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Hay que ver la que ha armado el buque Ever Given. No he conseguido saber qué motivó que el barco encallara, empotrando la proa en el borde del canal de Suez, pero el caso es que lleva varios días bloqueándolo mientas una excavadora, diminuta en comparación con el gigantesco buque, se esfuerza por liberarlo. Internet, naturalmente, se ha llenado de fotos del evento, chistes fáciles, ideas absurdas para solucionar el problema y todas estas cosas tan habituales en nuestro mundo interconectado. No es de extrañar, puesto que las fotografías del accidente son muy descriptivas.

Foto tomada de un periódico que citaba a la BBC, que daba como origen a AFP

El problema no es de fácil solución, porque el bulbo de proa del barco se clavó en el borde del canal y debió de hacerlo a conciencia, considerando que la energía cinética es directamente proporcional a la masa y al cuadrado de la velocidad. Cierto que la velocidad debía de ser baja, pero la masa es enorme, puesto que el Ever Given tiene una capacidad de carga de casi 220.000 toneladas. En comparación, un Airbus A380, el mayor avión de pasajeros en servicio, tiene una carga de pago máxima de 84 toneladas mientras que el mayor avión de carga que existe, el inmenso Antonov An-225, con sus seis motores, puede transportar unas 250 toneladas. Estamos hablando únicamente de carga: recordemos que los barcos, a diferencia de los aviones, pueden transportar un peso muy superior al propio (el máximo peso al despegue de un A380 es de unas 575 toneladas y el de un An-225 de 640).

El An-225, espectacular, pero pequeño en el fondo

En el momento de escribir este artículo se prevé que el atasco puede durar semanas y las navieras temen que sus buques deberán navegar bordeando el cabo de Buena Esperanza, como en los viejos tiempos. O no tan viejos: el canal de Suez ya estuvo cerrado durante 8 años a raíz de la Guerra de los Seis Días (1967), pero ya antes había habido otra crisis, la crisis de Suez por excelencia. Ocurrió en 1956 durante uno de esos momentos tensos tan típicos de la Guerra Fría. A mayor gloria, en este caso, del gobernante egipcio Gamal Abdel Nasser, que llegó a la presidencia del país un par de años después del golpe de estado de 1952, llamado el golpe de los oficiales libres.

Nasser era un encarnizado enemigo del estado de Israel, quizás porque había sido hecho prisionero en la guerra de 1948, y se hizo un hueco como líder del panarabismo. Esto le enfrentaba a otros países como Irak, que era en aquel momento una monarquía con buenas relaciones con el Reino Unido. Su hostilidad a Israel supuso un obstáculo para modernizar el ejército egipcio con armamento norteamericano, sin embargo Nasser lo solucionó comprando armamento checoslovaco (es decir soviético pero con intermediación checa). El asunto de las armas checoslovacas, unido al reconocimiento diplomático de la República Popular China por parte de Egipto ponían al gobierno egipcio en una posición de hostilidad frente a Estados Unidos, que seguía reconociendo a la República de China (es decir Taiwan) frente al gobierno comunista de Pekín. Con estas acciones, Nasser se  convirtió en uno de los principales líderes del Movimiento de Países No Alineados, que de hecho se constituyó en la Conferencia de Brioni en 1956, con el patrocinio de Tito, Nehru y el propio Nasser. A cambio, el presidente egipcio era visto con suspicacia por Estados Unidos y con hostilidad por Gran Bretaña e Israel. El apoyo egipcio al FLN argelino (siglas de Frente de Liberación Nacional), que buscaba la independencia de Argelia, también enfrentó a Nasser con Francia.

En política interior Nasser tenía un proyecto ambicioso y… faraónico, lo que en su caso era apropiado. Se trataba de la construcción de la gran presa de Asuán, que preveía aumentar la superficie de regadío en Egipto en más de un 30% y la producción de energía eléctrica en un 50%. Pero financiar el proyecto era difícil y los Estados Unidos se negaron a apoyarlo económicamente. Nasser decidió jugar fuerte y el 26 de julio de 1956 anunció la nacionalización del canal de Suez. Su justificación era que los ingresos del canal, que eran necesarios para la construcción de la presa de Asuán, quedaban en manos de hombres de negocios franceses y británicos mientras Egipto apenas recibía un 3%. De paso, Nasser prohibía el paso a barcos israelíes no sólo por el canal, sino también por el estrecho de Tirán, que cierra el golfo de Aqaba, cortando a Israel toda posibilidad de acceso al Mar Rojo.

Los ingleses estaban hechos una furia y dispuestos a la intervención militar, puesto que veían que se les escapaba de las manos el control de una posición estratégica para su comercio y su aprovisionamiento de petróleo. En Francia se sumaba a la indignación el que el canal fuese una obra francesa y la compañía gestora tuviese su sede en París. Un diplomático francés resumió las opciones existentes con un retruécano perfecto en francés: Coloniser le canal ou canaliser le colonel (colonizar el canal o canalizar al coronel). Pero colonizar el canal no sería fácil, ya que el presidente norteamericano Eisenhower no respaldaba la acción militar. Franceses y británicos decidieron entonces preparar una intervención por su cuenta con apoyo de Israel, que después de todo era el principal perjudicado.

Las incursiones contra Israel desde Egipto y la libertad de paso por el canal fueron las razones esgrimidas para la intervención militar, que comenzó el 29 de octubre de 1956 con un ataque relámpago israelí en el Sinaí. Sin embargo el plan, a pesar del éxito militar de los israelíes, empezó a fallar cuando el gobierno de Nasser no sólo no se tambaleó sino que se vio apuntalado por manifestaciones de apoyo popular. Se suponía que los ingleses y franceses no desembarcarían hasta el 6 de noviembre, pero la rapidez israelí les obligó a adelantar las operaciones al día 4.

Para entonces, la operación ya había fracasado a pesar de que, militarmente, era un triunfo inapelable. De haber actuado inmediatamente tras la nacionalización del canal, el apoyo popular al gobierno conservador presidido por Eden habría sido masivo, pero tres meses después la opinión pública británica ya se había enfriado y no veía la aventura con buenos ojos, mientras la oposición laborista aprovechaba para hacer campaña con su particular No a la guerra. Pero el fracaso definitivo vino por la hostilidad internacional, en particular por la posición norteamericana. Los Estados Unidos presentaron en el Consejo de Seguridad una resolución para un alto el fuego inmediato que no prosperó por el veto de franceses y británicos, pero que dejaba claro el aislamiento de las potencias europeas.

La posición americana se explica por el riesgo inasumible de arrojar al mundo árabe en brazos de la URSS, pero además porque en aquel mismo momento se producía la invasión soviética de Hungría. Los Estados Unidos no podían condenar la intervención de la URSS en Europa del Este a la vez que aprobaban la operación de Suez. Habría sido demasiado hipócrita, incluso para una gran potencia. Era mejor que la hipocresía recayera del lado soviético, que sí condenaba la agresión a Egipto mientras sus tanques entraban en Budapest. Para colmo, Kruschev amenazaba con actuar militarmente contra Francia y Reino Unido. Y como su ejército estaba ocupado en Hungría esgrimió la amenaza de usar armas nucleares. Insensato, aunque propio de Kruschev.

Pero no fueron las amenazas soviéticas las que salvaron a Nasser sino la actuación de Estados Unidos, que no se limitó a la condena verbal sino que usó su influencia económica para debilitar al Reino Unido. La posibilidad de que Estados Unidos vendiera sus reservas de libras esterlinas, hundiendo la divisa británica, era una amenaza demasiado potente. Curiosamente, Estados Unidos no consideró hundir la economía egipcia lanzando al mercado sus reservas de algodón. La guerra terminó con una humillación para Francia y Gran Bretaña y con Nasser apuntalado en el poder y dueño del canal. Se envió a la zona una fuerza de interposición de Naciones Unidas que debía, entre otras cosas, garantizar el derecho de Israel a transitar por el estrecho de Tirán. Egipto fue, por tanto, el principal beneficiado de la crisis mientras Israel conseguía que su intervención no fuese en vano.

La crisis tuvo una enorme influencia en el desarrollo posterior de la Guerra Fría: Kruschev, por ejemplo, se aficionó a utilizar la amenaza nuclear, siendo el mejor ejemplo la crisis de los misiles en 1962. El gobierno del Reino Unido vivió la actitud americana como una puñalada, pero hubo de aceptar que ya no podía imponer su política sin contar con Estados Unidos y terminó por amoldarse al papel de segundón. El nuevo gobierno británico de Macmillan, temeroso de que Túnez comprase armamento a Moscú siguiendo el ejemplo egipcio, acordó vender armas a Túnez, armas que en parte acababan en manos del FLN argelino. En consecuencia, Francia se distanció de sus aliados británicos e inició un acercamiento a Alemania como socio preferente. Egipto, por su parte, vivió su momento de gloria e incluso impulsó con Siria el nacimiento de la efímera República Árabe Unida, pero la iniciativa apenas duró tres años. En el tablero de la Guerra Fría, Oriente Próximo pasaba a ocupar un puesto importante con Egipto y Siria como principales apoyos soviéticos mientras Estados Unidos usaba a Jordania y Arabia Saudí como contrapesos, manteniendo los vínculos con Israel.

Pero lo más significativo es que aquella crisis fue el fin de una era. Cien, cincuenta, incluso veinte años antes habría sido impensable que las potencias europeas no impusieran su voluntad en un país como Egipto. Las dos guerras mundiales habían dejado claro que había nuevas potencias con las que contar y que el mundo ya no bailaba al son que tocaba Londres y menos aún París. Y, por encima de todo, la crisis de Suez demostró definitivamente que Europa había pasado a ser un actor secundario en el escenario geopolítico. Y así sigue siendo sesenta y cinco años después.