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Antigüedad, Baltimore, Coriolano, EEUU, Hambruna, Historia, Patricios y plebeyos, Roma, Sicilia, Tito Livio, Tribunos, Volscos
Las imágenes han dado la vuelta al mundo: en la ciudad estadounidense de Baltimore, en plenos disturbios, una mujer reconoce a su hijo, pese a que estaba encapuchado, entre los manifestantes que ve por televisión; sale disparada a la calle, lo encuentra y se lo lleva de la zona de peligro a bofetada limpia, mientras le echa una bronca monumental, de las de «a casa ahora mismo, que me tienes contenta». Con un par. Por si alguien se lo ha perdido, aquí tenemos el vídeo, colgado en Youtube por la cadena ABC:
Esto de meter en cintura a un hijo díscolo, por mucho que esté rodeado de una muchedumbre de manifestantes, no es tan moderno como pueda parecer. Hace cosa de 2.500 años se dio un caso similar y en esta ocasión no se trataba de alborotadores encapuchados sino de todo un ejército. El protagonista se llamaba Cneo Marcio, pero es más conocido como Coriolano, sobrenombre que se debía a una de sus hazañas guerreras, en las que había sometido a la ciudad enemiga de Corioli.
Se podría pensar que su historial de combatiente victorioso hacía de Coriolano un hombre popular en Roma, y durante un tiempo sí lo fue. Sin embargo, la situación política era muy tensa y nuestro hombre no era precisamente de talante conciliador. Los habituales del blog recordarán los hechos que narré con el título de La huelga del monte sagrado y que supusieron un enfrentamiento entre patricios y plebeyos que se resolvió con la creación de la magistratura del tribunado. Los tribunos representaban a los plebeyos y tenían un gran poder, que incluía el veto de las medidas que juzgaran contrarias a los intereses de la plebe. Pues bien, apenas tres años después de aquellos hechos la hambruna se apoderaba de Roma, pero pudo paliarse mediante la compra de un gran cargamento de trigo procedente de Sicilia. La cuestión era a qué precio se vendería el trigo recién importado.
Era el momento ideal para que los patricios pasaran a la ofensiva y entre ellos destacó Coriolano, que presionó para que el trigo no se distribuyera entre los plebeyos a bajo precio a no ser que consintieran en renunciar a sus tribunos. «¿Por qué -se preguntaba Coriolano según nos cuenta Tito Livio- he de soportar a un tribuno yo, que no soporté como rey a un Tarquino?». Los ánimos de los plebeyos se exaltaron al ver que se usaba el hambre como arma contra ellos y ante el cariz de los acontecimientos algunos patricios empezaron a pensar en dejar caer a Coriolano antes de que la situación estallara de nuevo. Coriolano, viendo lo complicado de su posición, decidió exiliarse entre los volscos, enemigos de Roma.
A base de alimentar y airear su rencor, nuestro protagonista recuperó entre sus nuevos conciudadanos el carisma que había perdido en su patria, hasta el punto de ser elegido como uno de los generales para dirigir la guerra entre romanos y volscos, cosa que hizo con éxito puesto que no había perdido ni un ápice de su talento militar. Roma se vio forzada a enviar una delegación de senadores al campamento de Coriolano para intentar negociar la paz. La primera embajada no tuvo éxito y a la segunda ni siquiera se le permitió entrar en el campamento, por lo que los romanos acudieron, ya que la política no bastaba, a la religión y probaron a enviar una delegación de sacerdotes, que tampoco consiguieron nada. Entonces fue cuando las mujeres de Roma decidieron que ellas podían triunfar donde habían fracasado los hombres, así que una comitiva de matronas, encabezada por Veturia, la madre de Coriolano, se dirigió al campamento volsco.
De Coriolano se podrá decir que era un renegado, incluso un traidor, pero no que careciera de afecto filial, porque tan pronto como vio a su madre corrió a abrazarla, pero Veturia le frenó en seco. «Antes de permitirte abrazarme -cuenta Tito Livio que dijo- quiero saber si estoy ante mi hijo o ante un enemigo y si en este campamento soy una prisionera o tu madre». Buen comienzo para una diatriba que prosiguió con frases como aquélla en que lamentó haberlo parido, puesto que de no haberlo hecho podría morir como mujer libre en una ciudad libre.
No consta, quizá porque Veturia era romana y no de Baltimore, que le diera a su hijo un par de bofetadas, pero sí se sabe que tras la bronca maternal y viendo entre las suplicantes también a su esposa y a sus hijos pequeños, Coriolano se ablandó y levantó el campamento. Algunos dicen que los volscos lo mataron, aunque Tito Livio cree que llegó a la ancianidad. En cuanto a las mujeres romanas, recibieron el reconocimiento que merecían con la construcción de un templo dedicado a la Fortuna de las Mujeres, que debía servir como monumento conmemorativo del día en el que salvaron a Roma de un peligroso enemigo.
No sé si a Toya Graham, que tal es el nombre de la intrépida ciudadana de Baltimore, le levantarán un monumento o no; pero ya que publico este artículo cuando se celebra el día de la Madre, que en España es siempre el primer domingo de mayo, no estaría de más hacer un brindis por ella y por Veturia como ejemplo de madres de las que, no es que lleven a sus hijos por el buen camino, es que lo arrastran de la oreja hasta él.
Yo, por si acaso, le dedico este artículo a la mía, porque a la vista de cómo las gastan, no hay nada como tener a una madre contenta. Va por tí, mamá.