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Coriolano en Baltimore

03 Domingo May 2015

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Baltimore, Coriolano, EEUU, Hambruna, Historia, Patricios y plebeyos, Roma, Sicilia, Tito Livio, Tribunos, Volscos

Las imágenes han dado la vuelta al mundo: en la ciudad estadounidense de Baltimore, en plenos disturbios, una mujer reconoce a su hijo, pese a que estaba encapuchado, entre los manifestantes que ve por televisión; sale disparada a la calle, lo encuentra y se lo lleva de la zona de peligro a bofetada limpia, mientras le echa una bronca monumental, de las de “a casa ahora mismo, que me tienes contenta”. Con un par. Por si alguien se lo ha perdido, aquí tenemos el vídeo, colgado en Youtube por la cadena ABC:

Esto de meter en cintura a un hijo díscolo, por mucho que esté rodeado de una muchedumbre de manifestantes, no es tan moderno como pueda parecer. Hace cosa de 2.500 años se dio un caso similar y en esta ocasión no se trataba de alborotadores encapuchados sino de todo un ejército. El protagonista se llamaba Cneo Marcio, pero es más conocido como Coriolano, sobrenombre que se debía a una de sus hazañas guerreras, en las que había sometido a la ciudad enemiga de Corioli.

Se podría pensar que su historial de combatiente victorioso hacía de Coriolano un hombre popular en Roma, y durante un tiempo sí lo fue. Sin embargo, la situación política era muy tensa y nuestro hombre no era precisamente de talante conciliador. Los habituales del blog recordarán los hechos que narré con el título de La huelga del monte sagrado y que supusieron un enfrentamiento entre patricios y plebeyos que se resolvió con la creación de la magistratura del tribunado. Los tribunos representaban a los plebeyos y tenían un gran poder, que incluía el veto de las medidas que juzgaran contrarias a los intereses de la plebe. Pues bien, apenas tres años después de aquellos hechos la hambruna se apoderaba de Roma, pero pudo paliarse mediante la compra de un gran cargamento de trigo procedente de Sicilia. La cuestión era a qué precio se vendería el trigo recién importado.

Era el momento ideal para que los patricios pasaran a la ofensiva y entre ellos destacó Coriolano, que presionó para que el trigo no se distribuyera entre los plebeyos a bajo precio a no ser que consintieran en renunciar a sus tribunos. “¿Por qué -se preguntaba Coriolano según nos cuenta Tito Livio- he de soportar a un tribuno yo, que no soporté como rey a un Tarquino?”. Los ánimos de los plebeyos se exaltaron al ver que se usaba el hambre como arma contra ellos y ante el cariz de los acontecimientos algunos patricios empezaron a pensar en dejar caer a Coriolano antes de que la situación estallara de nuevo. Coriolano, viendo lo complicado de su posición, decidió exiliarse entre los volscos, enemigos de Roma.

A base de alimentar y airear su rencor, nuestro protagonista recuperó entre sus nuevos conciudadanos el carisma que había perdido en su patria, hasta el punto de ser elegido como uno de los generales para dirigir la guerra entre romanos y volscos, cosa que hizo con éxito puesto que no había perdido ni un ápice de su talento militar. Roma se vio forzada a enviar una delegación de senadores al campamento de Coriolano para intentar negociar la paz. La primera embajada no tuvo éxito y a la segunda ni siquiera se le permitió entrar en el campamento, por lo que los romanos acudieron, ya que la política no bastaba, a la religión y probaron a enviar una delegación de sacerdotes, que tampoco consiguieron nada. Entonces fue cuando las mujeres de Roma decidieron que ellas podían triunfar donde habían fracasado los hombres, así que una comitiva de matronas, encabezada por Veturia, la madre de Coriolano, se dirigió al campamento volsco.

De Coriolano se podrá decir que era un renegado, incluso un traidor, pero no que careciera de afecto filial, porque tan pronto como vio a su madre corrió a abrazarla, pero Veturia le frenó en seco. “Antes de permitirte abrazarme -cuenta Tito Livio que dijo- quiero saber si estoy ante mi hijo o ante un enemigo y si en este campamento soy una prisionera o tu madre”. Buen comienzo para una diatriba que prosiguió con frases como aquélla en que lamentó haberlo parido, puesto que de no haberlo hecho podría morir como mujer libre en una ciudad libre.

No consta, quizá porque Veturia era romana y no de Baltimore, que le diera a su hijo un par de bofetadas, pero sí se sabe que tras la bronca maternal y viendo entre las suplicantes también a su esposa y a sus hijos pequeños, Coriolano se ablandó y levantó el campamento. Algunos dicen que los volscos lo mataron, aunque Tito Livio cree que llegó a la ancianidad. En cuanto a las mujeres romanas, recibieron el reconocimiento que merecían con la construcción de un templo dedicado a la Fortuna de las Mujeres, que debía servir como monumento conmemorativo del día en el que salvaron a Roma de un peligroso enemigo.

No sé si a Toya Graham, que tal es el nombre de la intrépida ciudadana de Baltimore, le levantarán un monumento o no; pero ya que publico este artículo cuando se celebra el día de la Madre, que en España es siempre el primer domingo de mayo, no estaría de más hacer un brindis por ella y por Veturia como ejemplo de madres de las que, no es que lleven a sus hijos por el buen camino, es que lo arrastran de la oreja hasta él.

Yo, por si acaso, le dedico este artículo a la mía, porque a la vista de cómo las gastan, no hay nada como tener a una madre contenta. Va por tí, mamá.

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La huelga del Monte Sagrado

25 Domingo Mar 2012

Posted by ibadomar in Historia

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Agripa, Antigüedad, Comicios centuriados, Etruscos, Historia, Huelga, Monte Sagrado, Patricios y plebeyos, Plinio el Viejo, Plutarco, Porsena, Roma, Servio Tulio, Tácito, Tito Livio, Tribunos

Ahora que hay convocada una huelga general y que se emplea tanta saliva y tanta tinta en hablar de huelgas, no está de más recordar un hecho que se produjo hace muchos, muchos años; 2506 para ser exactos si aceptamos las fuentes tradicionales romanas.

Corría el año 494 antes de Cristo y Roma no era más que una pequeña ciudad de la que nadie podía sospechar que llegaría a dominar casi todo el mundo conocido. Una ciudad que contaba con dos categorías de habitantes muy diferenciadas: los patricios y los plebeyos. Los primeros se gloriaban de ser descendientes de los primeros pobladores de la ciudad mientras que los segundos provenían de quienes habían emigrado a Roma tras su fundación. Había una enorme diferencia entre unos y otros ya que sólo los patricios podían participar en el Senado, por lo que los plebeyos quedaban excluidos de las magistraturas. Esto no quiere decir que no tuvieran ningún derecho, puesto que Roma necesitaba a ese grupo tan importante de población para participar en la defensa común y por tanto se les fueron haciendo concesiones. Algunas datan de tiempos muy antiguos, cuando entre los romanos aún existía la realeza: fue en tiempos del rey Servio Tulio cuando se crearon los Comicios Centuriados, que no entendían de patricios ni de plebeyos.

Los Comicios Centuriados eran una forma de asamblea en la que el conjunto de la población estaba dividido en cinco clases en función de sus ingresos y no de su origen. Esta división parece un paso democratizador, dado que también había plebeyos adinerados (eran conocidos como equites o caballeros, puesto que podían pagarse un caballo y por tanto cumplían con sus deberes militares en la caballería). Sin embargo había una trampa: en los comicios centuriados cada clase económica tenía un número de votos diferente y la clase más rica, que votaba en primer lugar, contaba con 98, mientras que las otras cuatro clases juntas sólo llegaban a 95 votos. En otras palabras: los más ricos tenían todo el poder en la asamblea. Sí que es cierto que los más ricos podían ser plebeyos, pero desde siempre al dinero le ha gustado aliarse con el abolengo y Roma no era una excepción. La máxima aspiración de un rico caballero no era otra que entrar en el Senado, cuyas llaves guardaban los patricios y todos sabemos que los favores se pagan caros. La consecuencia es que la gran masa plebeya seguía relegada.

Con ese panorama ya sólo faltaba una crisis para que la tensión estallara. Algunos historiadores romanos, como Plutarco o Tito Livio, aseguran que la guerra contra los etruscos capitaneados por Porsena terminó satisfactoriamente para Roma, pero otros, como Plinio el Viejo o Tácito, aseguran que fue una derrota total. Lo cierto es que probablemente Roma cayó bajo el dominio etrusco y, en cualquier caso,  salió empobrecida de la guerra. Muchos campesinos habían perdido sus tierras, ahora en territorio enemigo, y las deudas empezaron a asfixiar a los plebeyos hasta que la situación se hizo insostenible.

Los plebeyos, carentes de poder político en la práctica, optaron por un remedio drástico: se retiraron de la ciudad y se asentaron en el Monte Sagrado donde plantearon la posibilidad de fundar una ciudad propia. En Roma saltaron las alarmas, principalmente porque la retirada plebeya dejaba al ejército sin efectivos en un momento en que acababan de salir de una guerra y el enemigo estaba a tiro de piedra. Cuentan que Menenio Agripa se reunió con los plebeyos y les contó la fábula del hombre cuyos miembros se negaron a seguir al servicio del estómago y por tanto dejaron de alimentarle: el estómago sufrió, pero los miembros también se debilitaron a sí mismos. Agripa era elocuente, pero no bastaba con su oratoria, también hicieron falta concesiones para atajar la secesión.

Fue entonces cuando se creó una nueva magistratura: la de los tribunos de la plebe. Eran diez en total, elegidos por un año. Mientras ocupaban el cargo no podían abandonar la ciudad durante más de un día y debían mantener siempre abierta la puerta de su casa, pues estaban al servicio del pueblo día y noche. Gozaban de inmunidad y tenían amplios poderes, entre ellos el de veto, que les permitía frenar cualquier iniciativa que juzgaran contraria a los plebeyos.

Aunque aún pasaría mucho tiempo hasta que la franja entre patricios y plebeyos se borrara completamente, se había producido un cambio profundo en la naciente República. Un cambio producido por algo que se parece mucho a una huelga, pero que en realidad es más incisivo.

Un detalle en el que hemos de fijarnos es que la retirada no se planteó como algo que debía durar un día, dos, o varios. Ni siquiera se planteó como una huelga indefinida, sino que fue una secesión con todas las consecuencias. Los plebeyos estaban dispuestos a fundar una nueva Roma, dejando la antigua abandonada a su suerte. Y por otro lado a los patricios no pareció preocuparles el daño económico, pero sí la falta de seguridad que provocaba el que el ejército perdiera a sus soldados. Es decir que al poderoso le preocupa más su propia seguridad que el bienestar de sus conciudadanos.

Y por último, otro detalle también altamente significativo: los plebeyos elegirían como tribunos casi siempre a plebeyos adinerados. Cabe preguntarse cuánto tardaron en dejar de representar realmente a sus compañeros de clase. Con el paso del tiempo también esta magistratura demostraría ser susceptible de corromperse, pero para entonces la brecha entre patricios y plebeyos se había cerrado, aunque la otra brecha, la que separaba a los ricos de los pobres, no llegaría a cerrarse jamás. Definitivamente, la Humanidad no ha cambiado tanto en los últimos 2.500 años.

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