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Llevamos unas semanitas de lo más agitadas a causa de la abdicación del rey Juan Carlos I. Tampoco tendría este asunto que causar demasiado alboroto puesto que la Constitución, en su artículo 57.5 dice textualmente: Las abdicaciones y renuncias y cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión a la Corona se resolverán por una ley orgánica. Pero, como en los más de 35 años que han pasado desde que se promulgó la Constitución, nadie ha tenido tiempo, ganas o interés por redactar esa ley orgánica, la abdicación ha obligado a una actividad frenética para suplir esa omisión.

El caso es que no es la primera vez que una abdicación genera problemas legales en España. Felipe V, por ejemplo, también pilló a todo el mundo por sorpresa con una abdicación repentina. Y también creó serios problemas legales cuando las circunstancias le llevaron a dar marcha atrás en su decisión. Y de esto trata el artículo de hoy, del casi olvidado rey Luis I y del extraño caso del rey que reinó dos veces.

Ya vimos en otro artículo que Felipe V tuvo que pasar por grandes dificultades, con una larga guerra incluida, cuando se hizo cargo de la sucesión de Carlos II. Esto nos podría hacer pensar en un hombre decidido y de voluntad firme, pero nada más lejos de la realidad. Felipe V era todo lo contrario, puede que en parte por su propio carácter o puede que por su educación, ya que le habían preparado para no reinar y evitar así disputas sucesorias por el trono de Francia. Y mira tú por dónde al hombre que no debía reinar ahora le caía, como llovido del cielo, un trono con su cetro y su corona. Precisamente a él, que había sido programado para darle más importancia a la vida eterna que a los intereses terrenales.

Felipe_V_de_España,_Rey_deFelipe V (imagen tomada de Wikipedia)

La educación recibida hizo que la religión fuera una de las grandes pasiones de Felipe V, la otra fue el sexo. Y dado que son dos intereses difícilmente compatibles, el rey Felipe tenía unas crisis de conciencia tremendas en las que enviaba a buscar urgentemente a su confesor. Y no hablamos de infidelidades sino simplemente de lo que el embajador francés denominó «la utilización excesiva que hace de la reina». Y es que el monarca era muy activo sexualmente hablando, detalle que usó hábilmente su segunda esposa, Isabel de Farnesio, para convertir su dependencia sexual en la forma de manejarle.

Para completar el cuadro se une su estado mental, que era, por decirlo claramente, el de un perturbado. Lo menos que se puede decir de Felipe V es que sufría de constantes depresiones. Y fue quizás en un momento de depresión cuando de pronto, por sorpresa, abdicó. No se conoce el motivo exacto: hay quien piensa que quería retirarse del mundo y quien cree que era un movimiento táctico para tener más opciones de ascender al trono de Francia si se diera el caso de que muriera Luis XV, que por entonces iba a cumplir 14 años por lo que la posibilidad parece remota. El motivo es tan oscuro como el propio Felipe, pero el caso es que el 19 de enero de 1724 era coronado Luis I de España, hijo de Felipe V y de su primera esposa, María Luisa de Saboya.

640px-Luis_I,_rey_de_EspañaLuis I (imagen tomada de Wikipedia)

El nuevo rey no había cumplido aún los 17 años, pero desde 1722 ya estaba casado con Luisa Isabel de Orleans, dos años menor que él. La nueva reina era tan mentalmente inestable como su suegro y Luis I pasó la mayor parte de su reinado intentando controlarla. Tampoco es que pudiera hacer mucho más, puesto que su padre le había impuesto una Junta de Gobierno y Luis no estaba en condiciones, ni por edad ni por preparación, de nombrar a sus ministros. El gobierno por tanto seguía en manos de Felipe V o, para ser más exactos, de Isabel de Farnesio, que ejercía su poder desde el palacio de La Granja. Fue así durante unos meses, puesto que en agosto de aquel mismo año, recién cumplidos los 17, el rey Luis I moría de viruela. Hay que decir que su hasta entonces incontrolable esposa se comportó con singular entereza durante la enfermedad y permaneció a su lado, lo que le valió el contagio, aunque en su caso la viruela no fue mortal.

Y entonces apareció el problema sucesorio porque nadie había contado con que Luis moriría apenas 7 meses después de abdicar su padre. Le debería corresponder reinar a Fernando, el segundo hijo de Felipe V y María Luisa de Saboya, pero Isabel de Farnesio se había cansado de su papel secundario así que Felipe V decidió (en realidad lo decidió Isabel) retomar la corona. Sólo que ya no era tan fácil: Fernando, el futuro Fernando VI, tenía apenas once años y muchos aristócratas veían como una interesante oportunidad la posibilidad de una larga regencia con un rey menor de edad; mucho mejor, desde luego, que seguir soportando a una reina Isabel a la que odiaban. Tampoco el clero veía bien que se violara una promesa solemne que debería ser irrevocable, como la de renunciar al trono que había hecho Felipe. Felipe V estaba dispuesto a volverse a La Granja, harto de todo, pero la reina no paró hasta lograr que el nuncio papal justificara teológicamente la ruptura de un juramento. Finalmente Felipe V volvió a ocupar el trono el 6 de septiembre de 1724.

El retorno no le sentó muy bien a su estado psíquico y sus problemas mentales se agudizaron. En 1727 la reina tuvo que frenar su manía religiosa limitándole a una misa diaria, lo que le valió insultos y golpes variados; en 1728 estuvo a punto de abdicar otra vez, lo que llevó a la reina a trasladar la corte a Sevilla, para aislar al rey y así tenerlo más controlado. Aislado sí, pero controlado… los alaridos del rey se oían por todo el Alcázar de Sevilla. Para colmo le dio por alterar su horario de manera que introdujo una especie de jet lag permanente en toda la Corte: cenaba hacia las cinco de la madrugada y se iba a dormir a las ocho, tomaba una comida ligera tras levantarse a mediodía, oía misa y se pasaba la tarde sin hacer nada o jugando con sus relojes. No despachaba con sus ministros hasta después de medianoche, normalmente a eso de las dos de la madrugada. Lo único que parecía animar y sacar a Felipe V de su postración era el canto del castrato Farinelli, que todas las noches le cantaba las mismas cinco melodías. El gran cantante fue uno de los grandes beneficiados del reinado puesto que supo usar con discreción el favor real y no granjearse enemigos abusando de él.

Entretanto Felipe V siguió malviviendo entre su interminable depresión y sus ataques de locura hasta su muerte en 1746. Fue entonces cuando por fin su hijo Fernando subió al trono, 22 años después de lo que le habría correspondido de no mediar la astucia de su madrastra y la falta de escrúpulos de un nuncio papal. Y es que eso de redactar leyes y reglamentos a toda prisa para arreglar cuestiones sucesorias derivadas de la abdicación de un rey no tiene nada de moderno.