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Un aeropuerto para Tiberio

24 domingo Ene 2016

Posted by ibadomar in Historia

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Augusto, David Bowie, Druso, Germánico, Historia, Julia, Julio César, Roma, Sejano, Tiberio, Vipsania

¡Qué racha tan complicada! Me refiero a lo personal, porque no es casualidad, sino fruto de un fin de año muy ajetreado, el que lleve dos meses sin actualizar el blog. Y como la costumbre acaba por convertirse en vicio, tras habituarme a no escribir artículos no conseguía encontrar temas que me sirvieran de inspiración. Pero acudió en mi ayuda otra mala racha, aunque ésta no me afecta directamente. Me refiero a esa cantidad de defunciones de gente conocida que ha habido en este principio de 2016. Pero no voy a hacer un panegírico de los difuntos David Bowie, Alan Rickman o Natalie Cole. No, para eso ya hay mucho entusiasta que rápidamente propone cambiar el nombre de una calle, de un planeta, de una constelación…

Se diría que exagero, ¿verdad? Pues no, no lo hago. De hecho ya se ha bautizado una constelación con el nombre de Bowie. No parece que a nadie le importe el hecho de que los nombres de las constelaciones existan desde hace siglos (de hecho milenios). Total, como no son sino agrupaciones arbitrarias de estrellas, las agrupamos de otra forma distinta a la conocida y les ponemos el nombre que nos pete. Francamente, no creo que la idea llegue a los manuales de astronomía.

Tampoco espero que tenga éxito la propuesta de poner el nombre de Bowie al planeta Marte. Y me extrañaría que fuera muy lejos la ocurrencia de ponerle su nombre a una plaza de Madrid. Aunque todo podría ser, sabiendo que se decidió que la plaza de Vázquez de Mella pasara a denominarse de Pedro Zerolo y que el aeropuerto de Madrid ostenta ahora el kilométrico nombre de Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Todo sea por el afán de hacerles la pelota a sendos muertos que, al parecer, no se conformarían con que al cabo de un tiempo se bautice en su honor un hospital, un parque o una biblioteca. No, mejor cambiar algo ya existente para que se note más lo mucho que apreciábamos al difunto.

Y, claro, no he podido evitar acordarme de Tiberio. Era un hombre extraño, sombrío, muy poco apreciado entre los gobernantes del alto imperio romano, posiblemente porque en el fondo no estaba hecho para el cargo. Como militar era un general eficiente, pero parece que las intrigas de la política no eran lo suyo. Por causa de ellas su vida tomó un giro desafortunado cuando se divorció de su querida esposa, Vipsania, para casarse con Julia, la hija de Augusto, en un matrimonio desastroso. El que la falta de simpatías con que contaba en Roma alimentara los rumores de que había hecho asesinar a su muy popular sobrino, Germánico, fue otro golpe.

Y es que Tiberio no era popular a pesar de ser un buen administrador que murió dejando repletas las arcas del Estado sin abusar de los impuestos. Más aún, reprendía a los gobernadores demasiado codiciosos recordándoles que su deber era «esquilar a las ovejas, no desollarlas». Su gobierno fue austero, con recorte de gastos superfluos, como los de los juegos, en los que limitó el número de gladiadores. Puede que este tipo de medidas fueran las que le granjearan impopularidad.

Con el tiempo, Tiberio comprendería que no podía esperar simpatía de sus conciudadanos. Su misantropía aumentó y sólo parecía confiar en dos hombres: el prefecto del pretorio, Sejano, y su propio hijo Druso, que había tenido con Vipsania. Tras la muerte de éste, el emperador se retiró a Capri dejando a Roma en manos de Sejano, que rápidamente empezó a acumular poder y a abusar de él. La situación duró hasta que Tiberio empezó a sospechar que su favorito pretendía eliminarlo, pero el astuto emperador se adelantó. ¿Es de extrañar que siguiera un periodo de terror? No tanto si consideramos que a esas alturas Tiberio era un amargado. El poder le había divorciado de su mujer, le había hecho detestado, pese a sus esfuerzos, y le había arrebatado a su hijo. Cuando supo que éste había sido envenenado por Sejano empezó a presentar síntomas de locura.

Suetonio narra todo tipo de perversiones en la mansión de Capri a la que se retiró Tiberio, pero los historiadores actuales no le dan crédito y consideran que no son sino difamaciones que, eso sí, expresan el mal concepto que los romanos tenían de aquel emperador. Y sin embargo, el mismo Suetonio reconoce que, poco después de suceder a Augusto, Tiberio era un ejemplo de moderación, que rechazaba el servilismo. Por eso el Senado pinchó en hueso cuando quiso adularlo haciendo el equivalente de cambiarle el nombre a una calle para dedicársela.

Cuando murió Julio César se le dio su nombre al mes Quintilis, que por eso se conoce en la actualidad como Julio. En vida de Augusto se cambió el nombre del mes Sextilis por el de Agosto en homenaje al entonces emperador. No es raro que siendo Tiberio el nuevo emperador los senadores quisieran halagarlo proponiendo darle su nombre al mes de Septiembre. La respuesta del princeps fue de lo más cortante: «¿Y qué haréis el día que llegue el césar décimotercero?«.

No se volvió a hablar del asunto. Francamente, me gustaría saber qué diría Tiberio si le hubieran propuesto nombrar una constelación en su honor. O añadirle su nombre a un aeropuerto: aeropuerto de Tiberio Julio César Augusto Claudio Nerón – Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Si alguien lleva semejante petición adelante que sepa que no contará con mi apoyo público por respeto a la modestia del difunto emperador, pero que secretamente tiene todas mis simpatías.

Aunque en realidad es injusto comparar el intento de homenaje a Tiberio con los que se hacen a David Bowie o Adolfo Suárez puesto que a éstos no les dieron la oportunidad de expresar su opinión. Es la ventaja de los homenajes póstumos: que no pueden rechazarse.

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Puertas en el campo

26 domingo Ene 2014

Posted by ibadomar in Historia

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Antigüedad, Cómodo, Damnatio memoriae, Domiciano, Egipto, Eróstrato, Hatshepsut, Historia, Hitler, Roma, Sejano, Tiberio, Tutmosis III

Es célebre el mito de la caja de Pandora, que no debía ser abierta. Al destaparla, todos los males escaparon de ella y resultó imposible devolverlos a su encierro. Al igual que en este mito, podemos intentar evitar que se extienda el conocimiento de una idea o de un hecho, pero una vez que ese conocimiento asoma y es visto por primera vez ya no hay manera de impedir que se difunda, por muy indeseable u odioso que resulte. Los medios de comunicación son muy numerosos y cada vez hay más formas de transmitir ideas y noticias.

Esto es lo que han debido de pensar en Baviera, puesto que se va a editar, por primera vez en Alemania desde hace casi 70 años, una edición de Mein Kampf, el libro escrito por Adolf Hitler que sintetiza las ideas nazis. El asunto, tal y como lo cuenta El País en este artículo es el siguiente: tras la caída del régimen nazi los derechos de autor del libro pasaron al ministerio de Finanzas del estado bávaro. Dado el contenido del libro se estimó oportuno impedir su difusión y por eso jamás se ha reeditado. Sin embargo los derechos caducan el 31 de diciembre de 2015, por lo que la obra pasará a dominio público y la podrá publicar quien quiera. En estas circunstancias, el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich ha preferido adelantarse y publicar una edición comentada, para encauzar la inevitable reimpresión.

Naturalmente hay polémica porque lo que se puede considerar como difusión de propaganda nazi es un tema delicado. Personalmente encuentro que la decisión es acertada. El texto es fácil de encontrar en internet, así que si no se puede evitar su existencia, mejor será publicar una edición crítica. Por otro lado el material es útil para los historiadores y los estudiosos de las ideologías políticas, por lo que tampoco se debe impedir su acceso a todo el mundo. Más aún, el contenido del libro en cuestión no resiste una crítica coherente formulada por quien haya estudiado la realidad y los resultados de la política nazi. Para colmo es aburrido, muy aburrido. Lo sé porque he intentado leerlo y no puedo con él. Como dije, es fácil de encontrar en internet.

Esto nos lleva a la imposibilidad de evitar la difusión de una idea. Setenta años intentando que el libro caiga en el olvido no han conseguido nada, al contrario. La verdad es que ese fracaso era fácil de prever porque no es la primera vez que se intenta hacer algo así, con resultados nulos, cuando no adversos. Los romanos llegaron a inventar una expresión, damnatio memoriae, para referirse a la condena al olvido. Un ejemplo fue Sejano, el Precepto del Pretorio que Tiberio empleó como valido, para que gobernara en su nombre, hasta su caída en desgracia en el 31 d.C. También los emperadores Domiciano (asesinado en el 96 d.C.) o Cómodo (también asesinado en el 192 d.C.) sufrieron esa condena, que implicaba la destrucción de sus estatuas, el borrado de las inscripciones públicas con su nombre y, en general, la desaparición de todo cuanto recordara su existencia. Seguimos conociendo sus nombres y su papel histórico, por lo que es fácil comprobar que la condena no surtió efecto.

Los romanos nos han dejado la forma de darle nombre, pero no inventaron esta peculiar condena. Mucha gente ha oído hablar de la egipcia Hatshepsut, tía, madrastra y suegra de Tutmosis III, faraón de tan gran influencia en la época que algunos historiadores le han llamado «El Napoleón de Egipto». El caso es que durante su etapa de regente del joven Tutmosis, Hatshepsut asumió todos los títulos y atributos propios de un faraón, aunque tuvieran connotaciones masculinas (con la excepción del de «Toro poderoso», que le debió de parecer excesivo). Tutmosis no se debió de tomar demasiado bien su prolongada minoría porque cuando al fin accedió al poder se dedicó (o eso parece porque, como de costumbre, hay otras teorías) a borrar todo rastro de su predecesora. Sin resultado, claro.

Hay un caso especialmente sangrante. ¿Quién no ha oído hablar de las siete maravillas del mundo antiguo? Una de ellas era el templo de Artemisa en Éfeso, que fue incenciado en el 356 a.C. por un tal Eróstrato, que tenía la intención de pasar a la posteridad como el destructor de aquella gran obra, ya que no acumulaba méritos para merecer la fama por otro camino. Por ello no sólo se le condenó a ser ejecutado sino a lo que él más podía temer: a que su nombre se extinguiera en el olvido. La condena fue tan poco eficaz que hoy en día existe un complejo de Eróstrato, también llamado erostratismo, que según el diccionario de la RAE se define como: Manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre.

Después de todo, puede que no sea tan mala idea la del instituto muniqués ya que han podido comprobar, por su propia experiencia y por los ejemplos históricos, algo que la sabiduría popular sabe desde hace mucho: que no se pueden poner puertas al campo. Resulta irónico: setenta años intentando esconder un libro para acabar llegando a una conclusión que ya figura en el refranero.

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