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«Dios reconocerá a los suyos»

19 jueves Nov 2015

Posted by ibadomar in Historia

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Albigenses, Béziers, Cátaros, Cesáreo de Heisterbach, Cruzadas, Dominicos, Edad Media, Franciscanos, Francisco de Asís, Herejía, Historia, Inocencio III, Liberty Valance, Putin, Raimundo de Tolosa, Santo Domingo de Guzmán, Simón de Monfort, Valdenses

Llevamos unos días espantosos. Primero fue el avión ruso que, según se ha confirmado ahora, fue destruido por una bomba y después fue la matanza terrorista en París. No tiene nada de raro que las conversaciones hayan quedado dominadas por un único tema y en este panorama se ha atribuido a Vladimir Putin una de esas frases lapidarias que en una pantalla de cine sólo pronuncian tipos muy, muy duros: «Perdonar a los terroristas está en las manos de Dios. Enviarlos con Él es cosa mía».

Puede que Vladimir Putin sea un tipo muy duro, pero la frase no es suya. La periodista Remi Maalouf la vio en un muro de Facebook y la tuiteó a toda prisa sin contrastar la información. Pidió disculpas más tarde, pero me temo que la cita quedará para la posteridad porque, como se dice en El hombre que mató a Liberty Valance, película en la que encontramos a dos tipos muy, muy duros: cuando los hechos se convierten en leyenda, se imprime la leyenda.

La frase en cuestión me ha recordado un hecho histórico, y quienes me conocen saben que no puedo evitar dejar constancia en el blog. Además tiene que ver con la Edad Media, que no aparece mucho por aquí, y merece un poco más de atención. De manera que nos vamos a trasladar a principios del siglo XIII, una época de auge del espiritualismo. En esos años, por ejemplo, se crea la orden de los franciscanos, aprobada en 1209 por el papa Inocencio III, que tras conceder audiencia a Francisco de Asís no vio nada de malo en dar su apoyo a aquel hombre que predicaba la más absoluta pobreza, la hermandad entre los hombres y el amor por la naturaleza como obra de Dios.

Pero los franciscanos, pese al apoyo papal, nunca dejaron de ser, en cierto modo, sospechosos. Y no es de extrañar porque si esta regla predicaba la pobreza, manteniéndose dentro de la disciplina eclesiástica, otros movimientos tenían una ideología similar pero bastante más heterodoxa. Un buen ejemplo son los valdenses, discípulos de Pedro Valdo, un mercader de Lyon que experimentó, a finales del siglo XI, un proceso de conversión espiritual similar al que unos años más tarde viviría Francisco de Asís. La diferencia entre ambos estriba principalmente en las duras críticas del de Lyon hacia buena parte del clero.

Pero los protagonistas de nuestra historia son otros devotos de la pobreza: los cátaros, que se extienden con fuerza en el sur de Francia a partir de 1190. En este caso ya no es que prefirieran lo espiritual a lo material sino que consideraban directamente que todo aquello que es material es obra del diablo, frente a lo espiritual, que es obra de Dios. Y aquí ya tenemos un primer motivo de choque teológico, puesto que la Iglesia considera todo lo existente como obra divina. Si añadimos el rechazo cátaro a sacramentos como el bautismo o la comunión (que se apoyan en elementos materiales, como el agua usada durante el bautizo), y que rechazaban que Cristo pudiera haberse encarnado sino que creían que Jesús había sido una aparición espiritual que pretendía mostrar el camino de la redención, tenemos motivos más que suficientes, según la mentalidad del siglo XIII, para un enfrentamiento violento.

Quiso además el destino que fuese papa Inocencio III, un viejo conocido de este blog, que destacaba por su formación teológica y que por tanto no podía asistir impávido a tanta desviación de la ortodoxia. Los primeros esfuerzos fueron encaminados a predicar entre los cátaros para que volviesen al redil y de ahí el apoyo a Francisco de Asís, cercano al ideal cátaro de rechazo a la riqueza material, pero siempre dentro de la ortodoxia, y también a Domingo de Guzmán, que creó a partir de 1206 comunidades de predicadores centradas en dos principios: el estudio y la pobreza. Con su sólida formación teológica y su modo de vida ejemplar, los que serían conocidos como dominicos tuvieron como primera misión recuperar la ortodoxia en territorio cátaro. Pero esta vía, aunque resultó prometedora, era lenta y el mundo de entonces, como el actual, a menudo giraba muy deprisa.

La situación creada con el auge cátaro dejaba en posición muy difícil al conde Raimundo de Tolosa (Toulouse). Por un lado tenía a unos herejes muy arraigados en su territorio contra los que no tenía nada y con los que incluso simpatizaba, y por otro tenía a un legado papal, Pierre de Castelnou, decidido a excomulgarle por su tibieza ante la herejía. De este último problema se vio libre cuando el legado Pierre fue asesinado, pero entonces se acabó la paciencia de Inocencio III, que excomulgó a Raimundo. Éste consiguió rehabilitarse en seguida, pero para entonces ya estaba en marcha la llamada cruzada albigense (así llamada por la ciudad de Albi, cuyo gentilicio se emplea también para referirse a los cátaros).

La cruzada pondría punto final a la herejía por la vía de las armas. Una de las primeras acciones fue la toma de Béziers. El ejército cruzado estaba dirigido por un hombre destinado a hacerse famoso por su brutalidad: Simón de Monfort. Ante Béziers se encontró con un problema: los habitantes católicos de la ciudad asediada rechazaron la oportunidad que se les ofrecía de salir de ella dejando abandonados a su suerte a sus vecinos cátaros. Según Cesáreo de Heisterbach, Simón de Monfort consultó con el nuevo legado papal qué debían hacer cuando tomaran la ciudad, puesto que no podrían distinguir a los herejes del resto de habitantes. La respuesta del legado fue, como corresponde a este artículo, la propia de un tipo muy, muy duro: Matadlos a todos, que Dios ya reconocerá a los suyos.

Si se pronunció o no aquella sentencia es difícil de saber: Cesáreo de Heisterbach escribió esta historia más de 20 años después de ocurrida mientras que el propio legado papal, en correspondencia con Inocencio III, aseguraba que el asalto a la ciudad había comenzado de improviso, por iniciativa de los soldados, cuando aún los jefes cruzados estaban discutiendo el destino de la ciudad. La frase, no obstante, ilustra muy bien la brutalidad de aquella guerra, por lo que ha quedado en la memoria de los que la estudian. Y, aunque en realidad nunca llegara a pronunciarse, ya hemos visto que cuando los hechos se convierten en leyenda…

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Hace 800 años. Las Navas de Tolosa.

20 viernes Jul 2012

Posted by ibadomar in Historia

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Al Andalus, al-Nasir, Alfonso IX, Alfonso VIII, Almohades, Almorávides, Batalla, Edad Media, Historia, Inocencio III, Momentos cruciales, Navas de Tolosa, Pedro el Católico, Reconquista, Sancho el Fuerte

Dedicado a @AntonioMaestre, porque una discusión tuitera con él dio origen a este artículo, y puede que a otro u otros dos más.

Como apenas sigo los medios de comunicación no estoy seguro de si se ha conmemorado de alguna manera especial el octavo centenario de la batalla de las Navas de Tolosa. Me da la impresión de que no, y eso a pesar de que es un acontecimiento muy significativo de nuestra Historia. Intentaré poner mi granito de arena para divulgar qué ocurrió aquel 16 de julio de hace 800 años en la batalla que inspiró este cuadro de van Halen que hoy puede contemplar quien se acerque a visitar el Senado, si es que hay alguien que lo haga.

En uno de mis primeros artículos dije que hay algunos raros momentos en los que se aprecia cómo la Historia se encuentra ante una bifurcación y toma uno u otro camino. Aquél 16 de julio de 1212 se considera por lo general como uno de esos días, aunque puede que no fuese tan decisivo como se cree: el poder almohade declinaba y los reinos cristianos estaban en plena pujanza, así que posiblemente una victoria andalusí no habría hecho sino retrasar lo inevitable. Naturalmente no podemos estar seguros, ya que una derrota cristiana podría haber dado a los andalusíes la capacidad de retomar la iniciativa y reorganizar su reino. En ese caso el mundo no sería como hoy lo conocemos. Pero vayamos a los hechos.

En el siglo XI la presión de los reinos cristianos había crecido de tal manera que los reyes de taifas acudieron en busca de ayuda al norteafricano imperio almorávide, pese a la desconfianza que el extremado rigor religioso de aquellos bereberes recientemente convertidos al islam inspiraba a los musulmanes de al-Ándalus; pero a mediados del siglo XII los almorávides ya no eran la gran potencia militar de antaño y habían relajado un tanto su pasión por la religión. Surgió por entonces, también en el norte del África, una nueva amenaza para almorávides y cristianos: los almohades.

Si los almorávides estaban unidos por la religión y los lazos tribales, sus enemigos almohades debían su cohesión casi en exclusiva a su intransigencia religiosa, que incluso les llevaría a considerar a sus teóricos hermanos de fe de al-Ándalus como herejes cuya sangre puede ser derramada en la guerra santa. La paradoja estriba en que durante la segunda mitad del siglo XII, una vez que los almohades dominaron al-Ándalus tras acudir en apoyo de los musulmanes hispanos de la misma manera que lo habían hecho cien años antes sus predecesores, resultaron más tolerantes que éstos. Al menos así lo piensan muchos historiadores a la vista de los numerosos edictos que el califa almohade escribía para recordar los rigores de la religión y amenazando con duros castigos a quien no cumpliera. ¿Por qué se repetían tanto las mismas órdenes si no era porque en realidad no llegaban a acatarse? Que filósofos como Averroes desarrollaran su actividad en esta etapa parece demostrar que hubo más tolerancia de la que cabría sospechar.

Con rigor o sin él la cohesión social de al-Ándalus debía mucho al poder militar almohade, pero a finales del siglo XII se empezaba a notar su declive. Ciertamente aún lograrían imponerse a Alfonso VIII en Alarcos en 1195, pero sus rivales almorávides habían resurgido en el norte de África con el peligro que ello suponía. Quizás por esto el califa de ese momento redobló su fervor y buscó congraciarse con los teólogos con medidas extremas como la persecución a los filósofos o imponiendo a los judíos la obligación de llevar una señal distintiva para diferenciarlos de los musulmanes.

También en el campo cristiano había devoción. Tanta que un viejo conocido de este blog, el Papa Inocencio III decidió llamar a los caballeros europeos a una cruzada contra los almohades. El llamamiento no tuvo demasiado eco salvo en los reinos peninsulares y aun así con algunas reservas: Alfonso IX de León no sólo no estuvo presente en las Navas sino que aprovechó la ocasión para recuperar algunas plazas que habían quedado en poder de Castilla, mientras que sólo la amenaza de excomunión movió a Sancho el Fuerte de Navarra a acudir con retraso y a la cabeza de un reducidísimo ejército. La contienda fue breve, puesto que la campaña llevó a una única gran batalla, que tuvo lugar el 16 de julio de 1212.

El resultado de la batalla de las Navas de Tolosa, aun siendo una gran victoria cristiana, no supuso para los musulmanes el cataclismo que comúnmente se cree. La prueba es que en 1214 Alfonso VIII de Castilla, que no conseguía avances en sus campañas y veía cómo una grave sequía hacía imposible el esfuerzo de guerra, firmó una tregua con los musulmanes para morir poco después dejando un heredero de apenas 11 años con la incertidumbre que ello suponía para el reino. Por su parte, Pedro el Católico de Aragón tampoco sobrevivió largo tiempo a la victoria de las Navas: murió en 1213 dejando como heredero a un niño de apenas 5 años, el futuro Jaime el Conquistador, mientras peleaba paradójicamente contra un ejército cruzado que pretendía combatir la herejía cátara en un conflicto en el que en realidad se disputaba el control del condado de Tolosa (Toulouse). El tercer rey cristiano presente en las Navas, Sancho el Fuerte de Navarra, tuvo mejor suerte puesto que reinó aún durante 22 años.

En cuanto al derrotado califa al-Nasir, conocido entre los cristianos como Miramamolín, se refugió en Marraquech, donde fue asesinado en 1213. Le sucedió su hijo al-Mustansir de 15 años, que al parecer no tenía especiales dotes de gobierno y sí una gran afición a lidiar toros. De hecho parecer ser que su muerte, en 1224 se produjo en un accidente taurino. No dejó herederos, lo que complicó aún más la delicada situación almohade.

En resumen, la batalla fue crucial, pero puede que no fuese exactamente decisiva. El declive almohade se debe más a su fracaso en cohesionar su propio imperio que a factores externos. Los reinos cristianos consiguieron grandes avances en la Península en el siglo XIII, pero no inmediatamente después de la que fue, eso sí hay que reconocerlo, una importantísima victoria. Lástima que se haya perdido la ocasión, una vez más, de dar a conocer un episodio que explica por qué hoy somos como somos.

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Las promesas incumplidas de Alejo IV

06 domingo May 2012

Posted by ibadomar in Historia

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Alejo, Balduino de Flandes, Constantinopla, Cruzadas, Edad Media, Historia, Imperio Bizantino, Inocencio III, Jerusalén, Juan Pablo II, Miguel Paleólogo, Ricardo Corazón de León, Saladino, Venecia

Una de las cosas curiosas de estudiar Historia es que llega un momento en el que todo lo que ocurre parece tener algún precedente, aunque a veces haya que forzar un poco los paralelismos para que encajen los hechos. En estos días en los que se habla tanto de incumplimiento de promesas electorales no está de más recordar que esa costumbre de hacer grandes promesas que una vez en el poder no se cumplen, viene de antiguo. Claro que no siempre se puede incumplir impunemente, como descubrió Alejo IV.

Rencillas imperiales en Constantinopla

1195 fue un año agitado en Constantinopla, aunque nadie podía suponer hasta qué punto iba a ser trágico a la larga. Alejo III, acababa de llegar al trono tras deponer a su hermano Isaac II, que fue enviado a una mazmorra después de que le sacaran los ojos (la crueldad no era totalmente gratuita: la ceguera impedía cumplir con los deberes militares necesarios en un emperador). Pero Alejo III no dejó ciego al hijo de Isaac, de 13 años, también llamado Alejo y al que a partir de ahora llamaremos Alejo el joven para diferenciarlo de su tío. Seis años más tarde, Alejo el joven conseguía escapar de Constantinopla y refugiarse en la corte de Felipe de Suabia, donde esperaría la oportunidad para devolverle el favor a su tío. Y la ocasión llegaría con la IV Cruzada.

Se prepara una cruzada

La III Cruzada concluyó en 1192 sin alcanzar los objetivos previstos, puesto que el tratado que firmaron Ricardo Corazón de León y Saladino dejaba Jerusalén en manos musulmanas, aunque reconocía a los peregrinos cristianos el derecho a entrar libremente en la ciudad. Esto no le parecía suficiente al Papa Inocencio III, que predicó una nueva cruzada en 1198. Como consecuencia se preparó un ejército cuyos jefes decidieron que el plan más conveniente para llegar a Jerusalén era el de trasladarse por mar hasta Egipto y empezar allí las hostilidades. Para realizar la travesía los cruzados firmaron un acuerdo con Venecia, que proveería naves suficientes a cambio, eso sí, de 85.000 marcos de plata. En 1202 los venecianos tenían dispuesta la flota y en su ciudad había un ejército cruzado dispuesto a embarcarse… si tuviera dinero para pagar. Los cruzados se vaciaron los bolsillos cuanto pudieron, pero aún así les faltaban 34.000 marcos de plata.

El Dogo de Venecia, hombre práctico, halló una forma de arreglar el problema: una moratoria a cambio de que los cruzados ayudaran a Venecia a tomar la ciudad de Zara, en Dalmacia (actualmente Zadar, Croacia), que se había sublevado contra Venecia hacía 20 años y estaba bajo la protección del rey de Hungría. El trato no fue del agrado de todos los cruzados porque una cosa era arrancar Jerusalén de las garras de los infieles y otra atacar una ciudad cristiana. Finalmente se impuso el sentido práctico y decidieron tomar Zara, cosa que consiguieron con facilidad. Cuando Inocencio III se enteró de lo que habían hecho los soldados de Cristo excomulgó a todo el ejército, aunque más tarde los perdonaría a todos menos a los venecianos. Aun así dio licencia para que el ejército consintiera en viajar a su objetivo a bordo de los barcos de los impíos y atacaran Jerusalén de una vez. Pero para entonces había surgido una nueva distracción, puesto que había llegado a Zara una oferta de Alejo el Joven.

La promesa

Alejo prometía mucho a cambio de la ayuda del ejército cruzado: 200.000 marcos de plata, pagar al ejército todo un año, volver a someter a la Iglesia de Constantinopla a Roma poniendo así fin al cisma… era una oferta demasiado tentadora como para dejarla escapar. Alejo en persona acabó por presentarse en Zara y los cruzados pusieron rumbo a Constantinopla para asediar de nuevo una ciudad cristiana. Inocencio III casi se muere del disgusto al enterarse, pero poco podía hacer. El asedio fue breve, porque Alejo III huyó de la ciudad en seguida y los notables liberaron a Isaac II que, cegado y todo, volvió a sentarse en el trono. Para los cruzados el arreglo no era satisfactorio, puesto que ellos tenían un trato con Alejo el joven y no con su padre, pero consiguieron que Alejo fuera nombrado co-emperador con el nombre de Alejo IV.

La hora de rendir cuentas

Las promesas que se hacen antes de llegar al poder no siempre son fáciles de cumplir. Alejo IV lo descubrió pronto, pero a diferencia de los gobernantes actuales, él sí tenía que dar satisfacción a quienes le habían aupado. Hay que decir que lo intentó: hizo fundir los tesoros de las iglesias y subió los impuestos para intentar pagar su deuda, pero era mucho el dinero prometido y estas medidas le granjeraron una impopularidad que le hacía necesitar aún más la presencia de los cruzados para no ser derrocado por su propio pueblo. El descontento lo empezó a capitalizar otro Alejo, al que llamaban Murzuflo, que quiere decir «cejijunto». La tensión creció y surgió otro candidato a emperador, un tal Kanabos, que consiguió la púrpura durante unos 10 días, que fue lo que tardó Alejo Murzuflo en tomar el poder con el nombre de Alejo V y hacer estangular a Kanabos y a Alejo IV. Isaac II se murió, al parecer sin ayuda, por esas mismas fechas. Acababa de empezar el año 1204.

Teniendo en cuenta la base popular en la que se había apoyado Alejo V, al ejército cruzado no le podía gustar su ascenso al poder. Se inició una negociación, muy breve, en la que ninguna de las dos partes podía dar satisfacción a la otra: Alejo V no podía cumplir con las promesas de Alejo IV y los cruzados no podían embarcarse e irse sin más, puesto que necesitaban aprovisionarse y Murzuflo les había negado el acceso a los mercados de la ciudad. Los cruzados ya no tenían alternativa e iniciaron el asedio, que no duró más de dos meses. El 12 de abril de 1204 entraban en Constantinopla mientras Alejo V, Murzuflo, escapaba a Tracia.

El desenlace

Los cruzados procedieron a saquear Constantinopla de forma metódica. El botín debía ser puesto en común para luego repartirlo (no todos cumplieron, claro, pese a que quien fuese sorprendido ocultando botín era ahorcado). Se recaudaron 1.100.000 marcos y además se apoderaron de reliquias, montones de reliquias que inundaron Occidente y que eran también fuente de riqueza, puesto que atraían peregrinos. Se calcula que durante el saqueo murieron unos 2.000 constantinopolitanos.

Los cruzados eligieron entre sus jefes un nuevo monarca para el imperio: Balduino de Flandes, pero éste sólo pudo controlar una parte del territorio imperial, la que los historiadores conocen como Imperio Latino. Hasta 1261 no se puede volver a hablar de Imperio Bizantino, cuando Miguel Paleológo toma Constantinopla y restaura los usos existentes hasta 1204.

El Imperio Latino entre los restos del antiguo imperio bizantino, según Wikipedia.

El saqueo creó una brecha enorme entre los bizantinos y los occidentales. Muestra de ello es que la ansiada reunificación de la Cristiandad jamás se produjo. La herida fue tan profunda que en 2001, casi 800 años después, el Papa Juan Pablo II pidió perdón a la Iglesia Ortodoxa por aquellos hechos durante una visita a Grecia.

La huida de Alejo Murzuflo no fue larga: se refugió en territorio de su suegro, que no era otro que Alejo III, que lo recibió con los brazos abiertos y a los pocos días (¿a alguien le sorprende esto?) le hizo arrancar los ojos. Murzuflo terminó prisionero de los cruzados, que lo condenaron a muerte por el asesinato de Alejo IV y lo tiraron de lo alto de una columna monumental.

Así concluye la lamentable historia de la IV Cruzada. Si hay una enseñanza que se puede sacar de ella es que para un gobernante es peligroso alejarse del grupo que le ha aupado al poder. Podemos pensar que si este grupo es un conglomerado difuso de electores en realidad no hay riesgo, al menos físico, pero… ¿de verdad son los electores quienes ponen en el poder a los gobernantes? Dejémoslo ahí.

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