Etiquetas
Batalla, Bombardeo en picado, Dauntless, Devastator, Historia, Kate, Midway, Momentos cruciales, Nagumo, Pearl Harbor, Portaaviones, Segunda Guerra Mundial, Siglo XX, Val, Wildcat, Zero
Hay días, pocos, en los que se producen giros dramáticos en la Historia, y de eso sabemos bastante en este blog. Hoy voy a hablar de uno de esos días, o mejor dicho, momentos; porque fueron apenas 6 minutos los que transcurrieron entre el apogeo de un imperio victorioso y su declive irremediable. Ocurrió el 4 de Junio de 1942 junto a unos islotes del Océano Pacífico situados a medio camino entre Asia y América. De ahí su nombre: Midway.
Es sabido que Japón entró en la Segunda Guerra Mundial para resolver por la fuerza el enfrentamiento con las potencias occidentales, inevitable en su expansión por el Sudeste de Asia. Pretender ocupar Singapur (colonia británica), Java (colonia holandesa) o las Filipinas (bajo dominio estadounidense, aunque con independencia prevista para 1946) hacía inevitable una guerra. Puestos a luchar, mejor hacerlo con ventaja, pegando duro desde el primer día con la esperanza de que el adversario no esté dispuesto a pagar el coste económico y sangriento de una guerra. De ahí el ataque a Pearl Harbor de Diciembre de 1941.
Seis meses después de aquel día, Japón se había hecho con los territorios mencionados y con mucho más, pero no podía vencer en una guerra larga frente a una potencia industrial del calibre de Estados Unidos. Baste recordar que Winston Churchill advirtió a los japoneses en su día de que un país que produce 7 millones de toneladas de acero al año no puede derrotar a uno que produce 75 millones de toneladas. Japón, por tanto, tenía que buscar una batalla decisiva que provocara un golpe tan devastador a los norteamericanos que les llevara a buscar una paz negociada. El almirante Yamamoto consideró ocupar Midway, donde Estados Unidos tenía una base aérea, para tener un punto desde el que amenazar con asaltar Hawaii. La flota americana tendría que reaccionar, se produciría el enfrentamiento y Japón saldría triunfante. Así de sencillo.
Los motivos para el optimismo se basaban en la momentánea superioridad japonesa. Estados Unidos acababa de ponerse en marcha y aún no tenía medios para igualar a la flota nipona: en Midway sólo intervinieron 3 portaaviones americanos por la simple razón de que eso era todo lo que había. Técnicamente, Japón tampoco tenía nada que envidiar aún a sus enemigos: el caza embarcado Zero, por ejemplo, era un prodigio, aunque le quedaba poco para quedar en inferioridad ante los nuevos aviones norteamericanos, que aún estaban por fabricarse. En Midway, sin embargo, sus adversarios más peligrosos serían los Wildcat, que apenas podían considerarse equivalentes al avión japónes.
Los americanos tenían, eso sí, una ventaja. Habían logrado descifrar el código naval japonés y conocían el plan de sus enemigos, un plan que era demasiado complicado para salir bien: una fuerza que incluía 2 portaaviones japoneses atacaría las Aleutianas para despistar y alejar a la flota americana, mientras la fuerza principal ocupaba Midway con la ayuda de 4 portaaviones. Sabiendo que los americanos sólo contaban con 3 buques de este tipo es inevitable preguntarse si no habría sido más sensato haber destinado toda la flota a atacar Midway, creando así una fuerza irresistible. Además, el reconocimiento submarino japonés no detectó la salida de la flota americana, por lo que los atacantes se acercaron a Midway pensando que la única resistencia provendría de la propia base.
La batalla propiamente dicha comenzó a las 4:30 del 4 de Junio. A esa hora despegaban de los portaaviones japoneses 36 bombarderos Kate (que también podían usarse como torpederos), 36 bombarderos en picado Val y 36 cazas Zero. Su misión era asegurar la supremacía aérea sobre Midway y ablandar las defensas, pero si esperaban destruir a la aviación americana en tierra se iban a llevar una decepción: perdido el factor sorpresa, los aviones con base en Midway despegaron tan pronto como el radar detectó a los incursores: los cazas para intentar frenar a los atacantes mientras los bombarderos se dirigían hacia la flota japonesa.
Ni los cazas norteamericanos ni el fuego antiaéreo impidieron que la oleada japonesa se abriera paso, pero el bombardeo no obtuvo grandes resultados: las pistas quedaron intactas, los aviones americanos no habían sido destruidos en tierra y las defensas de la isla tampoco habían sufrido daños decisivos. Era evidente que haría falta un segundo ataque aéreo y así se notificó a las 7 de la mañana, cuando aquella primera oleada de atacantes iniciaba el regreso hacia los portaaviones.
Aproximadamente en ese mismo momento, los bombarderos con base en Midway llegaban a las inmediaciones de los portaaviones japoneses e iniciaban un ataque que iba a resultar desastroso: mal equipados y sin protección de cazas, los estadounidenses fueron masacrados, como lo serían todos los aviones procedentes de Midway que se enfrentasen a los buques nipones durante la siguiente hora y media.
Pero precisamente a las 7 de la mañana los portaaviones norteamericanos lanzaban sus aviones contra la flota japonesa. Tardarían algo más de dos horas en llegar a su objetivo, pero lo harían de forma inesperada, porque aunque los japoneses tenían aviones de reconocimiento para asegurarse de que no hubiese buques enemigos por la zona, uno de sus barcos, el crucero Tone, tuvo problemas que le hicieron lanzar sus hidroaviones con 30 minutos de retraso sobre lo previsto. ¿Hace falta decir que la flota americana estaba precisamente en el área que tenía que cubrir uno de los hidroaviones del Tone?
Entretanto, el almirante Nagumo, al mando de la fuerza japonesa de portaaviones, tenía que tomar decisiones con rapidez. El jefe de la primera oleada había radiado la necesidad de realizar una segunda incursión sobre Midway y allí estaban sus barcos sufriendo un ataque, aunque inofensivo, por parte de aviones basados en Midway. Los bombarderos Kate que tendrían que realizar la nueva incursión estaban listos para despegar, pero armados con torpedos por si era necesario enfrentarse a una hipotética flota norteamericana que ni aparecía ni era de esperar que lo hiciese. La decisión lógica era armar los Kate con bombas para el ataque a tierra y así se ordenó, pero eso implicaba llevar los aviones a los ascensores, bajarlos a los hangares y cambiar el armamento, una tarea engorrosa y lenta. Y justo media hora después de ordenar aquel cambio, cuanda estaban a mitad del proceso, el reconocimiento aéreo alertó de la presencia de 10 barcos de superficie.
¿Y ahora qué? debió de pensar Nagumo mientras ordenaba que se interrumpiera el cambio de armamento a la espera de más detalles. Debió de ser un alivio para él recibir a las 8:06 un mensaje que decía que la flota americana estaba compuesta por 5 cruceros y 5 destructores. Sin portaaviones a la vista, sería posible atacar Midway de nuevo y ocuparse más tarde de aquellos barcos, pero el respiro fue momentáneo: a las 8:30 el reconocimiento japonés avistaba un portaaviones enemigo, precisamente cuando estaban llegando de regreso los aviones de la primera oleada. ¿Qué hacer ahora? Ya no era cuestión de atacar Midway. ¿Lanzar a los Kate con su mezcla de torpedos y bombas contra los portaaviones americanos o recuperar primero a los aviones que llegaban y aprovechar ese tiempo para armar a todos los Kate con torpedos, más eficientes contra barcos? Nagumo optó por la segunda opción.
Otra vez a cambiar el armamento a toda prisa, a contrarreloj, sin tiempo para tomar las precauciones adecuadas y apilando bombas y torpedos de cualquier manera junto a unos aviones repletos de combustible. A las 9:18 todos los aviones de la primera oleada de ataque habían aterrizado ya, pero no era posible lanzar la segunda porque los primeros aviones procedentes de la flota norteamericana hacían su aparición. Eran 15 anticuados torpederos Devastator de los que sólo uno sobreviviría a aquella jornada. Los lentos aparatos volaban a ras de agua para lanzar sus torpedos contra los buques enemigos, pero uno tras otro fracasaban en el intento, incapaces de hacer frente a los Zeros. La carnicería se repetió con un segundo escuadrón de torpederos, y después con un tercero.
Tras una hora de combate, Nagumo creía tener razones para respirar más tranquilo: sus barcos seguían intactos y los aviones enemigos habían sido masacrados, tanto los bombarderos basados en Midway como los torpederos de los portaaviones. Si eso era todo lo que los americanos podían hacer, la batalla se podía dar por ganada. Lleno de confianza y seguro de la victoria dio la orden de lanzar la segunda oleada de ataque. Y precisamente en ese momento se dio la voz de alarma: se aproximaban más aviones enemigos y esta vez no venían a baja altitud sino por encima, muy por encima. Eran las 10:20
El sacrificio de los Devastator no había sido en vano. Los cazas japoneses habían abandonado sus posiciones iniciales, a media y alta cota, para descender sobre los torpederos atacantes y ya nada se interponía entre los portaaviones nipones y los bombarderos en picado Dauntless, que ahora descendían casi en vertical sobre sus presas.
Bombardero en picado Dauntless (imagen tomada de Wikipedia)
El primero en caer fue el portaaviones Kaga. Un impacto entre los aviones que se disponían a despegar, repletos de combustible y munición, provocó un incendio masivo que carbonizó a los pilotos, atrapados en sus cabinas, mientras chorros de combustible en llamas se filtraban hacia los niveles inferiores. Otra bomba destruyó un ascensor e hizo explosión en el hangar inferior, donde había tantas bombas y torpedos almacenados de cualquier manera.
Un momento después era el Soryu el que sufría el impacto de las bombas y a continuación el Akagi, a las 10:26. El espectáculo dantesco se repetía en ellos. No importaba que los tres portaaviones aún siguieran a flote: dos de ellos se hundirían 7 horas más tarde mientras que el tercero aguantaría hasta las 5 de la mañana del día siguiente. Apenas habían pasado seis minutos desde que el primer Dauntless iniciara su ataque en picado, pero Japón ya había perdido inevitablemente la guerra porque carecía de la capacidad de reponer aquellas pérdidas.
Aún les quedaba un portaaviones, el Hiryu, cuyas aeronaves contraatacaron. Una primera oleada de bombarderos en picado Val logró alcanzar al portaaviones americano Yorktown, aunque la tripulación consiguió reparar los daños. Un segundo ataque sobre el mismo barco, ya a las 14:45, por parte de torpederos Kate japoneses, lo dañó de tal modo que el buque fue abandonado a las 15:00. Pero el Hiryu no corrió mejor suerte: fue atacado por aviones de los otros dos portaaviones norteamericanos y alcanzado por 4 bombas apenas dos horas después. Ninguno de los 4 portaaviones japoneses había sobrevivido al encuentro. Los americanos, por su parte, sólo habían perdido un portaaviones e incluso albergaron esperanzas de recuperarlo, frustradas por la intervención de un submarino japonés, que lo torpedeó dos días después.
El alcance de la impresión creada por aquel día fatídico en el mando japonés es difícil de imaginar. Los invencibles dueños de un imperio que al amanecer se aprestaba a dar el golpe de gracia a su enemigo estaban condenados por la tarde a batirse a la desesperada, tras perder sus mejores armas, para intentar retrasar el inevitable final. Si al menos algo les hubiera podido advertir de lo que les esperaba…
Y ahí está lo curioso, que estaban advertidos. En Mayo el mando japonés realizó simulaciones de la batalla, pero se rechazaron los resultados de la situación en la que aparecía una flota americana. Cuando en otra simulación el árbitro determinó que dos portaaviones japoneses resultaban hundidos, se obligó a repetir el caso reduciendo la pérdida a sólo uno, que es tanto como hacer trampas al solitario. La confianza japonesa en su plan era tal que el mayor temor que tenían era que la flota americana no saliera a su encuentro, según lo previsto, una vez ocupado Midway.
Definitivamente, los dioses ciegan a quienes están destinados a la perdición.