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¡Cómo pasa el tiempo! Ya es 12 de noviembre y eso significa que este blog cumple 4 años y que hay que celebrarlo publicando algo sobre la Primera Guerra Mundial. Es lo bueno de la tradición: que te ahorras pensar de qué tratará tu próximo artículo. En este caso vamos a hablar del arte de asediar un castillo. No, no me he vuelto loco, la guerra medieval, e incluso la de la antigüedad, tiene mucho en común con la de principios del siglo XX, aunque no lo parezca.

El planteamiento del problema que vamos a considerar es el siguiente: tenemos que conseguir conquistar un recinto amurallado. Ha habido muchas formas de enfrentarse a esta cuestión a lo largo de los siglos. La más práctica es sobornar a alguien de dentro para que abra las puertas de la muralla, pero como no siempre se encuentra a alguien dispuesto a ser sobornado, y cuando lo hay puede estar bajo vigilancia, es preciso pensar en otros métodos más laboriosos. Uno de ellos es debilitar la fortificación, por ejemplo socavando los cimientos. Es complicado, porque se debe conseguir que los zapadores lleguen a salvo hasta la base de la muralla y protegerlos mientras hacen su trabajo. Nadie dijo que asediar una posición fuera un trabajo sencillo, ¿verdad?, pero podemos intentar hacerlo más fácil llevando a los zapadores bajo tierra.

Si la muralla está construida sobre roca la cosa está difícil, pero si se asienta sobre un terreno menos sólido se puede hacer un túnel que nos lleve hasta los cimientos. Este túnel se conoce como mina y, naturalmente, hay que entibar según se va avanzando para que no se derrumbe. En el caso ideal el túnel llegará hasta debajo de la muralla, de manera que el peso de una sección de ésta reposará sobre el armazón de la galería. Conseguido esto, basta con prenderle fuego a las vigas y esperar a que el túnel se derrumbe y con él una parte de la muralla. Cuando se inventaron los explosivos la cuestión se hizo más fácil porque bastaba con hacer volar la mina.

Como los defensores no eran tontos, podía ocurrir que excavaran sus propios túneles (contraminas) por debajo de los de los atacantes y se anticiparan a éstos. La guerra se trasladaba así al subsuelo, donde ambas partes escuchaban los ruidos producidos por el adversario con la esperanza de saber por dónde estaban excavando. Cuando un túnel iba a coincidir con una galería en la que estaba trabajando el enemigo, se desencadenaba una angustiosa batalla bajo tierra en una galería estrecha, mal ventilada y peor iluminada.

El perfeccionamiento de la artillería hizo inútiles las murallas, por lo que se podría pensar que en 1914 las minas y contraminas habían pasado a la historia, pero en la guerra de trincheras, éstas no dejan de ser una especie de muralla que se puede atacar por los métodos tradicionales. La Primera Guerra Mundial, por tanto, fue propicia para este tipo de técnica, que se empleó en varias ocasiones. La más espectacular de todas fue durante la batalla de Messines.

En ese lugar, cerca de Ypres, los alemanes ocupaban un saliente que el ejército británico estaba decidido a recuperar. Las operaciones se vieron retrasadas varias veces y eso explica que la primera de las minas subterráneas estuviera ya lista en abril de 1916, mientras que la batalla no tuvo lugar hasta junio de 1917. Para entonces había ya 25 minas, aunque alguna de ellas se había perdido por acción de los alemanes. El inicio de la batalla, marcado por la explosión de las minas, estaba previsto para el 7 de junio. La noche anterior el general Plumer se despidió de sus oficiales con estas palabras: «puede que mañana no hagamos historia, pero desde luego, cambiaremos la geografía».

En realidad no fueron las minas las que iniciaron el combate sino el tradicional bombardeo de artillería. Cuando éste cesó, poco antes de las 3 de la mañana, los alemanes ocuparon sus posiciones defensivas esperando un inminente asalto de infantería. La explosión de las minas, que muy posiblemente fue la mayor de la era prenuclear, se produjo a las 3:10 de la mañana. O quizás deberíamos decir las explosiones, porque fueron 19, aunque simultáneas. Para que nos hagamos una idea de su violencia, baste decir que la detonación se oyó en Londres, aunque allí debió de oírse a las 3:22 puesto que el sonido necesita más de 11 minutos para recorrer los 240 Km que separan la capital inglesa del campo de batalla. (No todos mis lectores proceden de España, pero para los que sí son españoles resultará muy ilustrativo saber que si las minas hubiesen estallado en Burgos la explosión se habría oído en Madrid). Se calcula que en aquel momento murieron cerca de 10.000 soldados alemanes. Apenas había comenzado la batalla, pero el resultado ya estaba decidido: las tropas inglesas ocuparon el saliente de Messines según lo previsto.

Los lectores más observadores habrán notado que antes mencioné 25 minas, pero sólo he hablado de 19 explosiones. Cierto que alguna mina se perdió antes de la batalla, pero otras, simplemente, no se hicieron explotar y quedaron en el olvido tras la guerra. Una de ellas estalló en 1955, tras una tormenta. La suerte quiso que en aquella ocasión sólo hubiera que lamentar la muerte de una vaca.

A los habitantes de la zona no parece que les preocupe mucho el vivir sobre una bomba. El periódico The Telegraph publicaba en 2004 este artículo en el que un granjero cuya propiedad está más o menos sobre una de aquellas minas asegura no perder el sueño por esas nimiedades, pero si alguno de los lectores pasa por la zona, que sepa a lo que se arriesga. Adjunto un mapa que he encontrado, para que sepáis por dónde no pasar los que queráis viajar por la zona. Ahora ya estáis avisados, que la oficina de turismo casi seguro que no os cuenta este tipo de detalles.Messines