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Vietnam en el siglo I

26 martes Dic 2017

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Arminio, Augusto, Batalla, Batalla de Teutoburgo, Druso, Germánico, Historia, Momentos cruciales, Roma, Sigfrido, Varo, Vietnam

Hay días en los que se diría que las Moiras, esas divinidades que según los griegos controlan el destino de los hombres, tiran una moneda al aire y deciden el futuro según sea el resultado. En este blog se ha hablado mucho de esos momentos cruciales: en esa categoría están Salamina, el Marne, Midway… días que amanecieron con una gran potencia en la cima de su poder, aparentemente invencible, y terminaron con un imperio derrotado y un futuro incierto.

A veces el desastre no es tan completo como parece. El Imperio Persa siguió siendo una gran potencia tras Salamina y los Estados Unidos mantuvieron su preeminencia en el mundo tras Vietnam, pero en ambos casos se había demostrado que no eran invencibles. Aunque su poder militar siguiera siendo inmenso, ahora se sabía que eran vulnerables. El impacto puede llegar al extremo de incorporar el hecho como referencia en el lenguaje común: recordemos a Saddam Hussein amenazando a los norteamericanos con un «nuevo Vietnam», o las menciones a la guerra de Afganistán en la década de 1980 como «el Vietnam de la URSS». Afganistán tiene un récord en esta comparación porque también se le llamó «el Vietnam de Obama» en 2009. Si alguna vez escribo un artículo sobre la Guerra de los Treinta Años, puede que lo titule «El Vietnam de Felipe IV».

El Imperio Romano también tuvo su Vietnam particular, incluso podríamos decir que tuvo varios, pero hoy vamos a hablar de una batalla que probablemente moldeó el curso de la Historia. No tuvo lugar en la jungla del sudeste de Asia sino en un bosque europeo, en lo que hoy es Alemania, en el año 9 después de Cristo. Para que nos hagamos idea de la magnitud del desastre no hay nada como ver el siguiente mapa (Fuente: Atlas de Historia Universal, dirigido por José Ramón Juliá, Editorial Planeta, 2000)

La línea roja, trazada a partir del curso de los ríos Rin y Danubio es la frontera definitiva del Imperio Romano en Occidente, mientras que la línea verde sigue el curso del Elba. En aquel año 9 el territorio comprendido entre el Rin y el Elba, en verde claro en el mapa, estaba casi dominado por Roma. Las tribus de la región estaban sometidas, pero no romanizadas. Y el hombre que podría haber acabado la tarea, Publio Quintilio Varo, gobernador de la provincia, resultó no ser la persona más adecuada.

Varo se comportó en Germania como el gobernador autoritario de una provincia completamente sometida. Los germanos se encontraron con una subida de impuestos y unas autoridades que resolvían los conflictos usando un derecho romano que a ellos aún les era ajeno. Sabiendo que Varo, cuando era gobernador de Siria, había crucificado a 2.000 rebeldes tras una revuelta y que volvió de Oriente siendo muy rico, podemos imaginar el tipo de impuestos y de justicia que se encontraron los germanos bajo su dominio y el porqué del aumento de hostilidad contra Roma. Pero Varo también tenía germanos a su servicio, como Arminio… o eso pensaba él.

Arminio era un joven de unos 26 años en el momento que nos ocupa. Como hijo de un jefe de la tribu de los queruscos, había sido enviado a Roma como rehén siendo un niño y por tanto había recibido una educación romana e incluso se había distinguido en el ejército romano. Debía de ser un hombre notable, puesto que incluso se le concedió la ciudadanía romana. En aquel año 9, Arminio era el hombre de confianza de Varo, pero a espaldas de su jefe conspiraba con jefes de varias tribus. El momento propicio se presentó cuando Varo regresaba a sus cuarteles de invierno a la cabeza de las tres legiones destinadas a la provincia: la XVII, XVIII y XIX.

Varo recibió noticias de una sublevación local y decidió reprimirla al momento. Para ello tuvo la idea de atravesar el bosque de Teutoburgo con sus tres legiones, sin tomar precauciones y confiando en su auxiliar, Arminio. Pero Arminio era quien había enviado las noticias y era él quien había organizado la emboscada que aguardaba a las legiones romanas en aquel bosque. Buen conocedor de las tácticas romanas, Arminio sabía que ninguna tribu germana era rival para los romanos en campo abierto. Ni siquiera una confederación de tribus, como la que ahora él dirigía habría tenido ninguna oportunidad en el campo de batalla. Pero en un bosque, sin posibilidad de maniobrar, las cosas eran muy diferentes. Las tres legiones fueron aniquiladas y Varo se suicidó para no caer en manos del enemigo.

La pérdida de tres legiones fue un mazazo para Roma. Las fuentes aseguran que Augusto, al conocer el desastre, acusaba a Varo de la derrota gritando enloquecido: ¡Varo, Varo, devuélveme mis legiones! No es de extrañar, puesto que la frontera quedaba desprotegida y a merced de las incursiones germanas. Para colmo los estandartes de las tres legiones, las célebres águilas que los romanos consideraban como sagradas, se habían perdido a manos de los hombres de Arminio.

Los temores de Augusto resultaron exagerados: Roma había sufrido una derrota, pero el territorio imperial no sufrió ninguna invasión. Sin embargo la humillación debía ser reparada y de ello se encargó el general romano Germánico cuyo nombre, tan apropiado para la ocasión, era en realidad el título honorífico concedido a su padre, Druso, por sus triunfos en aquella región. Ahora le correspondía al hijo estar a la altura de su padre en el mismo territorio y contra los mismos enemigos.

Germánico demostró ser un digno hijo del gran Druso. Consiguió recuperar dos de las tres águilas (la tercera permanecería en poder de los germanos hasta que fue rescatada en tiempos del emperador Claudio), pero no logró apresar ni derrotar definitivamente a Arminio. Tampoco hacía falta: Arminio murió 12 años después de su gran victoria, asesinado por miembros de su propia tribu y víctima de la desconfianza que acompañaba al gran poder que había alcanzado. Por su parte, Roma desistió de intentar anexionarse el territorio situado entre el Rin y el Elba. Las acciones guerreras de Germánico fueron de castigo, no de conquista. La frontera permaneció en el Rin hasta la caída del Imperio.

Los historiadores del siglo XIX, la época del nacionalismo, vieron en la traición de Arminio, al que se conocería en Alemania como Hermann, no la rebelión de un ambicioso jefe tribal, sino el nacimiento de una conciencia nacional germánica que se oponía al invasor extranjero. Pero la interpretación más interesante (al menos para mí, porque me fascina la mitología) implica que la captura del botín de la batalla pudiese estar detrás de la leyenda del Oro del Rin, y que Arminio pudiera ser la inspiración del héroe Sigfrido mientras las águilas, símbolo de la legión romana, ocuparían un lugar en las leyendas germánicas como dragones.

Si Varo hubiese sido más precavido o Arminio menos ambicioso, es posible que las tres legiones romanas hubieran sobrevivido y que las tribus situadas entre el Rin y el Elba hubiesen sido totalmente romanizadas. Esto podría haber supuesto un importante cambio en la cultura de lo que hoy es Alemania. Por ejemplo, es probable que hoy se hablase una lengua romance en aquella región. Habría bastado con que Varo hubiese decidido no internarse en aquel peligroso bosque, que hubiera explorado adecuadamente el terreno o que Arminio hubiese preferido una carrera en el ejército romano a la jefatura de una confederación de tribus. Algunas veces el destino del mundo está en manos de una sola persona y Teutoburgo es un buen ejemplo.

 

 

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Un aeropuerto para Tiberio

24 domingo Ene 2016

Posted by ibadomar in Historia

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Augusto, David Bowie, Druso, Germánico, Historia, Julia, Julio César, Roma, Sejano, Tiberio, Vipsania

¡Qué racha tan complicada! Me refiero a lo personal, porque no es casualidad, sino fruto de un fin de año muy ajetreado, el que lleve dos meses sin actualizar el blog. Y como la costumbre acaba por convertirse en vicio, tras habituarme a no escribir artículos no conseguía encontrar temas que me sirvieran de inspiración. Pero acudió en mi ayuda otra mala racha, aunque ésta no me afecta directamente. Me refiero a esa cantidad de defunciones de gente conocida que ha habido en este principio de 2016. Pero no voy a hacer un panegírico de los difuntos David Bowie, Alan Rickman o Natalie Cole. No, para eso ya hay mucho entusiasta que rápidamente propone cambiar el nombre de una calle, de un planeta, de una constelación…

Se diría que exagero, ¿verdad? Pues no, no lo hago. De hecho ya se ha bautizado una constelación con el nombre de Bowie. No parece que a nadie le importe el hecho de que los nombres de las constelaciones existan desde hace siglos (de hecho milenios). Total, como no son sino agrupaciones arbitrarias de estrellas, las agrupamos de otra forma distinta a la conocida y les ponemos el nombre que nos pete. Francamente, no creo que la idea llegue a los manuales de astronomía.

Tampoco espero que tenga éxito la propuesta de poner el nombre de Bowie al planeta Marte. Y me extrañaría que fuera muy lejos la ocurrencia de ponerle su nombre a una plaza de Madrid. Aunque todo podría ser, sabiendo que se decidió que la plaza de Vázquez de Mella pasara a denominarse de Pedro Zerolo y que el aeropuerto de Madrid ostenta ahora el kilométrico nombre de Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Todo sea por el afán de hacerles la pelota a sendos muertos que, al parecer, no se conformarían con que al cabo de un tiempo se bautice en su honor un hospital, un parque o una biblioteca. No, mejor cambiar algo ya existente para que se note más lo mucho que apreciábamos al difunto.

Y, claro, no he podido evitar acordarme de Tiberio. Era un hombre extraño, sombrío, muy poco apreciado entre los gobernantes del alto imperio romano, posiblemente porque en el fondo no estaba hecho para el cargo. Como militar era un general eficiente, pero parece que las intrigas de la política no eran lo suyo. Por causa de ellas su vida tomó un giro desafortunado cuando se divorció de su querida esposa, Vipsania, para casarse con Julia, la hija de Augusto, en un matrimonio desastroso. El que la falta de simpatías con que contaba en Roma alimentara los rumores de que había hecho asesinar a su muy popular sobrino, Germánico, fue otro golpe.

Y es que Tiberio no era popular a pesar de ser un buen administrador que murió dejando repletas las arcas del Estado sin abusar de los impuestos. Más aún, reprendía a los gobernadores demasiado codiciosos recordándoles que su deber era «esquilar a las ovejas, no desollarlas». Su gobierno fue austero, con recorte de gastos superfluos, como los de los juegos, en los que limitó el número de gladiadores. Puede que este tipo de medidas fueran las que le granjearan impopularidad.

Con el tiempo, Tiberio comprendería que no podía esperar simpatía de sus conciudadanos. Su misantropía aumentó y sólo parecía confiar en dos hombres: el prefecto del pretorio, Sejano, y su propio hijo Druso, que había tenido con Vipsania. Tras la muerte de éste, el emperador se retiró a Capri dejando a Roma en manos de Sejano, que rápidamente empezó a acumular poder y a abusar de él. La situación duró hasta que Tiberio empezó a sospechar que su favorito pretendía eliminarlo, pero el astuto emperador se adelantó. ¿Es de extrañar que siguiera un periodo de terror? No tanto si consideramos que a esas alturas Tiberio era un amargado. El poder le había divorciado de su mujer, le había hecho detestado, pese a sus esfuerzos, y le había arrebatado a su hijo. Cuando supo que éste había sido envenenado por Sejano empezó a presentar síntomas de locura.

Suetonio narra todo tipo de perversiones en la mansión de Capri a la que se retiró Tiberio, pero los historiadores actuales no le dan crédito y consideran que no son sino difamaciones que, eso sí, expresan el mal concepto que los romanos tenían de aquel emperador. Y sin embargo, el mismo Suetonio reconoce que, poco después de suceder a Augusto, Tiberio era un ejemplo de moderación, que rechazaba el servilismo. Por eso el Senado pinchó en hueso cuando quiso adularlo haciendo el equivalente de cambiarle el nombre a una calle para dedicársela.

Cuando murió Julio César se le dio su nombre al mes Quintilis, que por eso se conoce en la actualidad como Julio. En vida de Augusto se cambió el nombre del mes Sextilis por el de Agosto en homenaje al entonces emperador. No es raro que siendo Tiberio el nuevo emperador los senadores quisieran halagarlo proponiendo darle su nombre al mes de Septiembre. La respuesta del princeps fue de lo más cortante: «¿Y qué haréis el día que llegue el césar décimotercero?«.

No se volvió a hablar del asunto. Francamente, me gustaría saber qué diría Tiberio si le hubieran propuesto nombrar una constelación en su honor. O añadirle su nombre a un aeropuerto: aeropuerto de Tiberio Julio César Augusto Claudio Nerón – Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Si alguien lleva semejante petición adelante que sepa que no contará con mi apoyo público por respeto a la modestia del difunto emperador, pero que secretamente tiene todas mis simpatías.

Aunque en realidad es injusto comparar el intento de homenaje a Tiberio con los que se hacen a David Bowie o Adolfo Suárez puesto que a éstos no les dieron la oportunidad de expresar su opinión. Es la ventaja de los homenajes póstumos: que no pueden rechazarse.

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