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La caída de la monarquía británica

31 domingo Mar 2013

Posted by ibadomar in Historia

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Carlos I, Carlos II, Cromwell, Edad Moderna, Felipe IV, Guillotina, Historia, Isabel I, Jacobo I, Luis XVI, Restauración, Revolución, Revolución inglesa, Siglo XVII

Hace poco escribí un artículo en el que mencioné la célebre decapitación de Luis XVI. En él intentaba desmitificar la imagen de la guillotina como sinónimo de revolución puesto que si Luis XVI fue decapitado con tal instrumento fue simplemente porque ése era el método de ejecución que empleaba la Francia revolucionaria. Ciertamente no es demasiado común que se ejecute a un monarca sea por el método que sea… pero bien mirado tampoco es tan raro como podríamos pensar. Casi 150 años antes de la ejecución de Luis XVI un rey había sido decapitado en Europa. Y en Inglaterra nada menos, país con fama de monárquico y amante de su realeza.

Carlos I de Inglaterra nunca fue un rey demasiado querido. Fue el segundo de su dinastía en reinar, puesto que su padre, Jacobo VI de Escocia, accedió al trono de Inglaterra con el nombre de Jacobo I al morir sin descendencia la inglesa Isabel I. Carlos tuvo la desgracia de que su hermano mayor, Enrique, muriera de tifus en 1612, a los 18 años. El difunto heredero era un joven dinámico y capaz, que apuntaba buenas maneras, muy distinto de su hermano menor, un niño enfermizo, afectado de raquitismo leve y de una cierta tartamudez. Posiblemente estos problemas le causaron un complejo de inferioridad puesto que sabemos de él que tenía un carácter distante, aderezado con un sentido de la dignidad extraordinariamente elevado.

Con 22 años, en 1623, Carlos protagonizó un episodio bastante pintoresco al presentarse de improviso Charles_I_of_Englanden Madrid acompañado del duque de Buckingham para pedir la mano de la infanta María, hermana de Felipe IV (quien haya leído El capitán Alatriste conoce algo de este episodio). El asunto no llegó a buen puerto y a su regreso Carlos clamó por emprender la guerra con España. Pronto tuvo ocasión de lanzarse a las hostilidades puesto que su padre murió en 1625 y Carlos comenzó su reinado con un ataque a Cádiz que resultó un rotundo fracaso. Más adelante entraría en guerra con Francia apoyando a los hugonotes de La Rochelle, pero esta aventura militar resultó otro fiasco. Estas expediciones bélicas suponían un problema puesto que requerían de bastante dinero y para recaudarlo Carlos no tenía otro remedio que convocar al Parlamento, lo que era un proceso penoso para un rey, especialmente uno tan pagado de su realeza, ya que los subsidios conseguidos solían ser insuficientes y las contrapartidas dolorosas. Los lectores habituales del blog ya sabéis además que la imposición de impuestos extraordinarios es un anuncio seguro de turbulencias, como ya comenté en su día.

Entre los sapos que Carlos tuvo que tragar estaba la conocida como Petición de Derechos por la que se declaraban ilegales los impuestos que no fueran aprobados por el Parlamento o el encarcelamiento sin juicio previo, peticiones derivadas de la actuación previa del rey, que anteriormente había decretado la emisión de un préstamo forzoso (ahora lo llamaríamos una quita a los depósitos o algo parecido) que cinco caballeros se habían negado a pagar. El caso de los cinco caballeros y sus secuelas es una muestra de las malas relaciones entre el rey y el Parlamento, que finalmente terminó con la disolución de éste por Carlos. Al contar con menos dinero, el rey se vio obligado a firmar la paz con Francia y España, pero aun así tuvo que recurrir a otros sistemas de recaudación que no nos son tan desconocidos: incremento de las multas, privatización de servicios (perdón, quiero decir venta de monopolios, después de todo estamos hablando del siglo XVII), etc. Parecía que el rey podía arreglárselas, pero repentinamente los problemas empezaron a acumularse.

Las dificultades comenzaron en Escocia. Carlos pretendió introducir un nuevo libro de oraciones y aquí chocó con la presbiteriana Iglesia de Escocia. No vamos a entrar en discusiones teológicas ni de organización eclesiástica. Baste decir que la situación llegó a tal extremo que Carlos alzó en armas un ejército para imponerse a sus díscolos súbditos del norte y finalmente no tuvo más remedio que convocar al Parlamento para hacer frente a los gastos. Corría el año 1640 y los parlamentarios no iban a dejar pasar la oportunidad de resolver los agravios acumulados en los once años de gobierno personal de Carlos antes de abordar la cuestión recaudatoria. Cómo sería la situación de tensa lo demuestra que las sesiones comenzaron el 13 de abril y Carlos disolvió el Parlamento el 5 de mayo. Por algo se le conoce como el Parlamento Corto.

La realidad es tozuda, no cabe duda de eso. Carlos no podía gobernar sin Parlamento y ya que él no estaba dispuesto a aceptarlo de grado, los hechos le obligarían a hacerlo por fuerza. Cuando un ejército escocés derrotó a las tropas del rey y se adentró en territorio inglés, Carlos tuvo que rendirse a la evidencia. Seis meses después de disolverlo Carlos I convocaba, el 3 de noviembre de 1640, el que se conoce como Parlamento Largo, el cual forzó medidas tales como la obligación de ser convocado cada tres años por lo menos sin que se pudiera disolver sin su consentimiento. Carlos tuvo que tragarse estas medidas y más aún, pero lograba un avance por otro lado al negociar con los escoceses un pacto por el que aceptaban retirarse. La situación parecía que se despejaba, porque ya no había urgencia de recaudar dinero. Pero justo entonces todo se vino abajo.

La culpa fue de una sublevación católica en Irlanda. Estaba claro que había que enviar un ejército, pero ¿quién lo dirigiría? El Parlamento no se fiaba del rey y el desencuentro sobre la dirección de las operaciones fue tal que Carlos quiso arrestar a cinco parlamentarios (enero de 1642), para lo que se dirigió al Parlamento acompañado de un grupo armado, pero fracasó porque la noticia de su intento llegó antes que él. Con este acto los apoyos que Carlos aún tenía entre los parlamentarios se desvanecieron. El rey huyó a York y la guerra civil se hizo inevitable. A Carlos no le fue bien y acabó prisionero del Parlamento en 1647. Para colmo la guerra había consagrado como líder militar y posteriormente político a Oliver Cromwell, el caballero de la imagen.

Podría haberse llegado a un acuerdo entre rey y Parlamento, pero se encargó de impedirlo un compañero de Cromwell, el coronel Pride, que hizo una purga entre los parlamentarios: los partidarios del acuerdo fueron arrestados y Carlos fue juzgado, condenado a muerte y decapitado el 30 de enero de 1649. Carlos no fue un buen rey, pero estuvo tan digno ante la muerte que muchos creen que hizo más por la monarquía en el cadalso que en el trono. Como ejemplo de su actitud ante el final, pidió ir bien abrigado al patíbulo para estar seguro de que el frío no le hiciera tiritar y alguno tomara sus temblores por un indicio de temor.

La revolución se había oliver-cromwellconsumado y Cromwell era el gran triunfador. Sometió militarmente a Escocia e Irlanda, donde la represión fue durísima, impuso un rigor religioso extremo y disolvió lo que quedaba del Parlamento en 1653. Cromwell rechazó el título de rey (aunque lo era de facto) y gobernó con mano de hierro hasta su muerte en 1658. Le sucedió su hijo, hasta tal punto era el gobierno de Cromwell una monarquía encubierta, pero el carácter del joven Cromwell no era el de su padre. Atrapado entre el ejército y el Parlamento que se vio obligado a convocar, renunció al cargo en 1659. El vacío de poder fue aprovechado por el hijo del difunto rey, Carlos II, que hizo una proclamación moderada y que regresó del exilio en 1660.

Lo que no dejo de preguntarme es por qué la Revolución Inglesa no tiene la fama de la Francesa. Quizá porque concluyó en una Restauración, pero lo mismo ocurrió en Francia con la coronación de Luis XVIII, y entonces el Congreso de Viena se encargó de que la huella de la Revolución Francesa quedara aletargada. Puede que la diferencia estribe en el detalle psicológico de que para matar a Carlos I se usó el hacha y por eso su ejecución no tiene el halo legendario que la guillotina aporta a la de Luis XVI. O puede que sea porque en Inglaterra la lucha se dio entre dos facciones que ya compartían el poder (rey y Parlamento) mientras que en Francia asistimos a una subversión más completa del orden establecido. O quizás sea porque en Francia hay un trasfondo ideológico del que carecen los hechos de Inglaterra. También hemos de tener en cuenta que la Revolución Inglesa fue un asunto principalmente local, mientras que la Francesa puso a toda Europa patas arriba por obra y gracia de Napoleón Bonaparte.

O puede que la tengamos más olvidada porque después de todo la Revolución Inglesa no dejó de ser una especie de mal sueño. Cuando Carlos II regresó del exilio fue reconocido por el Parlamento que había sido rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda desde el mismo momento de la muerte de su padre. Quién lo iba a decir: desde un punto de vista formal, el interregno entre Carlos I y Carlos II jamás existió.

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La era de la guillotina

21 jueves Feb 2013

Posted by ibadomar in Historia

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1848, Carlos X, Delacroix, Guerra francoprusiana, Guillotina, Historia, Hitler, José Bonaparte, Luis Felipe, Luis XVI, Luis XVIII, Napoleón, Napoleón III, Restauración, Revolución, Revolución francesa, Siglo XIX, Siglo XVIII

Antes de empezar he de pedir disculpas por haber estado ausente aproximadamente un mes. Una avalancha de actividad me ha tenido alejado del blog, aunque para compensar vuelvo con bastantes ideas para nuevos artículos. Pero dejémonos de preámbulos y vamos a nuestro tema de hoy.

Desde hace algún tiempo he observado que aparece con cierta frecuencia la palabra guillotina en las conversaciones y no digamos en las redes sociales, como Twitter. Es fácil encontrar a quien propone instalar una guillotina frente al Congreso de los Diputados o en la Puerta del Sol o incluso una en cada capital de provincia. Por el tono de las frases es fácil percibir que existen dos creencias, ambas falsas:

  1. Se cree que la guillotina es un invento de la Revolución Francesa que nace y muere con ella.
  2. Se cree que con la decapitación de Luis XVI se puso fin a la monarquía en Francia.

En cuanto a la primera hay que precisar que aparatos similares a la guillotina existen por lo menos desde principios del siglo XIV, cuando se decapitó en Irlanda a un tal Murcod Ballagh utilizando una máquina similar a la que se haría célebre en el siglo XVIII. La asociación con la Revolución Francesa se la debemos al Dr. Joseph Ignace Guillotin, que durante los debates revolucionarios para instaurar un nuevo código penal propuso que no hubiera distinciones en la condición social a la hora de aplicar un castigo. Así, en el caso de que la condena fuese la de muerte se aplicaría de igual manera para nobles o pueblo llano y se usaría el sistema de la decapitación mediante un instrumento mecánico.

Como se ve, el trasfondo del uso de este método de ejecución se basa en el principio revolucionario de égalité. El utilizar una máquina era una considerable ventaja para todos, incluido el reo, puesto que si ser ejecutado debe de suponer un trance extremadamente angustioso, el verse en manos de un verdugo inexperto o descuidado suponía un suplicio añadido. Y por esto se decidió emplear este artefacto para las ejecuciones, independientemente del delito cometido y de la extracción social del condenado. La misma guillotina podía decapitar con idéntica eficiencia a un rey como Luis XVI o a un carbonero que hubiera asesinado a su hermano, por ejemplo. Y no sólo durante la Revolución: la guillotina se empleó en Francia como sistema de ejecución hasta la abolición de la pena de muerte en 1981. Y no se empleó sólo en Francia sino también en otros países como Suecia o Alemania.

Pero todo esto no son más que anécdotas sin demasiado recorrido. Tiene mucho más interés la segunda de las creencias falsas a las que me refería antes porque supone una simplificación brutal de uno de los acontecimientos que más han contribuido a conformar el mundo en el que vivimos. Ay, me temo que voy a tener que resumir más de medio siglo de Historia en unos párrafos y no va a ser fácil.

Para empezar, la Revolución Francesa no fue antimonárquica en sí. En una primera fase se forma una Asamblea Constituyente, pero el Rey sigue a la cabeza del Estado. No es hasta 1792, tres años después de la toma de La Bastilla, cuando Luis XVI es depuesto en medio de la exaltación provocada por la guerra contra Austria y Prusia. Su ejecución tuvo lugar en enero de 1793, pero Francia aún conocería gobiernos monárquicos. El primero de ellos, bajo el signo de la propia Revolución, se inició en 1799 con el golpe de Estado que dio el poder a Napoléon Bonaparte. En principio Napoleón sólo asumió el título de cónsul, pero su régimen no se diferenciaba demasiado de una monarquía, como lo demuestra que el consulado se convirtiera en vitalicio y hereditario y finalmente, en diciembre de 1804, en un Imperio con su correspondiente coronación en presencia del Papa Pío VII.

Suele considerarse que las guerras napoleónicas expandieron por toda Europa los ideales de la Revolución. Ciertamente nada volvió a ser lo mismo, pero la Revolución hasta ese momento no puede considerarse como el fin de la monarquía sino como un cambio de dinastía. Que Napoleón no le hacía ascos a las coronas lo demuestra no sólo su propia entronización, sino también la de su hermano José, que fue primero rey en Nápoles y después en España, la de otro de sus hermanos, Luis, nombrado rey de Holanda, o la de su general y cuñado Murat, que sucedió a José en la corona de Nápoles. Otros tics monárquicos de Napoleón son la creación de una nueva nobleza, con la que ganarse fidelidades, el control de la prensa hasta llegar a la reinstauración de la censura en 1810 o la concentración en la práctica de los tres poderes.

Y así llegamos a la gran olvidada de esta época: la Restauración. La guillotina acabó con la vida de Luis XVI, pero no con la dinastía borbónica. Tras la definitiva derrota de Napoleón, el trono de Francia es ocupado por Luis XVIII, hermano del depuesto rey (como se ve los Borbones franceses no eran muy imaginativos poniendo nombres a sus hijos. El que ambos hermanos se llamaran Luis se explica porque uno era Luis Augusto y el otro Luis Estanislao). No se produce una vuelta completa al Antiguo Régimen, puesto que existe un texto constitucional, pero limitado. Se trata de una Carta Otorgada, lo que supone que es concedida graciosamente por el rey, que consagra ciertos derechos, como el de propiedad, y determinadas libertades, como la religiosa, pero que reserva grandes poderes al monarca. Luis XVIII era demasiado indolente, o estaba demasiado resignado, como para preocuparse en exceso del ejercicio de su propio poder, pero tras el ascenso al trono de su hermano Carlos X en 1824 se impone el punto de vista de los ultramonárquicos, cuyo nombre lo dice todo.

Carlos X fue incapaz de comprender que los tiempos habían cambiado. Su deriva autoritaria consiguió enfrentarle a las Cámaras y, cuando finalmente se decidió por disolverlas y gobernar por decreto el tiro le salió por la culata a una velocidad pasmosa: el 25 de julio de 1830 el rey intenta el autogolpe firmando las ordenanzas que suspenden la libertad de prensa, disuelven la Cámara de Diputados y establecen un nuevo régimen electoral que reduce el censo a los grandes propietarios. Al día siguiente, el 26, se publican las ordenanzas y comienza la agitación. En apenas 72 horas, los días 27, 28 y 29, París se subleva y la bandera tricolor vuelve a ondear en desafío a la enseña blanca de los Borbones. Es la revolución que Delacroix inmortalizó en su célebre cuadro La libertad guiando al pueblo.

delacroixCarlos X cae, pero no así la monarquía. El trono recala en un primo del depuesto rey, Luis Felipe de Orleans, que no contó con demasiados apoyos durante su reinado: la aristocracia desconfiaba de aquel «rey de las barricadas», el clero estaba resentido por las limitaciones a su papel en la educación y el ejército estaba desmoralizado por la falta de reconocimiento a sus sacrificios durante la intervención colonial en Argelia. Por otro lado  la Revolución Industrial estaba en pleno desarrollo provocando la proletarización de la masa de trabajadores y la aparición de los primeros pensadores socialistas (los premarxistas). Cuando el 22 de Febrero de 1848 se negó el permiso a la celebración de un banquete promovido por republicanos, comenzaron las algaradas. Los acontecimientos se precipitan a tal velocidad que en apenas dos días los insurgentes son dueños de París y Luis Felipe abdica. La Segunda República iniciaba sus días.

Un cambio de régimen suele ser tormentoso puesto que se enfrentan quienes desean la subversión total del orden anterior y quienes intentan no ir demasiado lejos. Las elecciones a la Asamblea Constituyente de abril del 48 dieron a los republicanos moderados la mayoría, dejando en un segundo plano a los monárquicos y muy por detrás a la izquierda, pero la evolución a posiciones conservadoras llevó a enfrentamientos muy violentos que terminan por cristalizar en una violenta reacción autoritaria. En las elecciones de diciembre el presidente es derrotado por Luis Napoleón, sobrino del difunto emperador, cuyo gobierno debía terminar tras un periodo de cuatro años sin derecho a reelección.

En ese periodo se eligió una Asamblea de claro corte monárquico, que logró suprimir en mayo de 1850 el sufragio universal masculino. Por poco tiempo, puesto que Luis Napoleón dio un golpe de estado el 2 de diciembre de 1851, disolvió la asamblea y restableció el sufragio universal masculino: con un solo movimiento resolvía el problema de la Asamblea hostil y el de la reelección. Exactamente un año después, y tras un plebiscito resuelto favorablemente, se proclamaba el Segundo Imperio en el que Luis Napoleón tomaba el nombre de Napoleón III. Si la Primera República, surgida de la revolución de 1789, había cristalizado en un imperio, la Segunda, surgida de la revolución de 1848, seguía su mismo camino.

¿De dónde surge entonces la tradición republicana francesa? La definitiva consolidación de una república en el país vecino no fue obra de una revolución ni de la guillotina, sino consecuencia de la derrota francesa en la guerra francoprusiana de 1870. Fue entonces cuando se instauró la Tercera República, que duraría hasta la Segunda Guerra Mundial. La monarquía ya no volvería a Francia: después de la guerra comenzó la Cuarta República, similar políticamente a la Tercera, y en 1958 se aprobó la Constitución de la actual Quinta República.

Como hemos visto, ni la revolución de 1789, ni la de 1830, ni la de 1848 trajeron consigo una república duradera. La guillotina, por su parte, tampoco resultó ser particularmente incómoda para los monarcas, puesto que si bien es cierto que ejecutó a uno, convivió posteriormente en armonía con otros cinco. Después de todo, la reputación antimonárquica de la guillotina no es demasiado merecida, como tampoco lo es su fama revolucionaria: en Alemania se implantó como método único de decapitación en todo el territorio (antes se empleaba también el hacha) en 1938 por decreto de Adolf Hitler. El halo mítico del utensilio de decapitar como una especie de instrumento purificador resulta ser, cuando se mira de cerca, sólo una leyenda para embellecer una vulgar máquina de matar.

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