicho? En realidad, no es para tanto. Simplemente, la burbuja de las expectativas exageradas pincha, desaparece el entusiasmo y llega la hora del realismo: la nueva tecnología no es la panacea que se esperaba, pero sí tiene utilidad. Vuelve el crecimiento, aunque más gradual y al final se estabiliza en forma de tecnología consolidada.

Imagen tomada de Wikipedia

¿Y qué tiene todo esto que ver con los misiles aire-aire? Había prometido hablar de ellos, ¿verdad? Bueno, pues también ellos tuvieron su momento de expectativas exageradas. Recordemos que en el origen de la guerra aérea el problema era el de disparar muchas veces para aumentar la probabilidad de dar en el blanco, lo que favoreció el uso de la ametralladora, pero ya Guynemer había hecho el experimento de instalar un cañón de 37 mm en su avión. El mayor calibre y el uso de un proyectil explosivo facilitaban el derribo incluso con un único impacto. Durante la Segunda Guerra Mundial los cañones (normalmente de 20 o 30 mm) convivieron con las ametralladoras. Los cohetes también se emplearon en ocasiones, pero sin ningún sistema de dirección.

Esto seguía siendo así a principios de la década de los 50, durante la guerra de Corea, en la que los aviones de caza a reacción, como el F86 Sabre norteamericano y el MiG 15 soviético, relegaron definitivamente a los de hélice. Los motores eran diferentes, sí, pero en cuanto a armamento seguían utilizando los mismos cañones y ametralladoras que se empleaban en la Segunda Guerra Mundial. No obstante, antes de que terminara la década aparecerían los primeros misiles.

Un Sabre y un MiG 15

En general los misiles aire-aire suelen utilizar un guiado por infrarrojos o radar de tipo semiactivo. En el primer caso, el misil busca una fuente de calor (la tobera del avión enemigo) y en el segundo tiene un receptor de radar, pero depende de la emisión del avión atacante, que se refleja en el blanco y es captada por el misil. Los primeros misiles no eran demasiado fiables: los que buscaban el calor de la tobera se despistaban con el sol, por ejemplo. Y sin embargo, eran el futuro. ¿Quién iba a montar un anticuado cañón de tiro rápido en un avión pudiendo usar el último grito de la técnica? Por eso, las primeras versiones de un avión mítico, como el F4 Phantom II, incluían misiles en su armamento, pero no cañones.

Pero durante la guerra de Vietnam resultó que los pilotos americanos y sus misiles se veían en dificultades ante sus adversarios, que los misiles no eran fiables y que el combate aéreo siempre tenía lugar a corta distancia porque se requería identificación visual del adversario para evitar errores. En esas circunstancias un cañón era la solución perfecta para complementar a los misiles, pero el Phantom sólo podía llevarlo montado en un soporte externo, lo que llevaba a poca precisión y mayor esfuerzo en la estructura del avión. La solución fue montar un cañón interno de 20 mm en la versión F4E.

El viejo y fiable sistema tenía que volver a utilizarse cuando ya había sido desechado. ¡Las vueltas que da la vida! Hoy en día los misiles son mucho más fiables, pero los aviones de combate siguen empleando cañones. Las especificaciones de los últimos modelos, como el F35 o el F22 así lo demuestran. El producto nuevo ha alcanzado su madurez, pero no ha llegado a desplazar completamente al sistema anterior.

Prometí hablar de tecnologías novedosas, de misiles y de Top Gun y dije que si no conseguía meterlo todo en un artículo cerraría el blog. He cumplido casi todo, pero ¿qué pinta Top Gun aquí? Pues bien: cuando la experiencia en Vietnam demostró que en el combate aéreo seguía siendo primordial la maniobrabilidad y la técnica de pilotaje, la marina norteamericana decidió hacer un curso para formar a sus pilotos en las técnicas de combate a corta distancia. Se fundó así la Fighter Weapons School, pero el curso pasó a ser conocido popularmente como Top Gun. Años después, este curso dio título a una película en la que el argumento era excusa para ver aviones y muchos años más tarde me vendría de perlas para darle un título a este artículo. ¡Prueba superada! Tenemos Gelves para rato.

 

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La táctica del salami

09 lunes Feb 2015

Posted by ibadomar in Historia

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Comunismo, Guerra Fría, Hungría, Siglo XX, Stalin, URSS

Se han cumplido ya 25 años de la caída del Muro de Berlín y del fin de la Guerra Fría. En su momento estos hechos dieron pie a sesudos comentarios en los que se hablaba del «mundo monopolar» en el que sólo quedaba en pie una de las dos grandes potencias que habían dirigido los destinos del mundo. Un cuarto de siglo después, los EE.UU. siguen siendo la gran potencia, pero el mundo no tiene nada de monopolar: China es un gigante político y económico que reclama el papel de segundo centro mundial, mientras Rusia amaga con heredar el papel de la URSS como rival de EE.UU.

Algunos análisis hablan incluso de la existencia de una nueva guerra fría, por lo que puede ser interesante ver algún ejemplo de cómo una superpotencia imponía su sistema a otro país en la Europa de postguerra, cuando se iniciaba la Guerra Fría con mayúsculas. Puede que el caso más ilustrativo sea el de Hungría, donde el dirigente comunista Mátyás Rákosi utilizó con éxito lo que él bautizó como «táctica del salami».

En la Hungría de postguerra, destruída por la guerra y con elevados niveles de desempleo, cundía el descontento y era fácil organizar manifestaciones masivas, tarea que a Rákosi se le daba francamente bien. El gobierno provisional, en el que los comunistas tenían la cartera de Interior y por tanto el control de la policía, debía ser sustituido tras las elecciones de noviembre de 1945, para las que Rákosi pronosticaba, basándose en su capacidad de convocatoria, una victoria con un 70% de los votos o más. Será que entonces no se hacían sondeos preelectorales, pero el caso es que el partido comunista sólo obtuvo un 16,9% de sufragios, mientras que el llamado Partido de los Pequeños Propietarios arrasaba con un 57%. Sin embargo Rákosi no se amilanó por ese pequeño detalle.

Rákosi comunicó a los vencedores de las elecciones que no se conformaría con un 17% de participación en el gobierno ya que ese 17% representaba a la clase obrera, la fuerza más activa del país, y por otro lado la presencia de su partido en el gobierno era la garantía de que Hungría cumpliría con sus obligaciones con su libertador durante la guerra: la URSS. En otras circunstancias, semejante razonamiento podría haber dado lugar a una explosión de carcajadas, pero la policía, dominada por los afines a Rákosi, ya había empezado a arrestar a supuestos dirigentes de conspiraciones fascistas y por su parte los asesores soviéticos, presentes en el país desde el fin de la guerra, no parecían satisfechos con el rumbo de las cosas, así que los vencedores de las elecciones cedieron.

A partir de entonces el Partido de los Pequeños Propietarios sufrió un ataque tras otro, aunque siempre a pequeña escala: un dirigente o una facción eran acusados de reaccionarios en la prensa afín a los comunistas, se organizaban manifestaciones y se detenía a algunos simpatizantes (incluyendo a miembros de la antigua resistencia antifascista) hasta que los «reaccionarios» eran expulsados para calmar las cosas. En otoño de 1946 le tocó el turno al secretario general del partido, Béla Kovács, al que se acusó de planear un golpe de Estado y que fue detenido directamente por el Ejército Rojo y enviado a una prisión soviética.

Finalmente el propio Primer Ministro, Ferenc Nagy, de viaje en Suiza (no están claros los motivos, puede que estuviera preparando ya su exilio), se enteró de que lo acusaban de una conspiración y terminó por dimitir a cambio de recuperar a su hijo de corta edad, que seguía en Hungría, haciendo así legal lo que era un claro golpe de Estado. Con el Partido de los Pequeños Propietarios en descomposición, las elecciones del 31 de agosto de 1947 pintaban mejor para los comunistas. Aun así quisieron asegurar la victoria con reventadores de mítines de otros partidos, que actuaban con el beneplácito de la policía, eliminación de las listas electorales de personas no afines y grupos de simpatizantes que votaban en varios lugares. La impunidad era total: Sára Karig, que durante la guerra había conseguido documentación falsa a judíos y comunistas para escapar de los nazis, era jefa de una oficina electoral y denunció casos de doble votación. Al día siguiente fue detenida y enviada a Vorkutá, el temido campo del Gulag soviético.

El Partido Comunista de Hungría era ahora la fuerza más votada, con un 22% de los sufragios, lo que tampoco era para tirar cohetes, pero el ejemplo del gobierno anterior había cundido y los miembros de los otros partidos se vieron obligados a ser meros títeres o exiliarse. La consecuencia lógica fue la «unión» de todos los partidos políticos, coaligados para las elecciones de 1949 en una lista única que obtuvo, oh sorpresa, más del 95% de los votos. Se promulgó una nueva Constitución, a imagen de la de la URSS, que culminó la transición al comunismo.

Rákosi describió su actuación con el Partido de los Pequeños Propietarios diciendo que había ido fileteándolo como quien corta un salami en rodajas. La frase hizo fortuna y desde entonces se habla ocasionalmente de la táctica del salami. Pero no sólo sirvió contra los otros partidos. El ministro del interior Rajk, que tanto había colaborado en el ascenso al poder, el mismo que dijo a un dirigente de otro partido que se quejaba de las amenazas de los reventadores en un mitin que él, como comunista, lo que quería era verle muerto, resultó ser otra rodaja del salami. A los 15 días de las elecciones de 1949, Rákosi lo hizo detener (para entonces ya no era ministro de Interior, sino de Exteriores) bajo acusaciones de ser un agente de Tito, el dirigente comunista yugoslavo al que Stalin no conseguía dominar. Rajk fue sometido a uno de esos juicios-espectáculo al que tan aficionados eran los estalinistas y ejecutado.

De manera que si es cierto que estamos viviendo los inicios de una nueva guerra fría lo sabremos en cuanto empecemos a ver caer rodajas del salami. Algunas circunstancias son diferentes (Europa estará en crisis, pero no arrasada y afortunadamente no hay nadie tan expeditivo como Stalin al mando de una gran potencia, al menos de momento) pero el juego, en el fondo, sigue siendo el mismo y los métodos no han cambiado tanto. El sistema que conocemos da muestras de agotamiento y, como hemos visto en Grecia, surgen nuevos partidos mientras los tradicionales empiezan a verse… ¿alguien ha dicho fileteados?. Después de todo puede que el salami sí se esté cortando en rodajas. Falta por saber quén se comerá el bocadillo.

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