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Los dos reinados de Felipe V

22 domingo Jun 2014

Posted by ibadomar in Historia

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Carlos II, Farinelli, Felipe V, Fernando VI, Historia, Isabel de Farnesio, Juan Carlos I, Luis I, Luis XIV, María Luisa de Saboya, Siglo XVIII, Viruela

Llevamos unas semanitas de lo más agitadas a causa de la abdicación del rey Juan Carlos I. Tampoco tendría este asunto que causar demasiado alboroto puesto que la Constitución, en su artículo 57.5 dice textualmente: Las abdicaciones y renuncias y cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión a la Corona se resolverán por una ley orgánica. Pero, como en los más de 35 años que han pasado desde que se promulgó la Constitución, nadie ha tenido tiempo, ganas o interés por redactar esa ley orgánica, la abdicación ha obligado a una actividad frenética para suplir esa omisión.

El caso es que no es la primera vez que una abdicación genera problemas legales en España. Felipe V, por ejemplo, también pilló a todo el mundo por sorpresa con una abdicación repentina. Y también creó serios problemas legales cuando las circunstancias le llevaron a dar marcha atrás en su decisión. Y de esto trata el artículo de hoy, del casi olvidado rey Luis I y del extraño caso del rey que reinó dos veces.

Ya vimos en otro artículo que Felipe V tuvo que pasar por grandes dificultades, con una larga guerra incluida, cuando se hizo cargo de la sucesión de Carlos II. Esto nos podría hacer pensar en un hombre decidido y de voluntad firme, pero nada más lejos de la realidad. Felipe V era todo lo contrario, puede que en parte por su propio carácter o puede que por su educación, ya que le habían preparado para no reinar y evitar así disputas sucesorias por el trono de Francia. Y mira tú por dónde al hombre que no debía reinar ahora le caía, como llovido del cielo, un trono con su cetro y su corona. Precisamente a él, que había sido programado para darle más importancia a la vida eterna que a los intereses terrenales.

Felipe_V_de_España,_Rey_deFelipe V (imagen tomada de Wikipedia)

La educación recibida hizo que la religión fuera una de las grandes pasiones de Felipe V, la otra fue el sexo. Y dado que son dos intereses difícilmente compatibles, el rey Felipe tenía unas crisis de conciencia tremendas en las que enviaba a buscar urgentemente a su confesor. Y no hablamos de infidelidades sino simplemente de lo que el embajador francés denominó «la utilización excesiva que hace de la reina». Y es que el monarca era muy activo sexualmente hablando, detalle que usó hábilmente su segunda esposa, Isabel de Farnesio, para convertir su dependencia sexual en la forma de manejarle.

Para completar el cuadro se une su estado mental, que era, por decirlo claramente, el de un perturbado. Lo menos que se puede decir de Felipe V es que sufría de constantes depresiones. Y fue quizás en un momento de depresión cuando de pronto, por sorpresa, abdicó. No se conoce el motivo exacto: hay quien piensa que quería retirarse del mundo y quien cree que era un movimiento táctico para tener más opciones de ascender al trono de Francia si se diera el caso de que muriera Luis XV, que por entonces iba a cumplir 14 años por lo que la posibilidad parece remota. El motivo es tan oscuro como el propio Felipe, pero el caso es que el 19 de enero de 1724 era coronado Luis I de España, hijo de Felipe V y de su primera esposa, María Luisa de Saboya.

640px-Luis_I,_rey_de_EspañaLuis I (imagen tomada de Wikipedia)

El nuevo rey no había cumplido aún los 17 años, pero desde 1722 ya estaba casado con Luisa Isabel de Orleans, dos años menor que él. La nueva reina era tan mentalmente inestable como su suegro y Luis I pasó la mayor parte de su reinado intentando controlarla. Tampoco es que pudiera hacer mucho más, puesto que su padre le había impuesto una Junta de Gobierno y Luis no estaba en condiciones, ni por edad ni por preparación, de nombrar a sus ministros. El gobierno por tanto seguía en manos de Felipe V o, para ser más exactos, de Isabel de Farnesio, que ejercía su poder desde el palacio de La Granja. Fue así durante unos meses, puesto que en agosto de aquel mismo año, recién cumplidos los 17, el rey Luis I moría de viruela. Hay que decir que su hasta entonces incontrolable esposa se comportó con singular entereza durante la enfermedad y permaneció a su lado, lo que le valió el contagio, aunque en su caso la viruela no fue mortal.

Y entonces apareció el problema sucesorio porque nadie había contado con que Luis moriría apenas 7 meses después de abdicar su padre. Le debería corresponder reinar a Fernando, el segundo hijo de Felipe V y María Luisa de Saboya, pero Isabel de Farnesio se había cansado de su papel secundario así que Felipe V decidió (en realidad lo decidió Isabel) retomar la corona. Sólo que ya no era tan fácil: Fernando, el futuro Fernando VI, tenía apenas once años y muchos aristócratas veían como una interesante oportunidad la posibilidad de una larga regencia con un rey menor de edad; mucho mejor, desde luego, que seguir soportando a una reina Isabel a la que odiaban. Tampoco el clero veía bien que se violara una promesa solemne que debería ser irrevocable, como la de renunciar al trono que había hecho Felipe. Felipe V estaba dispuesto a volverse a La Granja, harto de todo, pero la reina no paró hasta lograr que el nuncio papal justificara teológicamente la ruptura de un juramento. Finalmente Felipe V volvió a ocupar el trono el 6 de septiembre de 1724.

El retorno no le sentó muy bien a su estado psíquico y sus problemas mentales se agudizaron. En 1727 la reina tuvo que frenar su manía religiosa limitándole a una misa diaria, lo que le valió insultos y golpes variados; en 1728 estuvo a punto de abdicar otra vez, lo que llevó a la reina a trasladar la corte a Sevilla, para aislar al rey y así tenerlo más controlado. Aislado sí, pero controlado… los alaridos del rey se oían por todo el Alcázar de Sevilla. Para colmo le dio por alterar su horario de manera que introdujo una especie de jet lag permanente en toda la Corte: cenaba hacia las cinco de la madrugada y se iba a dormir a las ocho, tomaba una comida ligera tras levantarse a mediodía, oía misa y se pasaba la tarde sin hacer nada o jugando con sus relojes. No despachaba con sus ministros hasta después de medianoche, normalmente a eso de las dos de la madrugada. Lo único que parecía animar y sacar a Felipe V de su postración era el canto del castrato Farinelli, que todas las noches le cantaba las mismas cinco melodías. El gran cantante fue uno de los grandes beneficiados del reinado puesto que supo usar con discreción el favor real y no granjearse enemigos abusando de él.

Entretanto Felipe V siguió malviviendo entre su interminable depresión y sus ataques de locura hasta su muerte en 1746. Fue entonces cuando por fin su hijo Fernando subió al trono, 22 años después de lo que le habría correspondido de no mediar la astucia de su madrastra y la falta de escrúpulos de un nuncio papal. Y es que eso de redactar leyes y reglamentos a toda prisa para arreglar cuestiones sucesorias derivadas de la abdicación de un rey no tiene nada de moderno.

 

 

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Septiembre de 1714

10 martes Sep 2013

Posted by ibadomar in Historia

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Almansa, Archiduque Carlos, Carlos II, Edad Moderna, España, Felipe IV, Felipe V, Gibraltar, Guerra de Sucesión, Historia, Luis XIV, Siglo XVIII, Tratado de Utrech

El lema que preside este blog, Somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos, lo tomé de un profesor que tuve cuando yo tenía entre 12 y 14 años y que también me enseñó a desconfiar de los medios de comunicación. Solía decir que no hay argumento más débil que un “esto es cierto porque lo dice la tele, y si lo dice la tele es verdad”. Con el tiempo he visto que tenía razón en ambas cosas.

Todos los años por estas fechas tengo ocasión de comprobarlo con motivo de la conmemoración del fin del asedio de Barcelona, que concluyó con la toma de la ciudad por las tropas de Felipe V el día 11 de septiembre de 1714. La efeméride ha terminado por convertirse en una exaltación de determinadas suposiciones más cercanas a la fantasía que a la Historia. Los acontecimientos de la época son, como suele ocurrir, mucho más complejos que la imagen distorsionada que a menudo se transmite para justificar un programa político.

El origen de aquellos hechos se sitúa muchos años atrás. El último de los reyes Habsburgo que tuvo España, Carlos II, era, por decirlo crudamente, una desgracia humana. Débil de cuerpo, mente y espíritu, ni siquiera fue capaz de cumplir con el primer deber de un monarca de la época: aportar un heredero al trono. Estaba tan claro el futuro problema sucesorio que el rey tenía apenas 7 años cuando se firmó el primer tratado de reparto de las posesiones españolas.

Europe,_1700_-_1714Mapa tomado de Wikimedia

El pastel era enorme: por un lado las posesiones europeas que vemos en el mapa (Península, Baleares, Sicilia, Cerdeña, Nápoles, Milanesado, Países Bajos españoles….) unidas al inmenso imperio de ultramar. En cuanto a los pretendientes, que contaban con que Carlos II moriría sin descendencia, eran Luis XIV de Francia y Leopoldo I del Sacro Imperio Romano Germánico, que estaban casados con sendas hijas de Felipe IV, las infantas María Teresa y Margarita Teresa respectivamente. Carlos II aún viviría hasta casi cumplir los 39 años, pero el pastel y los comensales seguían siendo los mismos a su muerte en 1700. Para entonces el viejo tratado de reparto había sido sustituido por otros dos.

Por su parte, Carlos II dejó un testamento nombrando heredero al duque Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, al que exhortaba a no permitir la pérdida de ninguno de los territorios. La idea era conseguir así el apoyo de Francia, la gran potencia del momento, puesto que España por sí misma no podía garantizar una posición lo bastante fuerte como para mantener la integridad territorial. Luis XIV aceptó su papel de protector, pero eso suponía romper el acuerdo de reparto y por tanto una muy probable guerra.

Felipe de Anjou llegó a Madrid en 1701, a los 17 años, para ser coronado rey con el nombre de Felipe V. No despertó entusiasmo, pero tampoco oposición. Aparentemente el nuevo rey estaba dispuesto a mantener la situación anterior y una muestra es su confirmación de los fueros catalanes en octubre de aquel año. Sin embargo la actitud de Luis XIV, que influía enormemente en su nieto consiguiendo ventajas para Francia como el monopolio del comercio de esclavos con las Indias, terminó por provocar una guerra generalizada en Europa. Naciones como Inglaterra y Holanda no podían sino alarmarse al imaginar al agresivo Luis XIV respaldado por la plata de América. Así que en mayo de 1702 Inglaterra, Holanda y Austria declaran la guerra a Francia y España en apoyo de los derechos al trono español del archiduque Carlos, hijo del difunto emperador Leopoldo I y hermano del emperador José I. Portugal se unió a la alianza en 1703 a cambio de promesas de expansión territorial en Extremadura, Galicia y el río de la Plata.

Al principio la guerra se libró en suelo italiano y alemán, con las armas francesas soportando todo el esfuerzo bélico francoespañol, ya que España había dejado de ser la gran potencia del siglo anterior. Eso sí, los gastos de guerra se sufragaban con la plata americana, cuya mayor parte se enviaba en secreto a Luis XIV. La decadencia española afectaba también al poderío marítimo y por esto la guerra llegó a la Península en 1704 en forma de ataque naval angloholandés contra Cádiz. La incursión pretendía provocar una sublevación en Andalucía, pero no sólo fracasó, sino que la brutalidad del saqueo del Puerto de Santa María anularía definitivamente la causa del archiduque Carlos en la región. Aquel mismo año los ingleses tomaron Gibraltar, mientras se creaba desde Portugal un frente terrestre que amenazaba la sede del trono español. España comenzó su adaptación a la guerra en su territorio con la creación del regimiento como unidad básica del ejército en sustitución del tercio, que había dominado los campos de batalla europeos durante casi dos siglos. Todo un símbolo del cambio de los tiempos.

La denominada Gran Alianza había fracasado en su ataque atlántico, pero al año siguiente, en 1705 probaron suerte en el Mediterráneo aprovechando la rebelión social en Valencia, que les proporcionó una base desde la que atacar Barcelona, donde el virrey claudicó rápidamente. Zaragoza caería en 1706 mientras, por el oeste, Alcántara, Ciudad Rodrigo y Salamanca claudicaban a su vez. Los aliados llegaron a entrar en Madrid en junio de 1706, lo que sumado a las derrotas en Europa mostraba un panorama sombrío para Felipe V.

Llegados aquí hay que hacer precisiones sobre los motivos para unirse a uno u otro bando. En Valencia, la rebelión era una revuelta social similar a otra ocurrida en 1693, y de hecho uno de los líderes de entonces desembarcó con las tropas del archiduque en 1705. Pero los desfavorecidos que se alzaban contra el poder no tenían demasiado interés en quién se llevaba la corona, habida cuenta de que el rey sólo tenía jurisdicción en 76 ciudades, siendo la nobleza y el clero quienes dominaban el resto, más de 300, que estaban bajo jurisdicción señorial.

En el caso de Cataluña, la alta nobleza y el pueblo llano no tenían interés en rebelarse contra Felipe V, que por su parte no sólo había confirmado los fueros en 1701, sino que también había prometido la creación de una compañía marítima y el acceso, con dos barcos anuales, al comercio americano, pero la élite comercial no creía que Felipe V tuviera poder en la práctica para romper el monopolio comercial de Castilla en América. Por otro lado, el recuerdo del papel de Francia durante la rebelión de 1640 a 1652 actuaba en contra de un monarca Borbón. No había que engañarse, porque tan absolutista era Carlos como Felipe, pero con la guerra a las puertas había que tomar partido y los comerciantes optaron por apostar al que parecía ganador de entre los dos pretendientes. Aun así la relación tuvo frecuentes altibajos, ya que Carlos necesitaba dinero mientras la élite comercial catalana quería a cambio privilegios mercantiles que el archiduque no podía conceder mientras no dominara el comercio atlántico.

Si en Cataluña había desconfianza hacia el bando al que pertenecía Francia, lo mismo ocurría en Castilla con la alianza en la que figuraba Portugal, eterno rival en ultramar y tradicional aliado del sempiterno enemigo inglés. A eso se añadían las acciones ocurridas durante el ataque a Cádiz y el hecho de que, después de todo, Felipe V era el heredero legítimo según el testamento del difunto Carlos II. Aun así el apoyo no era unánime, ni siquiera entre la alta nobleza. Hubo quien apoyó al archiduque y quien adoptó una actitud ambigua a la espera de vislumbrar quién sería el ganador. Valga como muestra el que la actitud ante la guerra hizo caer en desgracia a cuatro de los doce grandes de España. Cuando la situación se puso realmente difícil, el Rey no acudió a los grandes sino al apoyo popular, que ganó en buena medida gracias al impulso propagandístico del bajo clero (el alto clero cuenta como nobleza y era más ambiguo), que no podía sino condenar una alianza que incluía a potencias protestantes como Inglaterra y Holanda.

Felipe V consiguió así nuevos reclutamientos que sirvieron para darle un respiro y recuperar Madrid, mientras le llegaba la noticia del fracaso de la rebelión valenciana. Su principal triunfo del momento es la batalla de Almansa en 1707 y la recuperación de Zaragoza y Valencia. Sólo entonces se decide Felipe V, en junio de 1707, a suprimir los fueros regionales, medida que le permite incrementar su control sobre las regiones de Aragón y Valencia, que ya ha recuperado, a costa de aumentar las reticencias en Cataluña, que aún está bajo dominio del archiduque Carlos.

Pese a estos hechos, la guerra era tan favorable a la causa Habsburgo en los campos de batalla europeos que hasta el papa Clemente XI reconocía a Carlos III de Habsburgo como rey de España. En 1709 Luis XIV estaba dispuesto a negociar la paz, pero las condiciones que pretendían imponer los miembros de la Gran Alianza eran imposibles de aceptar por Felipe V y la guerra continuó. Y justo entonces todo cambió de golpe por puro azar.

En abril de 1711 murió de viruela el emperador José I a los 32 años. Su hermano, el archiduque Carlos, se encontró por sorpresa con el imperio mientras sus aliados perdían el entusiasmo por la causa española, puesto que si juzgaban malo que España y su imperio estuvieran ligados por lazos de familia con Francia, la idea de tener a un nuevo Carlos V ocupando el trono de España y sus inmensas posesiones a la vez que dominaba el reino de los Austrias y el Sacro Imperio era como para echarse a temblar. De pronto quienes querían negociar la paz eran los miembros de la Gran Alianza.

Así se llegó a la firma del tratado de Utrech en abril de 1713, que dejó a Felipe V como rey de España y de las Indias, aunque renunciaba a cualquier pretensión al trono de Francia y cedía sus posesiones europeas, que quedaron en su mayoría bajo dominio Habsburgo. Inglaterra se quedó con Menorca, que había ocupado en 1708, y Gibraltar. Además consiguió el permiso de usar un barco anualmente para comerciar con la América española y el asiento de negros (es decir el comercio de esclavos que antes tenía Francia).

Quedaba por aclarar la situación del territorio español aún controlado por el nuevo emperador. A sus habitantes les aguardaba la imposición de nuevas leyes, pero las potencias extranjeras no iban a batallar por los fueros catalanes, de origen medieval y desfasados en el siglo del absolutismo. De pronto, los que en 1710 parecían haber apostado por un claro ganador, en 1714 se encontraban con el estigma de ser rebeldes contra el legítimo rey. Con este panorama es difícil comprender que las instituciones catalanas votaran por proseguir la guerra, cuando sólo podían aspirar a que la derrota fuera lo menos traumática posible. Fue una suicida huida hacia adelante que sólo serviría para que, tras la caída de Barcelona, la represión fuera más dura. Ni el alto clero, ni la alta nobleza, ni los campesinos tenían interés en proseguir aquella guerra, pero la decisión salió adelante impulsada por la baja nobleza comercial.

Con el fin de la guerra llegó por tanto el de la Corona de Aragón, mientras se resquebrajaba el monopolio comercial de Castilla con América. La Nueva Planta, por traumática que pareciera, respondía a una lógica que imponía una única ley para todos los territorios de la Corona. Paradójicamente, entre los grandes beneficiados estaban los comerciantes que tanto se oponían a ella, porque la supresión de aduanas internas estimulaba el comercio entre territorios. La nueva situación sirvió además para que a la larga se cumplieran las promesas que había hecho Felipe V, puesto que sí se creó una compañía comercial, la Compañía de Barcelona fundada en 1755, para impulsar el comercio catalán en América. En la década de 1770 el 64% de las exportaciones catalanas iban a América y en el año 1778 el 11% de las exportaciones españolas a América salían de puertos catalanes, situación inconcebible durante la monarquía de los Habsburgo, cuando el comercio atlántico era un monopolio de la Corona de Castilla.

Todo ello me hace pensar que aquel profesor tenía razón cuando decía que somos producto de nuestro pasado: si Felipe V se hubiese dado por vencido en 1710 la Historia de toda Europa habría sido distinta. En cuanto a las «versiones oficiales», en los acontecimientos no se ven intentos de secesión sino de imponer cada cual a su candidato al trono. Por algo aquella guerra se conoce como de Sucesión. Con u.

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Barbanegra

13 lunes May 2013

Posted by ibadomar in Historia, Piratería

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Archiduque Carlos, Carlos II, Corrupción, Corsarios, Felipe V, Guerra de Sucesión, Historia, Jolly Roger, Jorge I, Luis XIV, Piratas, Siglo XVIII, Teach

Desde hace meses no dejan de aparecer noticias sobre corrupción política. El día en el que no hay una noticia sobre financiación irregular de partidos, toman el relevo los EREs fraudulentos. A estas alturas ha quedado demostrado que cuando se ocupa una posición de cierta relevancia se accede a la posibilidad de enriquecerse utilizando la influencia propia del cargo y sólo falta que aparezca un pirata dispuesto a compartir los beneficios de alguna empresa turbia para que asome la tentación de dejarse corromper. Y ya que hemos mencionado la palabra «pirata», vamos a retomar un tema que hace cerca de seis meses que no asoma por aquí: el de la piratería, en este caso ligada a la corrupción de un cargo político. Nos guiará uno de los más célebres y pintorescos personajes que hayan surcado los mares bajo una bandera negra: Edward Teach, también conocido como Blackbeard, Barbanegra.

En los primeros años del siglo XVIII Europa entera se vio envuelta en la Guerra de Sucesión Española, que enfrentaba a los partidarios de Felipe V de Borbón con los del Archiduque Carlos. El testamento de Carlos II, que murió sin descendencia, dejaba como heredero a un nieto de Luis XIV de Francia. Varias potencias europeas percibieron como una amenaza el que una España que pese a su decadencia conservaba los inmensos recursos de su imperio americano, se viera ligada por lazos de familia al Rey Sol y su agresiva política. La guerra no tardó en estallar e involucró, como era de esperar, a las posesiones europeas en el Nuevo Mundo. Las patentes de corso para atacar el comercio marítimo de los países enemigos se expedían alegremente y el resultado, cuando acabó la guerra, fue que había un gran número de corsarios cuya adaptación a los tiempos de paz era complicada. Muchos de ellos siguieron con su actividad, pero sin estar ya legalmente protegidos por sus patentes. En otras palabras, abandonaron el corso para dedicarse a la piratería, aprovechando que la línea que separa ambas actividades es, como ya vimos en otro artículo, bastante fina.

Uno de esos corsarios era Edward Teach. En 1716 lo encontramos navegando a las órdenes del pirata Benjamin Hornigold, que debió de ver buenas cualidades en él, puesto que le dio el mando de una balandra. Las balandras eran barcos ligeros, de un solo palo, rápidos, muy apropiados para la piratería, ya que en esta actividad la potencia de fuego no es tan importante como la velocidad. Un pirata necesita un navío veloz para dar caza a una presa poco o nada armada y para huir en caso de topar con un buque de guerra. A Teach no le debió de parecer un barco lo bastante imponente porque cuando un año después él y Hornigold capturaron un gran buque francés, Teach lo adoptó como propio, lo armó con 40 cañones y le puso el sonoro nombre de Queen Anne’s Revenge. En aquel mismo año de 1717 Hornigold se acogió a un perdón real (hoy lo llamaríamos una amnistía) con el que el rey Jorge I de Gran Bretaña pretendía atajar el problema de la piratería americana.

BlackbeardQue a Teach le gustaba impresionar al adversario era evidente y no sólo por la elección de su barco. Su apodo (Blackbeard, Barbanegra) le venía de su larga barba que él retorcía en coletas sujetas con cintas. En combate llevaba tres pares de pistolas y se adornaba el sombrero con mechas encendidas, lo que le daba un aspecto demoníaco. Su bandera representaba a un esqueleto que, mientras alanceaba un corazón que salpicaba tres gotas de sangre, sostenía en la otra mano un reloj de arena, motivo éste del reloj que, según comenté en otro artículo, no era raro en las banderas piratas.

La apariencia fiera de Teach era más que una pose. Lo demostró cuando se enfrentó a un buque de guerra de 30 cañones, el Scarborough, y le obligó a retirarse. Pero no sólo era peligroso para sus enemigos: en una ocasión estaba bebiendo con dos de sus hombres cuando se le ocurrió amartillar dos pistolas, soplar las velas y, ya a oscuras, disparar cruzando los brazos. Uno de los tiros se perdió, pero el otro dejó cojo a uno de los piratas. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho, Teach se limitó a decir que si no mataba a alguien de vez en cuando pronto se olvidarían de quién era. Otra de sus ocurrencias fue la de jugar a ver quién resistía más en el infierno: para ello se encerró en la bodega con dos o tres de sus hombres, cerraron las escotillas, llenaron ollas de azufre y les prendieron fuego. Sólo cuando sus rivales no pudieron aguantar más y pidieron aire abrió Teach la escotilla, muy contento de haber ganado.

La mayor empresa de Barbanegra fue el bloqueo de Charleston. Por aquel entonces Teach navegaba en el Queen Anne’s Revenge y había reunido toda una escuadra de hasta ocho barcos apresados. La flota fondeó frente a Charleston, de manera que era prácticamente imposible entrar o salir del puerto sin toparse con los piratas. Teach envió a algunos de sus hombres a tierra en busca de medicinas amenazando con matar a los rehenes tomados durante el bloqueo si no se salía con la suya. Los habitantes de Charleston no tuvieron más remedio que ceder a las exigencias del pirata. Hubo momentos de gran tensión puesto que los embajadores de Teach hicieron las cosas a su manera y su retraso en regresar a bordo hizo pensar al pirata en una traición. Hay que decir que una vez que le entregaron lo que pedía, Teach hizo honor a su palabra y dejó marchar a sus prisioneros, naturalmente después de haberles robado todo lo que llevaban de valor.

TeachTeach estaba en la cima de su carrera. Dirigía su propia flota, formada en aquel momento por su propio barco y otras tres balandras (no he logrado saber qué ocurrió con los otros cuatro que habían participado en el bloqueo de Charleston), y había logrado todo lo que podía lograr un pirata. Empezó a pensar en si merecía la pena continuar o había llegado la hora de retirarse y disfrutar de lo ganado. Claro que si uno considera la posibilidad de disfrutar de todo lo ganado y no tener que repartir el botín la idea es aún más atractiva. De manera que Teach embarrancó accidentalmente cuando entraba en una ensenada a limpiar fondos. Pidió ayuda a los otros barcos, se las arregló para que embarrancaran dos de las balandras y él se fue en la tercera con 40 hombres dejando allí al resto. Los 40 elegidos debieron de considerar muy provechosa la jugarreta, hasta que Teach abandonó a otros 17 en un islote perdido donde estuvieron a punto de morir. Barbanegra en cambio se fue a Bath-Town en Carolina del Norte y se entregó al gobernador, un tal Charles Eden, para acogerse al perdón real, que todavía estaba en vigor. Eden y Teach se hicieron muy amigos y aquí es donde entra en escena la corrupción política, porque ser amigo del gobernador le permitió al antiguo pirata mantener la propiedad de su barco: una balandra que había pertenecido a unos mercaderes ingleses, pero que le fue adjudicada como presa legítima tomada a los españoles.

Así que en junio de 1718 Teach aparentemente sentaba cabeza en Carolina del Norte. Incluso se casó, aunque según se cuenta, su esposa, que apenas tenía 16 años, era la número 14 de las esposas del antiguo pirata, de las que 12 aún vivían. Parece ser que Teach le dio bastante mala vida, o eso se deduce de las palabras de su biógrafo, que asegura que cuando Barbanegra pasaba la noche con ella solía invitar a los amigotes a participar de la fiesta. Teach estaba hecho para piratear y no para la vida hogareña y así, apenas recibido el perdón, volvió a sus antiguas actividades y capturó un barco francés, a cuyos tripulantes pasó a un segundo buque que también había tomado. Al regresar a Carolina del Norte juró que había encontrado el barco abandonado en alta mar y le fue adjudicada su posesión por el gobernador Eden, que recibió a cambio 60 toneles de azúcar, mientras que otros 20 fueron a parar a su secretario.

Las actividades de Teach hicieron que la navegación por el río se volviera insegura, puesto que ahora se dedicaba al comercio fluvial. Los plantadores, hartos de aquella amenaza decidieron acudir al gobernador, pero no al de Carolina del Norte, del que tenían demasiadas referencias, sino al de Virginia. Esto podía crear un embrollo legal, pero de momento consiguieron que a un tal teniente Maynard se le diese el mando de dos balandras con la correspondiente gente de armas, aunque ninguno de los dos barcos portaba cañones. Maynard partió en busca de Barbanegra y lo encontró, vaya si lo encontró. Era el 22 de noviembre de 1718.

La batalla debió de ser digna de verse. Maynard no tenía artillería y la primera andanada de Teach estuvo a punto de acabar con la expedición, pero el teniente debía de ser un hombre de muchos arrestos y no se arredró. La pelea se resolvió cuando Barbanegra y 14 piratas abordaron la balandra de Maynard y se enfrentaron cuerpo a cuerpo con el teniente y sus hombres. La lucha quedó decidida cuando Barbanegra cayó mortalmente herido. Veinticinco heridas, cinco de ellas de pistola, habían sido necesarias para derribar al pirata.

Maynard le cortó la cabeza, adornó con ella el bauprés de su barco y se dirigió a Bath-Town, en donde su primera medida fue confiscar los famosos 60 toneles de azúcar del gobernador Eden, puesto que en el barco del pirata había encontrado cartas muy comprometedoras para el gobernador y varios respetables comerciantes de Nueva York. De los 15 piratas capturados en la refriega 13 fueron ahorcados, pero antes contaron una curiosa historia: aseguraban que mientras navegaban con Teach en el Queen Anne’s Revenge a veces veían entre la tripulación a un hombre al que nadie conocía y que desapareció para siempre poco antes del naufragio del barco. Ellos estaban convencidos de que era el diablo.

La corrupción política es igual en todas las épocas y así lo demuestra que el gobernador Eden, aunque vio su reputación manchada, no sufrió ningún perjuicio grave. Este gobernador no sólo trató con Barbanegra sino que también conoció en su momento a otros piratas como Stede Bonnet, que estuvo brevemente asociado con Barbanegra y fue uno de los abandonados cuando el naufragio del Queen Anne’s Revenge. El caso de Bonnet es uno de los más extraños que se conocen, puesto que era un hombre acaudalado, cuyos motivos para hacerse pirata eran bastante extravagantes, pero ésa… ésa es otra historia.

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