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La precipitada huída de Catilina

29 lunes Sep 2014

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Catilina, Cicerón, Galos, Historia, Pujol, Roma, Sila

Así, a lo tonto, hace cosa de un mes que no actualizo el blog porque las complicaciones del mundo real me mantienen alejado del virtual. Y no es que me falten temas para escribir: la situación escocesa me hizo pensar en un artículo sobre cómo se llegó a la unión de las coronas de Escocia e Inglaterra; las tensiones entre Occidente y Rusia casi me deciden a hablar de la Guerra Fría y el centenario de la Primera Guerra Mundial podría darme materia hasta noviembre de 2018. Tantos temas sobre los que escribir y tan poco tiempo para hacerlo.

Finalmente, la esperpéntica comparecencia de Pujol, muy envuelto en una dignidad surgida de no se sabe dónde tras confesar que ocultó una fortuna a Hacienda durante años, me sorprendió por la falta de respuestas contundentes. Caramba, ¿tan pobre es la oratoria actual que nadie es capaz de acuñar con fortuna una frase de reprobación? Me vinieron a la mente, sin buscar mucho, tres situaciones en las que sí se pronunciaron y quedaron para la Historia palabras de reproche: una señala el fin de la época de la «caza de brujas» de McCarthy, otra llegó durante la crisis de los misiles, y la tercera… la tercera tiene mucha más solera. En ella, además, aparecen en escena un programa político populista, una conspiración para un golpe de estado, espías infiltrados en la conspiración, movimientos diplomáticos, una astuta celada y en general, todos los ingredientes que se le pueden pedir a una buena película de intriga. Ocurrió el año 63 antes de Cristo y pasó a la historia como la conspiración de Catilina.

El episodio es muy conocido, pero tiene un grave defecto: todo lo que sabemos de Lucio Sergio Catilina nos lo han contado enemigos suyos como Cicerón, por lo que podemos estar seguros de que se han exagerado hasta el límite sus rasgos negativos. Sabemos con seguridad que nuestro hombre era de origen noble y estuvo entre los que apoyaron en su día a Sila, que era una forma magnífica de hacer fortuna para los hombres de pocos escrúpulos, como ya mencioné en su día al hablar de Craso; también sabemos que fue pretor en el 68 a.C. y que a continuación partió como gobernador a África. No hay muchos detalles de su gobierno allí, pero a la vuelta se encontró con una acusación de abuso de poder, que nos da algunas pistas. El estar pendiente de juicio impidió que se presentara a las elecciones consulares del año 65 a.C. y siendo bastante malpensados podríamos preguntarnos si la acusación no fue una táctica de sus adversarios para torpedear su candidatura, aunque la cosa no fue a mayores: Catilina fue absuelto y se pudo presentar a las elecciones de los cónsules del año 63 a.C.

Siendo como era de origen noble, puede parecer sorprendente que el programa político de Catilina estuviera pensado para buscar el apoyo de las clases bajas y que su punto fuerte fuera la abolición de las deudas, pero la política siempre ha tenido este tipo de cosas. Los ánimos estaban enconados, pero Catilina fracasó y fue elegido el gran orador Marco Tulio Cicerón junto con un Cayo Antonio Hybrida que sólo sirvió como figura decorativa. Catilina no se desanimó por ello y empezó a preparar la campaña para las elecciones del año siguiente. Pero, como era hombre precavido, empezó a elaborar un plan B para llegar al poder en caso de un nuevo fracaso en las urnas. En Etruria sus partidarios empezaron a reclutar un ejército, mientras los más exaltados de los conspiradores intentaban sumar a los esclavos a la revuelta.

La elección de los cónsules que debían gobernar en el año 62 a.C. se debieron de celebrar en el verano del 63 y, con el panorama descrito, el ambiente era irrespirable. El cónsul Cicerón, que dirigía el proceso, llevaba una coraza bajo la toga y no salía sin una escolta armada. El plan A de Catilina fracasó de nuevo, porque perdió las elecciones, siendo elegidos Lucio Licinio Murena y Décimo Junio Silano, así que no quedaba más que aplicar el plan B, es decir la revuelta armada, fijada para finales de octubre.

Llegó entonces la hora de los espías. Uno de los conjurados tenía una amante llamada Fulvia, que puso en guardia a Cicerón. No había pruebas de la conjura, y por tanto no podía haber detenciones, pero el cónsul empezó a tomar medidas preventivas que hacían imposible el proyecto. Sin embargo los conspiradores no pudieron avisar a tiempo a Manlio, responsable de la revuelta en Etruria, donde se inició la sublevación. Había que actuar deprisa y en una reunión el 7 de noviembre los conspiradores decidieron asesinar a Cicerón al día siguiente en su propia casa, aprovechando una visita. A continuación Catilina partiría para Etruria, se pondría al frente de los sublevados y marcharía sobre Roma, donde sus partidarios asesinarían a sus principales adversarios políticos. Sin embargo Fulvia volvió a intervenir, por lo que Cicerón dejó de recibir visitas inmediatamente y convocó una sesión extraordinaria del Senado.

En esa sesión se produjo el momento glorioso de esta historia. Cicerón llegó dispuesto a informar de todo lo que sabía cuando vio entre los senadores a los que participaban en la conjura. No sólo no habían huido sino que estaban allí, con el mismo Catilina presente, como si no supieran de qué iba la cosa. Cicerón demostró entonces su don para la oratoria con un discurso que ha pasado a la Historia (y a las pesadillas de todo estudiante de Latín) y que comienza con la célebre frase Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? (¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?) En el discurso Cicerón se asombraba de que, mientras él informaba al Senado de la conjura, Catilina aún estuviera vivo y, más aún, acudiera a la sesión para señalar con su mirada a aquéllos que habrían de caer bajo los puñales de los asesinos. Catilina no fue capaz de justificarse ante la oleada de indignación que Cicerón había logrado levantar y cometió un error: abandonó Roma y huyó a Etruria para ponerse al frente de los sublevados.

Ésa fue la jugada maestra de Cicerón. Su discurso pudo ser emotivo, pero seguía sin tener pruebas. Al huir, Catilina dejaba de controlar los acontecimientos en Roma, donde se preparaba una astuta celada en su contra. Léntulo, uno de los conspiradores, se dirigió a unos embajadores galos de la tribu de los alóbroges para intentar que se sumaran a la rebelión. Los galos buscaron consejo en su patrono romano, que informó a Cicerón. El consejo que recibieron los galos fue el de que pidieran las promesas por escrito y les permitieran entrevistarse con el mismo Catilina. Léntulo picó y redactó el documento que pedían. Para colmo, uno de los conjurados salió con ellos de viaje a Etruria con una carta dirigida a Catilina. No llegaron ni a abandonar la ciudad antes de ser arrestados y Cicerón tuvo por fin las pruebas que buscaba.

El desenlace estaba servido: el Senado juzgó a los conspiradores, ilegalmente por cierto, porque no era un órgano judicial, y decretó su muerte. Esta decisión era tan ilegal como el propio juicio, como dijo Julio César en su discurso para la ocasión, puesto que no se podía ejecutar a ciudadanos romanos sin contar con la Asamblea, pero Cicerón estaba en su momento de gloria y la mayoría de senadores votó las condenas siguiendo su opinión.

Sólo faltaba sofocar la rebelión en Etruria. El mismo Catilina debilitó el movimiento al rechazar incorporar a los esclavos, puesto que una cosa era sublevarse en nombre de los ciudadanos romanos y otra ayudar a esclavos fugitivos. Cuando llegaron las noticias de la debacle de la conspiración en Roma buena parte de su ejército desertó y Catilina sólo pudo intentar abrirse camino hacia la Galia, pero fue derrotado cerca de Pistoia y murió en combate.

Este fue el gran triunfo de la retórica de Cicerón, que consiguió con su discurso que Catilina perdiera la sangre fría y abandonara Roma para dirigirse al desastre. Desde entonces parece que se ha aprendido mucho y ahora, cuando se expone en un parlamento una conducta reprochable, el aludido finge sorprenderse si es que no reacciona airado recriminando la conducta de sus adversarios. Será porque ya no tiene que enfrentarse al riesgo de morir estrangulado en una mazmorra, que fue el destino de los conjurados capturados en Roma, o porque en el fondo todos, acusados y acusadores, son actores en una misma comedia. Como dijo el mismo Cicerón en aquel célebre discurso del que hemos hablado O tempora, o mores.

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El arte del soborno

11 lunes Mar 2013

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Cartago, Cayo Mario, Corrupción, Guerras Púnicas, Historia, Masinisa, Numidia, Roma, Salustio, Sila, Yugurta

Creo que a estas alturas está claro para todo el mundo que en España tenemos un serio problema con la corrupción. Basta con ojear un periódico para darse cuenta, porque es realmente difícil encontrar uno en el que alguna corruptela no ocupe un lugar destacado. Para mayor detalle podemos consultar un reciente estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas, según el cual la corrupción está en segundo lugar de los problemas que más preocupan a los españoles, sólo por detrás del paro. La impresión es que vivimos en un sistema dominado por comportamientos venales, pero naturalmente no somos los primeros. Ha habido en la Historia otros casos de corrupción galopante, como por ejemplo en la última etapa de la República romana. Así lo descubrió, en su provecho, el númida Yugurta.

Nuestro protagonista de hoy era nieto del célebre Masinisa, caudillo de los númidas en tiempos de la Segunda Guerra Púnica, es decir a finales del siglo III antes de Cristo. Numidia era una región africana cercana a Cartago, cuyo territorio comprendía una franja situada entre las actuales Argelia y Túnez. En aquella guerra el entonces príncipe Masinisa combatió inicialmente al lado de Cartago, pero más adelante, tras la muerte de su padre, la situación en Numidia se complicó: Masinisa tuvo que pelear contra su hermano mientras un tercero, llamado Sífax, que era el jefe de otra tribu númida, aprovechaba para ocupar parte de su territorio. Sífax consiguió el apoyo de Cartago y por este motivo, o por su buen olfato político y militar, Masinisa abandonó el bando cartaginés para aliarse con los romanos. La paradoja es que Sífax, por su parte, había sido aliado de Roma al iniciarse la guerra. Las intrigas y las puñaladas traperas, como se ve, han sido moneda corriente desde antiguo.

La caballería númida de Masinisa fue determinante en la definitiva victoria romana, con un papel muy destacado en Zama (año 203 a.C.). La consecuencia natural es que Masinisa se vio elevado a la categoría de rey de Numidia con el respaldo de Roma. Así vivió hasta más allá de los 90 años de edad. A su muerte heredó el reino su hijo Micipsa, que tenía a su vez dos hijos y un sobrino, el cual reunía todas las cualidades de su difunto abuelo Masinisa. Astuto, valiente, enérgico, amoral… Yugurta era un líder nato que pronto fue muy apreciado por su pueblo. Tanto que su tío lo envió a Hispania para que participara como aliado de Roma en la guerra de Numancia y así se enfriara un poco su popularidad… y si de paso sufría un percance fatal durante la batalla tanto mejor. Yugurta, sin embargo, regresó triunfante, habiendo recibido honores por parte de Escipión Emiliano y siendo más admirado que nunca por sus compatriotas.

Ya fuese porque su tío venció sus recelos o porque comprendió que no podía dejar de lado a un hombre tan popular, Yugurta fue adoptado por el rey Micipsa y nombrado co-heredero. Era cuestión de tiempo que surgieran las disputas, de hecho surgieron apenas murió Micipsa, en el 118 a.C. Como era de esperar, Yugurta no se anduvo con chiquitas y ordenó el asesinato de uno de sus hermanos adoptivos, lo que le llevó a la guerra con el otro hermano, llamado Adérbal, que fue derrotado y buscó refugio en Roma. Precisamente en Roma, el lugar donde Yugurta tenía importantes contactos tras su paso por la guerra de Numancia y adonde envió embajadores encargados de hacer costosos regalos a sus viejos amigos y a los senadores influyentes. Las simpatías que había despertado Adérbal se diluyeron ante la generosidad de los embajadores enviados por su primo. El Senado acordó que se debía dividir el reino entre ambos pretendientes y dio el asunto por zanjado. Según Salustio, el efecto de los sobornos en los senadores convenció a Yugurta de que, tal y como le habían contado durante el sitio de Numancia, Roma era una ciudad en la que todo el mundo podía ser comprado.

Numidia fue dividida, pero Yugurta no tardó en atacar a su hermano adoptivo. La situación terminó con Adérbal sitiado en la ciudad de Cirta, que conseguía resistir al ejército de Yugurta gracias a la colaboración de sus habitantes ítalos. Éstos, confiando en que contaban con la protección de Roma, terminaron por convencer a Adérbal para que entregara la ciudad. Yugurta prometió a cambio respetar la vida de su rival. Ni que decir tiene que apenas entró Yugurta en la ciudad ordenó crucificar a Adérbal y masacrar a la población masculina, ya fueran ítalos o númidas. La indignación en Roma fue monumental ante la muerte de ciudadanos romanos, y se envió a un ejército al mando del cónsul del año 111 a.C., que tenía el bonito nombre de Lucio Calpurnio Bestia. Yugurta se vio derrotado por las legiones romanas y se vio obligado a firmar una paz… sorprendentemente benévola. Tan favorables eran los términos para el teóricamente derrotado Yugurta que el tribuno de la plebe Cayo Memmio consiguió que se obligara a Yugurta a acudir a Roma para investigar si había habido un soborno de por medio. El rey númida no tuvo más remedio que aceptar y enfrentarse al interrogatorio de Memmio ante la Asamblea.

Memmio calentó motores con un discurso sobre los crímenes y traiciones de Yugurta, le emplazó a acogerse con humildad a la benevolencia de Roma… el tipo de cosas que se pueden esperar de la apertura de una investigación. Pero Yugurta no llegó a abrir la boca porque cuando tuvo que responder, otro tribuno de la plebe, Cayo Bebio, que había sido oportunamente sobornado, interpuso su veto. Éste era un privilegio de los tribunos cuyo origen, que ya discutimos en su día (en este artículo), era el de frenar iniciativas que juzgaran dañinas contra los plebeyos. El uso descaradamente perverso de esta iniciativa supuso un nuevo escándalo que sumar a las anteriores acciones de Yugurta. Por si fuera poco, en Roma vivía otro pretendiente al trono númida que fue asesinado por un miembro del séquito del rey númida. Aquello era demasiado: Yugurta fue expulsado de la ciudad y la guerra se reanudó.

Roma se encontró con que una cosa era hacer la guerra a Yugurta y otra vencerlo. En menos de un año, en el 109 a.C. el rey númida consiguió hacer pasar por una estrepitosa derrota militar al ejército romano, cuyo general hubo de acordar una paz que suponía la salida de tropas romanas de Numidia durante 10 años. Pero esta vez Roma no podía tragar una nueva humillación y el tratado no fue refrendado. Por el contrario, se envió como general al cónsul Quinto Cecilio Metelo, un hombre honesto, que obligó a Yugurta a permanecer a la defensiva. Sin embargo la prolongación de la guerra motivó que un hombre de origen más humilde que Metelo, Cayo Mario, presentara su candidatura al consulado. Metelo no se tomó muy bien que quien hasta entonces había sido su ayudante fuera su sucesor, aunque Mario demostró tener genio militar. Sin embargo Yugurta no era tan fácil de derrotar y si Mario se impuso fue gracias a la traición: su lugarteniente Lucio Cornelio Sila logró atraerse al rey de Mauritania, suegro de Yugurta, que fue quien entregó al númida a sus enemigos. Así Mario pudo entrar en triunfo en Roma el 1 de Enero del 104 a.C. Ese mismo día Yugurta fue estrangulado en prisión.

¿Final feliz para Roma? No tanto. Los dos romanos que doblegaron a Yugurta se enfrentarían años después en el inicio del periodo conocido como de las guerras civiles y ambos llegarían a ejercer el poder a la manera de los tiranos. La corrupción que había permitido al rey númida manejar a Roma a su antojo anunciaba la decadencia de la República. Los mejores días de Roma estaban aún por llegar, pero para entonces la ciudad sería un ente político totalmente distinto: las siglas SPQR perdurarían durante siglos, pero vacías de significado, porque en poco tiempo ni el Senado ni el pueblo de Roma tendrían las riendas del verdadero poder.

Yugurta dejó una frase para la Historia. Cuenta Salustio que al ser expulsado de Roma tras el escándalo del soborno al tribuno de la plebe y el asesinato de su rival al trono, aquel astuto númida dijo: «esta ciudad corrupta se vendería a sí misma si encontrara comprador«. Sin duda Yugurta había captado a la perfección el punto débil de los prohombres romanos y desde luego supo cómo elevar el soborno a la categoría de arte corrompiendo a todo el que se le enfrentaba cuando no le podía asesinar. A veces me pregunto cómo actuaría Yugurta si en lugar de enfrentarse a la Asamblea romana se viera frente a una comisión de investigación de un parlamento actual. Sospecho que su actuación no sería muy diferente a la que tuvo hace más de 2.100 años… y a juzgar por las encuestas que mencioné al principio, no soy el único en pensarlo.

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Los bomberos de Marco Licinio

17 jueves May 2012

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Craso, Historia, Julio César, Plutarco, Pompeyo, Roma, Sila

Qué gran verdad es eso de que no hay nada nuevo bajo el sol y que, ocurra lo que ocurra, si se busca un poco se acaba encontrando una situación similar en el pasado. Un ejemplo: últimamente se habla mucho de intenciones privatizadoras que podrían llegar a los servicios esenciales. Llueven los argumentos a favor y en contra: que si lo privado es más eficiente, que si un servicio básico no puede basarse en el logro de beneficios, que si lo uno es más barato, que si lo otro no funciona… ¿Y si en vez de formular hipótesis buscásemos un ejemplo? ¿Ha habido algún momento en la Historia en el que se haya privatizado un servicio como puede ser, por ejemplo, el de bomberos? Pues sí, lo hay. Y con mucha solera, puesto que viene nada menos que de la Roma del siglo I antes de Cristo. El protagonista de esta historia es un señor ambicioso y con pocos escrúpulos llamado Marco Licinio Craso.

La figura de Craso es bastante conocida: formó el primer triunvirato junto con Julio César y Pompeyo el Grande, aunque la fama de sus dos socios ha eclipsado un tanto su nombre. Sin embargo el mismo Julio César no habría ido muy lejos sin su ayuda: cuando César, en los comienzos de su vida pública, hubo de marchar a Hispania como propretor, las deudas acumuladas durante su carrera política eran tales que sus acreedores le habrían impedido irse de no ser porque Craso le avaló con 830 talentos, es decir casi 27.000 kilos de… no sabemos si de oro o de plata. Es de suponer que de plata y en ese caso esas 27 toneladas de metal serían, al cambio actual, algo más de 20 millones de euros. Mucho dinero, pero no tanto para Craso, cuya riqueza era proverbial en Roma. Claro que también lo era su codicia, o eso nos cuenta Plutarco, que dice que este defecto era en él tan pronunciado que llegaba a ocultar las muchas virtudes de nuestro hombre. Ya puestos a cotillear, el mismo Plutarco nos dice que Craso debía la mayor parte de su fortuna al fuego y a la rapiña.

Cómo ganar dinero con el fuego.

Se suele decir de Craso que tenía la concesión del cuerpo de bomberos de Roma y que cuando había un incendio acudía encabezando a sus hombres, pero no para apagar el incendio sino para comprar el inmueble afectado así como los circundantes. Los propietarios, que veían cómo sus edificios ardían, se veían forzados a vender a bajo precio antes de que sus bienes se vieran literalmente reducidos a cenizas. Cuando se firmaba el contrato los bomberos de Craso se ponían manos a la obra, atajaban el incendio y más tarde aprovechaban para construir edificios completamente nuevos. Negocio redondo como se ve, especialmente si, como dicen las malas lenguas, eran los propios hombres de Craso los que provocaban los incendios en las casas que le interesaban a su patrón. ¿Será cierta tanta maldad? Veamos qué dice exactamente Plutarco.

La edición de Las Vidas en español que he consultado ni siquiera dice que Craso dirigiera una cuadrilla de bomberos sino que se hizo con 500 esclavos que eran arquitectos y maestros de obras y que compraba a bajo precio los edificios quemados y los circundantes. De ser así, Craso no habría tenido nada que ver con los bomberos. Sin embargo he consultado la misma obra en edición inglesa y allí sí dice que Craso compraba edificios en llamas. ¿Cuál es la verdad? Es posible que sí se cerrara el negocio con el incendio aún activo puesto que es seguro que Craso compraba no sólo el edificio víctima de un incendio sino también los colindantes. ¿Por qué iban a vender un edificio intacto sus propietarios una vez que había cesado el fuego en la casa vecina? No parece haber motivo, aunque sí lo habría si las llamas estuvieran en plena actividad y hubiera riesgo de que se extendiera el incendio. En cuanto se cerrara la venta, los hombres de Craso podrían derribar los edificios colindantes, creando un cortafuegos para acotar el incendio, acción que sí es propia de los bomberos. Plutarco no dice nada acerca de que los incendios fuesen provocados, pero conociendo a Craso es una posibilidad verosímil.

Cómo ganar dinero con la rapiña.

El ascenso de Craso empieza en época de Sila. El dictador utilizó las proscripciones contra sus enemigos, es decir que se publicaba una lista de proscritos por cuya captura o asesinato se ofrecía una recompensa y cuyos bienes eran confiscados y vendidos en pública subasta. Naturalmente si quien pujaba en la subasta era del círculo de Sila era peligroso pujar en su contra, porque quien lo hiciera corría el riesgo de verse incluido en la siguiente proscripción. Así fue como gente como Craso encontró la posibilidad de hacerse con grandes propiedades a bajo precio. Craso era especialmente poco dado a los escrúpulos: Sila perdió su confianza en él para los negocios públicos cuando se enteró de que había proscrito a alguien, no por orden superior, sino para hacer negocio. Con esos antecedentes no sería de extrañar que los incendios que tanto beneficio le habían de reportar tuvieran un origen poco casual.

Dije al principio que no hay nada nuevo bajo el sol y por eso me estoy preparando para el día en el que este afán privatizador que nos rodea llegue hasta el servicio de bomberos. Incluso tengo pensado el nombre de la empresa: se llamará Marco Licinio, Extinción de incendios. Y en estos tiempos turbulentos no sería tan raro que en un futuro cercano se abrieran vías de negocio en el campo de las proscripciones. Para que luego digan que la Historia Antigua es un conocimiento inútil en la época de la cultura del pelotazo.

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