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Precios máximos por decreto

27 jueves Nov 2014

Posted by ibadomar in Historia

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Diocleciano, Historia, Roma, Tetrarquía

Comenzaré este artículo con una perogrullada: cuando existe un problema acuciante es inevitable buscar recetas simples que lo resuelvan con facilidad. Pura lógica, puesto que es mucho más cómodo buscar la simplicidad que complicarse la vida. Sin embargo, cuando el problema es complejo las soluciones simples suelen fracasar porque siempre hay algún detalle que no se ha tenido en cuenta y la idea genial resuelve a medias el problema y a cambio crea otros adicionales, a menudo tan graves como el primero.

Todo esto me viene a la mente cuando pienso en la larguísima crisis económica que estamos arrastrando. Después de años enfrentándonos a una situación muy compleja no faltan las soluciones supuestamente sencillas. ¿Son bajos los salarios? que se suban por decreto; ¿suben los precios de determinados bienes? que se regule un máximo por ley y en paz. ¿Fácil, verdad? Eso parece, pero es una facilidad engañosa y, como de costumbre, tenemos un ejemplo histórico para observar y reflexionar sobre él. Además es un ejemplo especialmente interesante porque viene de la mano de un viejo conocido de este blog, Diocleciano.

DioclecianoYa conté en el artículo enlazado más arriba que Diocleciano fue el reorganizador del Imperio Romano. Puso fin definitivamente a la gran crisis del siglo III y reformó la administración imperial de arriba abajo: creó la Tetrarquía, cuyos detalles vienen en el artículo ya mencionado, modificó la estructura del ejército, creó un nuevo sistema impositivo, hizo responsables de los ingresos fiscales a los curiales (detalle que mencioné en este otro artículo), creó un nuevo sistema monetario… e intentó solucionar el problema de la inflación mediante el Edicto de precios máximos.

Todos los autores coinciden en que el edicto, cuyo nombre exacto es Edictum de pretiis rerum venalius, tiene un largo y farragoso preámbulo, difícil de leer incluso para experimentados latinistas, en el que se achaca el problema de la inflación a la avaricia de los mercaderes, a los que se impone una lista de precios máximos para más de un millar de artículos, a respetar en todo el Imperio so pena de los más severos castigos. O mejor dicho, un único castigo: la muerte. Se especifica además el coste de varios servicios, es decir el salario de diversos oficios. Como se ve, Diocleciano no dejaba nada al azar. Algunos ejemplos son:

  • Trigo: 100 denarios por modio (normalmente 8,75 litros, pero el edicto utiliza como medida el modio castrense, que era mayor, de casi 13 litros).
  • Centeno: 60 denarios por modio.
  • Lentejas: 100 denarios por modio.
  • Aceite de oliva: 40 denarios por sextario (algo más de medio litro).
  • Aceite de oliva de segunda categoría: 24 denarios por sextario.
  • Miel de primera calidad: 40 denarios por sextario.
  • Carne de cerdo: 12 denarios por libra (unos 330 gramos).

Hay muchos más productos: pescado, distintos tipos de carne, huevos, lana, zapatos, transporte, etc. Se puede decir que estaba prácticamente cualquier bien de uso corriente. Y no sólo eso sino también los servicios, como por ejemplo:

  • Carpintero: 50 denarios al día.
  • Barbero: 2 denarios por cliente.
  • Escriba: 25 denarios por cada cien líneas si empleaba la mejor letra.
  • Profesor de aritmética: 75 denarios mensuales por alumno.
  • Profesor de griego, latín o geometría: 200 denarios mensuales por alumno.
  • Profesor de retórica: 250 denarios mensuales por alumno.

Todo previsto, como podemos comprobar. Bueno, casi todo. El edicto no distinguía entre las diferentes partes del Imperio y no había contemplado la posibilidad de que determinados productores abandonaran su negocio por falta de beneficios o simplemente surgiera un mercado paralelo. La consecuencia fue un florecimiento del trueque y del mercado negro, por lo que el edicto duró muy poco y ni siquiera se sabe si llegó a aplicarse en todo el Imperio. Cierto que las noticias sobre su fracaso nos han llegado sobre todo por Lactancio, que no tenía ninguna simpatía por Diocleciano, pero según parece el edicto, que data de finales del año 301, no sobrevivió a la abdicación de su autor en el 305 e incluso puede que dejara de estar en vigor antes.

Así que, como de costumbre, vemos que no hay nada nuevo bajo el sol y que las recetas simplistas aplicadas a golpe de decreto, en este caso para contener precios y fijar salarios, no sirven de nada. Es mucho más difícil, pero da menos problemas, crear las condiciones adecuadas para que los acontecimientos se encaucen en la dirección deseada. En este blog vimos un buen ejemplo con la domesticación de los piratas de la Tortuga, a quienes ninguna ley ni acción militar había conseguido pacificar.

Hay que ver… llevo 768 palabras en este artículo para decir lo que mi abuela resolvía con sólo 8: Una cosa es predicar y otra dar trigo. En este caso a 100 denarios el modio.

 

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La lección de Diocleciano

18 domingo Dic 2011

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Constantino, Diocleciano, Historia, Maximiano, Roma, Tetrarquía

¿Qué será lo que tiene el poder para enganchar tanto como la más potente de las drogas? Filósofos y poetas podrán insistir en el superior valor de la libertad, el amor o la vida retirada, pero la ambición acaba siempre por imponerse… con algunas excepciones, como la del emperador romano Diocleciano.

El prestigio de Diocleciano como militar le permitió llegar al poder en el año 284, poniendo fin a un periodo conocido como Crisis del siglo III o Anarquía militar. Durante unos 50 años el imperio romano había vivido en una situación caótica en la que las legiones, proclives a la sublevación, nombraban y destituían emperadores a su antojo mientras los enemigos externos se multiplicaban y el propio imperio sufría secesiones que añadían enfrentamientos civiles a las guerras externas. El ascenso al poder de Diocleciano consiguió dar al imperio un periodo de estabilidad que inicio la época conocida como Bajo Imperio Romano.

Diocleciano es una figura que no ha gozado de buena prensa en la historiografía tradicional debido a la larga y enconada persecución contra los cristianos que se desarrolló durante su reinado, aunque parece ser que la mayor responsabilidad no recae sobre nuestro hombre sino sobre su compañero Galerio. Independientemente de su mejor o peor fama, la figura de Diocleciano resalta en los libros de Historia por las profundas reformas que impulsó. No es cuestión de entrar meticulosamente en todos los detalles, pero sí es interesante esbozar algunos de los cambios ocurridos durante su gobierno para comprender la importancia de la labor de este emperador.

Un ejemplo es la nueva división territorial, que aumentaba el número de provincias hasta duplicarlo, pero agrupándolas en doce nuevas entidades a las que se dio el nombre de diócesis. También la defensa de las fronteras fue modificada, sustituyéndose el viejo concepto de guarniciones fijas por una serie de fortificaciones en profundidad y un ejército interior móvil, capaz de acudir rápidamente a donde fuera necesario. Tampoco la economía y la política fiscal escaparon a la labor del monarca, al que ya se puede dar este nombre, tan impopular en la Roma del Alto Imperio, puesto que Diocleciano, comprendiendo que los tiempos habían cambiado tras medio siglo de desprestigio de la figura del emperador, decidió que éste no podía seguir siendo un Princeps (el primero entre iguales). En consecuencia adoptó el título de Dominus, señor, junto con un ceremonial cortesano que le colocaba en un plano de superioridad muy alejado de la falsa sencillez que pretendían aparentar sus predecesores durante el Alto Imperio.

Pero la gran reforma de Diocleciano fue la creación de la Tetrarquía. El imperio era, sencillamente, demasiado extenso para ser controlado por un solo hombre y Diocleciano decidió compartir el poder con su camarada Maximiano. Más adelante, el reparto de poder se amplió con la incorporación de dos nuevos gobernantes: Constancio Cloro y Galerio. Para regular la relación entre los cuatro, Diocleciano decidió que él y Maximiano usarían el título de Augustos, mientras que Galerio y Constancio serían Césares. En el futuro, cuando los augustos se retiraran o murieran, su título sería heredado por los césares, que abandonarían esta denominación para dejársela a los lugartenientes que escogieran, formando una nueva tetrarquía. Los nuevos césares ganarían experiencia de gobierno en su cargo hasta que llegara el momento de suceder a los augustos y buscar a otros dos sucesores. El imperio quedó dividido en cuatro regiones que serían gobernadas por los cuatro tetrarcas, aunque actuarían de forma colegiada y podrían desplazarse a una región que no fuera la propia en caso de necesidad. Diocleciano, como augusto senior se reservaba el papel de hombre fuerte.

(Imagen tomada de Wikipedia; click para ampliar)

En el mapa vemos la división del Imperio y a quién le correspondió cada parte, así como las localidades elegidas como capital de cada una de las cuatro regiones: Nicomedia, Milán, Tréveris y Salónica. Es significativo el hecho de que Roma quedara excluida de la capitalidad: los centros neurálgicos habían sido seleccionados por razones estratégicas de cercanía a la frontera, con lo que la ciudad que daba nombre al imperio quedaba relegada a un segundo plano.

El sistema funcionó bien, pero debía superar aún su prueba de fuego: la sucesión de los augustos. En el año 305 Diocleciano afectado seriamente por una enfermedad y probablemente presionado por Galerio, decidió retirarse. Más aún, logró convencer a Maximiano de que renunciara igualmente. Galerio y Constancio Cloro se convertían así en augustos, pero los problemas surgieron al elegir Galerio, el nuevo hombre fuerte, a dos hombres de su círculo como nuevos césares, frustrando las aspiraciones de dos hombres con prestigio y apoyos: Constantino y Majencio, hijos de Constancio Cloro y Maximiano respectivamente.

Diocleciano pasó a vivir retirado en Spalato (hoy Split, Croacia), donde se entretenía cuidando de su huerto; pero la historia no termina ahí. Apenas un año después, en el 306, moría Constancio Cloro y su ejército aclamaba a su hijo Constantino como emperador. Galerio se vio forzado a aceptar a Constantino como nuevo césar; pero los problemas continuaron porque Majencio se sublevó en Roma al frente de los pretorianos y con el apoyo de la población de la ciudad mientras Maximiano decidía volver de su retiro para apoyar a su hijo. El sistema de gobierno colegiado organizado por Diocleciano se derrumbaba a ojos vista. Los enfrentamientos continuarían pese a la reunión entre los implicados organizada en el 308 para intentar reconducir la situación.

Fue entonces cuando Diocleciano dio su gran lección, a pesar de no asistir a aquella conferencia, ni siquiera como mediador, desoyendo el intento de su viejo camarada Maximiano de hacerle abandonar su retiro para volver a poner orden en el imperio. La respuesta que dio Diocleciano al mensajero de su amigo dice mucho del carácter del anciano ex-emperador: «Dile que si pudiera ver las coles que planté con mis propias manos no me pediría que abandone la paz de este lugar para embarcarme en una lucha por el poder».

Maximiano murió en el año 310 tras ser derrotado por Constantino en Massilia (Marsella), Galerio falleció en el 311 de una horrible enfermedad en la que muchos cristianos vieron un castigo por su persecución, Majencio murió en el 312 durante la batalla del Puente Milvio, en la que fue derrotado por Constantino, que finalmente se alzaría con el poder único y reunificaría el Imperio. Sólo él, de entre todos los actores de esta historia sobrevivió a Diocleciano.

El emperador Diocleciano murió en su retiro de Spalato en el año 313.

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