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Comenzaré este artículo con una perogrullada: cuando existe un problema acuciante es inevitable buscar recetas simples que lo resuelvan con facilidad. Pura lógica, puesto que es mucho más cómodo buscar la simplicidad que complicarse la vida. Sin embargo, cuando el problema es complejo las soluciones simples suelen fracasar porque siempre hay algún detalle que no se ha tenido en cuenta y la idea genial resuelve a medias el problema y a cambio crea otros adicionales, a menudo tan graves como el primero.

Todo esto me viene a la mente cuando pienso en la larguísima crisis económica que estamos arrastrando. Después de años enfrentándonos a una situación muy compleja no faltan las soluciones supuestamente sencillas. ¿Son bajos los salarios? que se suban por decreto; ¿suben los precios de determinados bienes? que se regule un máximo por ley y en paz. ¿Fácil, verdad? Eso parece, pero es una facilidad engañosa y, como de costumbre, tenemos un ejemplo histórico para observar y reflexionar sobre él. Además es un ejemplo especialmente interesante porque viene de la mano de un viejo conocido de este blog, Diocleciano.

DioclecianoYa conté en el artículo enlazado más arriba que Diocleciano fue el reorganizador del Imperio Romano. Puso fin definitivamente a la gran crisis del siglo III y reformó la administración imperial de arriba abajo: creó la Tetrarquía, cuyos detalles vienen en el artículo ya mencionado, modificó la estructura del ejército, creó un nuevo sistema impositivo, hizo responsables de los ingresos fiscales a los curiales (detalle que mencioné en este otro artículo), creó un nuevo sistema monetario… e intentó solucionar el problema de la inflación mediante el Edicto de precios máximos.

Todos los autores coinciden en que el edicto, cuyo nombre exacto es Edictum de pretiis rerum venalius, tiene un largo y farragoso preámbulo, difícil de leer incluso para experimentados latinistas, en el que se achaca el problema de la inflación a la avaricia de los mercaderes, a los que se impone una lista de precios máximos para más de un millar de artículos, a respetar en todo el Imperio so pena de los más severos castigos. O mejor dicho, un único castigo: la muerte. Se especifica además el coste de varios servicios, es decir el salario de diversos oficios. Como se ve, Diocleciano no dejaba nada al azar. Algunos ejemplos son:

  • Trigo: 100 denarios por modio (normalmente 8,75 litros, pero el edicto utiliza como medida el modio castrense, que era mayor, de casi 13 litros).
  • Centeno: 60 denarios por modio.
  • Lentejas: 100 denarios por modio.
  • Aceite de oliva: 40 denarios por sextario (algo más de medio litro).
  • Aceite de oliva de segunda categoría: 24 denarios por sextario.
  • Miel de primera calidad: 40 denarios por sextario.
  • Carne de cerdo: 12 denarios por libra (unos 330 gramos).

Hay muchos más productos: pescado, distintos tipos de carne, huevos, lana, zapatos, transporte, etc. Se puede decir que estaba prácticamente cualquier bien de uso corriente. Y no sólo eso sino también los servicios, como por ejemplo:

  • Carpintero: 50 denarios al día.
  • Barbero: 2 denarios por cliente.
  • Escriba: 25 denarios por cada cien líneas si empleaba la mejor letra.
  • Profesor de aritmética: 75 denarios mensuales por alumno.
  • Profesor de griego, latín o geometría: 200 denarios mensuales por alumno.
  • Profesor de retórica: 250 denarios mensuales por alumno.

Todo previsto, como podemos comprobar. Bueno, casi todo. El edicto no distinguía entre las diferentes partes del Imperio y no había contemplado la posibilidad de que determinados productores abandonaran su negocio por falta de beneficios o simplemente surgiera un mercado paralelo. La consecuencia fue un florecimiento del trueque y del mercado negro, por lo que el edicto duró muy poco y ni siquiera se sabe si llegó a aplicarse en todo el Imperio. Cierto que las noticias sobre su fracaso nos han llegado sobre todo por Lactancio, que no tenía ninguna simpatía por Diocleciano, pero según parece el edicto, que data de finales del año 301, no sobrevivió a la abdicación de su autor en el 305 e incluso puede que dejara de estar en vigor antes.

Así que, como de costumbre, vemos que no hay nada nuevo bajo el sol y que las recetas simplistas aplicadas a golpe de decreto, en este caso para contener precios y fijar salarios, no sirven de nada. Es mucho más difícil, pero da menos problemas, crear las condiciones adecuadas para que los acontecimientos se encaucen en la dirección deseada. En este blog vimos un buen ejemplo con la domesticación de los piratas de la Tortuga, a quienes ninguna ley ni acción militar había conseguido pacificar.

Hay que ver… llevo 768 palabras en este artículo para decir lo que mi abuela resolvía con sólo 8: Una cosa es predicar y otra dar trigo. En este caso a 100 denarios el modio.