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¡Hemos llegado al décimo cumpleaños de Los Gelves! Para celebrarlo hay una nueva página que comenta el aniversario, a la que se puede acceder pulsando en el enlace correspondiente en la cabecera del blog… o haciendo click aquí, que es mucho más directo. Pero lo importante son los artículos… y un 12 de noviembre sin artículo sobre la Primera Guerra Mundial, no es un 12 de noviembre como es debido.
Hoy hablaremos de una historia ambigua, incómoda y un tanto descorazonadora. Es la historia de Edith Cavell, la mujer que aparece en la fotografía. Una enfermera británica que ejercía su profesión en Bélgica cuando comenzó la Gran Guerra y que se hizo célebre por un motivo muy desagradable: fue fusilada en octubre de 1915.
Edith Louisa Cavell había nacido en diciembre de 1865 y no se puede decir que el suyo fuese un caso de vocación temprana por la enfermería, puesto que tenía ya 30 años cuando decidió acceder a la profesión, tras haber atendido a su propio padre durante una enfermedad cuyos detalles desconozco. Debió de descubrir que en el cuidado de enfermos estaba su lugar en el mundo, puesto que destacó lo suficiente como para que en 1907 la contratara una escuela belga de enfermería (la École Belge d’Infirmières Diplômées) que acababa de fundarse.
El estallido de la guerra en el verano de 1914 sorprendió a Edith Cavell en Inglaterra, visitando a su madre y a sus hermanos. Edith comprendió que durante una guerra el lugar de una enfermera está en su hospital así que regresó a Bélgica sin que pudiera disuadirla nadie de su familia ni de sus amigos. La clínica en la que trabajaba se convirtió en un centro en el que se atendía a heridos belgas, alemanes, franceses o ingleses puesto que Cavell y su equipo no hacían distinciones de nacionalidad, y tampoco tendría sentido hacerlas en un hospital amparado por la Cruz Roja Internacional. Pero Edith Cavell no se limitaba a ejercer como enfermera.
La ocupación alemana de Bélgica en 1914 fue un hecho muy traumático. Una invasión armada lo es por definición, pero en este caso las cosas fueron aún más lejos: Bélgica era neutral, pero el plan Schlieffen alemán obligaba a pasar por su territorio para invadir Francia en un movimiento de flanqueo. Los alemanes podían comprender que el pequeño ejército belga opusiera una resistencia de principio y abandonara la lucha pronto, pero no fue así: Bélgica tenía pocas tropas pero luchó enconadamente, obstaculizando un plan Schlieffen en el que la velocidad lo era todo.
Esto contribuye a explicar la brutalidad con que se empleó un ejército alemán frustrado por las dificultadas creadas por una pequeña nación que se resistía a admitir su inevitable derrota. No sólo se trata de que soldados embrutecidos por la violencia del combate y espoleados por el consumo de alcohol cometieran abusos sino de que estos abusos fueron tolerados e incluso fomentados por el mando. Cualquier conato de resistencia se reprimía mediante la toma y fusilamiento de rehenes, saqueo de poblaciones y todo el catálogo de atrocidades que normalmente asociamos a la Segunda Guerra Mundial, pero que ya estuvieron presentes durante la Primera. El episodio más conocido fue la destrucción de Lovaina, incluyendo el incendio de su incomparable biblioteca.
Cuando se corre el riesgo de ser fusilado porque un convecino a quien no se conoce de nada ha disparado contra las tropas de ocupación, el deseo de huir es natural. No eran pocos, por tanto, los civiles que deseaban escapar de Bélgica. No sólo civiles, también había soldados aliados atrapados tras las líneas alemanas que querían escapar del cautiverio o la sentencia de muerte. Y aquí es donde entra la segunda actividad de Edith Cavell, que se ocupaba de atender heridos en su hospital, sí, pero que además formaba parte de una red que ayudaba a ocultar fugitivos y enviarlos a la neutral Holanda.
Era una actividad tremendamente arriesgada. Al violar la legislación militar, Cavell se jugaba la vida y lo sabía, pero si actuaba con precaución, si conseguía ser discreta, si nadie la delataba, si, si, si… Eran demasiados puntos débiles y finalmente Edith Cavell fue arrestada a principios de agosto de 1915. No fue la única: otros miembros de la red de asistencia a los fugitivos cayeron con ella. Durante las diez semanas siguientes, Edith Cavell fue prisionera a la espera de juicio. Éste tendría lugar a principios de octubre y en él las cosas pintaban mal para Cavell y sus compañeros de infortunio, puesto que la pena por ayudar a escapar de territorio ocupado a soldados enemigos era la muerte. No parece que esto impresionara a la enfermera británica, puesto que admitió serenamente los hechos. Pero esto colocaba a los alemanes en una posición difícil, ¿qué hacer con Edith Cavell?
Desde un punto de vista legal, la cosa estaba clara: Cavell era ciudadana de un país enemigo, aunque protegida por su condición de personal sanitario. Pero al ser culpable de ayudar a combatientes a reunirse con su ejército perdía tal protección y debía ser tratada como cualquiera que violara las leyes de guerra. Eso implicaba el pelotón de ejecución, pero fusilar a mujeres nunca ha sido una manera de ganarse las simpatías de la opinión pública internacional, por muy justificado que esté desde el punto de vista legal. Los diplomáticos británicos, compatriotas de Cavell, no podían hacer nada puesto que eran beligerantes, pero los de Estados Unidos y España (ambas naciones neutrales en 1915) hicieron cuanto pudieron para que Edith Cavell fuese perdonada.
Su destino se decidió el 11 de octubre de 1915: Edith Cavell sería fusilada. El gobernador militar alemán, Moritz von Bissing, que estaba convencido de que Cavell era una espía que merecía el paredón, temiendo que la prolongación del asunto empeorara las cosas, decidió acelerar el proceso. En consecuencia, Cavell y sus compañeros de sentencia fueron pasados por las armas apenas unas horas después, el 12 de octubre a las 7 de la mañana. El diplomático español Rodrigo de Saavedra y sus colegas norteamericanos se mantuvieron activos durante toda la noche en un esfuerzo tan generoso como inútil.
Edith Cavell, por su parte, declaró poco antes de morir que no deseaba ser recordada como una heroína ni como una mártir, sino simplemente como una enfermera que había intentado cumplir siempre con su deber. Como era de esperar, nadie le hizo caso. La propaganda vio en ella una oportunidad perfecta y su figura se empleó en beneficio de la causa aliada con notable éxito: en los meses posteriores a su ejecución, se duplicó el número de hombres que se alistaban para combatir inspirados por la imagen de la heroica enfermera martirizada, que se empleó con profusión en la prensa y los carteles de reclutamiento.La ejecución de Edith Cavell, junto a hechos como la destrucción de Lovaina o el hundimiento del Lusitania, sirvió a la causa aliada para propagar la imagen de la barbarie alemana. Y es que Cavell formaba parte de una red de asistencia a fugitivos, sí, pero al fin y al cabo no era una espía… ¿o sí lo era? Cien años después de su muerte, en 2015, la ex-directora del servicio secreto británico MI5, Dame Stella Rimington, declaraba haber encontrado en los archivos documentos que prueban que Cavell formaba parte de una red que recogía información y la enviaba mediante mensajes cifrados ocultos en la ropa de los fugitivos. No está claro hasta qué punto estaba ella involucrada en la recogida de información, pero ahora sabemos que sí formaba parte de una célula de espionaje. De manera que Moritz von Bissing, el gobernador alemán, no se equivocaba al considerar a Cavell como una espía.
En realidad no importa si era espía o no. La propaganda aliada habría considerado a Cavell como una mártir inocente aunque la hubiesen atrapado con un libro de códigos en la mano, y los alemanes la habrían fusilado por su participación en la fuga de soldados aliados en cualquier caso. Edith Cavell, por su parte, sigue presente en monumentos, libros y películas e incluso da nombre, desde 1916, a una montaña en Canadá. Todo ello para recordar a la mártir y heroína porque, siendo realistas, nadie recuerda a Edith Cavell por su labor como enfermera, por más que éste fuera su deseo.