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Sé que todos los lectores de este blog esperan que en esta fecha, 12 de noviembre, se publique un artículo que toque la Primera Guerra Mundial. Esta vez vamos a hablar de agentes secretos, esos individuos que pasan información a un país acerca de alguna potencia enemiga, o que participan en acciones de sabotaje contra el esfuerzo de guerra de un país por cuenta de otro, o que desestabilizan a un gobierno por cuenta de una potencia extranjera. Nuestro protagonista será alguien que consiguió el mayor de los éxitos en esas tres facetas. Me refiero a Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin.¿Lenin un espía? Seguro que esta afirmación sorprende a más de un lector. Pero si tenemos en cuenta que usó fondos alemanes para desestabilizar al gobierno ruso, que mientras estaba en el exilio traficó con información que le pasaban sus contactos en Rusia y que hizo que Rusia saliera de la guerra firmando un tratado de paz que convertía al país en poco más que un estado vasallo de Alemania, podemos afirmar que fue el más exitoso de todos los agentes alemanes. Cierto que su motivación no era ayudar a las Potencias Centrales sino alcanzar el poder, pero para ello no dejó de trabajar en favor de los intereses de las potencias enemigas de su propio país hasta el mismo día en que terminó la guerra.

Lenin ya estaba en contacto con los servicios secretos de las Potencias Centrales en 1914, época en la que residía en Cracovia, entonces parte del Imperio Austrohúngaro. Allí colaboraba con una asociación patrocinada por el gobierno austriaco, la Unión para la Liberación de Ucrania. Los lazos con una organización creada para extender actividades subversivas en territorio del Imperio Ruso, le fue muy útil a Lenin cuando, en su calidad de ciudadano ruso, fue detenido al estallar la Gran Guerra. Su detención fue breve y pronto las autoridades le dieron un salvoconducto para viajar a Suiza. Es significativo que este viaje no se hiciera por medios particulares sino en un tren correo militar austriaco.

En Suiza, Lenin estableció contacto con un estonio que se encargó de publicar sus escritos e introducirlos de contrabando en Rusia. A él le entregó Lenin en 1915 un documento, que sin duda se tendría en cuenta dos años más tarde, en el que se especificaban las condiciones que pondría una Rusia revolucionaria para firmar la paz con Alemania. El mismo hombre, que evidentemente estaba en contacto con los servicios de información alemanes, recibía a cambio de su ayuda copia de los informes que le llegaban a Lenin sobre la situación interna en Rusia.

Y entonces llegó la Revolución de Febrero de 1917, el zar se vio forzado a abdicar, Rusia se encontraba con un gobierno provisional… y Lenin se desesperaba al verse apartado de los acontecimientos. ¿Pero cómo regresar a Rusia? La respuesta la tenía el ministerio de asuntos exteriores alemán, que vio en el apoyo a los más extremistas de entre los extremistas bolcheviques la mejor manera de sumir a Rusia en el caos y obligarla a salir de la guerra. No era un plan nuevo: los alemanes ya habían apoyado actividades subversivas en países enemigos, y como ejemplo tenemos una fallida sublevación en Irlanda. Dispuestos a probar suerte en Rusia, pusieron un tren a disposición de Lenin y otros emigrados rusos para que viajaran a la neutral Suecia y desde allí entraran en Rusia.

Lenin sobrepasó todo lo que los alemanes podían esperar de él. Para desconcierto de sus compañeros de partido, su programa no daba ni la menor oportunidad al gobierno provisional, sino que pretendía derrocarlo de inmediato y tomar el poder por la fuerza. El primer intento llegó apenas Lenin bajó del tren. No había terminado el mes de abril cuando los bolcheviques intentaron derrocar al gobierno aprovechando unos disturbios surgidos a raíz de una declaración gubernamental sobre los objetivos de la guerra. El golpe fracasó, como era de esperar puesto que el ruso medio no estaba dispuesto a firmar una paz con Alemania de buenas a primeras, pero sirvió de primera experiencia de cara a la futura toma del poder. Los bolcheviques eludieron su responsabilidad en el intento de derribar al gobierno atribuyendo la acción a «exaltados».

El segundo intento tuvo lugar en julio. Rusia había intentado cumplir con sus obligaciones militares para con los Aliados mediante una ofensiva, pero pronto se vio obligada a retroceder ante el empuje alemán. Cuando el gobierno decidió enviar al frente a la guarnición de Petrogrado, en la que el partido bolchevique tenía gran influencia, los acontecimientos se precipitaron. Los bolcheviques, que contaban con usar las tropas de la guarnición en su asalto al poder, veían sus planes en peligro si la guarnición salía de la capital, por lo que iniciaron una campaña incitando al motín. Las tropas no necesitaron demasiado para salir a la calle en un golpe de estado que estuvo a punto de tener éxito, pero que se frustró cuando todo parecía decidido a su favor debido a que se filtraron las conexiones alemanas de Lenin.

La filtración fue cosa de Pavel Pereverzel, ministro de justicia del gobierno provisional, que aprovechó los datos facilitados por los servicios de información franceses. Los bolcheviques vacilaron, puesto que las tropas sí aceptaban manifestarse en contra de ir al frente, pero de ahí a colaborar abiertamente con el enemigo mediaba un abismo y el viaje de Lenin atravesando territorio alemán le había hecho muy sospechoso entre los soldados. El resultado final fue que el golpe fracasó y el partido bolchevique se vio contra las cuerdas. Todo hacía pensar que pronto seguiría un juicio público en el que se aclararían los vínculos de Lenin con los alemanes, pero Kerenski, recién nombrado primer ministro, no se decidió a dar el paso. Al contrario, destituyó a Pereverzel con la absurda excusa de que éste se había precipitado al difundir la información y se había perdido la oportunidad de establecer de forma definitiva la traición de Lenin. Kerenski siempre estuvo más preocupado por la imaginaria posibilidad de un golpe monárquico que por la auténtica amenaza que iba a acabar con su gobierno apenas tres meses después.

El partido bolchevique se vio sumido en el desconcierto, e incluso en la desesperación, al encontrarse al borde de la catástrofe que supondría una investigación a fondo justo cuando habían estado a punto de tomar el poder; pero la pasividad de Kerenski le permitió recuperarse. En octubre los bolcheviques habían aprendido de sus fracasos anteriores. Esta vez no confiaron en las masas, demasiado imprevisibles, ni en manifestaciones, sino en pequeñas unidades muy disciplinadas que tomaron los puntos clave: correos, central telefónica, central eléctrica, ferrocarriles, etc. Petrogrado quedó así bajo el control bolchevique y Lenin pudo alzarse finalmente con el poder. Quedaba por ver qué relaciones se establecían ahora entre el nuevo gobierno ruso y los alemanes.

Las conversaciones entre ambas partes empezaron antes de que terminara el año. La posición de Lenin era la de firmar una paz cuanto antes, puesto que de otra forma consideraba inviable conservar el poder. Necesitaba librarse de la presión exterior para poder utilizar las armas contra sus enemigos internos, pero tropezaba con la oposición de muchos de sus compañeros de partido, que querían utilizar las conversaciones de paz como resorte para impulsar una revolución a escala europea. El resultado fue la dilatación de las negociaciones hasta que la delegación alemana, en febrero de 1918, se hartó de no llegar a ninguna parte, abandonó la mesa de negociación y se reanudaron las operaciones militares. Como era de esperar, las tropas rusas apenas mostraron resistencia y se reemprendieron las negociaciones, esta vez siguiendo las consignas de Lenin de ceder en lo que hiciera falta. Así se llegó al tratado de paz de Brest-Litovsk, que si no es tan conocido como el de Versalles es porque la derrota alemana ante los aliados occidentales hizo que muchos de sus efectos desaparecieran.

El tratado permitió a Alemania destinar al frente occidental a todos los ejércitos que hasta entonces mantenía en Rusia, pero las ventajas no eran sólo militares, puesto que las condiciones eran draconianas. Rusia perdía gran parte de su territorio: todo lo que estaba situado en Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania y además reconocía la independencia de Ucrania, mientras que Alemania triplicaba su tamaño. Los ciudadanos y empresas de las Potencias Centrales quedaban exentos de las nacionalizaciones aprobadas por los nuevos gobernantes rusos y además Alemania y Austria-Hungría veían reconocida la deuda del Imperio Ruso, pese a las decisiones del gobierno bolchevique de no pagar la deuda externa. En la práctica se ponía la economía rusa en manos alemanas, puesto que para las empresas era más seguro vender la propiedad a dueños alemanes, que estaban exentos del riesgo de nacionalización, que afrontar las caóticas políticas revolucionarias. 

El nuevo gobierno ruso siguió haciendo pagos a Alemania y garantizando las transacciones con ciudadanos alemanes hasta el mismo momento del armisticio del 11 de noviembre, que puso fin definitivamente a la Primera Guerra Mundial. De no haber sido por su derrota en el frente occidental, Alemania habría logrado convertir a Rusia en una colonia por el módico precio de 50 millones de marcos oro de la época, que es el monto estimado de las transacciones hechas por el gobierno alemán para acciones de propaganda y subversión en Rusia hasta el 31 de enero de 1918. El autor del que he obtenido esta cifra aclara que esa cantidad era equivalente a más de 9 toneladas de oro.

Sabiendo que el precio actual del oro es de unos 54 euros por gramo, podemos calcular lo que le costó al gobierno alemán instalar a un agente propio en el poder de una potencia enemiga y convertir a ésta en una colonia desde un punto de vista económico en un plazo de apenas un año: unos 54 millones de euros. Nunca una operación de subversión en una potencia enemiga salió tan rentable.