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Llevamos unos días espantosos. Primero fue el avión ruso que, según se ha confirmado ahora, fue destruido por una bomba y después fue la matanza terrorista en París. No tiene nada de raro que las conversaciones hayan quedado dominadas por un único tema y en este panorama se ha atribuido a Vladimir Putin una de esas frases lapidarias que en una pantalla de cine sólo pronuncian tipos muy, muy duros: «Perdonar a los terroristas está en las manos de Dios. Enviarlos con Él es cosa mía».

Puede que Vladimir Putin sea un tipo muy duro, pero la frase no es suya. La periodista Remi Maalouf la vio en un muro de Facebook y la tuiteó a toda prisa sin contrastar la información. Pidió disculpas más tarde, pero me temo que la cita quedará para la posteridad porque, como se dice en El hombre que mató a Liberty Valance, película en la que encontramos a dos tipos muy, muy duros: cuando los hechos se convierten en leyenda, se imprime la leyenda.

La frase en cuestión me ha recordado un hecho histórico, y quienes me conocen saben que no puedo evitar dejar constancia en el blog. Además tiene que ver con la Edad Media, que no aparece mucho por aquí, y merece un poco más de atención. De manera que nos vamos a trasladar a principios del siglo XIII, una época de auge del espiritualismo. En esos años, por ejemplo, se crea la orden de los franciscanos, aprobada en 1209 por el papa Inocencio III, que tras conceder audiencia a Francisco de Asís no vio nada de malo en dar su apoyo a aquel hombre que predicaba la más absoluta pobreza, la hermandad entre los hombres y el amor por la naturaleza como obra de Dios.

Pero los franciscanos, pese al apoyo papal, nunca dejaron de ser, en cierto modo, sospechosos. Y no es de extrañar porque si esta regla predicaba la pobreza, manteniéndose dentro de la disciplina eclesiástica, otros movimientos tenían una ideología similar pero bastante más heterodoxa. Un buen ejemplo son los valdenses, discípulos de Pedro Valdo, un mercader de Lyon que experimentó, a finales del siglo XI, un proceso de conversión espiritual similar al que unos años más tarde viviría Francisco de Asís. La diferencia entre ambos estriba principalmente en las duras críticas del de Lyon hacia buena parte del clero.

Pero los protagonistas de nuestra historia son otros devotos de la pobreza: los cátaros, que se extienden con fuerza en el sur de Francia a partir de 1190. En este caso ya no es que prefirieran lo espiritual a lo material sino que consideraban directamente que todo aquello que es material es obra del diablo, frente a lo espiritual, que es obra de Dios. Y aquí ya tenemos un primer motivo de choque teológico, puesto que la Iglesia considera todo lo existente como obra divina. Si añadimos el rechazo cátaro a sacramentos como el bautismo o la comunión (que se apoyan en elementos materiales, como el agua usada durante el bautizo), y que rechazaban que Cristo pudiera haberse encarnado sino que creían que Jesús había sido una aparición espiritual que pretendía mostrar el camino de la redención, tenemos motivos más que suficientes, según la mentalidad del siglo XIII, para un enfrentamiento violento.

Quiso además el destino que fuese papa Inocencio III, un viejo conocido de este blog, que destacaba por su formación teológica y que por tanto no podía asistir impávido a tanta desviación de la ortodoxia. Los primeros esfuerzos fueron encaminados a predicar entre los cátaros para que volviesen al redil y de ahí el apoyo a Francisco de Asís, cercano al ideal cátaro de rechazo a la riqueza material, pero siempre dentro de la ortodoxia, y también a Domingo de Guzmán, que creó a partir de 1206 comunidades de predicadores centradas en dos principios: el estudio y la pobreza. Con su sólida formación teológica y su modo de vida ejemplar, los que serían conocidos como dominicos tuvieron como primera misión recuperar la ortodoxia en territorio cátaro. Pero esta vía, aunque resultó prometedora, era lenta y el mundo de entonces, como el actual, a menudo giraba muy deprisa.

La situación creada con el auge cátaro dejaba en posición muy difícil al conde Raimundo de Tolosa (Toulouse). Por un lado tenía a unos herejes muy arraigados en su territorio contra los que no tenía nada y con los que incluso simpatizaba, y por otro tenía a un legado papal, Pierre de Castelnou, decidido a excomulgarle por su tibieza ante la herejía. De este último problema se vio libre cuando el legado Pierre fue asesinado, pero entonces se acabó la paciencia de Inocencio III, que excomulgó a Raimundo. Éste consiguió rehabilitarse en seguida, pero para entonces ya estaba en marcha la llamada cruzada albigense (así llamada por la ciudad de Albi, cuyo gentilicio se emplea también para referirse a los cátaros).

La cruzada pondría punto final a la herejía por la vía de las armas. Una de las primeras acciones fue la toma de Béziers. El ejército cruzado estaba dirigido por un hombre destinado a hacerse famoso por su brutalidad: Simón de Monfort. Ante Béziers se encontró con un problema: los habitantes católicos de la ciudad asediada rechazaron la oportunidad que se les ofrecía de salir de ella dejando abandonados a su suerte a sus vecinos cátaros. Según Cesáreo de Heisterbach, Simón de Monfort consultó con el nuevo legado papal qué debían hacer cuando tomaran la ciudad, puesto que no podrían distinguir a los herejes del resto de habitantes. La respuesta del legado fue, como corresponde a este artículo, la propia de un tipo muy, muy duro: Matadlos a todos, que Dios ya reconocerá a los suyos.

Si se pronunció o no aquella sentencia es difícil de saber: Cesáreo de Heisterbach escribió esta historia más de 20 años después de ocurrida mientras que el propio legado papal, en correspondencia con Inocencio III, aseguraba que el asalto a la ciudad había comenzado de improviso, por iniciativa de los soldados, cuando aún los jefes cruzados estaban discutiendo el destino de la ciudad. La frase, no obstante, ilustra muy bien la brutalidad de aquella guerra, por lo que ha quedado en la memoria de los que la estudian. Y, aunque en realidad nunca llegara a pronunciarse, ya hemos visto que cuando los hechos se convierten en leyenda…