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De la unión aduanera a la unificación

25 domingo May 2014

Posted by ibadomar in Historia

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Alemania, Austria, Bismarck, Guerra austroprusiana, Guerra de los ducados, Guerra francoprusiana, Historia, Napoleón, Prusia, Sacro Imperio, Siglo XIX, Unión Europea, Zollverein

Por fin ha terminado el proceso de elecciones europeas. Como de costumbre, durante la campaña no se ha hablado en absoluto de Europa y eso es una lástima, puesto que el debate de qué es la Unión Europea y qué forma debe tomar debería ser fundamental ahora que  las dificultades económicas por las que atraviesa el continente, unidas al descrédito de los políticos y a la falta de contacto de las instituciones europeas con los ciudadanos están poniendo sobre la mesa el denominado euroescepticismo.

En otras palabras: las estadísticas dicen que muchos europeos piensan que la Unión Europea es un monstruo burocrático cuya forma, e incluso su misma existencia, hay que plantearse. ¿Es precisa una reforma? ¿Quizás deberíamos habernos quedado en una mera unión aduanera? ¿O deberíamos avanzar hacia una auténtica confederación europea o incluso una federación? Como de costumbre, me gusta enfocar estos asuntos estableciendo paralelismos con el pasado y en este caso es bastante significativo el proceso de unificación de Alemania en el siglo XIX, que comenzó, al igual que en el caso de la Unión Europea, planteando una unión aduanera.

Napoleón había terminado con el Sacro Imperio Romano-Germánico y el Congreso de Viena, que reorganizó Europa tras la era napoleónica, en 1815, dejó en su lugar una Confederación Germánica formada por 39 estados. Para que se vea más claro veamos un mapa de Europa tal y como quedó tras el Congreso de Viena.

Map_congress_of_viennaMapa tomado de Wikipedia

En la Confederación había dos estados especialmente poderosos: Prusia y Austria. Éste último era en cierto sentido el dominante, puesto que el único órgano comunitario, la Dieta Federal, estaba presidido por el emperador austriaco. No es extraño que Austria quisiera mantener el statu quo mientras Prusia deseaba evolucionar en busca de la primacía.

La fragmentación alemana había roto la unión aduanera implantada por Napoleón y precisamente uno de los primeros pasos de Prusia fue el firmar acuerdos para recuperarla. En 1834 el conjunto de acuerdos se plasma en una unión aduanera de los estados del norte de Alemania, y algunos del sur, conocida como Zollverein. Austria, recelosa de la primacía que estaba adquiriendo Prusia, intentó impulsar un órgano rival, la Unión Tributaria, que no llegó nunca a ser auténtica competencia para el Zollverein.

La consecuencia inmediata de la unión aduanera fue una aceleración del desarrollo industrial, que impulsó además las comunicaciones. La red de carreteras se amplía, el Rhin se convierte en la gran vía fluvial de comunicación y los ferrocarriles viven una enorme expansión. De estos lazos económicos era probable que surgieran lazos políticos, como efectivamente ocurrió a la larga; especialmente al existir una corriente de opinión favorable a la unificación de Alemania, muy acorde con el auge de los nacionalismos en el siglo XIX.

Suele considerarse que Otto von Bismarck fue el gran impulsor de la unificación. Su llegada al poder como Ministro Presidente de Prusia dispara el proceso, que llegará a su fin en apenas 9 años a partir de ese momento. Su primer éxito fue utilizar sus buenas relaciones con Rusia, surgidas durante su estancia como embajador en San Petersburgo, para atraerse al zar y lograr un distanciamiento entre Rusia y Austria, que quedaba así debilitada. Pero hacían falta detonantes para lograr la unión definitiva y Bismarck iba a aprovechar para ello tres guerras.

La primera fue la Guerra de los Ducados. Al sur de Dinamarca había tres ducados de población alemana y soberanía danesa. Al morir sin descendencia el rey danés, en noviembre de 1863, se plantea un problema legal, puesto que el heredero era un primo del rey por línea femenina, y aunque en Dinamarca se aceptaba esta circunstancia, en los ducados estaba vigente la ley sálica. El nuevo rey danés, Cristián IX,  no era aceptado por tanto como duque en los territorios de mayoría alemana, pero Bismarck tampoco iba a dejar que el candidato alternativo a gobernar los ducados, Frederick de Augustemburgo, formara un estado alemán independiente. En su lugar se las arregló para declarar su apoyo a la población alemana de los ducados obligando así a Austria a hacer lo mismo. La situación desembocó en una guerra en la que Prusia y Austria se impusieron rápidamente a Dinamarca y se repartieron la administración de los ducados, no sin que Bismarck se asegurara de que formaran parte del Zollverein, lo que dejaba a Austria en segundo plano.

La segunda guerra fue la Austro-prusiana y tuvo como pretexto la administración de los ducados de la guerra anterior. En 1866, cuando estalla la guerra, estaba muy claro que Austria y Prusia se disputaban la primacía del mundo germánico. Austria no podía aceptar el liderazgo que estaba asumiendo Prusia y menos aún con propuestas como la de instaurar un parlamento alemán elegido por sufragio universal, principio que chocaba frontalmente con la naturaleza aristocrática del estado austriaco. Bismarck fue muy hábil aislando diplomáticamente a Austria mientras que la superioridad militar del ejército prusiano (y de su comandante, Moltke) hizo el resto. La victoria prusiana en apenas siete semanas sirvió a Bismarck para debilitar a los partidos que se habían opuesto a la guerra, disolver la Confederación Germánica y crear en su lugar una Confederación de Alemania del Norte. Con Austria fuera de la Confederación, la primacía prusiana era indiscutible. Se creó un parlamento (Reichstag) elegido por sufragio universal y, para facilitar la futura integración del Sur disminuyendo la desconfianza hacia el dominio prusiano, se creó una cámara territorial, el Bundesrat, en la que Prusia estaba en minoría.

Sólo faltaba por integrar a los estados del Sur. Y esta vez la guerra sería con Francia por un motivo ajeno a ambos países. La situación en España, con Isabel II en el exilio mientras el país buscaba un nuevo monarca, abría la posibilidad de que un príncipe de la casa Hohenzollern se sentara en el trono español. La insistencia francesa en asegurarse de que Prusia no apoyaría tal candidatura fue demasiado lejos y provocó una fricción diplomática que fue aprovechada por Bismarck (mediante el llamado telegrama de Ems, que merece un artículo por sí solo) para crear un incidente diplomático que llevó a la Guerra Franco-prusiana de 1870. La victoria prusiana fue nuevamente fulminante y llevó por un lado al fin del Segundo Imperio francés con un Napoleón III prisionero y por otro lado a un gran prestigio de Prusia, que aglutinó a los estados alemanes para crear definitivamente en 1871 un Imperio Alemán, que incorporaba también a los estados del Sur. En el mapa se ve en rojo la Confederación del Norte, creada en 1866, las incorporaciones de 1871 en naranja y, en naranja claro, las adquisiciones de Alsacia y Lorena, perdidas por Francia.

Conf norteMapa tomado de Wikipedia

Bismarck tuvo que ceder ante el Estado Mayor prusiano en la cuestión de la incorporación de Alsacia y Lorena. El estadista prusiano veía un futuro punto de conflicto en la anexión de esa parte de Francia y ciertamente no se equivocaba. Resulta curioso que el mismo estadista que no tuvo empacho en usar tres guerras para avanzar en su objetivo político fuera tan precavido ante la anexión de territorios nuevos. Ciertamente Bismarck era capaz de emplear la guerra, pero no era un belicista, como demostró tras la creación del Imperio Alemán, con su empeño en construir alianzas que afianzaran la situación creada mediante una paz estable. Pero, nuevamente, eso es materia para artículo aparte.

Volvamos ahora a la construcción de Europa. Ciertamente se basó en una unión económica y se avanzó hacia una unión política, pero ahí terminan los paralelismos. El sentimiento nacionalista alemán del XIX, en su búsqueda de una patria alemana común, no encuentra un sentimiento europeísta similar en la actualidad. Tampoco se vislumbra una figura política de la talla de Bismarck, decidido a avanzar hacia la unificación y no reparando en esfuerzos para ello. En cuanto al uso de medios expeditivos, una Unión Europea incapaz de articular una política exterior coherente no admite comparación con los decididos métodos prusianos.

Así, la Unión Europea, ese ente que ha permitido que unos europeos que se han masacrado durante siglos tengan instituciones, política y moneda común languidece a la espera de una inyección de entusiasmo capaz de movilizar a sus ciudadanos y otra de talento que inspire a sus dirigentes. La primera inyección se podría conseguir con un proyecto de integración europea claro y alentador, pero la segunda requiere de dirigentes con imaginación, formación y perspicacia y no parece que esa máquina burocrática en que se ha convertido la Unión albergue un exceso de personajes semejantes. Si la unificación de Alemania hubiese avanzado como lo hace ahora la de Europa, todavía se estaría discutiendo si el Reichstag lo tendría que presidir un bávaro o un renano.

 

 

 

 

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La era de la guillotina

21 jueves Feb 2013

Posted by ibadomar in Historia

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1848, Carlos X, Delacroix, Guerra francoprusiana, Guillotina, Historia, Hitler, José Bonaparte, Luis Felipe, Luis XVI, Luis XVIII, Napoleón, Napoleón III, Restauración, Revolución, Revolución francesa, Siglo XIX, Siglo XVIII

Antes de empezar he de pedir disculpas por haber estado ausente aproximadamente un mes. Una avalancha de actividad me ha tenido alejado del blog, aunque para compensar vuelvo con bastantes ideas para nuevos artículos. Pero dejémonos de preámbulos y vamos a nuestro tema de hoy.

Desde hace algún tiempo he observado que aparece con cierta frecuencia la palabra guillotina en las conversaciones y no digamos en las redes sociales, como Twitter. Es fácil encontrar a quien propone instalar una guillotina frente al Congreso de los Diputados o en la Puerta del Sol o incluso una en cada capital de provincia. Por el tono de las frases es fácil percibir que existen dos creencias, ambas falsas:

  1. Se cree que la guillotina es un invento de la Revolución Francesa que nace y muere con ella.
  2. Se cree que con la decapitación de Luis XVI se puso fin a la monarquía en Francia.

En cuanto a la primera hay que precisar que aparatos similares a la guillotina existen por lo menos desde principios del siglo XIV, cuando se decapitó en Irlanda a un tal Murcod Ballagh utilizando una máquina similar a la que se haría célebre en el siglo XVIII. La asociación con la Revolución Francesa se la debemos al Dr. Joseph Ignace Guillotin, que durante los debates revolucionarios para instaurar un nuevo código penal propuso que no hubiera distinciones en la condición social a la hora de aplicar un castigo. Así, en el caso de que la condena fuese la de muerte se aplicaría de igual manera para nobles o pueblo llano y se usaría el sistema de la decapitación mediante un instrumento mecánico.

Como se ve, el trasfondo del uso de este método de ejecución se basa en el principio revolucionario de égalité. El utilizar una máquina era una considerable ventaja para todos, incluido el reo, puesto que si ser ejecutado debe de suponer un trance extremadamente angustioso, el verse en manos de un verdugo inexperto o descuidado suponía un suplicio añadido. Y por esto se decidió emplear este artefacto para las ejecuciones, independientemente del delito cometido y de la extracción social del condenado. La misma guillotina podía decapitar con idéntica eficiencia a un rey como Luis XVI o a un carbonero que hubiera asesinado a su hermano, por ejemplo. Y no sólo durante la Revolución: la guillotina se empleó en Francia como sistema de ejecución hasta la abolición de la pena de muerte en 1981. Y no se empleó sólo en Francia sino también en otros países como Suecia o Alemania.

Pero todo esto no son más que anécdotas sin demasiado recorrido. Tiene mucho más interés la segunda de las creencias falsas a las que me refería antes porque supone una simplificación brutal de uno de los acontecimientos que más han contribuido a conformar el mundo en el que vivimos. Ay, me temo que voy a tener que resumir más de medio siglo de Historia en unos párrafos y no va a ser fácil.

Para empezar, la Revolución Francesa no fue antimonárquica en sí. En una primera fase se forma una Asamblea Constituyente, pero el Rey sigue a la cabeza del Estado. No es hasta 1792, tres años después de la toma de La Bastilla, cuando Luis XVI es depuesto en medio de la exaltación provocada por la guerra contra Austria y Prusia. Su ejecución tuvo lugar en enero de 1793, pero Francia aún conocería gobiernos monárquicos. El primero de ellos, bajo el signo de la propia Revolución, se inició en 1799 con el golpe de Estado que dio el poder a Napoléon Bonaparte. En principio Napoleón sólo asumió el título de cónsul, pero su régimen no se diferenciaba demasiado de una monarquía, como lo demuestra que el consulado se convirtiera en vitalicio y hereditario y finalmente, en diciembre de 1804, en un Imperio con su correspondiente coronación en presencia del Papa Pío VII.

Suele considerarse que las guerras napoleónicas expandieron por toda Europa los ideales de la Revolución. Ciertamente nada volvió a ser lo mismo, pero la Revolución hasta ese momento no puede considerarse como el fin de la monarquía sino como un cambio de dinastía. Que Napoleón no le hacía ascos a las coronas lo demuestra no sólo su propia entronización, sino también la de su hermano José, que fue primero rey en Nápoles y después en España, la de otro de sus hermanos, Luis, nombrado rey de Holanda, o la de su general y cuñado Murat, que sucedió a José en la corona de Nápoles. Otros tics monárquicos de Napoleón son la creación de una nueva nobleza, con la que ganarse fidelidades, el control de la prensa hasta llegar a la reinstauración de la censura en 1810 o la concentración en la práctica de los tres poderes.

Y así llegamos a la gran olvidada de esta época: la Restauración. La guillotina acabó con la vida de Luis XVI, pero no con la dinastía borbónica. Tras la definitiva derrota de Napoleón, el trono de Francia es ocupado por Luis XVIII, hermano del depuesto rey (como se ve los Borbones franceses no eran muy imaginativos poniendo nombres a sus hijos. El que ambos hermanos se llamaran Luis se explica porque uno era Luis Augusto y el otro Luis Estanislao). No se produce una vuelta completa al Antiguo Régimen, puesto que existe un texto constitucional, pero limitado. Se trata de una Carta Otorgada, lo que supone que es concedida graciosamente por el rey, que consagra ciertos derechos, como el de propiedad, y determinadas libertades, como la religiosa, pero que reserva grandes poderes al monarca. Luis XVIII era demasiado indolente, o estaba demasiado resignado, como para preocuparse en exceso del ejercicio de su propio poder, pero tras el ascenso al trono de su hermano Carlos X en 1824 se impone el punto de vista de los ultramonárquicos, cuyo nombre lo dice todo.

Carlos X fue incapaz de comprender que los tiempos habían cambiado. Su deriva autoritaria consiguió enfrentarle a las Cámaras y, cuando finalmente se decidió por disolverlas y gobernar por decreto el tiro le salió por la culata a una velocidad pasmosa: el 25 de julio de 1830 el rey intenta el autogolpe firmando las ordenanzas que suspenden la libertad de prensa, disuelven la Cámara de Diputados y establecen un nuevo régimen electoral que reduce el censo a los grandes propietarios. Al día siguiente, el 26, se publican las ordenanzas y comienza la agitación. En apenas 72 horas, los días 27, 28 y 29, París se subleva y la bandera tricolor vuelve a ondear en desafío a la enseña blanca de los Borbones. Es la revolución que Delacroix inmortalizó en su célebre cuadro La libertad guiando al pueblo.

delacroixCarlos X cae, pero no así la monarquía. El trono recala en un primo del depuesto rey, Luis Felipe de Orleans, que no contó con demasiados apoyos durante su reinado: la aristocracia desconfiaba de aquel «rey de las barricadas», el clero estaba resentido por las limitaciones a su papel en la educación y el ejército estaba desmoralizado por la falta de reconocimiento a sus sacrificios durante la intervención colonial en Argelia. Por otro lado  la Revolución Industrial estaba en pleno desarrollo provocando la proletarización de la masa de trabajadores y la aparición de los primeros pensadores socialistas (los premarxistas). Cuando el 22 de Febrero de 1848 se negó el permiso a la celebración de un banquete promovido por republicanos, comenzaron las algaradas. Los acontecimientos se precipitan a tal velocidad que en apenas dos días los insurgentes son dueños de París y Luis Felipe abdica. La Segunda República iniciaba sus días.

Un cambio de régimen suele ser tormentoso puesto que se enfrentan quienes desean la subversión total del orden anterior y quienes intentan no ir demasiado lejos. Las elecciones a la Asamblea Constituyente de abril del 48 dieron a los republicanos moderados la mayoría, dejando en un segundo plano a los monárquicos y muy por detrás a la izquierda, pero la evolución a posiciones conservadoras llevó a enfrentamientos muy violentos que terminan por cristalizar en una violenta reacción autoritaria. En las elecciones de diciembre el presidente es derrotado por Luis Napoleón, sobrino del difunto emperador, cuyo gobierno debía terminar tras un periodo de cuatro años sin derecho a reelección.

En ese periodo se eligió una Asamblea de claro corte monárquico, que logró suprimir en mayo de 1850 el sufragio universal masculino. Por poco tiempo, puesto que Luis Napoleón dio un golpe de estado el 2 de diciembre de 1851, disolvió la asamblea y restableció el sufragio universal masculino: con un solo movimiento resolvía el problema de la Asamblea hostil y el de la reelección. Exactamente un año después, y tras un plebiscito resuelto favorablemente, se proclamaba el Segundo Imperio en el que Luis Napoleón tomaba el nombre de Napoleón III. Si la Primera República, surgida de la revolución de 1789, había cristalizado en un imperio, la Segunda, surgida de la revolución de 1848, seguía su mismo camino.

¿De dónde surge entonces la tradición republicana francesa? La definitiva consolidación de una república en el país vecino no fue obra de una revolución ni de la guillotina, sino consecuencia de la derrota francesa en la guerra francoprusiana de 1870. Fue entonces cuando se instauró la Tercera República, que duraría hasta la Segunda Guerra Mundial. La monarquía ya no volvería a Francia: después de la guerra comenzó la Cuarta República, similar políticamente a la Tercera, y en 1958 se aprobó la Constitución de la actual Quinta República.

Como hemos visto, ni la revolución de 1789, ni la de 1830, ni la de 1848 trajeron consigo una república duradera. La guillotina, por su parte, tampoco resultó ser particularmente incómoda para los monarcas, puesto que si bien es cierto que ejecutó a uno, convivió posteriormente en armonía con otros cinco. Después de todo, la reputación antimonárquica de la guillotina no es demasiado merecida, como tampoco lo es su fama revolucionaria: en Alemania se implantó como método único de decapitación en todo el territorio (antes se empleaba también el hacha) en 1938 por decreto de Adolf Hitler. El halo mítico del utensilio de decapitar como una especie de instrumento purificador resulta ser, cuando se mira de cerca, sólo una leyenda para embellecer una vulgar máquina de matar.

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