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Hace bastante tiempo que no dedico un artículo a los piratas, esos habituales de este blog. La última vez que hablé de uno de ellos, en concreto de Barbanegra, mencioné a un capitán pirata llamado Stede Bonnet y prometí que en otra ocasión mencionaría su historia y los peculiares motivos que le llevaron a dedicarse a la piratería. Fue uno de los muchos capitanes que se adentraron en este negocio en la segunda década del siglo XVIII, y eso es tanto como decir que nuestra principal fuente es la Historia general de la piratería escrita por el Capitán Charles Johnson, nombre bajo el que muchos creen que se oculta Daniel Defoe.

La Guerra de Sucesión había impulsado las acciones de los corsarios, con el consiguiente aumento de la piratería una vez terminada la contienda. Sin embargo Stede Bonnet no fue uno de esos corsarios que más tarde prosiguieron su carrera de marinos como piratas, sino que se inició en la piratería directamente y para sorpresa de todos los que podían conocerle, puesto que era un caballero de buena reputación, había recibido una educación humanista, o al menos eso hizo constar el juez en su sentencia, y además era un hombre acaudalado. Puede que no tuviera una gran fortuna, pero desde luego poseía propiedades en Barbados, de donde era originario.

Con estos antecedentes, y teniendo en cuenta que no entendía de marinería, cuesta entender que el respetable señor Bonnet decidiera hacerse pirata, a no ser que se hubiera trastornado, como pensaron muchos que le conocían. El nuevo pirata era tan heterodoxo que utilizó un método muy poco convencional entre los de su nuevo oficio para hacerse con un barco y una tripulación: compró una balandra, a la que llamó Revenge, la armó con diez cañones y contrató a setenta hombres. En cualquier otro barco pirata el capitán era el primero entre iguales y se ganaba por puro carisma el respeto de una tripulación que contaba con él para dirigir la empresa de conseguir un buen botín, que era todo su beneficio; pero Stede Bonnet no actuaba así, él… ¡pagaba un salario! Quizás pensaba que así sus marineros se considerarían simples trabajadores a su servicio y obtendría como patrono el respeto que no podía ganarse como capitán. No lo consiguió, porque al no tener experiencia en el mar necesitaba confiar en sus oficiales para todo lo relacionado con el barco.

El caso es que en la primavera de 1717 el capitán Bonnet andaba pirateando por las aguas de la costa atlántica de lo que hoy son los Estados Unidos. Al no tener el carisma suficiente para imponerse a su tripulación la situación era un tanto caótica porque no era fácil tomar decisiones tan simples como la de hacia qué lugar dirigirse. Debió de ser un alivio para la tripulación encontrarse con Edward Teach, más conocido como Barbanegra y que los dos piratas llegaran a un acuerdo. Teach sí era un pirata de la cabeza a los pies: brutal, intrépido y excelente marino. Para empezar, Teach decidió que había que mejorar el mando de la Revenge y puso como capitán a un tal Richards, uno de sus hombres, mientras que Bonnet pasó a ser un «invitado» de Barbanegra.

El capitán Bonnet, apartado del mando de su propio barco, se sumió entonces en un estado melancólico en el que, deprimido, hablaba de cambiar de vida y emigrar a España o Portugal, lugares donde nadie le conocería. No parece que quisiera regresar a Barbados, a su casa, y reemprender su vida de terrateniente. Tampoco tiene nada de extraño puesto que eso significaría volver a una existencia de la que quería escapar. Bueno, puede que no le importara tanto regresar si no fuera porque… porque… en fin, digámoslo ya. Stede Bonnet tenía un motivo poderoso para hacerse a la mar como pirata: escapar de su mujer. Como suena. Al parecer no podía soportarla y odiaba especialmente su lengua viperina. Con estos motivos ¿a quién le extraña que su carrera como hombre violento y sin escrúpulos no terminara de arrancar?

Como ya conté en su momento, Barbanegra abandonó a sus hombres para acogerse a un perdón real y eso convirtió a Bonnet de nuevo en el patrón de su propio barco. Decidió acogerse también al perdón real y lo obtuvo. Por aquel entonces España intentaba intervenir de nuevo en sus perdidas posesiones italianas, lo que llevó a una breve guerra que Bonnet pensó en aprovechar dirigiéndose a la isla de Saint Thomas, en donde pensaba obtener una patente de corso para operar contra buques españoles. De camino encontró a 17 hombres abandonados por Barbanegra en un islote, que se le unieron. Cuando tuvo noticias de por dónde andaba su antiguo «socio», Bonnet quiso buscarle para ajustar cuentas pendientes, pero no lo encontró, lo que probablemente fue una suerte para él.

Puede que Bonnet siguiera con sus proyectos de hacerse corsario, pero para entonces estaba escaso de provisiones y empezó a «comerciar» con otros barcos: a uno le quitó unos barriles de carne de cerdo, aunque le dio a cambio unos toneles de arroz para que no se le acusara de pirata. Pero pronto volvió definitivamente a las andadas propias del oficio, sólo que ahora se hacía llamar capitán Thomas en un intento de que no se revocara el perdón del rey, y de paso cambió el nombre del Revenge y lo llamó Royal James. Con un nombre u otro, la balandra empezaba a acusar los meses pasados en el agua y Bonnet entró en un río con la intención de limpiar el casco y hacer reparaciones. Su presencia no pasó inadvertida para los colonos de Carolina del Sur y pronto dos balandras de 8 cañones capitaneadas por un tal coronel Rhet salían en su busca.

El encuentro fue violento: doce hombres muertos y dieciocho heridos en las dos balandras perseguidoras y siete muertos y cinco heridos entre los piratas, que finalmente se rindieron y fueron conducidos a Charleston. Sin embargo Bonnet consiguió escapar junto con uno de sus hombres, bien fuera por astucia o por soborno. El mismo coronel Rhet fue quien se hizo cargo de la persecución y logró capturar a Bonnet de nuevo. El pirata que se había fugado con él murió en el tiroteo que precedió a la captura.

A Bonnet y sus hombres se les juzgó por dos de los delitos de piratería que habían cometido. En la sentencia el juez mencionaba, además de sus delitos como pirata, la muerte de los dieciocho hombres que habían caído de entre sus perseguidores, lo que bastaba para su condena a muerte. Bonnet se derrumbó cuando conoció su destino e intentó conseguir una clemencia que quizás habría alcanzado de no ser por su fuga de Charleston, que hacía difícil creer en su arrepentimiento. No obstante, el gobernador escuchó a los amigos de Bonnet, que proponían enviarlo a Inglaterra para apelar ante el rey, e incluso el coronel Rhet en persona se ofreció a llevarlo. Pero finalmente el viaje no se llevó a cabo: simplemente era tan poco probable obtener un perdón en Inglaterra como en las colonias y sus amigos juzgaron que era absurdo perder el tiempo y el dinero en una causa sin ninguna esperanza. Bonnet fue ahorcado en diciembre de 1718.

No sabemos realmente si su carrera fue tan desastrosa como hacían prever sus inicios. Johnson menciona su falta de competencia en el mar antes del encuentro con Barbanegra, pero no menciona nada más sobre el tema después de que se «disolviera» la sociedad, así que es posible que Bonnet sí llegara a aprender el oficio y a actuar como un capitán pirata competente. Con unos motivos peculiares para hacerse a la mar, eso sí.

De Bonnet sabemos que también tenía su propia bandera, pero no cómo era exactamente. Tradicionalmente se representa con un hueso horizontal, un puñal y un corazón, pero no es seguro que la enseña fuera así. No es el caso de otros piratas más ortodoxos, como Bart Roberts o Jack Rackham, de los que sí conocemos con precisión el diseño de sus banderas, pero ésa… ésa es otra historia.

StedeBonnet