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Un tebeo de hace mil años

12 martes Abr 2022

Posted by ibadomar in Arte, Historia

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Arte, Bayeux, Edad Media, Guillermo de Normandía, Harold, Hastings, Historia, Momentos cruciales, Stamford Bridge

Ya estamos en primavera. Eso quiere decir que dentro de poco hará el calor suficiente como para que podamos ir en camiseta y yo podré volver a vestir una de mis prendas favoritas. Se trata de una camiseta con la siguiente imagen, que como todas las que usaré en este artículo, he extraído de Wikipedia.
Es una escena de la batalla de Hastings, que se libró en 1066 y que tiene gran importancia en la Historia europea, puesto que supuso la ascensión al trono de Inglaterra del normando Guillermo el Conquistador. Los que hayan visto alguna película clásica de Robin Hood o de Ivanhoe recordarán que suele mencionarse a una sociedad dividida entre una aristocracia normanda dominante y unos sajones subyugados. Pues bien, los normandos eran dominantes porque Guillermo ganó esta batalla, derrotando al rey Harold (Haroldo II en castellano). De haber sido otro el resultado, los sajones habrían sido los dominantes y los normandos… no estarían dominados porque se habrían tenido que volver a Normandía.

A grandes rasgos las cosas fueron como sigue: el rey inglés Eduardo el Confesor murió sin descendencia en enero de 1066. Una muerte así suele llevar a una disputa por el trono, a menudo sangrienta, y no iba a ser ésta la excepción. En este caso la coronación en apenas 24 horas, por parte de un consejo de notables, del magnate inglés Harold, que era cuñado de Eduardo, podría haber resuelto el asunto. Pero ¡ay! había otros pretendientes que no se quedaron de brazos cruzados: el rey noruego Harald III y el duque de Normandía, Guillermo.

Harold esperó el desembarco de Guillermo en el sur de Inglaterra, pero quiso el destino que el primer ejército en desembarcar en Inglaterra fuera el de Harald de Noruega, en el norte. El noruego consiguió un efímero éxito en la batalla de Fulford, pero murió en combate tras 5 días, el 25 de septiembre de 1066, cuando el inglés Harold, tras una apresurada marcha, presentó batalla en Stamford Bridge.

Harold debió de pensar que se había ganado un respiro, pero para su desgracia el ejército de Guillermo de Normandía desembarcó justo 3 días después de la batalla de Stamford Bridge, obligándole a regresar al sur. Los dos ejércitos se enfrentaron en Hastings el 14 de octubre en una larga y tensa batalla en la que Harold resultó muerto. El triunfante Guillermo fue coronado rey de Inglaterra el día de Navidad y pudo dedicarse a terminar la conquista de su nuevo reino.

Toda esta historia nos sirve para poner contexto a la fuente del dibujo de mi camiseta: el tapiz de Bayeux, que no es un tapiz sino una tela bordada de nada menos que 70 metros de largo y que relata a lo largo de numerosas escenas, con anotaciones en latín, la historia del desembarco de Guillermo de Normandía y su victoria en Hastings. Se trata por tanto, de una especie de cómic propagandístico, realizado a finales del siglo XI, al servicio del invasor normando. Es fascinante y quien vaya a Bayeux no debe dejar de verlo (y traerme de paso una camiseta nueva, puesto que la mía ya tiene unos años).

En la historia del tapiz, Harold viaja a Normandía donde es hecho prisionero por un tal Guido, para ser luego llevado, ya libre, a presencia de Guillermo de Normandía (¿quizás Guillermo paga un rescate? La tela no aclara este punto). Harold participa en una campaña militar junto a Guillermo y en algún momento hace un juramento ante él. ¿Un juramento de fidelidad? No lo sabemos. El texto latino dice UBI HAROLD SACRAMENTUM FECIT WILLELMO DUCI (aquí Harold hace un juramento al duque Guillermo).

Harold regresa a Inglaterra, donde el cuerpo del rey Eduardo el Confesor es llevado a la iglesia de San Pedro, aunque el rey aún vive. En la siguiente escena, sin embargo, vemos al rey hablando a sus fieles para morir a continuación: HIC EADWARDUS REX IN LECTO ALLOQUIT FIDELES (aquí el rey Eduardo habla a sus seguidores) ET HIC DEFUNCTUS EST (y aquí muere). A la derecha vemos que Harold es coronado rey: HIC DEDERUNT HAROLDO CORONA REGIS (aquí le dan a Harold la corona real)En una escena se ve a gente que mira una estrella con cola: ISTI MIRANT STELLA. Se trata del cometa Halley, que apareció ese año y que, como buen fenómeno raro y espectacular, tenía que anunciar algún tipo de noticia. En este caso las noticias le iban a llegar a Guillermo, por medio de un mensajero que navega hacia él.

Guillermo no pierde el tiempo y ordenar construir barcos y abastecerlos para la conquista, lo que nos muestra unas estupendas escenas de carpinteros trabajando en las naves, y hombres que las cargan con armas y barriles de vino.Guillermo y sus hombres cruzan el mar, desembarcan, se dirigen a Hastings donde se apropian de comida, celebran un banquete y finalmente se enfrentan en batalla a Harold, cuyos hermanos mueren al principio de la batalla, antes de que le toque el turno a él y su ejército se dé a la fuga: HAROLD REX INTERFECTUS EST (matan al rey Harold).Por desgracia, se ha perdido la última parte del tapiz, que debía de mostrar la coronación de Guillermo. Pero lo que tenemos ya hace disfrutar muchísimo. Recomiendo encarecidamente no limitarse a leer este artículo sino pasar por Wikipedia y ver todas las escenas. Mejor aún verlo en la página web del museo de Bayeux. Todavía mejor: ir a Bayeux y verlo en directo. Pero atención: el tapiz va a ser restaurado en 2024 y no estará visible hasta 2026, cuando se exponga de nuevo en el recién remodelado museo. Así que hay que darse prisa… o esperar un poco, según como se mire.

¿Y si quiero ver el tapiz en 2025? También hay reproducciones. Por ejemplo la del museo de Reading, en Inglaterra, bordada a tamaño natural por 35 mujeres. Pero la copia no es totalmente fidedigna y hay al menos una diferencia. Está en la escena de la siguiente imagen y, sabiendo que la copia se hizo en 1885 y lo que significa «moral victoriana» dejo a la imaginación del lector que adivine qué figura del tapiz está ligeramente alterada. No hace falta ser demasiado avispado… ¿quién dijo que en la Edad Media eran unos pacatos?

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Los 18.000 príncipes de Kahlenberg

23 jueves Jul 2020

Posted by ibadomar in Historia

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Asedio, Batalla, Caballería, Húsares, Historia, Imperio Otomano, Jan Sobieski, Kará Mustafá, Leopoldo I, Momentos cruciales, Sacro Imperio, Siglo XVII, Viena

A lo largo de la Historia ha habido días señalados en los que los acontecimientos toman giros dramáticos y el destino de una ciudad, un país, un continente, incluso de la propia Humanidad, parece estar en un equilibrio inestable, a la espera de que un mínimo impulso le haga caer hacia un lado u otro. En este blog hemos descrito algunos de esos días. Quien quiera revisarlos sólo tiene que buscar las entradas marcadas con la etiqueta “momentos cruciales” para encontrar una colección de instantes dramáticos de la Historia. Pero pocos días pueden igualar en intensidad, dramatismo y espectacularidad a la jornada del 12 de septiembre de 1683.

Al amanecer aquel día, los ciudadanos de Viena tenían motivos para la angustia y para la esperanza. Su ciudad, sitiada por el ejército turco desde hacía dos meses, padecía los habituales rigores del hambre y la incertidumbre y estaba a punto de caer, víctima de las minas excavadas por los zapadores otomanos. Apenas unos días antes una sección de la muralla interior se había derrumbado al estallar los explosivos acumulados bajo ella por los asaltantes, que habían conseguido, en esta ocasión, burlar las contraminas. Dos horas duró la batalla que se entabló a continuación hasta que los defensores lograron rechazar el asalto y bloquear la brecha con una barricada. Pero la historia se había repetido en otra parte de la muralla un par de días después. ¿Sería la tercera brecha la definitiva? Los vieneses sabían que la caída de su ciudad ya no era cuestión de días sino de horas.

La esperanza nacía de la llegada de un ejército de socorro. Por la ciudad corría la noticia de que una o dos noches antes se había divisado un cohete que sólo podía significar una cosa: la ayuda que esperaban estaba a punto de llegar y les mandaba una señal para que resistieran apenas unos días más. Por supuesto, el ejército otomano también sabía que la ayuda estaba llegando y se preparó para la batalla. Al amanecer de aquel 12 de septiembre, sitiadores y sitiados eran conscientes de que el destino de Viena se habría decidido, en un sentido o en otro, antes de la puesta de sol.

En un cuento de hadas, la ciudad se salvaría por la llegada de un príncipe a lomos de su corcel; en una película sería un regimiento de caballería el que irrumpiría al toque de carga para liberar la ciudad. Pero la vida no es un cuento de hadas ni una película. Sin embargo aquel día, el destino, que es caprichoso, decidió juntar lo mejor de ambas ficciones en una única realidad. Y por eso, al toque de carga, descendió la colina de Kahlenberg, en socorro de la ciudad, no un príncipe ni un regimiento de caballería, sino un ejército entero de príncipes a caballo dirigidos por un rey.

Jan Sobieski, rey de Polonia con el nombre de Juan III cargaba en persona contra el ejército turco. Junto a él, blandiendo largas lanzas de unos cinco metros de largo, sus corazas resplandecientes, dos grandes alas agitándose a sus espaldas, 3.000 húsares alados, y tras ellos 15.000 jinetes más en la mayor carga de caballería de la historia. El ejército turco, incapaz de resistir la furia de la caballería polaca, hubo de levantar el asedio y huir derrotado. Jan Sobieski describió su triunfo parafraseando a Julio César, pero con un toque de calculada modestia: Venimus, vidimus, Deus vicit (llegamos, vimos, Dios venció).


Jan III Sobieski (Imagen: Wikimedia)

Hasta aquí la parte literaria (que me ha quedado bastante bien, modestia aparte). Quien quiera quedarse con la épica, puede perfectamente dejar de leer y ahorrarse el resto del artículo sin perderse gran cosa. En esencia la descripción es correcta: Viena estaba a punto de caer, llegó un ejército a las órdenes de Jan Sobieski, que cargó al frente de sus húsares alados y los turcos levantaron el asedio. Pero quedan algunas preguntas en el aire: ¿Cómo se llegó a aquél asedio? ¿Por qué el ejército salvador era polaco? ¿Quiénes eran esos húsares alados? ¿Bastó de verdad con una sola carga de caballería para resolver la batalla? Los protagonistas de esta historia merecen que los miremos un poco más de cerca.

Empecemos por los otomanos. El imperio turco había pasado por una etapa de declive, pero bajo Mohamet IV se inicia una cierta recuperación asociada, más que al monarca, a los grandes visires de la familia Koprulu. Uno de ellos, el ambicioso Kará Mustafá, retomó la expansión turca en territorio europeo, emulando a Solimán el Magnífico. Solimán había fracasado en su asedio de Viena en 1529, pero Kará Mustafá creía que las cosas serían distintas bajo Mohamet IV. Aprovechando las revueltas húngaras contra el Sacro Imperio, y las consiguientes operaciones militares de los Habsburgo en la zona fronteriza con los dominios turcos, los otomanos iniciaron la guerra en el verano de 1682. Tras las primeras operaciones y la forzosa pausa invernal, el avance otomano llegó a las puertas de Viena el 14 de julio del año siguiente. Unos 150.000 hombres bajo el mando del mismísimo Kará Mustafá pusieron asedio a la ciudad, que contaba con unos 15.000 defensores.

Kará Mustafá (Imagen: Wikimedia)

El emperador Leopoldo I había tomado sus precauciones. Durante mucho tiempo se había descuidado la defensa frente a los turcos, al ser Francia el principal enemigo, pero ante el avance otomano empezó por buscar aliados: el primero de ellos Jan Sobieski, rey de Polonia, con el que firmó una alianza por la que ambos se apoyarían mutuamente si los turcos avanzaban sobre la imperial Viena o la polaca Cracovia. Para defender Viena, Leopoldo contaba con Ernst von Starhemberg, comandante de la guarnición de la ciudad, que pese a su falta de experiencia resultó ser un hombre competente. Decir que dejó la ciudad en sus manos es una expresión rigurosamente exacta, puesto que Leopoldo huyó de Viena el 7 de julio, una semana antes de la llegada de Kará Mustafá.

Tras la tradicional demanda de rendir la ciudad y la negativa de von Starhemberg, las operaciones de asedio comenzaron el 17 de julio. Al oponer resistencia, los vieneses sabían que en caso de derrota serían ejecutados o vendidos como esclavos. En caso de haber abierto las puertas de la ciudad, ésta sencillamente habría cambiado de manos dando a los turcos una posición de vital importancia estratégica, pero sin mayores consecuencias para sus habitantes. Aun así, la ciudad hizo cara a sus sitiadores. Definitivamente, eran otros tiempos.

Organizar un ejército no era para Leopoldo I tarea fácil. Contaba con la ayuda de Sobieski, cierto, pero no era suficiente. El papa Inocencio IX puso dinero para sufragar los gastos de guerra e intentó atraer a los monarcas europeos sin demasiado éxito. Al fin y al cabo el francés Luis XIV, rey de la gran potencia del momento, estaba encantado con el avance turco contra su enemigo austriaco. Es más, lo apoyaba. Leopoldo podía contar sólo con príncipes alemanes, como los de Sajonia y Baviera, que temían que la caída de Viena pusiera a los turcos a las puertas de sus propios dominios. En total, el ejército de socorro no contaba con más de 80.000 hombres. El mando supremo se entregó a Jan Sobieski.

La elección era muy adecuada. En teoría Leopoldo debería haber sido el comandante en jefe, pero tras huir de la ciudad, no parecía la persona más adecuada para dirigir operaciones militares. Jan Sobieski, sin embargo, debía su posición a su talento militar. Esto requiere una explicación: la monarquía polaca nunca había conseguido afirmarse frente a la nobleza y el rey era elegido por una asamblea de notables (la Dieta), que mantenía todo el poder y se oponía a cualquier reforma que modificara la estructura feudal de la sociedad. La consecuencia fue la debilidad polaca a lo largo del siglo XVII tanto por las querellas internas como por las amenazas exteriores y sólo el peligro de la desaparición de Polonia bajo el empuje sueco, ruso y turco llevó a la elección del competente mariscal Sobieski como rey en 1674, tras haber derrotado a los turcos en una batalla el año anterior.

Volviendo a la batalla de Viena, ésta fue más que una carga de caballería. Kará Mustafá, con Viena a punto de caer y un ejército de socorro asomando, decidió intentar el asalto definitivo a la población a la vez que plantaba cara a los recién llegados. Al iniciar las acciones contra el ejército imperial en la madrugada del día 12, consiguió crear una cierta confusión, pero el desorden acabó por implicar a todos los combatientes y la suerte de la batalla estaba aún en el aire cuando apareció la caballería polaca, ya al caer la tarde. Se lo tomaron con calma hasta que aparecieron, pero su intervención fue decisiva.

En cuanto a los húsares alados, hay mucho que no sabemos sobre ellos y no hay imágenes contemporáneas (la de la izquierda es una idealización de finales del siglo XIX o principios del XX). Era un cuerpo de élite de la nobleza polaca y según las descripciones, ciertamente parecían príncipes. Los arreos de sus caballos refulgían como el oro, tenían incrustadas piedras preciosas y los jinetes se adornaban con pieles de leopardo además de las famosas alas, que debían de ir sujetas a la silla o a la espalda del jinete. Pero es casi seguro que esta descripción se refiere a su aspecto ceremonial porque nadie va a la batalla con una fortuna en joyas. Probablemente, sólo los muy ricos se adornaban así y sólo en contadas ocasiones. Sí es probable que buscaran que armas y arreos refulgieran para impresionar al enemigo.

El arma principal de los húsares alados era la lanza larga, de cinco metros e incluso más. Era un arma de un solo uso, puesto que se rompía en el choque, pero con ella los húsares podían enfrentarse incluso a la infantería armada con picas. Tras romper la lanza usaban otras armas: sables, mazas, hachas, pistolas o carabinas. Nadie sabe si las alas se vestían en combate o no. Es posible que fuera así, puesto que podían servir para atemorizar al enemigo y espantar a sus caballos. Si los primeros nativos americanos que vieron jinetes pensaron al principio que hombres y caballos eran un único ser monstruoso, ¿por qué no iban a preguntarse los jenízaros turcos qué extraños seres eran aquellos jinetes alados a los que tenían que enfrentarse?

La carga de la caballería polaca, que efectivamente fue la mayor carga de caballería de la Historia, puso fin a la batalla. Kará Mustafá tuvo que reconocer su fracaso y eso era peligroso en la corte otomana. El poderoso gran visir dejó de serlo y fue ejecutado el día de Navidad de aquel mismo año. Jan Sobieski sigue siendo reconocido como un gran jefe militar pero sus éxitos en el campo de batalla no bastaron para reformar su reino, que siguió debilitándose hasta verse desmembrado en el siglo siguiente. Leopoldo I aprovechó la derrota turca para volver las tornas y conseguir el dominio definitivo sobre Hungría, reconocido por el sultán turco en la Paz de Karlowitz (1699). Fue el epílogo de una historia que durante dos meses hizo que el destino de Europa estuviera pendiente de un delgadísimo hilo. Hasta que 18.000 jinetes lo encauzaron en el último segundo.

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Vietnam en el siglo I

26 martes Dic 2017

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Arminio, Augusto, Batalla, Batalla de Teutoburgo, Druso, Germánico, Historia, Momentos cruciales, Roma, Sigfrido, Varo, Vietnam

Hay días en los que se diría que las Moiras, esas divinidades que según los griegos controlan el destino de los hombres, tiran una moneda al aire y deciden el futuro según sea el resultado. En este blog se ha hablado mucho de esos momentos cruciales: en esa categoría están Salamina, el Marne, Midway… días que amanecieron con una gran potencia en la cima de su poder, aparentemente invencible, y terminaron con un imperio derrotado y un futuro incierto.

A veces el desastre no es tan completo como parece. El Imperio Persa siguió siendo una gran potencia tras Salamina y los Estados Unidos mantuvieron su preeminencia en el mundo tras Vietnam, pero en ambos casos se había demostrado que no eran invencibles. Aunque su poder militar siguiera siendo inmenso, ahora se sabía que eran vulnerables. El impacto puede llegar al extremo de incorporar el hecho como referencia en el lenguaje común: recordemos a Saddam Hussein amenazando a los norteamericanos con un «nuevo Vietnam», o las menciones a la guerra de Afganistán en la década de 1980 como «el Vietnam de la URSS». Afganistán tiene un récord en esta comparación porque también se le llamó «el Vietnam de Obama» en 2009. Si alguna vez escribo un artículo sobre la Guerra de los Treinta Años, puede que lo titule «El Vietnam de Felipe IV».

El Imperio Romano también tuvo su Vietnam particular, incluso podríamos decir que tuvo varios, pero hoy vamos a hablar de una batalla que probablemente moldeó el curso de la Historia. No tuvo lugar en la jungla del sudeste de Asia sino en un bosque europeo, en lo que hoy es Alemania, en el año 9 después de Cristo. Para que nos hagamos idea de la magnitud del desastre no hay nada como ver el siguiente mapa (Fuente: Atlas de Historia Universal, dirigido por José Ramón Juliá, Editorial Planeta, 2000)

La línea roja, trazada a partir del curso de los ríos Rin y Danubio es la frontera definitiva del Imperio Romano en Occidente, mientras que la línea verde sigue el curso del Elba. En aquel año 9 el territorio comprendido entre el Rin y el Elba, en verde claro en el mapa, estaba casi dominado por Roma. Las tribus de la región estaban sometidas, pero no romanizadas. Y el hombre que podría haber acabado la tarea, Publio Quintilio Varo, gobernador de la provincia, resultó no ser la persona más adecuada.

Varo se comportó en Germania como el gobernador autoritario de una provincia completamente sometida. Los germanos se encontraron con una subida de impuestos y unas autoridades que resolvían los conflictos usando un derecho romano que a ellos aún les era ajeno. Sabiendo que Varo, cuando era gobernador de Siria, había crucificado a 2.000 rebeldes tras una revuelta y que volvió de Oriente siendo muy rico, podemos imaginar el tipo de impuestos y de justicia que se encontraron los germanos bajo su dominio y el porqué del aumento de hostilidad contra Roma. Pero Varo también tenía germanos a su servicio, como Arminio… o eso pensaba él.

Arminio era un joven de unos 26 años en el momento que nos ocupa. Como hijo de un jefe de la tribu de los queruscos, había sido enviado a Roma como rehén siendo un niño y por tanto había recibido una educación romana e incluso se había distinguido en el ejército romano. Debía de ser un hombre notable, puesto que incluso se le concedió la ciudadanía romana. En aquel año 9, Arminio era el hombre de confianza de Varo, pero a espaldas de su jefe conspiraba con jefes de varias tribus. El momento propicio se presentó cuando Varo regresaba a sus cuarteles de invierno a la cabeza de las tres legiones destinadas a la provincia: la XVII, XVIII y XIX.

Varo recibió noticias de una sublevación local y decidió reprimirla al momento. Para ello tuvo la idea de atravesar el bosque de Teutoburgo con sus tres legiones, sin tomar precauciones y confiando en su auxiliar, Arminio. Pero Arminio era quien había enviado las noticias y era él quien había organizado la emboscada que aguardaba a las legiones romanas en aquel bosque. Buen conocedor de las tácticas romanas, Arminio sabía que ninguna tribu germana era rival para los romanos en campo abierto. Ni siquiera una confederación de tribus, como la que ahora él dirigía habría tenido ninguna oportunidad en el campo de batalla. Pero en un bosque, sin posibilidad de maniobrar, las cosas eran muy diferentes. Las tres legiones fueron aniquiladas y Varo se suicidó para no caer en manos del enemigo.

La pérdida de tres legiones fue un mazazo para Roma. Las fuentes aseguran que Augusto, al conocer el desastre, acusaba a Varo de la derrota gritando enloquecido: ¡Varo, Varo, devuélveme mis legiones! No es de extrañar, puesto que la frontera quedaba desprotegida y a merced de las incursiones germanas. Para colmo los estandartes de las tres legiones, las célebres águilas que los romanos consideraban como sagradas, se habían perdido a manos de los hombres de Arminio.

Los temores de Augusto resultaron exagerados: Roma había sufrido una derrota, pero el territorio imperial no sufrió ninguna invasión. Sin embargo la humillación debía ser reparada y de ello se encargó el general romano Germánico cuyo nombre, tan apropiado para la ocasión, era en realidad el título honorífico concedido a su padre, Druso, por sus triunfos en aquella región. Ahora le correspondía al hijo estar a la altura de su padre en el mismo territorio y contra los mismos enemigos.

Germánico demostró ser un digno hijo del gran Druso. Consiguió recuperar dos de las tres águilas (la tercera permanecería en poder de los germanos hasta que fue rescatada en tiempos del emperador Claudio), pero no logró apresar ni derrotar definitivamente a Arminio. Tampoco hacía falta: Arminio murió 12 años después de su gran victoria, asesinado por miembros de su propia tribu y víctima de la desconfianza que acompañaba al gran poder que había alcanzado. Por su parte, Roma desistió de intentar anexionarse el territorio situado entre el Rin y el Elba. Las acciones guerreras de Germánico fueron de castigo, no de conquista. La frontera permaneció en el Rin hasta la caída del Imperio.

Los historiadores del siglo XIX, la época del nacionalismo, vieron en la traición de Arminio, al que se conocería en Alemania como Hermann, no la rebelión de un ambicioso jefe tribal, sino el nacimiento de una conciencia nacional germánica que se oponía al invasor extranjero. Pero la interpretación más interesante (al menos para mí, porque me fascina la mitología) implica que la captura del botín de la batalla pudiese estar detrás de la leyenda del Oro del Rin, y que Arminio pudiera ser la inspiración del héroe Sigfrido mientras las águilas, símbolo de la legión romana, ocuparían un lugar en las leyendas germánicas como dragones.

Si Varo hubiese sido más precavido o Arminio menos ambicioso, es posible que las tres legiones romanas hubieran sobrevivido y que las tribus situadas entre el Rin y el Elba hubiesen sido totalmente romanizadas. Esto podría haber supuesto un importante cambio en la cultura de lo que hoy es Alemania. Por ejemplo, es probable que hoy se hablase una lengua romance en aquella región. Habría bastado con que Varo hubiese decidido no internarse en aquel peligroso bosque, que hubiera explorado adecuadamente el terreno o que Arminio hubiese preferido una carrera en el ejército romano a la jefatura de una confederación de tribus. Algunas veces el destino del mundo está en manos de una sola persona y Teutoburgo es un buen ejemplo.

 

 

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