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El día en que ocurrió lo impensable

15 lunes Jun 2020

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Atenas, Cleón, Esfacteria, Grecia, Guerra del Peloponeso, Historia

Va a hacer tres meses que hice una promesa y va siendo hora de cumplirla. Al final del artículo La epidemia que venció a Pericles, conté que el cambio de estrategia ateniense durante la guerra del Peloponeso dio origen a que ocurriera lo impensable y prometí explicar a qué me refería. Quien esté familiarizado con ese periodo de la Historia no necesita muchas explicaciones, pero sospecho que algún lector debe de estar dándole vueltas al enigma y preguntándose si no voy a dar la respuesta nunca. Dado que me gusta cuidar de mis lectores (son pocos, sí, pero selectos) no puedo dejar a ninguno de ellos con la duda.

Decíamos en aquel artículo que Pericles había propuesto una estrategia peculiar en su enfrentamiento con Esparta: nada de buscar batallas en campo abierto, donde los espartanos eran superiores. Los atenienses, parapetados tras los Muros Largos, podían permanecer a salvo en su ciudad mientras la flota aseguraba el abastecimiento. Pero la epidemia hizo mella en Atenas, Pericles murió y las cosas empezaron a cambiar. Fue el momento de uno de los grandes enemigos políticos de Pericles: Cleón.

Cleón ha sido a menudo impopular entre los historiadores. Como siempre, hemos de recordar que lo que sabemos de él es lo que nos han contado autores como Tucídides, que no parecían tenerle simpatía. Ciertamente es difícil tenérsela si nos atenemos al retrato que de él se hace. Cleón era un político extremista y demagogo, de los que no buscan hablar al cerebro sino revolver las tripas y agitar a las masas. En política era lo que hoy llamaríamos un halcón. Un buen ejemplo es su posición ante la rebelión de Lesbos contra el dominio ateniense: Cleón propuso matar a todos los hombres adultos de Mitilene, la principal ciudad de la isla, y vender como esclavos a las mujeres y los niños. Por cierto, su moción se aprobó, pero 24 horas después los atenienses lo pensaron mejor y tuvieron que enviar un barco a toda prisa, contra el criterio de Cleón, para que alcanzara al que ya había zarpado para llevar la sentencia.

En la primavera del año 425 a.C. la guerra contra Esparta seguía más o menos con la misma tónica de los años anteriores: Esparta se dedicaba a arrasar el Ática en una campaña terrestre mientras Atenas se limitaba a operaciones navales. Pero Atenas era cada vez menos pasiva y buscaba hacer un daño cada vez mayor a Esparta y sus aliados. En una de esas ocasiones, el general ateniense Demóstenes acertó a darle a Esparta en donde dolía, quizás por casualidad.

Tucídides dice que el desembarco de una flota ateniense cerca de Pilos fue forzado por una tormenta y que Demóstenes aprovechó que el mal tiempo obligaba a sus hombres a permanecer en tierra para fortificar aquella posición. La tormenta le vino de perilla a Demóstenes, porque él ya tenía el plan trazado de antemano, pero no había conseguido el apoyo de los otros generales. Cuando vio que el mal tiempo les obligaba a desembarcar precisamente allí, Demóstenes debió de pensar que todos los dioses del Olimpo se habían puesto de su parte.En la fotografía de satélite que está encima de estas líneas, he marcado con un círculo rojo la zona en la que se produjo el desembarco. Mientras las tropas espartanas se dedicaban a arrasar el territorio de Atenas en el Ática, Demóstenes y su flota desembarcaban a apenas 100 Km. al oeste de Esparta, en el lugar más adecuado para instalar una base. Veamos una foto más detallada:

En la imagen vemos una bahía, que actualmente se llama bahía de Navarino, aparentemente bloqueada por una península que no es tal sino una isla llamada Esfacteria. La isla está situada tan cerca del continente que, según Tucídides, por el estrecho que separa ambas partes de tierra apenas podrían navegar dos trirremes. La flota ateniense debió de desembarcar en la playa delimitada por dos flechas rojas en la imagen y el campamento ateniense debío de estar en el lugar marcado con un circulito rojo. La zona era muy fácil de defender, con el mar a la espalda y, cerrando el paso por tierra, defensas naturales que fueron conveniente reforzadas aprovechando que la madera y la piedra eran abundantes. La bahía de Navarino era además el mejor puerto natural en la costa oeste del Peloponeso y por si eso fuera poco, el lugar estaba en la región de Mesenia, cuyos habitantes, reducidos a la condición de ilotas tras ser sometidos por Esparta, tenían motivos de sobra para rebelarse o intentar huir.

Cuando la flota pudo por fin hacerse a la mar, Demóstenes se quedó en el flamante fuerte al mando de cinco barcos y una pequeña guarnición. Cuando las noticias llegaron al ejército espartano, que estaba como de costumbre arrasando el Ática, el rey Agis regresó de inmediato. Un puesto enemigo en Mesenia era un peligro enorme, pero al menos no parecía difícil de conjurar: la plaza, pensaba Agis, no resistiría un ataque combinado por tierra y mar y en el peor de los casos, podría ser sometida a asedio y tendría que rendirse por hambre. Los espartanos decidieron enviar un contingente de 420 hombres a Esfacteria, quizás para asegurarse de que nadie desembarcaba allí.

El ataque a la posición ateniense no se hizo esperar, pero fue un desastre. Demóstenes supo organizar la defensa y los espartanos se vieron incapaces de tomar la posición. Peor aún, tras fracasar en el asalto tuvieron que entablar una batalla naval contra una flota de refuerzo de 50 trirremes atenienses. La flota espartana era ligeramente superior en número, pero tenía tan pocas oportunidades de vencer en el mar a los atenienses como éstos habrían tenido de triunfar en una batalla terrestre en campo abierto. El resultado fue una victoria ateniense que dejaba a 420 espartanos aislados en Esfacteria, de los cuales al menos 180 eran espartiatas: la flor y nata de la sociedad espartana. Parecen pocos, pero eran una parte considerable, y muy difícil de reemplazar, de su ejército. Esparta pidió inmediatamente una tregua para intentar rescatarlos.

Atenas aceptó, pero impuso unas condiciones draconianas: permitirían aprovisionar a los espartanos de Esfacteria, pero obligaban a entregar la flota espartana como muestra de buena fe. Los barcos serían devueltos al final de las negociaciones. Siempre y cuando tuvieran éxito, claro. Esparta debía de estar desesperada para aceptar aquella cláusula porque para Atenas sería fácil romper las conversaciones y quedarse con los barcos… que es exactamente lo que hicieron. Rota la tregua, los hombres de Esfacteria tenían un gran problema, pero Esparta ofreció la libertad a los ilotas que llevaran provisiones a la isla y recompensas generosas en el caso de los hombres libres. Al amparo de la noche, pequeñas embarcaciones conseguían burlar el bloqueo.

Los espartanos de Esfacteria tenían problemas, pero los hombres del fuerte ateniense no estaban mucho mejor: ellos también dependían de los suministros que llegaran por mar, pero cuando se acercara el invierno el aprovisionamiento sería impracticable. ¿Qué hacer? En Atenas empezó a crecer el temor de que hubiese que levantar el campo, y permitir que los espartanos escapasen, y con el temor creció el resentimiento contra Cleón, que había impedido llegar a un acuerdo.

Y así llegamos a la tumultuosa asamblea en la que Cleón, acorralado, acusó a Nicias y otros generales de no ser lo bastante hombres para desembarcar en Esfacteria y poner fin al problema. Alguien dijo que Cleón debería hacerlo él mismo, Nicias vio la oportunidad y anunció que le cedería el mando gustoso. Hay algunos puntos oscuros en la narración de Tucídides, pero el resultado es tan claro como el agua: Cleón se encontró con que le enviaban a resolver el problema de Esfacteria manu militari y, puestos a fanfarronear, se despidió prometiendo una solución en 20 días. Según Tucídides, los atenienses más sensatos respiraron aliviados: si Cleón triunfaba en Esfacteria se libraban del problema de los espartanos y si fracasaba se libraban de Cleón. Todo eran ventajas.

Contra todo pronóstico, Cleón triunfó. Probablemente Demóstenes ya tenía trazado el plan: los espartanos se agrupaban en el centro de la isla, para proteger la única fuente de agua potable y dejaban poca vigilancia en los posibles puntos de desembarco. Los atenienses lograron establecer cabezas de playa una noche y al amanecer desembarcaban con 800 hoplitas, otros tantos arqueros y 2.000 hombres de infantería ligera. En una batalla tradicional, resuelta con un choque entre hoplitas, los espartanos tenían las de ganar, pero cuando la infantería ligera tomó posiciones en las zonas altas y se dedicó a hostigar a los espartanos a distancia, éstos, con su pesado equipo, se vieron impotentes para responder. Tuvieron que retirarse hacia el norte de la isla, sufriendo un lento goteo de bajas, pero eso les alejaba de su única fuente de agua.

La situación era desesperada cuando Cleón y Demóstenes, conscientes de que los espartanos valían más como rehenes vivos que como cadáveres, les ofrecieron rendirse. El comandante espartano (que al iniciarse la batalla era el tercero al mando, los dos anteriores habían muerto) pidió permiso para enviar un heraldo a Esparta y consultar. La respuesta fue que tomaran la decisión que quisieran siempre que no fuera deshonrosa. Entonces fue cuando ocurrió lo impensable, algo inaudito, lo nunca visto: los espartanos supervivientes, unos 200, se rindieron.

Atenas sacó ventaja de la situación: en adelante Esparta no podría invadir el Ática so pena de ver a los rehenes ejecutados, lo que era un alivio para todos aquellos que veían su tierra arrasada año tras año. Cleón, por supuesto, se convirtió en un héroe nacional y siguió impulsando una política belicosa hasta su muerte, que ocurrió en el campo de batalla de Anfípolis tres años más tarde. Al parecer le había cogido el gusto a los combates. Con la desaparición del principal defensor de la política de guerra, se pudieron iniciar unas conversaciones de paz más prometedoras que las de tres años atrás. Al año siguiente, 421 a.C, llegó la paz y con ella  el fin del cautiverio de los rehenes de Esfacteria. No fue una paz duradera: en el 413 a.C. las hostilidades se reanudaban.

En su momento, el impacto de los sucesos de Esfacteria en el mundo griego fue tremendo. Los espartanos eran conocidos ante todo porque no se rendían nunca. Las madres espartanas despedían a sus hijos cuando partían a la guerra recordándoles que debían volver con el escudo (era muy pesado y arrojarlo era lo primero que se hacía para huir del combate) o sobre el escudo (puesto que así se transportaba a los cadáveres). Vencer o morir, así de simple. A un espartano no le estaba permitido rehuir la muerte en combate. Un guerrero espartano que no llegó a tiempo de participar en las Termópilas se suicidó para compartir el destino de sus 300 camaradas. Ése era el espíritu de Esparta. Derrotar a un contingente espartano era difícil, pero se podía conseguir. Lo que no se podía conseguir era que capitularan voluntariamente. Hasta aquel día.

 

 

 

 

 

 

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La epidemia que venció a Pericles

19 jueves Mar 2020

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Atenas, Epidemia, Esparta, Grecia, Guerra del Peloponeso, Historia, Muros largos, Pericles, Salamina

Tenía que pasar tarde o temprano. No hay periodo histórico que esté libre de una gran calamidad omnipresente y llevábamos mucho tiempo sin que apareciera una. Desastres ha habido, sí, pero nada comparable a una crisis generalizada como las dos guerras mundiales del siglo XX, las guerras napoleónicas del XIX, la guerra de sucesión o la guerra de los siete años en el XVIII, la guerra de los 30 años en el XVII… cada época y región tiene su gran calamidad y nos ha llegado la nuestra.

A pesar de todo y mirando con perspectiva, la situación, aun siendo trágica, no es demasiado mala. Se anuncian los primeros ensayos de vacunas y hay noticias sobre tratamientos esperanzadores. Es cierto que pasará tiempo antes de que la epidemia del coronavirus sea un mal recuerdo, pero no durará tanto ni será tan mortífera como la gripe de 1918, por poner un ejemplo. Aun así, supondrá miles de muertos y muchas personas en la ruina.

Pero no hemos venido aquí, a este blog, para hablar del presente. Para eso existen sobradas fuentes de información y análisis. Estamos aquí para contemplar el pasado y, si es posible, aprender de él. No sé si hay enseñanzas que extraer de la peste de Atenas, pero al menos servirá para hacernos ver que hubo plagas peores… y para tener algo de lectura en estos días de cuarentena generalizada.

Pongámonos en situación: Atenas había entrado en guerra con Esparta. Nadie podía saberlo, pero aquella guerra, que empezaba en el año 431 antes de Cristo, iba a prolongarse durante casi 30 años aunque con alguna interrupción, y resultaría especialmente devastadora para el mundo griego en general y para Atenas en particular. Y eso que Atenas se había preparado a conciencia construyendo sus célebres muros largos.

Recordemos que durante las guerras médicas, los persas habían logrado ocupar Atenas. Por aquel entonces ya había diferencias entre los griegos acerca de la estrategia: los espartanos se sentían seguros en el Peloponeso y creían que bastaba con fortificar el istmo de Corinto y retirarse detrás, pero eso suponía dejar indefensa la ciudad de Atenas. Los atenienses siempre confiaron en su flota, y tras Salamina tenían muy buenas razones para hacerlo. Para completar su defensa decidieron hacer inexpugnable su ciudad. Esparta se oponía fieramente a esa opción, pero Atenas presentó los hechos consumados: los llamados muros largos convertían a la ciudad en un bastión inatacable.

Imagen tomada de Wikipedia

La imagen muestra la disposición de los muros largos, que no sólo defendían la ciudad, sino que incluían el puerto de El Pireo, que estaba a unos 6 Km de distancia. En el mundo antiguo, la poliorcética, que es la técnica de tomar posiciones amuralladas, estaba apenas desarrollada, por lo que la mejor manera de enfrentarse a una ciudad bien defendida era sitiarla, arrasar las cosechas y esperar que el hambre hiciera el resto. Si los asediados querían impedirlo tenían que salir de la ciudad y presentar batalla. Ahí llevaba ventaja Esparta, con la infantería más poderosa de la época.

Pero Atenas, con su poderosa flota, podía reírse de los asedios. La ciudad controlaba las rutas marinas hasta el Ponto Euxino (el Mar Negro), y por tanto el acceso a las fértiles tierras de lo que hoy es Ucrania, que eran, y siguen siendo, el granero de Europa. Los muros impedían tomar la ciudad al asalto y la flota aseguraba que no habría hambre. Atenas podía dormir tranquila por mucho que los espartanos estuvieran a sus puertas.

Al empezar la guerra, Pericles trazó una estrategia muy conservadora. Como era de esperar, los espartanos invadieron el Ática, llegaron a los pies de Atenas, arrasaron las cosechas… y nada más. Atenas no presentó batalla para impedirlo. Lo que sí hizo fue enviar una flota que fue recorriendo el Peloponeso para ir arrasando zonas costeras: “tú destruyes mis cosechas con tu ejército, yo destruyo las tuyas con mi armada y veremos quién se cansa antes”. Sabiendo que Atenas tenía el suministro asegurado, era cuestión de esperar.

Pero la espera podía ser muy frustrante para los atenienses, que habrían preferido ver derrotado claramente al enemigo. Aún así, Pericles se mantuvo firme y quizás su estrategia habría triunfado de no ser porque a la población que normalmente vivía intramuros se le había sumado la de los campos de alrededor. Pero entonces hizo su aparición la enfermedad. Puede que no fuera causada por el hacinamiento prolongado, pero las condiciones eran perfectas para que se convirtiera en una epidemia. Tucídides, que sufrió en sus propias carnes la enfermedad, nos cuenta los detalles:

Comenzó (…) por Etiopía, (…) luego bajó a Egipto y Libia (…). A Atenas llegó de un modo inesperado y atacó primero a las personas del Pireo (…). 

Prosigue el relato con una descripción de los síntomas, del problema de los contagios y del hacinamiento, y nos cuenta la anarquía que reinó al generalizarse la creencia de que

nadie viviría hasta el juicio para pagar por sus delitos (…)

No sabemos qué enfermedad en concreto fue la causante de aquella epidemia. Algunos creen que pudo ser el tifus, otros que las fiebres tifoideas, e incluso hay quien cree que pudo ser algo parecido al ébola, pero nadie tiene una respuesta irrefutable y me temo que nos quedaremos con la duda. Lo que sí sabemos son las consecuencias, entre ellas una gran incertidumbre, porque entre las víctimas de la epidemia estuvo el mismísimo Pericles, el hombre que había dominado la política ateniense de tal manera que el siglo V antes de Cristo se conoce con el nombre de Siglo de Pericles.

Con él sucumbió su estrategia, que dio paso a una acción más agresiva. Curiosamente, y en contra de lo que se podría prever, este cambio dio resultados bastante buenos para Atenas puesto que llevó a que ocurriera lo impensable en Esfacteria. ¿Y qué pasó allí? Siento dejaros con la miel en los labios, pero eso os lo contaré en otro artículo, que tenemos aún mucha cuarentena por delante. Hasta entonces, cuidaos mucho y no salgáis a la calle.

 

 

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Ahora lo llaman fake news

24 domingo Feb 2019

Posted by ibadomar in Historia, Prensa

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Antigüedad, Atenas, Bulos, Cólera, Epidemia, Explosión del Maine, Grecia, Guerra de Cuba, Herodoto, Historia, Periodismo, Peste Negra, Pisístrato, Propaganda, Siglo XIX, Siglo XX

Se ha puesto de moda hablar de fake news y tengo la impresión de que usar un anglicismo debe de aportar prestigio, porque la existencia de bulos, camelos, desinformación, propaganda… como quiera llamarse a la difusión de noticias falsas, no es algo precisamente nuevo. La única novedad es que ahora se utiliza internet, pero por lo demás nos encontramos ante un fenómeno de lo más conocido. Todo se reduce a soltar una afirmación escandalosa usando el medio que pueda darle mayor publicidad.

Y no es ya que la difusión de bulos sea algo conocido. Es que el propio bulo a veces tiene poco de novedoso. Tomemos un ejemplo: la vicepresidenta de Venezuela dice que la ayuda humanitaria que llega al país está envenenada. Grave acusación, pardiez. Sin embargo, las circunstancias por las que pasa el país hacen pensar que podemos encontrarnos ante un caso de propaganda pura y dura. Lo interesante es que hay precedentes de esa misma acusación. En mayo de 1936, por ejemplo, circuló por Madrid el rumor de que se estaban repartiendo caramelos envenenados a los hijos de los obreros, lo que provocó disturbios, quema de iglesias y contribuyó a tensar un ambiente que ya estaba bastante crispado y que menos de tres meses después llegaría al paroxismo con la guerra civil.

Para más inri, el rumor de 1936 tampoco era novedoso: en julio de 1834, durante una epidemia de cólera, surgió en Madrid el bulo de que la causa de la enfermedad era que los frailes envenenaban el agua de las fuentes públicas. Eso bastó para iniciar unos disturbios que concluyeron con el asalto a varios conventos y la muerte de casi un centenar de religiosos. Como los hechos tuvieron lugar en el siglo XIX, la violencia fue anticlerical. De haber tenido lugar en el siglo XIV habría sido antisemita. Y no es una suposición aventurada: durante la epidemia de la Peste Negra hubo en toda Europa matanzas de judíos, a los que se acusaba de haber envenenado el agua de los pozos.

Pero estos ejemplos son de rumores más o menos improvisados y se supone que el peligro en nuestros días viene por el uso de los medios de comunicación para difundir falsedades con las que justificar acciones políticas. Eso tampoco es nuevo: en 1898 el buque norteamericano Maine sufrió una explosión, probablemente accidental, mientras estaba anclado en La Habana. La prensa estadounidense vio un filón en explotar la vena patriótica y acusó al gobierno español, entonces en guerra con los independentistas cubanos, de estar tras el incidente. Los periódicos se vendieron como churros y crearon en la opinión pública el ambiente adecuado para aceptar la intervención norteamericana en la guerra. Es famoso el intercambio de telegramas del magnate de la prensa William Randolph Hearst con un ilustrador al que había enviado a Cuba para cubrir la guerra. El ilustrador escribió que quería volver porque todo estaba tranquilo en La Habana y no había ninguna guerra sobre la que informar. El telegrama de respuesta de Hearst decía: “usted ponga las ilustraciones y yo pondré la guerra”.

Nos podemos remontar hasta muy lejos en la historia de la desinformación. Por ejemplo hasta la Grecia antigua. En el siglo VI antes de Cristo, en Atenas, Pisístrato era un maestro en el uso político de bulos y falsedades que un buen día, cuenta Herodoto, se hirió a sí mismo y a sus mulos y llegó con su carro al ágora, donde contó que le habían atacado sus enemigos y consiguió que se le permitiera llevar una escolta armada. Así formó su pequeño ejército privado, con el que pudo dar un golpe de estado y hacerse con el poder. La situación no duró mucho y Pisístrato fue expulsado de la ciudad, pero se las ingenió para volver con la ayuda de una joven particularmente alta. Con ella, a la que vistió como a un hoplita, con su lanza, coraza, casco y grebas, se dirigió en carro a Atenas precedido por heraldos que anunciaban el regreso de Pisístrato acompañado de la mismísima Atenea. Impedir la entrada al antiguo tirano era posible, pero dar con la puerta en las narices a la diosa protectora de la ciudad era impensable; y así fue como Pisístrato volvió a ejercer la tiranía. Más adelante tuvo que exiliarse de nuevo, pero consiguió volver por tercera vez y quedarse en el poder definitivamente. Lo curioso es que no sólo no abusó de él sino que sentó las bases de la grandeza de Atenas y mantuvo una alta popularidad hasta su muerte.

No hay nada nuevo bajo el sol, como se ve. Bueno, sí lo hay: este artículo, que tiene una peculiaridad. Debe de ser la primera vez que se escribe un texto sobre noticias falsas, desinformación y propaganda sin citar a Goebbels ni a la Unión Soviética. Para que luego digan que todo está inventado.

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