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Archivos de etiqueta: Primera Guerra Mundial

Enfermera, resistente, mártir, espía

12 viernes Nov 2021

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Cavell, Historia, Primera Guerra Mundial, Siglo XX

¡Hemos llegado al décimo cumpleaños de Los Gelves! Para celebrarlo hay una nueva página que comenta el aniversario, a la que se puede acceder pulsando en el enlace correspondiente en la cabecera del blog… o haciendo click aquí, que es mucho más directo. Pero lo importante son los artículos… y un 12 de noviembre sin artículo sobre la Primera Guerra Mundial, no es un 12 de noviembre como es debido.

Hoy hablaremos de una historia ambigua, incómoda y un tanto descorazonadora. Es la historia de Edith Cavell, la mujer que aparece en la fotografía. Una enfermera británica que ejercía su profesión en Bélgica cuando comenzó la Gran Guerra y que se hizo célebre por un motivo muy desagradable: fue fusilada en octubre de 1915.

Edith Louisa Cavell había nacido en diciembre de 1865 y no se puede decir que el suyo fuese un caso de vocación temprana por la enfermería, puesto que tenía ya 30 años cuando decidió acceder a la profesión, tras haber atendido a su propio padre durante una enfermedad cuyos detalles desconozco. Debió de descubrir que en el cuidado de enfermos estaba su lugar en el mundo, puesto que destacó lo suficiente como para que en 1907 la contratara una escuela belga de enfermería (la École Belge d’Infirmières Diplômées) que acababa de fundarse.

El estallido de la guerra en el verano de 1914 sorprendió a Edith Cavell en Inglaterra, visitando a su madre y a sus hermanos. Edith comprendió que durante una guerra el lugar de una enfermera está en su hospital así que regresó a Bélgica sin que pudiera disuadirla nadie de su familia ni de sus amigos. La clínica en la que trabajaba se convirtió en un centro en el que se atendía a heridos belgas, alemanes, franceses o ingleses puesto que Cavell y su equipo no hacían distinciones de nacionalidad, y tampoco tendría sentido hacerlas en un hospital amparado por la Cruz Roja Internacional. Pero Edith Cavell no se limitaba a ejercer como enfermera.

La ocupación alemana de Bélgica en 1914 fue un hecho muy traumático. Una invasión armada lo es por definición, pero en este caso las cosas fueron aún más lejos: Bélgica era neutral, pero el plan Schlieffen alemán obligaba a pasar por su territorio para invadir Francia en un movimiento de flanqueo. Los alemanes podían comprender que el pequeño ejército belga opusiera una resistencia de principio y abandonara la lucha pronto, pero no fue así: Bélgica tenía pocas tropas pero luchó enconadamente, obstaculizando un plan Schlieffen en el que la velocidad lo era todo.

Esto contribuye a explicar la brutalidad con que se empleó un ejército alemán frustrado por las dificultadas creadas por una pequeña nación que se resistía a admitir su inevitable derrota. No sólo se trata de que soldados embrutecidos por la violencia del combate y espoleados por el consumo de alcohol cometieran abusos sino de que estos abusos fueron tolerados e incluso fomentados por el mando. Cualquier conato de resistencia se reprimía mediante la toma y fusilamiento de rehenes, saqueo de poblaciones y todo el catálogo de atrocidades que normalmente asociamos a la Segunda Guerra Mundial, pero que ya estuvieron presentes durante la Primera. El episodio más conocido fue la destrucción de Lovaina, incluyendo el incendio de su incomparable biblioteca.

Cuando se corre el riesgo de ser fusilado porque un convecino a quien no se conoce de nada ha disparado contra las tropas de ocupación, el deseo de huir es natural. No eran pocos, por tanto, los civiles que deseaban escapar de Bélgica. No sólo civiles, también había soldados aliados atrapados tras las líneas alemanas que querían escapar del cautiverio o la sentencia de muerte. Y aquí es donde entra la segunda actividad de Edith Cavell, que se ocupaba de atender heridos en su hospital, sí, pero que además formaba parte de una red que ayudaba a ocultar fugitivos y enviarlos a la neutral Holanda.

Era una actividad tremendamente arriesgada. Al violar la legislación militar, Cavell se jugaba la vida y lo sabía, pero si actuaba con precaución, si conseguía ser discreta, si nadie la delataba, si, si, si… Eran demasiados puntos débiles y finalmente Edith Cavell fue arrestada a principios de agosto de 1915. No fue la única: otros miembros de la red de asistencia a los fugitivos cayeron con ella. Durante las diez semanas siguientes, Edith Cavell fue prisionera a la espera de juicio. Éste tendría lugar a principios de octubre y en él las cosas pintaban mal para Cavell y sus compañeros de infortunio, puesto que la pena por ayudar a escapar de territorio ocupado a soldados enemigos era la muerte. No parece que esto impresionara a la enfermera británica, puesto que admitió serenamente los hechos. Pero esto colocaba a los alemanes en una posición difícil, ¿qué hacer con Edith Cavell?

Desde un punto de vista legal, la cosa estaba clara: Cavell era ciudadana de un país enemigo, aunque protegida por su condición de personal sanitario. Pero al ser culpable de ayudar a combatientes a reunirse con su ejército perdía tal protección y debía ser tratada como cualquiera que violara las leyes de guerra. Eso implicaba el pelotón de ejecución, pero fusilar a mujeres nunca ha sido una manera de ganarse las simpatías de la opinión pública internacional, por muy justificado que esté desde el punto de vista legal. Los diplomáticos británicos, compatriotas de Cavell, no podían hacer nada puesto que eran beligerantes, pero los de Estados Unidos y España (ambas naciones neutrales en 1915) hicieron cuanto pudieron para que Edith Cavell fuese perdonada.

Su destino se decidió el 11 de octubre de 1915: Edith Cavell sería fusilada. El gobernador militar alemán, Moritz von Bissing, que estaba convencido de que Cavell era una espía que merecía el paredón, temiendo que la prolongación del asunto empeorara las cosas, decidió acelerar el proceso. En consecuencia, Cavell y sus compañeros de sentencia fueron pasados por las armas apenas unas horas después, el 12 de octubre a las 7 de la mañana. El diplomático español Rodrigo de Saavedra y sus colegas norteamericanos se mantuvieron activos durante toda la noche en un esfuerzo tan generoso como inútil.

Edith Cavell, por su parte, declaró poco antes de morir que no deseaba ser recordada como una heroína ni como una mártir, sino simplemente como una enfermera que había intentado cumplir siempre con su deber. Como era de esperar, nadie le hizo caso. La propaganda vio en ella una oportunidad perfecta y su figura se empleó en beneficio de la causa aliada con notable éxito: en los meses posteriores a su ejecución, se duplicó el número de hombres que se alistaban para combatir inspirados por la imagen de la heroica enfermera martirizada, que se empleó con profusión en la prensa y los carteles de reclutamiento.La ejecución de Edith Cavell, junto a hechos como la destrucción de Lovaina o el hundimiento del Lusitania, sirvió a la causa aliada para propagar la imagen de la barbarie alemana. Y es que Cavell formaba parte de una red de asistencia a fugitivos, sí, pero al fin y al cabo no era una espía… ¿o sí lo era? Cien años después de su muerte, en 2015, la ex-directora del servicio secreto británico MI5, Dame Stella Rimington, declaraba haber encontrado en los archivos documentos que prueban que Cavell formaba parte de una red que recogía información y la enviaba mediante mensajes cifrados ocultos en la ropa de los fugitivos. No está claro hasta qué punto estaba ella involucrada en la recogida de información, pero ahora sabemos que sí formaba parte de una célula de espionaje. De manera que Moritz von Bissing, el gobernador alemán, no se equivocaba al considerar a Cavell como una espía.

En realidad no importa si era espía o no. La propaganda aliada habría considerado a Cavell como una mártir inocente aunque la hubiesen atrapado con un libro de códigos en la mano, y los alemanes la habrían fusilado por su participación en la fuga de soldados aliados en cualquier caso. Edith Cavell, por su parte, sigue presente en monumentos, libros y películas e incluso da nombre, desde 1916, a una montaña en Canadá. Todo ello para recordar a la mártir y heroína porque, siendo realistas, nadie recuerda a Edith Cavell por su labor como enfermera, por más que éste fuera su deseo.

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Preguntas sin respuesta en Verdún

05 jueves Nov 2020

Posted by ibadomar in Historia

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Batalla de Verdún, Falkenhayn, Historia, Pétain, Primera Guerra Mundial, Siglo XX

Cumpliendo con la tradición, este 12 de noviembre vamos a explorar algún aspecto de la Primera Guerra Mundial. A estas alturas podríamos pensar que está todo dicho sobre ella; sin embargo aún quedan muchas cosas por explicar. Hace poco, por ejemplo, conocí una interesante polémica que afecta de lleno a nuestro conocimiento de uno de los momentos cruciales de aquella contienda. El asunto merece atención puesto que se centra en la batalla de Verdún, nada menos.

La de Verdún es una batalla bien conocida y resume en sí misma todo el espanto de aquella guerra. Duró varios meses, involucró a centenares de miles de hombres y terminó dejando las cosas más o menos como estaban al principio, pero con un número total de bajas cercano a 750.000, con unos 150.000 muertos por cada bando. La batalla se prolongó durante todo 1916, aunque a partir de julio cede el protagonismo a la Batalla del Somme. No es que dejara de haber lucha en Verdún, pero ahora había otra batalla que rivalizaba con ella en intensidad. Y eso que era difícil: los alemanes comenzaron la ofensiva de Verdún disparando 2 millones de proyectiles en apenas 6 días, la mitad de ellos en las primeras 10 horas. Cuesta creerlo, porque son casi 28 disparos por segundo, pero los números son verosímiles si recordamos que para alimentar aquel ritmo de tiro se necesitaban 30 trenes de munición diarios.

La batalla fue sórdida de principio a fin, empezando por su planteamiento. Uno de los primeros textos que leí sobre el tema se refería a Verdún como «la picadura de carne de von Falkenhayn». Se refería a Erich von Falkenhayn, el caballero de la fotografía, jefe del estado mayor alemán en 1916. Fue él quien concibió una ofensiva pensada para «desangrar» al ejército francés y obligarle así a pedir la paz. Su idea era lanzar un ataque en la posición fortificada de Verdún, un saliente del frente que los generales franceses se verían obligados a defender a toda costa enviando más y más tropas, que serían machacadas por la artillería alemana según fueran llegando. ¿Y no sería más fácil para los franceses retirarse de aquel saliente, eliminando así una posición expuesta? Von Fankelhayn pensaba que los franceses jamás abandonarían Verdún voluntariamente por una cuestión de orgullo nacional, que les haría comprometer más y más reservas hasta la aniquilación.

Nunca he entendido bien esta última parte, la verdad. Es cierto que en Verdún se firmó el tratado del año 843 que dividía el Imperio Carolingio entre los nietos de Carlomagno, que Verdún pasó definitivamente a Francia tras el fin de la Guerra de los Treinta Años en 1648 y que en Verdún se vieron las caras franceses y prusianos en 1792, durante la Guerra de la Primera Coalición, y en 1870, durante la Guerra Franco-Prusiana. ¿Y qué? ¿Acaso eso impedía a los generales franceses retirarse tranquilamente, acortando de paso sus líneas? Reconozco que von Falkenheyn comprendía la psicología de sus colegas franceses mucho mejor que yo, porque ciertamente defendieron Verdún con uñas y dientes.

Para ello contaban con toda una cadena de fuertes dispuesta en dos anillos concéntricos alrededor de la población que da nombre al complejo. Los fuertes estaban muy bien blindados, colocados de manera que se cubrieran unos a otros y con todo tipo de dispositivos ingeniosos, como torretas retráctiles que a la vista parecen enormes chinchetas hundidas en el terreno… hasta que la chincheta empieza a elevarse mostrando un cilindro que surge del suelo y alberga un cañón de 75 mm, perfectamente apuntado hacia su objetivo gracias a un sistema de periscopios. El mecanismo permitía elevarse, hacer fuego y volver a incrustarse en el terreno en apenas seis segundos. Añadamos a esto casamatas, nidos de ametralladoras, búnkeres subterráneos y tenemos uno de esos sitios que parecen inexpugnables.

Pero también había puntos débiles. Como hemos dicho, la posición francesa se enfrentaba a alemanes por todas partes menos por una, por lo que se la podía bombardear desde tres direcciones diferentes. Además, no era fácil llegar a ella, puesto que la red de ferrocarriles en la zona no era nada del otro mundo y dependía de una única carretera para su abastecimiento. Se conocería como la Voie Sacrée, la Vía Sagrada y por ella circularía todo un río de camiones para asegurar que nunca faltaran soldados, municiones ni suministros de cualquier tipo. Hasta 6.000 camiones por día, es decir uno cada 15 segundos aproximadamente… ¡de media!

La batalla comenzó el 21 de febrero de 1916. El 25 los alemanes lograron tomar Fort Douamont, el principal de los fuertes que dominaban la zona, pero a partir de aquí la ofensiva fue perdiendo fuelle a medida que el trabajo de nuestro viejo conocido, Philippe Pétain, comenzaba a dar sus frutos. Pétain organizó magistralmente la defensa de Verdún con especial atención a la situación de sus soldados. Para que no estuvieran demasiado tiempo en un lugar que sufría un bombardeo permanente y constantes ataques de infantería, organizó un sistema de rotación que tuvo dos efectos: por un lado el alivio de la tropa, que sabía que su estancia en aquel infierno sería corta; por otro, los constantes relevos motivaron que cerca de un 75% de los combatientes franceses pasaran por Verdún en algún momento, acrecentando la leyenda de la ferocidad de la batalla.

Los alemanes, por contra, se limitaron a mantener las mismas unidades, reemplazando las bajas con nuevos soldados. Esto aumentó el desgaste psicológico y no es de extrañar: algunas unidades, tras repetir el ciclo de sufrir un gran número de bajas, recibir nuevos soldados, y volver a empezar, se encontraron con un número de bajas acumuladas superior a su fuerza nominal. Creo que el récord es de un 115% de bajas en un determinado regimiento. ¿Puede alguien imaginarse el estado mental de alguien que primero ve caer uno tras otro a sus compañeros, luego caras nuevas que desaparecen a su vez apenas llegar y se entera de que el recuento de bajas va por 1.700 cuando su regimiento es de 1.500 hombres?

El desenlace de la batalla lo conocemos, pero el lector avisado habrá notado hace dos párrafos que algo no cuadra. ¿Fort Douamont cayó en apenas 4 días? Sí, eso dije. ¿Pero el plan no era hacer ataques limitados, dejando que el bombardeo de artillería desangrara al ejército francés? ¿Qué clase de ataque limitado es uno que toma la posición más fuerte del enemigo nada más comenzar? Una posible interpretación es que a la vista del éxito inicial, el mando alemán abandonó el plan original y se lanzó a una batalla para tomar todo el complejo defensivo comprometiendo cada vez más recursos, con lo que no se logró el objetivo de que las bajas francesas fueran desproporcionadas comparadas con las alemanas. ¿De verdad fue así?

¿Y si nos han mentido desde el principio? ¿Y si el plan no era desangrar al ejército francés? Durante todo el siglo XX se creyó que ésa era la idea inicial puesto que así lo dijo von Falkenhayn en sus memorias, en donde aseguraba que expuso el plan en un informe enviado al káiser en las navidades de 1915. Pero en la década de 1990 alguien cayó en la cuenta de que nadie había visto nunca tal informe. Más aún, los testimonios de los contemporáneos de von Falkenhayn no sostenían su versión. Según ellos, la idea era que Verdún elevaría la presión de tal manera que obligaría a una respuesta aliada que permitiría desencadenar un contraataque alemán y en la cadena de reacciones y contraataques se lograría romper el frente. De hecho, la ofensiva del Somme encaja perfectamente con la respuesta aliada contemplada en este plan alternativo. La teoría se ve reforzada por la negativa de von Falkenhayn a comprometer divisiones de reserva en Verdún para explotar los éxitos iniciales. ¿Mantenía las reservas a la espera de usarlas en otro punto?

Conocer lo que pensaba realmente von Falkenhayn es difícil porque era muy poco comunicativo: ni siquiera sus subordinados directos estaban al tanto de los detalles del plan. ¿Paranoia? Lo cierto es que von Falkenhayn no se llevaba bien con casi nadie: ni con el ministro de la guerra ni con los otros generales. Hindenburg y Ludendorff, por ejemplo, no compartían su punto de vista de que la guerra se decidiría en el frente occidental y estaban hartos de un von Falkenhayn que frustraba sus planes de comprometer más fuerzas en el Este. Se diría que sólo el káiser le apoyaba, que no es poco. Los historiadores confiaban en el relato contado por él tras la guerra, que puede contener lagunas debidas al paso del tiempo o por el deseo de auto-exculparse de los propios errores.

El caso es que en algún momento, fuese por el plan inicial o por el desarrollo de los acontecimientos, los alemanes parecieron realmente comprometidos a ocupar Verdún. Como hemos dicho, el suministro de la posición dependía de una única carretera, la Voie Sacrée, por lo que cortarla era vital. ¿Cuántas bombas de los millones que se utilizaron en la batalla cayeron sobre ella con ese fin? La respuesta es ¡ninguna! ¿Acaso los alemanes eran incapaces de alcanzar la carretera con sus cañones? Aunque hubiese sido así, cuando se inició la batalla tenían superioridad aérea y ya habían demostrado capacidad de atacar objetivos tan lejanos como Inglaterra usando dirigibles. Un par de impactos habrían bastado para sembrar el caos, complicar el suministro y hacer pensar a los franceses si no sería mejor retirarse de un lugar tan difícil de abastecer.

¿Dejaron los alemanes de bombardear la Voie Sacrée porque el plan era permitir que siguieran llegando soldados al supuesto matadero o simplemente pasaron por alto un punto clave? ¿Mintió von Fankelhayn al decir que el plan era aniquilar franceses según fueran llegando para no reconocer un error garrafal? La lógica habría sido intentar cortar las líneas de suministro de Verdún, pero también habría sido lógico por parte francesa evacuar la posición antes de que los alemanes se les ocurriera aislarla bombardeando la única carretera disponible.

De manera que, 114 años después sigue habiendo preguntas acerca de uno de los hechos que definieron el siglo XX y probablemente nunca conozcamos las respuestas. La incógnita sólo se despejará si alguien encuentra el famoso informe enviado al káiser en diciembre de 1915, aclarando cuál era el plan que expuso inicialmente von Falkenhayn, pero me temo que aunque esperemos otros 114 años seguiremos con la duda: si aquel informe existió, dejó de hacerlo cuando los archivos alemanes resultaron destruidos durante la Segunda Guerra Mundial.

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La batalla que todos perdieron

12 martes Nov 2019

Posted by ibadomar in Historia

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Batalla, Batalla de Jutlandia, Beatty, Churchill, Historia, Jellicoe, Primera Guerra Mundial, Scheer, Siglo XX

Vaya año que llevamos en Los Gelves. Por un lado, el blog ha cumplido los 8 años, que es mucho más de lo que yo pensaba que cumpliría. Por otro… a la vista está que este año no ha sido nada activo. Es una pena, pero el tiempo es limitado y estoy involucrado en tantos proyectos que al final algunos de ellos se resienten. Eso no quiere decir que el blog esté abandonado. Cuando llegue un 12 de noviembre en el que no se publique un artículo sobre la Primera Guerra Mundial, entonces estará abandonado, antes no. Y hoy es 12 de noviembre. Y hay artículo.

Esta vez hablaremos sobre la mayor batalla naval de barcos artillados de la Historia. Fue en el mar del Norte, en 1916, y se conoce con el nombre de batalla de Jutlandia. 1024px-John_Jellicoe,_Admiral_of_the_FleetFue una acción compleja, tanto que aún hoy los historiadores coinciden en que fue una ocasión perdida, pero no saben para quién. Y se discute sobre todo el papel del
caballero de la fotografía, el almirante John Jellicoe, a quien algunos consideran demasiado pusilánime mientras que otros ven como modelo de prudencia y sangre fría al mando. Fue un hombre que tuvo el destino de la guerra en sus manos y es justo reconocer que no dejó las cosas peor de lo que estaban, que no es poco dadas las circunstancias.

En principio, Jellicoe lo tenía fácil. La armada británica estaba considerada como la más poderosa del mundo y eso le daba una ventaja inmensa. La guerra terrestre que arrasaba el continente europeo desde el verano de 1914 se había estancado en el frente occidental, condenando a una Alemania que, en plena guerra de desgaste, no podía evitar que la flota británica bloqueara sus costas y la dejara desabastecida. La armada alemana no tenía capacidad de responder con un bloqueo sobre los puertos británicos, al menos en lo que a buques de superficie se refiere. Otra cosa eran los submarinos, pero los ataques submarinos contra barcos mercantes neutrales habían dejado a Alemania en una posición diplomática complicada. Había una alternativa, o eso pensaba el nuevo comandante de la flota alemana de alta mar, Reinhard Scheer.

Scheer era demasiado dinámico para quedarse sentado viendo a sus poderosos buques de superficie anclados sin atreverse a salir del puerto, pero sabía que no tenía nada que hacer en un enfrentamiento directo con la flota enemiga. La solución era enfrentarse, no a toda la flota, sino sólo a una parte, aniquilarla, y conseguir así que las fuerzas quedaran más igualadas. El plan para conseguirlo se basaba en lanzar ataques limitados contra la costa inglesa, provocando al adversario hasta conseguir que parte de la flota británica saliera a interceptar un pequeño contingente alemán. Sólo que el pequeño contingente llevaría detrás a toda la flota alemana. Si todo salía bien, los alemanes destruirían un número considerable de buques enemigos y la guerra naval quedaría equilibrada.

Con ese fin, el 31 de mayo de 1916, antes del amanecer, zarpó un grupo de barcos alemanes que se internó en el mar del Norte. El núcleo lo formaban cinco cruceros de batalla, a los que acompañaban otros cinco cruceros ligeros y varios destructores. A unas 50 millas náuticas por detrás navegaba toda la flota alemana, 99 buques de guerra en total. Lo que ellos ignoraban era que sus enemigos estaban alerta. Los servicios secretos británicos tenían los códigos navales alemanes y sabían que algo se preparaba, aunque desconocieran los detalles.

Es preciso hacer un inciso sobre el tipo de barcos que se enfrentaban. Los más potentes de todos eran los acorazados, buques fuertemente blindados, armados con cañones de gran calibre que les daban un inmenso poder de destrucción junto a una enorme capacidad de resistir impactos. Los cruceros de batalla eran casi tan potentes como los acorazados en lo que a armamento se refiere, pero su blindaje era inferior, lo que les hacía más vulnerables, pero más rápidos y maniobrables por su menor peso. Otros buques de gran tamaño eran los distintos tipos de crucero (cruceros acorazados, cruceros ligeros…) todos ellos pensados para operaciones que requirieran gran potencia de fuego.

Acorazados y cruceros de batalla eran los buques estrella del momento y formaban el núcleo de las flotas, pero no operaban solos: la invención del torpedo había permitido diseñar ligeros buques torpederos cuyo principal armamento ya no eran los cañones y cuyos torpedos podían darle un disgusto a cualquier acorazado al que pudieran acercarse con su gran velocidad. Para defenderse de los torpederos se creó un barco más ligero que los cruceros, rápido, armado con cañones y torpedos, y que con el tiempo, y añadiendo unas cargas de profundidad, se convertiría en el barco de guerra versátil por excelencia: el destructor. Y una vez vistos los tipos de barcos que se iban a enfrentar, volvamos a nuestro relato.

Habíamos dejado a la flota alemana internándose en el mar del Norte sin saber que, alertados de que algo se estaba cociendo, los barcos de la Royal Navy habían zarpado de Escocia unas 3 horas antes de que los alemanes se hicieran a la mar. Nada menos que 150 barcos divididos en dos grupos principales: el grueso de la flota, dirigido por el almirante Jellicoe, y un grupo menor formado principalmente por 6 cruceros de batalla y 4 acorazados dirigidos por el almirante Beatty. Ambos grupos debían encontrarse en el mar del Norte para enfrentarse juntos a la amenaza alemana, fuese la que fuese, pero antes de llegar a la cita, hacia las dos de la tarde, los barcos de Beatty se dieron de bruces con la avanzadilla alemana.

El comandante inglés, hombre agresivo, se lanzó sobre sus enemigos, que emprendieron la retirada. La ventaja en teoría era para los británicos, con sus 6 cruceros de batalla y 4 acorazados contra 5 cruceros de batalla alemanes, pero en la guerra no todo depende del número: la visibilidad era mala, especialmente hacia el este, lo que favorecía a los alemanes. Además, los acorazados de Beatty tardaron en reaccionar a la señal y su lentitud hizo que en la práctica se vieran en paralelo los 6 cruceros de batalla británicos y los 5 alemanes. A eso de las dos de la tarde, los barcos empezaron a cañonearse de lo lindo mientras navegaban hacia el sur, donde el grueso de la flota alemana se acercaba a toda máquina.

¿Por qué Beatty se acercó tanto a la avanzadilla alemana? Los cañones de grueso calibre de sus acorazados tenían tal alcance que habrían podido acertar a los barcos alemanes manteniéndose fuera del campo de tiro de éstos. ¿Fue la mala visibilidad la que le hizo juzgar mal la situación? ¿Un exceso de agresividad? ¿Quizás pensaba que los acorazados no se quedarían tan atrás? El caso es que los alemanes tenían un buen día: a eso de las 4 de la tarde alcanzaban al Indefatigable, cuya munición explotaba y se iba a pique con más de mil marineros a bordo. Menos de media hora más tarde el Queen Mary seguía el mismo destino. Beatty, que por un momento pensó que había perdido también un tercer crucero de batalla, llegó a soltar un exabrupto que se haría famoso: There seems to be something wrong with our bloody ships today. Lo podríamos traducir con un castizo No sé qué coño les pasa hoy a nuestros putos barcos.

Pero las cosas iban a cambiar muy pronto, porque en el horizonte estaba haciendo su aparición el grueso de la flota alemana obligando a la flotilla de Beatty a virar en redondo para huir hacia el norte. Un momento antes la avanzadilla alemana guiaba a Beatty hacia una trampa y ahora Beatty llevaba a los 99 barcos de la flota alemana al encuentro de los 150 buques de la armada británica. Todo indicaba que el almirante Jellicoe iba a tener ante sí la oportunidad de aniquilar la flota de superficie alemana.

Estuvo a punto de lograrlo. Aprovechó su ventaja tanto como pudo y las acciones que se sucedieron hasta la llegada de la noche muestran su superioridad, pero los alemanes, ahora a la defensiva, lanzaron a todos sus destructores y torpederos contra los buques enemigos en un intento desesperado de abrirse paso y escapar de la trampa en la que se habían metido.

Funcionó. Jellicoe, no queriendo arriesgarse a verse envuelto en un enjambre de torpedos, maniobró para evitar a los buques ligeros, dando a los alemanes un respiro hasta la llegada de la noche. Jellicoe, que sabía que las acciones nocturnas eran tan arriesgadas como jugar a la ruleta, no estaba dispuesto a perder su superioridad naval en un combate nocturno en el que la técnica alemana era superior. Prefirió intentar cortar la retirada a los barcos alemanes y esperar al amanecer, pero la armada alemana consiguió deslizarse en la oscuridad entre los buques adversarios y regresar a puerto.

Las pérdidas británicas fueron los dos cruceros de batalla que ya he mencionado, un tercero que resultó hundido en la acción entre las flotas principales, tres cruceros acorazados y siete destructores. Los alemanes sólo perdieron un crucero de batalla al que se añadieron otros buques de menor tamaño: cinco cruceros ligeros y otros tantos destructores. Tanto en tonelaje como en bajas, las pérdidas británicas doblaban a las alemanas y la propaganda germana no tardó en pregonar que la invencibilidad inglesa en el mar había desaparecido.

Muchos ingleses pensaron lo mismo y Jellicoe fue criticado por haber desaprovechado la oportunidad de acabar con la flota alemana cuando tenía tan gran superioridad numérica. Las críticas también alcanzaron a Beatty, que al principio de la lucha desaprovechó sus 4 acorazados para entrar en un combate incierto en el que sufrió las mayores pérdidas de la batalla. Pero estas opiniones no son unánimes y la controversia llega hasta hoy, porque muchos piensan que Jellicoe, al evitar un combate nocturno en el que se podría haber visto en desventaja, garantizó que la supremacía británica en el mar se mantuviera intacta, aun concediendo a sus rivales una victoria táctica.

Puede que la Royal Navy perdiera el combate, pero el resultado fue una derrota estratégica para Alemania. El plan de Scheer pretendía equilibrar las fuerzas, pero la flota de superficie alemana seguía en situación de inferioridad tras la batalla y ya no volvería a intentar ninguna acción de relevancia en todo el conflicto. Los alemanes se vieron forzados a recurrir de nuevo a la guerra submarina, lo que a la larga llevó a los Estados Unidos a entrar en la guerra, como ya sabemos, asegurando así que la derrota alemana fuera inevitable.

Desde ese punto de vista, las acciones de Jellicoe son acertadas puesto que aseguró la superioridad británica en el mar, que al fin y al cabo, era su misión. Por supuesto, resultaba frustrante para la opinión pública que la flota heredera del almirante Nelson, con una superioridad aplastante, no hubiese sido capaz de aniquilar a sus enemigos teniéndolos a tiro, pero el efecto final fue el mismo, puesto que la flota alemana de superficie tuvo tanta relevancia durante el resto de la guerra como habría tenido de haber resultado destruida.

Posiblemente, el mejor resumen de lo ocurrido lo ofrezca Winston Churchill, que definió a Jellicoe como el único hombre de ambos bandos que podría perder la guerra en una tarde. Que no lo hiciera es motivo suficiente, por muchos errores que cometiera, para guardarle cierta consideración.

 

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