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Si hay algo que caracteriza a la Edad Moderna con respecto a su predecesora, la Edad Media, es que el mundo comienza a hacerse cada vez más pequeño. Y no es que antes del siglo XV no hubiese posibilidades de emprender largos viajes (ahí tenemos a Marco Polo) sino que a partir de entonces, por primera vez, son posibles los largos viajes oceánicos. Entendámonos: el transporte marítimo existe desde muy antiguo, pero una cosa es embarcarse en un viaje por mar en el que el barco se limita a costear, como hacían los romanos o los griegos, y otra muy diferente adentrarse en el océano. El mero hecho de perder de vista la costa impone un serio respeto y sólo empezó a hacerse con asiduidad cuando los conocimientos en construcción naval y navegación alcanzaron un cierto desarrollo. Es decir, en el siglo XV.

Aprovechando que se podía navegar con cierta seguridad, era posible en teoría llegar a la India por una ruta oceánica, de manera que quienes tenían espíritu marinero se lanzaron a intentarlo por el este y por el oeste. Castilla se llevó el premio gordo al encontrarse con América en el camino occidental, pero lo cierto es que la ventaja inicial, y un muy honroso segundo puesto, fue para Portugal, que lo intentó por oriente. La idea era sencilla: uno se pone a rodear África hasta que se acabe el continente y desde allí todo es navegar tranquilamente hasta la India. Llevar la idea a cabo es bastante más difícil, sobre todo cuando uno no sabe cuándo se acabará África, si es que se acaba, y cómo será el camino a partir de ese momento.

Entre los que intentaron descubrir la incógnita destacó Bartolomé Díaz, que en 1488 llegó al extremo sur de África y más allá. No alcanzó la India porque la tripulación decidió que ya estaban en bastante mala situación y tuvo que dar la vuelta, pero al menos encontró el llamado Cabo de las Tormentas, que luego cambió su nombre por el de Buena Esperanza para que quedara constancia de que rebasándolo había muchas probabilidades de llegar a la meta. Quien sí llegó a ella fue Vasco de Gama, que salió de Lisboa en el verano de 1497 y regresó dos años después tras haber llegado a Calicut, en la India. Quien estudie su viaje verá un detalle que explica por qué no se había podido realizar la travesía en la época de la navegación costera: en un momento determinado, Vasco de Gama se aleja de la costa africana adentrándose en el océano, para más adelante poner rumbo sur y tras un largo recorrido virar hacia el este volviendo a la costa africana. ¿Extraño? No, en realidad se limitaba a aprovechar la volta, que había descubierto Bartolomé Díaz.

Cuando uno se acerca al Ecuador se encuentra con la llamada zona de calmas ecuatoriales. Es nefasta para la navegación a vela, porque sin viento no se avanza. Pero además están las corrientes marinas. Veamos una imagen tomada de Wikipedia:

Está visto que bordear la costa africana en la zona del Golfo de Guinea está complicado sin un buen motor: la corriente marina está en contra y el viento no ayuda porque suele ser inexistente al estar en la zona de calmas. Esto varía si desde Canarias, más o menos, nos dirigimos hacia Brasil, avanzamos paralelos a la costa brasileña y viramos al este a la altura del Río de la Plata. En ese caso la corriente nos lleva justo hacia el extremo sur de África. Aún falta para la India, pero el gran obstáculo está franqueado.

Y por eso todos los escolares de hoy en día pueden afirmar con rotundidad que gracias a Vasco de Gama sabemos que África se puede rodear por el sur. Al menos es lo que a mí me enseñaron y es… ¡rotundamente falso! La realidad es que África se había circunnavegado ya 2.100 años antes. Lo hicieron marinos fenicios por cuenta de un rey egipcio. O al menos eso nos cuenta Heródoto en su libro IV.

Dice el padre de la Historia que el rey egipcio Neco (Necao II), envió en unos navíos a ciertos fenicios, desde un puerto del mar Eritreo (es decir, el mar Rojo) con la intención de que rodearan Libia, que era el nombre que entonces se daba a África y regresaran a Egipto atravesando las columnas de Heracles (el estrecho de Gibraltar). Y así lo hicieron, aunque tardaron tres años. De todas formas no había prisa… como no podían llevar provisiones, en otoño se detenían a sembrar y no reanudaban el viaje hasta después de la siega.

Lo mejor viene ahora. Heródoto dice textualmente:

«Contaban, cosa que a mi juicio no es digna de crédito, aunque puede que lo sea para alguna otra persona, que al contornear Libia habían tenido el sol a mano derecha.»

Si dibujásemos la ruta, veríamos que en el extremo sur de África los fenicios tenían que navegar hacia el oeste, y esto quiere decir que a mediodía, al encontrarse en el Hemisferio Sur, tendrían el sol en el norte, es decir a mano derecha. Para Heródoto, que nunca había abandonado el Hemisferio Norte, resultaba incomprensible tal afirmación: lo que su experiencia le enseñaba es que cuando uno mira hacia el oeste, el sol del mediodía está en el sur, a la izquierda. Mira tú por dónde, la afirmación que al padre de la Historia le parecía falaz es la mejor prueba de que el viaje se realizó realmente. La expedición debió completarse hacia el año 600 a.C.

La circunnavegación de África en sentido opuesto la intentó, siempre según Heródoto, un tal Sataspes hacia el 475 a.C. Sataspes era un aqueménida al que un delito de violación condenaba a morir empalado, según sentencia del rey Jerjes. Pero la madre de Sataspes, hermana del difunto rey Darío, intercedió por él proponiendo un castigo que sería, dijo, aún más duro: Sataspes tendría que dirigir una expedición que contornearía África. Para desgracia de Sataspes, el recorrido esta vez sería el inverso al de la expedición de Necao: en una nave egipcia recorrió el Mediterráneo, atravesó el estrecho de Gibraltar, puso proa al sur… y no pudo pasar de un lugar en el que había unos individuos de poca estatura, sin duda pigmeos, vestidos con hojas de palmera, que huían al monte cuando los marinos desembarcaban. A partir de ahí, la nave siempre quedaba al pairo. Del relato se deduce que Sataspes debió de llegar hasta el Golfo de Guinea, donde la falta de viento le impidió proseguir, y por eso se dio la vuelta. Jerjes no quedó convencido con su relato y, puesto que no había cumplido su misión, retomó la sentencia original y lo hizo empalar.

El resumen de todo esto es que la forma aproximada de África se conoce desde el año 600 a.C, aunque ese conocimiento no fue de utilidad hasta 21 siglos después. Que recordemos a Vasco de Gama no es extraño, puesto que gracias a él la ruta por el sur de África pasó a tener utilidad práctica. Pero que ni siquiera sepamos el nombre del marino fenicio que por primera vez navegó por dicha ruta es un poco triste… sobre todo si consideramos que sí conocemos el nombre del fracasado Sataspes. Claro que, conociendo la reputación que tenían los fenicios, grandes marinos, pero con pocos escrúpulos y un tanto cínicos, es posible que nuestro ignoto navegante se encogiera de hombros y nos dijera: «puede que mi nombre se haya olvidado… pero al menos a mí no me empalaron». Vaya lo uno por lo otro.