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Los bomberos de Marco Licinio

17 Jueves May 2012

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Craso, Historia, Julio César, Plutarco, Pompeyo, Roma, Sila

Qué gran verdad es eso de que no hay nada nuevo bajo el sol y que, ocurra lo que ocurra, si se busca un poco se acaba encontrando una situación similar en el pasado. Un ejemplo: últimamente se habla mucho de intenciones privatizadoras que podrían llegar a los servicios esenciales. Llueven los argumentos a favor y en contra: que si lo privado es más eficiente, que si un servicio básico no puede basarse en el logro de beneficios, que si lo uno es más barato, que si lo otro no funciona… ¿Y si en vez de formular hipótesis buscásemos un ejemplo? ¿Ha habido algún momento en la Historia en el que se haya privatizado un servicio como puede ser, por ejemplo, el de bomberos? Pues sí, lo hay. Y con mucha solera, puesto que viene nada menos que de la Roma del siglo I antes de Cristo. El protagonista de esta historia es un señor ambicioso y con pocos escrúpulos llamado Marco Licinio Craso.

La figura de Craso es bastante conocida: formó el primer triunvirato junto con Julio César y Pompeyo el Grande, aunque la fama de sus dos socios ha eclipsado un tanto su nombre. Sin embargo el mismo Julio César no habría ido muy lejos sin su ayuda: cuando César, en los comienzos de su vida pública, hubo de marchar a Hispania como propretor, las deudas acumuladas durante su carrera política eran tales que sus acreedores le habrían impedido irse de no ser porque Craso le avaló con 830 talentos, es decir casi 27.000 kilos de… no sabemos si de oro o de plata. Es de suponer que de plata y en ese caso esas 27 toneladas de metal serían, al cambio actual, algo más de 20 millones de euros. Mucho dinero, pero no tanto para Craso, cuya riqueza era proverbial en Roma. Claro que también lo era su codicia, o eso nos cuenta Plutarco, que dice que este defecto era en él tan pronunciado que llegaba a ocultar las muchas virtudes de nuestro hombre. Ya puestos a cotillear, el mismo Plutarco nos dice que Craso debía la mayor parte de su fortuna al fuego y a la rapiña.

Cómo ganar dinero con el fuego.

Se suele decir de Craso que tenía la concesión del cuerpo de bomberos de Roma y que cuando había un incendio acudía encabezando a sus hombres, pero no para apagar el incendio sino para comprar el inmueble afectado así como los circundantes. Los propietarios, que veían cómo sus edificios ardían, se veían forzados a vender a bajo precio antes de que sus bienes se vieran literalmente reducidos a cenizas. Cuando se firmaba el contrato los bomberos de Craso se ponían manos a la obra, atajaban el incendio y más tarde aprovechaban para construir edificios completamente nuevos. Negocio redondo como se ve, especialmente si, como dicen las malas lenguas, eran los propios hombres de Craso los que provocaban los incendios en las casas que le interesaban a su patrón. ¿Será cierta tanta maldad? Veamos qué dice exactamente Plutarco.

La edición de Las Vidas en español que he consultado ni siquiera dice que Craso dirigiera una cuadrilla de bomberos sino que se hizo con 500 esclavos que eran arquitectos y maestros de obras y que compraba a bajo precio los edificios quemados y los circundantes. De ser así, Craso no habría tenido nada que ver con los bomberos. Sin embargo he consultado la misma obra en edición inglesa y allí sí dice que Craso compraba edificios en llamas. ¿Cuál es la verdad? Es posible que sí se cerrara el negocio con el incendio aún activo puesto que es seguro que Craso compraba no sólo el edificio víctima de un incendio sino también los colindantes. ¿Por qué iban a vender un edificio intacto sus propietarios una vez que había cesado el fuego en la casa vecina? No parece haber motivo, aunque sí lo habría si las llamas estuvieran en plena actividad y hubiera riesgo de que se extendiera el incendio. En cuanto se cerrara la venta, los hombres de Craso podrían derribar los edificios colindantes, creando un cortafuegos para acotar el incendio, acción que sí es propia de los bomberos. Plutarco no dice nada acerca de que los incendios fuesen provocados, pero conociendo a Craso es una posibilidad verosímil.

Cómo ganar dinero con la rapiña.

El ascenso de Craso empieza en época de Sila. El dictador utilizó las proscripciones contra sus enemigos, es decir que se publicaba una lista de proscritos por cuya captura o asesinato se ofrecía una recompensa y cuyos bienes eran confiscados y vendidos en pública subasta. Naturalmente si quien pujaba en la subasta era del círculo de Sila era peligroso pujar en su contra, porque quien lo hiciera corría el riesgo de verse incluido en la siguiente proscripción. Así fue como gente como Craso encontró la posibilidad de hacerse con grandes propiedades a bajo precio. Craso era especialmente poco dado a los escrúpulos: Sila perdió su confianza en él para los negocios públicos cuando se enteró de que había proscrito a alguien, no por orden superior, sino para hacer negocio. Con esos antecedentes no sería de extrañar que los incendios que tanto beneficio le habían de reportar tuvieran un origen poco casual.

Dije al principio que no hay nada nuevo bajo el sol y por eso me estoy preparando para el día en el que este afán privatizador que nos rodea llegue hasta el servicio de bomberos. Incluso tengo pensado el nombre de la empresa: se llamará Marco Licinio, Extinción de incendios. Y en estos tiempos turbulentos no sería tan raro que en un futuro cercano se abrieran vías de negocio en el campo de las proscripciones. Para que luego digan que la Historia Antigua es un conocimiento inútil en la época de la cultura del pelotazo.

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La huelga del Monte Sagrado

25 Domingo Mar 2012

Posted by ibadomar in Historia

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Agripa, Antigüedad, Comicios centuriados, Etruscos, Historia, Huelga, Monte Sagrado, Patricios y plebeyos, Plinio el Viejo, Plutarco, Porsena, Roma, Servio Tulio, Tácito, Tito Livio, Tribunos

Ahora que hay convocada una huelga general y que se emplea tanta saliva y tanta tinta en hablar de huelgas, no está de más recordar un hecho que se produjo hace muchos, muchos años; 2506 para ser exactos si aceptamos las fuentes tradicionales romanas.

Corría el año 494 antes de Cristo y Roma no era más que una pequeña ciudad de la que nadie podía sospechar que llegaría a dominar casi todo el mundo conocido. Una ciudad que contaba con dos categorías de habitantes muy diferenciadas: los patricios y los plebeyos. Los primeros se gloriaban de ser descendientes de los primeros pobladores de la ciudad mientras que los segundos provenían de quienes habían emigrado a Roma tras su fundación. Había una enorme diferencia entre unos y otros ya que sólo los patricios podían participar en el Senado, por lo que los plebeyos quedaban excluidos de las magistraturas. Esto no quiere decir que no tuvieran ningún derecho, puesto que Roma necesitaba a ese grupo tan importante de población para participar en la defensa común y por tanto se les fueron haciendo concesiones. Algunas datan de tiempos muy antiguos, cuando entre los romanos aún existía la realeza: fue en tiempos del rey Servio Tulio cuando se crearon los Comicios Centuriados, que no entendían de patricios ni de plebeyos.

Los Comicios Centuriados eran una forma de asamblea en la que el conjunto de la población estaba dividido en cinco clases en función de sus ingresos y no de su origen. Esta división parece un paso democratizador, dado que también había plebeyos adinerados (eran conocidos como equites o caballeros, puesto que podían pagarse un caballo y por tanto cumplían con sus deberes militares en la caballería). Sin embargo había una trampa: en los comicios centuriados cada clase económica tenía un número de votos diferente y la clase más rica, que votaba en primer lugar, contaba con 98, mientras que las otras cuatro clases juntas sólo llegaban a 95 votos. En otras palabras: los más ricos tenían todo el poder en la asamblea. Sí que es cierto que los más ricos podían ser plebeyos, pero desde siempre al dinero le ha gustado aliarse con el abolengo y Roma no era una excepción. La máxima aspiración de un rico caballero no era otra que entrar en el Senado, cuyas llaves guardaban los patricios y todos sabemos que los favores se pagan caros. La consecuencia es que la gran masa plebeya seguía relegada.

Con ese panorama ya sólo faltaba una crisis para que la tensión estallara. Algunos historiadores romanos, como Plutarco o Tito Livio, aseguran que la guerra contra los etruscos capitaneados por Porsena terminó satisfactoriamente para Roma, pero otros, como Plinio el Viejo o Tácito, aseguran que fue una derrota total. Lo cierto es que probablemente Roma cayó bajo el dominio etrusco y, en cualquier caso,  salió empobrecida de la guerra. Muchos campesinos habían perdido sus tierras, ahora en territorio enemigo, y las deudas empezaron a asfixiar a los plebeyos hasta que la situación se hizo insostenible.

Los plebeyos, carentes de poder político en la práctica, optaron por un remedio drástico: se retiraron de la ciudad y se asentaron en el Monte Sagrado donde plantearon la posibilidad de fundar una ciudad propia. En Roma saltaron las alarmas, principalmente porque la retirada plebeya dejaba al ejército sin efectivos en un momento en que acababan de salir de una guerra y el enemigo estaba a tiro de piedra. Cuentan que Menenio Agripa se reunió con los plebeyos y les contó la fábula del hombre cuyos miembros se negaron a seguir al servicio del estómago y por tanto dejaron de alimentarle: el estómago sufrió, pero los miembros también se debilitaron a sí mismos. Agripa era elocuente, pero no bastaba con su oratoria, también hicieron falta concesiones para atajar la secesión.

Fue entonces cuando se creó una nueva magistratura: la de los tribunos de la plebe. Eran diez en total, elegidos por un año. Mientras ocupaban el cargo no podían abandonar la ciudad durante más de un día y debían mantener siempre abierta la puerta de su casa, pues estaban al servicio del pueblo día y noche. Gozaban de inmunidad y tenían amplios poderes, entre ellos el de veto, que les permitía frenar cualquier iniciativa que juzgaran contraria a los plebeyos.

Aunque aún pasaría mucho tiempo hasta que la franja entre patricios y plebeyos se borrara completamente, se había producido un cambio profundo en la naciente República. Un cambio producido por algo que se parece mucho a una huelga, pero que en realidad es más incisivo.

Un detalle en el que hemos de fijarnos es que la retirada no se planteó como algo que debía durar un día, dos, o varios. Ni siquiera se planteó como una huelga indefinida, sino que fue una secesión con todas las consecuencias. Los plebeyos estaban dispuestos a fundar una nueva Roma, dejando la antigua abandonada a su suerte. Y por otro lado a los patricios no pareció preocuparles el daño económico, pero sí la falta de seguridad que provocaba el que el ejército perdiera a sus soldados. Es decir que al poderoso le preocupa más su propia seguridad que el bienestar de sus conciudadanos.

Y por último, otro detalle también altamente significativo: los plebeyos elegirían como tribunos casi siempre a plebeyos adinerados. Cabe preguntarse cuánto tardaron en dejar de representar realmente a sus compañeros de clase. Con el paso del tiempo también esta magistratura demostraría ser susceptible de corromperse, pero para entonces la brecha entre patricios y plebeyos se había cerrado, aunque la otra brecha, la que separaba a los ricos de los pobres, no llegaría a cerrarse jamás. Definitivamente, la Humanidad no ha cambiado tanto en los últimos 2.500 años.

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