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Uno de los primeros artículos de este blog trataba de la batalla de Salamina, a la que me refería como un instante crucial de la Historia. Hoy hablaremos de otro momento crítico, aunque en esta ocasión nuestro relato será muy diferente. Se trata de una batalla, sí, pero contra lo que podía parecer en el momento en el que se libró, no fue una batalla decisiva, al contrario, puesto que quien salió vencido se alzaría a la larga con el triunfo en la guerra. Pese a ello ha habido pocos días tan célebres y estudiados como aquel 2 de agosto del año 216 antes de Cristo. Aquel día, cerca de Cannas, un ejército romano fue estrepitosamente derrotado por las fuerzas cartaginesas comandadas por Aníbal. El planteamiento del gran general cartaginés fue tan perfecto que la batalla se sigue estudiando en las escuelas militares dos milenios y cuarto después de que fuera librada. Las consecuencias para Roma fueron catastróficas, pero aun así ganó la guerra. Merece la pena repasar lo que ocurrió aquel día y, sobre todo, lo que sucedió después. Pero vayamos con los antecedentes.

La Segunda Guerra Púnica había comenzado de forma desconcertante para Roma. Aníbal se presentó en Italia siguiendo una ruta terrestre al poco de declararse las hostilidades, sin que ningún estratega romano hubiera pensado que la guerra alcanzaría terreno italiano. Naturalmente Aníbal sabía que no tenía capacidad para  tomar Roma al asalto pero, como se demostró durante los años 218 y 217 antes de Cristo, sí podía campar por la península socavando las alianzas de Roma con las tribus de Italia, desgastando la resistencia romana y, cuando los romanos se dejaban arrastrar a la batalla, infligiendo severas derrotas a las legiones. Aníbal era consciente de que Roma poseía una buena infantería pesada, pero su caballería no era rival para los cartagineses y el genio táctico del general púnico superaba al de cualquier romano que se le enfrentara.

Los romanos decidieron escoger un dictador, posibilidad permitida por la ley en caso de emergencia, y eligieron para el caso a Quinto Fabio Máximo, que adoptó lo que desde entonces se conoce como estrategia fabiana y que consiste en rehuir el enfrentamiento directo con el enemigo. Fabio se limitaba a pequeñas escaramuzas para desgastar al ejército adversario mientras que colocaba al suyo propio siempre en posiciones escarpadas en las que la caballería cartaginesa no podía actuar. La situación era desesperante para la opinión pública romana puesto que el ejército de su flamante dictador se limitaba a perseguir al de Aníbal sin aceptar nunca la batalla. Fabio recibió el sobrenombre Cunctator, que significa retardador, y pasados los seis meses de su mandato el poder volvió a los cónsules, que aquel año fueron Lucio Emilio Paulo y Marco Terencio Varrón. Y ellos no retrasaron el enfrentamiento. Más les habría valido hacerlo, por cierto.

Los cónsules tenían a su disposición un gran ejército. Como de costumbre en estos casos no se sabe el tamaño exacto ni siquiera su composición, pero es habitual aceptar el dato de 8 legiones con sus correspondientes contingentes aliados para sumar unos 80.000 hombres, más o menos el doble de las fuerzas de Aníbal, aunque hay que recordar que la caballería púnica era superior en número y calidad a la romana. Ambos ejércitos se enfrentaron a orillas del río Ofanto y podemos imaginar el despliegue como dos formaciones de infantería con caballería en las alas. La infantería romana formaba una línea recta, mientras que la cartaginesa adoptaba una disposición abombada en la que el centro, donde estaban las tropas más débiles, sobresalía hacia el enemigo. Cuando ambas infanterías chocaron, el centro púnico, como era de esperar, se fue hundiendo mientras que la caballería de Aníbal no tenía ningún problema en poner en fuga a los jinetes romanos y salir en su persecución.

En ese momento Aníbal hizo avanzar los extremos de su línea de infantería con el resultado natural de que la formación se transformara en una bolsa en cuyo interior estaba todo el ejército romano. Para completar el cerco, se produjo el regreso de la caballería y así las legiones se encontraron totalmente rodeadas. Como una imagen lo explicará más elocuentemente que yo, he buscado una que ilustra lo que ocurrió.

Se cree que de los 80.000 romanos murieron unos 70.000 mientras que las bajas en el ejército de Aníbal fueron de unos 6.000 hombres. Nunca se había visto nada igual. Aníbal había conseguido una victoria inigualable y buena parte de los aliados italianos de Roma se pasaron a sus filas. Sus generales le incitaban a marchar sobre Roma, aunque él desoyó el consejo y todavía hoy hay división de opiniones acerca de si se equivocó o no. Es posible que tomar Roma hubiese estado fuera del alcance de Aníbal y en ese caso la intentona habría servido sólo para empañar la gran victoria, pero también puede que hubiera tenido éxito, aunque la reacción de la Ciudad deja poco lugar a dudas en cuanto a la determinación de seguir luchando de sus habitantes.

Imaginemos cómo cayó en Roma la noticia. 70.000 muertos es una cifra enorme y es difícil que hubiese alguien en la ciudad que no hubiese perdido a varios parientes o amigos. Sin embargo el Senado no se planteó la posibilidad de capitular. Al contrario, se prohibió llorar a los muertos en público para evitar que se hundiese la moral, se pusieron guardias que impedían abandonar la ciudad a los posibles desertores y se procedió a reclutar nuevas tropas entre los romanos más jóvenes, a los que hubo que armar con los trofeos de victorias del pasado por falta de material de guerra. El Senado rechazó pagar rescate por los prisioneros, para no dar dinero al enemigo ni fomentar la falta de disposición a sacrificarse por la patria. Por último, se recurrió a un cruel rito casi olvidado: un hombre y una mujer galos y un hombre y una mujer griegos fueron enterrados vivos en el foro boario para aplacar a los dioses.

A posteriori resultó que la táctica fabiana era la correcta y por ello el sobrenombre Cunctator se convirtió en un título honorífico, aunque suena mucho mejor el que le dio a Quinto Fabio el historiador Tito Livio: el escudo de Roma. Por cierto que en aquella misma época a Claudio Marcelo se le conoció como la espada de Roma, lo que demuestra que los romanos tenían un gran talento para los sobrenombres sonoros y evocadores.

La Segunda Guerra Púnica tendría aún muchos episodios y alternativas en diferentes teatros de operaciones hasta la definitiva derrota cartaginesa en Zama en el año 202 a.C, pero lo que me gustaría transmitir es lo excepcional de Cannas, no tanto por la aplastante victoria de Aníbal sino por la reacción romana. Hay mucha materia para reflexionar. Personalmente considero por lo menos los siguientes puntos de interés:

– A menudo lo que se desea es la opción equivocada: a Cunctator su táctica le costó el descrédito porque toda Roma estaba deseando llegar de una vez a la batalla. Como hemos visto esto colocó a la república al borde del desastre, aunque al menos los romanos tuvieron la grandeza suficiente como para reconocer el mérito de Fabio a posteriori. Esto nos podría llevar también a reflexionar sobre lo acertado o no de las decisiones tomadas a partir de la opinión pública, pero aunque el asunto es apasionante para tratarlo en una charla de sobremesa, entraríamos en un terreno muy escabroso.

– Nunca hay que darse por vencido antes de tiempo: Roma podría haber pedido la paz después de Cannas y no habría historiador que negara que era la única opción razonable después de semejante desastre. Y sin embargo a la larga Roma salió vencedora y convertida en la gran potencia del Mediterráneo gracias a su testarudez.

– No basta con vencer y sobre esto es especialmente elocuente el reproche que al parecer hizo Maharbal a Aníbal cuando éste renunció a marchar sobre Roma tras la victoria de Cannas: «Los dioses no dan todos sus dones a un solo hombre. Tú sabes vencer, Aníbal, pero no sabes aprovechar la victoria». Y es que no basta con el triunfo de un día si sobre él no se construye nada.

La gran victoria de Aníbal es, como se ve, un asunto digno de estudio y de reflexión, como también lo es su derrota en Zama ante Escipión. Pero la historia de Zama merece un artículo aparte y por eso os la contaré otro día.