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Hace poco escribí un artículo en el que mencioné la célebre decapitación de Luis XVI. En él intentaba desmitificar la imagen de la guillotina como sinónimo de revolución puesto que si Luis XVI fue decapitado con tal instrumento fue simplemente porque ése era el método de ejecución que empleaba la Francia revolucionaria. Ciertamente no es demasiado común que se ejecute a un monarca sea por el método que sea… pero bien mirado tampoco es tan raro como podríamos pensar. Casi 150 años antes de la ejecución de Luis XVI un rey había sido decapitado en Europa. Y en Inglaterra nada menos, país con fama de monárquico y amante de su realeza.

Carlos I de Inglaterra nunca fue un rey demasiado querido. Fue el segundo de su dinastía en reinar, puesto que su padre, Jacobo VI de Escocia, accedió al trono de Inglaterra con el nombre de Jacobo I al morir sin descendencia la inglesa Isabel I. Carlos tuvo la desgracia de que su hermano mayor, Enrique, muriera de tifus en 1612, a los 18 años. El difunto heredero era un joven dinámico y capaz, que apuntaba buenas maneras, muy distinto de su hermano menor, un niño enfermizo, afectado de raquitismo leve y de una cierta tartamudez. Posiblemente estos problemas le causaron un complejo de inferioridad puesto que sabemos de él que tenía un carácter distante, aderezado con un sentido de la dignidad extraordinariamente elevado.

Con 22 años, en 1623, Carlos protagonizó un episodio bastante pintoresco al presentarse de improviso Charles_I_of_Englanden Madrid acompañado del duque de Buckingham para pedir la mano de la infanta María, hermana de Felipe IV (quien haya leído El capitán Alatriste conoce algo de este episodio). El asunto no llegó a buen puerto y a su regreso Carlos clamó por emprender la guerra con España. Pronto tuvo ocasión de lanzarse a las hostilidades puesto que su padre murió en 1625 y Carlos comenzó su reinado con un ataque a Cádiz que resultó un rotundo fracaso. Más adelante entraría en guerra con Francia apoyando a los hugonotes de La Rochelle, pero esta aventura militar resultó otro fiasco. Estas expediciones bélicas suponían un problema puesto que requerían de bastante dinero y para recaudarlo Carlos no tenía otro remedio que convocar al Parlamento, lo que era un proceso penoso para un rey, especialmente uno tan pagado de su realeza, ya que los subsidios conseguidos solían ser insuficientes y las contrapartidas dolorosas. Los lectores habituales del blog ya sabéis además que la imposición de impuestos extraordinarios es un anuncio seguro de turbulencias, como ya comenté en su día.

Entre los sapos que Carlos tuvo que tragar estaba la conocida como Petición de Derechos por la que se declaraban ilegales los impuestos que no fueran aprobados por el Parlamento o el encarcelamiento sin juicio previo, peticiones derivadas de la actuación previa del rey, que anteriormente había decretado la emisión de un préstamo forzoso (ahora lo llamaríamos una quita a los depósitos o algo parecido) que cinco caballeros se habían negado a pagar. El caso de los cinco caballeros y sus secuelas es una muestra de las malas relaciones entre el rey y el Parlamento, que finalmente terminó con la disolución de éste por Carlos. Al contar con menos dinero, el rey se vio obligado a firmar la paz con Francia y España, pero aun así tuvo que recurrir a otros sistemas de recaudación que no nos son tan desconocidos: incremento de las multas, privatización de servicios (perdón, quiero decir venta de monopolios, después de todo estamos hablando del siglo XVII), etc. Parecía que el rey podía arreglárselas, pero repentinamente los problemas empezaron a acumularse.

Las dificultades comenzaron en Escocia. Carlos pretendió introducir un nuevo libro de oraciones y aquí chocó con la presbiteriana Iglesia de Escocia. No vamos a entrar en discusiones teológicas ni de organización eclesiástica. Baste decir que la situación llegó a tal extremo que Carlos alzó en armas un ejército para imponerse a sus díscolos súbditos del norte y finalmente no tuvo más remedio que convocar al Parlamento para hacer frente a los gastos. Corría el año 1640 y los parlamentarios no iban a dejar pasar la oportunidad de resolver los agravios acumulados en los once años de gobierno personal de Carlos antes de abordar la cuestión recaudatoria. Cómo sería la situación de tensa lo demuestra que las sesiones comenzaron el 13 de abril y Carlos disolvió el Parlamento el 5 de mayo. Por algo se le conoce como el Parlamento Corto.

La realidad es tozuda, no cabe duda de eso. Carlos no podía gobernar sin Parlamento y ya que él no estaba dispuesto a aceptarlo de grado, los hechos le obligarían a hacerlo por fuerza. Cuando un ejército escocés derrotó a las tropas del rey y se adentró en territorio inglés, Carlos tuvo que rendirse a la evidencia. Seis meses después de disolverlo Carlos I convocaba, el 3 de noviembre de 1640, el que se conoce como Parlamento Largo, el cual forzó medidas tales como la obligación de ser convocado cada tres años por lo menos sin que se pudiera disolver sin su consentimiento. Carlos tuvo que tragarse estas medidas y más aún, pero lograba un avance por otro lado al negociar con los escoceses un pacto por el que aceptaban retirarse. La situación parecía que se despejaba, porque ya no había urgencia de recaudar dinero. Pero justo entonces todo se vino abajo.

La culpa fue de una sublevación católica en Irlanda. Estaba claro que había que enviar un ejército, pero ¿quién lo dirigiría? El Parlamento no se fiaba del rey y el desencuentro sobre la dirección de las operaciones fue tal que Carlos quiso arrestar a cinco parlamentarios (enero de 1642), para lo que se dirigió al Parlamento acompañado de un grupo armado, pero fracasó porque la noticia de su intento llegó antes que él. Con este acto los apoyos que Carlos aún tenía entre los parlamentarios se desvanecieron. El rey huyó a York y la guerra civil se hizo inevitable. A Carlos no le fue bien y acabó prisionero del Parlamento en 1647. Para colmo la guerra había consagrado como líder militar y posteriormente político a Oliver Cromwell, el caballero de la imagen.

Podría haberse llegado a un acuerdo entre rey y Parlamento, pero se encargó de impedirlo un compañero de Cromwell, el coronel Pride, que hizo una purga entre los parlamentarios: los partidarios del acuerdo fueron arrestados y Carlos fue juzgado, condenado a muerte y decapitado el 30 de enero de 1649. Carlos no fue un buen rey, pero estuvo tan digno ante la muerte que muchos creen que hizo más por la monarquía en el cadalso que en el trono. Como ejemplo de su actitud ante el final, pidió ir bien abrigado al patíbulo para estar seguro de que el frío no le hiciera tiritar y alguno tomara sus temblores por un indicio de temor.

La revolución se había oliver-cromwellconsumado y Cromwell era el gran triunfador. Sometió militarmente a Escocia e Irlanda, donde la represión fue durísima, impuso un rigor religioso extremo y disolvió lo que quedaba del Parlamento en 1653. Cromwell rechazó el título de rey (aunque lo era de facto) y gobernó con mano de hierro hasta su muerte en 1658. Le sucedió su hijo, hasta tal punto era el gobierno de Cromwell una monarquía encubierta, pero el carácter del joven Cromwell no era el de su padre. Atrapado entre el ejército y el Parlamento que se vio obligado a convocar, renunció al cargo en 1659. El vacío de poder fue aprovechado por el hijo del difunto rey, Carlos II, que hizo una proclamación moderada y que regresó del exilio en 1660.

Lo que no dejo de preguntarme es por qué la Revolución Inglesa no tiene la fama de la Francesa. Quizá porque concluyó en una Restauración, pero lo mismo ocurrió en Francia con la coronación de Luis XVIII, y entonces el Congreso de Viena se encargó de que la huella de la Revolución Francesa quedara aletargada. Puede que la diferencia estribe en el detalle psicológico de que para matar a Carlos I se usó el hacha y por eso su ejecución no tiene el halo legendario que la guillotina aporta a la de Luis XVI. O puede que sea porque en Inglaterra la lucha se dio entre dos facciones que ya compartían el poder (rey y Parlamento) mientras que en Francia asistimos a una subversión más completa del orden establecido. O quizás sea porque en Francia hay un trasfondo ideológico del que carecen los hechos de Inglaterra. También hemos de tener en cuenta que la Revolución Inglesa fue un asunto principalmente local, mientras que la Francesa puso a toda Europa patas arriba por obra y gracia de Napoleón Bonaparte.

O puede que la tengamos más olvidada porque después de todo la Revolución Inglesa no dejó de ser una especie de mal sueño. Cuando Carlos II regresó del exilio fue reconocido por el Parlamento que había sido rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda desde el mismo momento de la muerte de su padre. Quién lo iba a decir: desde un punto de vista formal, el interregno entre Carlos I y Carlos II jamás existió.