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El espía perfecto

12 sábado Nov 2022

Posted by ibadomar in Historia

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Espionaje, Historia, Lenin, Primera Guerra Mundial, Revolución rusa, Siglo XX

Sé que todos los lectores de este blog esperan que en esta fecha, 12 de noviembre, se publique un artículo que toque la Primera Guerra Mundial. Esta vez vamos a hablar de agentes secretos, esos individuos que pasan información a un país acerca de alguna potencia enemiga, o que participan en acciones de sabotaje contra el esfuerzo de guerra de un país por cuenta de otro, o que desestabilizan a un gobierno por cuenta de una potencia extranjera. Nuestro protagonista será alguien que consiguió el mayor de los éxitos en esas tres facetas. Me refiero a Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin.¿Lenin un espía? Seguro que esta afirmación sorprende a más de un lector. Pero si tenemos en cuenta que usó fondos alemanes para desestabilizar al gobierno ruso, que mientras estaba en el exilio traficó con información que le pasaban sus contactos en Rusia y que hizo que Rusia saliera de la guerra firmando un tratado de paz que convertía al país en poco más que un estado vasallo de Alemania, podemos afirmar que fue el más exitoso de todos los agentes alemanes. Cierto que su motivación no era ayudar a las Potencias Centrales sino alcanzar el poder, pero para ello no dejó de trabajar en favor de los intereses de las potencias enemigas de su propio país hasta el mismo día en que terminó la guerra.

Lenin ya estaba en contacto con los servicios secretos de las Potencias Centrales en 1914, época en la que residía en Cracovia, entonces parte del Imperio Austrohúngaro. Allí colaboraba con una asociación patrocinada por el gobierno austriaco, la Unión para la Liberación de Ucrania. Los lazos con una organización creada para extender actividades subversivas en territorio del Imperio Ruso, le fue muy útil a Lenin cuando, en su calidad de ciudadano ruso, fue detenido al estallar la Gran Guerra. Su detención fue breve y pronto las autoridades le dieron un salvoconducto para viajar a Suiza. Es significativo que este viaje no se hiciera por medios particulares sino en un tren correo militar austriaco.

En Suiza, Lenin estableció contacto con un estonio que se encargó de publicar sus escritos e introducirlos de contrabando en Rusia. A él le entregó Lenin en 1915 un documento, que sin duda se tendría en cuenta dos años más tarde, en el que se especificaban las condiciones que pondría una Rusia revolucionaria para firmar la paz con Alemania. El mismo hombre, que evidentemente estaba en contacto con los servicios de información alemanes, recibía a cambio de su ayuda copia de los informes que le llegaban a Lenin sobre la situación interna en Rusia.

Y entonces llegó la Revolución de Febrero de 1917, el zar se vio forzado a abdicar, Rusia se encontraba con un gobierno provisional… y Lenin se desesperaba al verse apartado de los acontecimientos. ¿Pero cómo regresar a Rusia? La respuesta la tenía el ministerio de asuntos exteriores alemán, que vio en el apoyo a los más extremistas de entre los extremistas bolcheviques la mejor manera de sumir a Rusia en el caos y obligarla a salir de la guerra. No era un plan nuevo: los alemanes ya habían apoyado actividades subversivas en países enemigos, y como ejemplo tenemos una fallida sublevación en Irlanda. Dispuestos a probar suerte en Rusia, pusieron un tren a disposición de Lenin y otros emigrados rusos para que viajaran a la neutral Suecia y desde allí entraran en Rusia.

Lenin sobrepasó todo lo que los alemanes podían esperar de él. Para desconcierto de sus compañeros de partido, su programa no daba ni la menor oportunidad al gobierno provisional, sino que pretendía derrocarlo de inmediato y tomar el poder por la fuerza. El primer intento llegó apenas Lenin bajó del tren. No había terminado el mes de abril cuando los bolcheviques intentaron derrocar al gobierno aprovechando unos disturbios surgidos a raíz de una declaración gubernamental sobre los objetivos de la guerra. El golpe fracasó, como era de esperar puesto que el ruso medio no estaba dispuesto a firmar una paz con Alemania de buenas a primeras, pero sirvió de primera experiencia de cara a la futura toma del poder. Los bolcheviques eludieron su responsabilidad en el intento de derribar al gobierno atribuyendo la acción a «exaltados».

El segundo intento tuvo lugar en julio. Rusia había intentado cumplir con sus obligaciones militares para con los Aliados mediante una ofensiva, pero pronto se vio obligada a retroceder ante el empuje alemán. Cuando el gobierno decidió enviar al frente a la guarnición de Petrogrado, en la que el partido bolchevique tenía gran influencia, los acontecimientos se precipitaron. Los bolcheviques, que contaban con usar las tropas de la guarnición en su asalto al poder, veían sus planes en peligro si la guarnición salía de la capital, por lo que iniciaron una campaña incitando al motín. Las tropas no necesitaron demasiado para salir a la calle en un golpe de estado que estuvo a punto de tener éxito, pero que se frustró cuando todo parecía decidido a su favor debido a que se filtraron las conexiones alemanas de Lenin.

La filtración fue cosa de Pavel Pereverzel, ministro de justicia del gobierno provisional, que aprovechó los datos facilitados por los servicios de información franceses. Los bolcheviques vacilaron, puesto que las tropas sí aceptaban manifestarse en contra de ir al frente, pero de ahí a colaborar abiertamente con el enemigo mediaba un abismo y el viaje de Lenin atravesando territorio alemán le había hecho muy sospechoso entre los soldados. El resultado final fue que el golpe fracasó y el partido bolchevique se vio contra las cuerdas. Todo hacía pensar que pronto seguiría un juicio público en el que se aclararían los vínculos de Lenin con los alemanes, pero Kerenski, recién nombrado primer ministro, no se decidió a dar el paso. Al contrario, destituyó a Pereverzel con la absurda excusa de que éste se había precipitado al difundir la información y se había perdido la oportunidad de establecer de forma definitiva la traición de Lenin. Kerenski siempre estuvo más preocupado por la imaginaria posibilidad de un golpe monárquico que por la auténtica amenaza que iba a acabar con su gobierno apenas tres meses después.

El partido bolchevique se vio sumido en el desconcierto, e incluso en la desesperación, al encontrarse al borde de la catástrofe que supondría una investigación a fondo justo cuando habían estado a punto de tomar el poder; pero la pasividad de Kerenski le permitió recuperarse. En octubre los bolcheviques habían aprendido de sus fracasos anteriores. Esta vez no confiaron en las masas, demasiado imprevisibles, ni en manifestaciones, sino en pequeñas unidades muy disciplinadas que tomaron los puntos clave: correos, central telefónica, central eléctrica, ferrocarriles, etc. Petrogrado quedó así bajo el control bolchevique y Lenin pudo alzarse finalmente con el poder. Quedaba por ver qué relaciones se establecían ahora entre el nuevo gobierno ruso y los alemanes.

Las conversaciones entre ambas partes empezaron antes de que terminara el año. La posición de Lenin era la de firmar una paz cuanto antes, puesto que de otra forma consideraba inviable conservar el poder. Necesitaba librarse de la presión exterior para poder utilizar las armas contra sus enemigos internos, pero tropezaba con la oposición de muchos de sus compañeros de partido, que querían utilizar las conversaciones de paz como resorte para impulsar una revolución a escala europea. El resultado fue la dilatación de las negociaciones hasta que la delegación alemana, en febrero de 1918, se hartó de no llegar a ninguna parte, abandonó la mesa de negociación y se reanudaron las operaciones militares. Como era de esperar, las tropas rusas apenas mostraron resistencia y se reemprendieron las negociaciones, esta vez siguiendo las consignas de Lenin de ceder en lo que hiciera falta. Así se llegó al tratado de paz de Brest-Litovsk, que si no es tan conocido como el de Versalles es porque la derrota alemana ante los aliados occidentales hizo que muchos de sus efectos desaparecieran.

El tratado permitió a Alemania destinar al frente occidental a todos los ejércitos que hasta entonces mantenía en Rusia, pero las ventajas no eran sólo militares, puesto que las condiciones eran draconianas. Rusia perdía gran parte de su territorio: todo lo que estaba situado en Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania y además reconocía la independencia de Ucrania, mientras que Alemania triplicaba su tamaño. Los ciudadanos y empresas de las Potencias Centrales quedaban exentos de las nacionalizaciones aprobadas por los nuevos gobernantes rusos y además Alemania y Austria-Hungría veían reconocida la deuda del Imperio Ruso, pese a las decisiones del gobierno bolchevique de no pagar la deuda externa. En la práctica se ponía la economía rusa en manos alemanas, puesto que para las empresas era más seguro vender la propiedad a dueños alemanes, que estaban exentos del riesgo de nacionalización, que afrontar las caóticas políticas revolucionarias. 

El nuevo gobierno ruso siguió haciendo pagos a Alemania y garantizando las transacciones con ciudadanos alemanes hasta el mismo momento del armisticio del 11 de noviembre, que puso fin definitivamente a la Primera Guerra Mundial. De no haber sido por su derrota en el frente occidental, Alemania habría logrado convertir a Rusia en una colonia por el módico precio de 50 millones de marcos oro de la época, que es el monto estimado de las transacciones hechas por el gobierno alemán para acciones de propaganda y subversión en Rusia hasta el 31 de enero de 1918. El autor del que he obtenido esta cifra aclara que esa cantidad era equivalente a más de 9 toneladas de oro.

Sabiendo que el precio actual del oro es de unos 54 euros por gramo, podemos calcular lo que le costó al gobierno alemán instalar a un agente propio en el poder de una potencia enemiga y convertir a ésta en una colonia desde un punto de vista económico en un plazo de apenas un año: unos 54 millones de euros. Nunca una operación de subversión en una potencia enemiga salió tan rentable.

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El espía, el Mosquito y el periódico.

28 lunes Ene 2013

Posted by ibadomar in Aviación, Historia, Prensa

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Espionaje, Göring, Mosquito, Periodismo, Segunda Guerra Mundial, Zigzag

Llevo años oyendo hablar de la crisis de la prensa escrita. Por lo menos tantos como de la crisis del cine español o de la crisis de la industria discográfica. En los tres casos además siempre aparece como penúltimo responsable quien consumía estos productos y ha dejado de hacerlo. El ciudadano ya no compra periódicos ni va al cine ni compra discos, se lamentan los afectados. Y todo, prosiguen, por culpa de internet, ese invento del demonio empleado por sus pérfidos usuarios como un eficiente medio de transmisión de información y no como un mero escaparate del producto tradicional.

Dejaré para otro día el cine y la música para centrarme por esta vez en la prensa. ¿Ha pensado alguien que el problema puede ser de credibilidad? A menudo se argumenta que el lector prefiere una noticia gratis en internet aunque la calidad de la información sea menor y la veracidad dudosa. ¿De veras es así? ¿Y si la calidad de la información de los periódicos tradicionales no fuera tan alta como ellos pregonan? Todos hemos visto casos de «ruedas de prensa» en las que no está permitido hacer preguntas, hemos percibido que determinados periódicos apenas informan de noticias que perjudican a partidos políticos por los que sienten afinidad y hemos leído alguna noticia que nos ha hecho preguntar de dónde ha salido lo que se quiere hacer pasar por información.

Sobre esto último hemos tenido dos casos recientes. Hace poco apareció en prácticamente toda la prensa algo sorprendente: una mujer belga tenía que hacer un trayecto de unos 100 Km. en su coche, pero por un error del GPS condujo hasta Zagreb. A mí la noticia me resultó chocante y sospechosa desde el primer día porque había muchas cosas que no encajaban… pero mejor será que lo explique el bloguero Antonio Rodilla. En este enlace a su blog se puede leer con todo detalle un análisis de la historia y la explicación: el relato era inexacto porque no se trataba de un error del GPS sino de un caso de demencia senil leve. Al parecer nadie se preocupó de verificar en detalle la noticia, que sin ser completamente falsa, fue publicada en una versión sesgada por toda la prensa de España. Bueno, no toda, el diario El País se salvó.

Lástima que precisamente El País picara poco después con la comidilla de los últimos días: la fotografía falsa de Hugo Chávez entubado que el diario dio por verdadera. Esta vez sí se trataba de un error grave y el patinazo dio la vuelta al mundo (a modo de ejemplo véase el comentario del diario argentino Clarín). El País se vio expuesto a críticas más que mordaces en las redes sociales y es probable que muchos lectores lean ahora sus páginas con un escepticismo que hasta hace poco no sentían. La explicación dada por el periódico se puede leer aquí y un análisis muy crítico de tal explicación se encuentra aquí.

Todo esto me sirve como introducción a la historia que de verdad quiero contar hoy, una historia de espías, de sabotaje y de engaño en la que también 426px-Eddie_Chapman_(Agent_ZigZag)la prensa tuvo un curioso papel. La historia de Eddie Chapman, alias Fritz, alias Zigzag.

Chapman había formado parte de una banda de ladrones que se dedicaba a reventar cajas fuertes con la ayuda de explosivos. Atractivo y mujeriego, tampoco le hacía ascos a chantajear a las mujeres que seducía, pero su carrera delictiva terminó en 1939 cuando fue encarcelado en la isla de Jersey, territorio británico pegado a la costa de Francia. Allí le sorprendió el inicio de la guerra, la invasión de Francia por los alemanes y la ocupación de Jersey. Cuando salió de la cárcel, Chapman se ofreció a espiar para los alemanes, aunque tardó tanto en recibir respuesta que tuvo tiempo de ser encarcelado de nuevo (injustamente esta vez, pero su reputación le jugó una mala pasada). Sin embargo fue finalmente reclutado, entrenado como espía con el nombre clave de Fritz y preparado para saltar en paracaídas sobre Gran Bretaña con una importante misión: reunir explosivos y sabotear la fábrica de la empresa aeronáutica De Havilland. Y aquí aparece el segundo protagonista de nuestro relato.

El De Havilland Mosquito era un avión excepcional. Construido íntegramente en madera serviría hasta el final de la guerra como avión de reconocimiento fotográfico, caza nocturno, avión antisubmarino y bombardero rápido. Era tan veloz que las versiones de reconocimiento no iban armadas. En poco tiempo el Mosquito se convirtió en un dolor de cabeza para los alemanes. No era un arma tan determinante como los grandes cuatrimotores de bombardeo, pero hacía honor a su nombre porque resultaba de lo más molesto: aparecía de pronto, atacaba con precisión un objetivo puntual y desaparecía a toda velocidad.Mosquito_600pix

En septiembre de 1942, este avión se hizo célebre al atacar el cuartel de la Gestapo en pleno centro de Oslo. La acción hizo más daño a los vecinos que al mando alemán, pero fue un bofetón a la pretendida superioridad alemana. No es extraño que el Ministro del Aire, Göring, estuviera rabioso. Lo estaría más a finales de enero del 43, cuando una incursión de Mosquitos sobre Berlín atacó el edificio de la radio justo cuando tenía que emitirse un discurso del propio Göring.

Para entonces, Eddie Chapman, el agente Fritz, llevaba un mes en Inglaterra, donde se suponía que estaba usando sus antiguas mañas para reunir explosivos con los que sabotear la fábrica. En realidad Chapman, apenas tocó tierra, se dirigió a la primera granja que encontró, llamó a la policía y se entregó con la intención de emplearse como agente doble. El servicio secreto inglés, tras tomar mil precauciones, acabó por reclutarlo y lo bautizó con el muy apropiado nombre en clave de Zigzag. Controlar a un agente doble tiene muchas ventajas porque puede proporcionar información sobre el enemigo y pasar a la vez información falsa a ese mismo enemigo; pero para ello hace falta que el agente tenga credibilidad. Chapman había llegado para sabotear una fábrica y ahora había que hacer creer a los alemanes que la misión se había cumplido, pero sin causar ningún daño real. La fábrica tenía que parecer dañada desde el aire, para engañar al reconocimiento aéreo, y desde tierra, por si había algún agente más en Londres.

Para ello se escogió la noche del 29 de enero, que estaba prevista como de pocas nubes y con una luna que tardaría en salir. Ideal para contar con un par de horas de oscuridad para los preparativos y dejar luego que los alemanes sobrevolaran la zona. Se dispusieron lonas pintadas bajo la dirección de un prestidigitador para aparentar daños desde el aire y se preparó una escena de devastación. Una fuerte explosión en plena noche, ruidosa pero inofensiva, alertaría a los vecinos y cuando llegara la mañana, una vez que todos hubiesen visto los aparentes daños, se traerían deprisa y corriendo unas pantallas para ocultar la fábrica. Si aparecía un periodista había que decirle que algo sin la menor importancia había ocurrido; la mejor receta para disparar un rumor.

Para rematar la obra sólo faltaba un detalle: un comunicado de prensa aparecido en el periódico inglés que el superior alemán de Chapman solía leer, The Times, diario dirigido en aquel entonces por un caballero llamado Robert Warrington-Ward. El servicio secreto se dirigió a él para pedirle un párrafo corto que mencionara un incidente en la fábrica. Y aquí surgió el problema porque Warrington-Ward poseía la extraña cualidad de la ética y se negó en redondo a publicar una noticia falsa, puesto que el prestigio y la esencia misma del periódico se basaban en publicar únicamente noticias de veracidad contrastada. Con guerra o sin ella.

De nada valieron las insistencias. Lo máximo que se obtuvo de Warrington-Ward fue el consejo de acudir a otros periódicos, como por ejemplo el Daily Express, cuyo director sí se prestó a la farsa. Y aun así la noticia sólo salió en la primera edición, que se enviaba a Lisboa, desde donde la embajada alemana reexpedía los periódicos británicos a Alemania. Si un agente alemán notaba la diferencia entre la primera edición y las demás pensaría que la censura había obligado a retirar de las ediciones posteriores la noticia, que por lo demás era muy vaga (como cabía esperar de algo tan delicado en tiempo de guerra) y sólo hablaba de una explosión que, según se había informado, había provocado escasos daños en una fábrica no determinada. Más que suficiente para el engaño.

Funcionó a las mil maravillas. Tanto que Eddie Chapman pudo volver a territorio alemán sin ser descubierto y aún sería enviado de nuevo a Gran Bretaña con una nueva misión un tiempo después y seguiría trabajando como agente doble hasta el fin de la guerra. Los Mosquitos, por su parte, siguieron volando en acciones tan espectaculares como el ataque a la prisión de Amiens para permitir la huída de partisanos franceses en febrero de 1944 o la destrucción del cuartel general de la Gestapo en Copenhague en marzo de 1945.

La historia es emocionante, sin duda, pero yo me quedo con el momento en el que Warrington-Ward se negó a difundir una información falsa. Al fin y al cabo el texto que publicó el Daily Express era correcto puesto que había habido una explosión (inofensiva) y se había informado (falsamente) de escasos daños. El deber hacia el país y la necesidad de confundir al enemigo en un momento de guerra total parecen exigir una moral más relajada en este tipo de asuntos y aun así la ética profesional de su director impidió que el Times contribuyera al esfuerzo de guerra. Por eso no dejo de preguntarme qué diría Warrington-Ward si en una rueda de prensa un político le respondiera a una pregunta incómoda con un «hoy no toca hablar de eso».

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