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Alemania, Comunismo, Guerra Civil, Historia, Molotov, Nazismo, Polonia, Ribbentrop, Segunda Guerra Mundial, Siglo XX, Stalin, URSS
Llevamos una racha muy larga dominada por noticias de tipo no ya político sino electoral. Como siempre en estos casos nos encontramos con una interminable exposición de promesas que nadie piensa cumplir, insultos a quienen opinan de forma diferente y, lo más fascinante de todo, juramentos de enemistad sincera hacia los adversarios, siendo el entendimiento entre distintas opciones imposible por profundas cuestiones de principios.
Pero las circunstancias cambian y las amistades y enemistades también. No exagero si digo que si me dedicara a escribir un artículo tras otro describiendo alianzas contra natura tendría asegurada la continuidad de este blog durante dos o tres años. Podría empezar por los triunviratos de la antigua Roma y terminar en el Irangate de los años 80 sin parar de contar casos en los que enconados enemigos dejaron de lado la retórica para hacerse pasar por amigos de toda la vida. Hasta que se volvieron a pelear, claro, porque esas amistades suelen durar poco.
Por eso dicen que la política crea extraños compañeros de viaje y, probablemente, el caso más espectacular se diera durante el siglo XX. Estoy seguro de que si preguntara por dos credos políticos opuestos buena parte de las respuestas serían «nazismo y comunismo». Y no sería una mala respuesta, puesto que su enfrentamiento fue, literalmente, a muerte. Ya antes de la Segunda Guerra Mundial, durante la Guerra Civil Española, la Alemania nazi se había enfrentado indirectamente con la comunista Unión Soviética, al apoyar cada uno de estos países a un bando diferente. Por si quedaban dudas del antagonismo entre ambas ideologías, el cartel siguiente (obtenido del fondo de carteles de la Guerra Civil disponible en la página del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte) nos lo deja claro. El cartel, firmado por el Socorro Rojo Internacional (una organización con fines similares a la Cruz Roja, pero bajo los auspicios de la Internacional Comunista) identifica el símbolo nazi, la esvástica, con miseria, destrucción, persecución y muerte. La propaganda del sentido contrario tampoco se queda atrás. El cartel electoral alemán que vemos a continuación pide el voto para el partido nazi, al que se identifica con una espada que hiere de muerte a la serpiente judía (véase la estrella de David en su cabeza) de la que salen entre otros males el marxismo y el bolchevismo.
Visto así, si había en los años 30 dos países incompatibles y cuya alianza fuera poco probable, éstos serían la Alemania nazi y la Unión Soviética. Pues bien, la foto que vemos bajo estas líneas corresponde al 23 de agosto de 1939. La Guerra Civil Española había terminado hacía menos de 6 meses.
De izquierda a derecha vemos a Joachim von Ribbentrop, ministro de exteriores alemán, Stalin, máximo dirigente de la URSS y Viacheslav Molotov, ministro de exteriores soviético. Posan para la posteridad después de firmar un pacto de no agresión entre ambos países. Sorprendente imagen, a la vista de la retórica que habían empleado hasta ese momento y de la guerra a muerte en la que se enfrentarían menos de dos años después. Un acuerdo así merece una explicación.
Los seguidores habituales del blog recordarán el problema estratégico al que se enfrentaba Alemania al iniciarse la Primera Guerra Mundial, puesto que ya lo mencioné en otro artículo. Para resumir, Alemania tenía enemigos en frentes opuestos: Francia por el oeste, Rusia por el este. Este hecho pesó durante toda aquella contienda, por lo que al preparar una nueva guerra el conseguir que el gigante ruso (o soviético en este caso) no apoyara a las potencias occidentales simplificaba las cosas. ¿Y qué sacaba la URSS en todo esto? Según un dicho popular, reunión de pastores, oveja muerta. Los pastores están en la foto y la oveja era Polonia, cuyas fronteras de 1939 tenían poco que ver con las actuales. Veamos un mapa de entreguerras y fijémonos en la situación de Polonia entre Alemania y la URSS:
En 1939 Alemania se había anexionado Austria y Chequia, lo que no aparece todavía reflejado en el mapa. El siguiente paso era hacerse con Polonia, al menos con la parte occidental, y por eso el acuerdo de agosto de 1939 entre Alemania y la URSS incluía un protocolo secreto en el que se preveía el reparto de Polonia. El 1 de septiembre de aquel año, apenas 9 días después de firmarse el acuerdo, las tropas alemanas iniciaban el ataque a Polonia, que provocó la respuesta franco-británica y con ella la Segunda Guerra Mundial. Por si para Polonia era poco enfrentarse a Alemania, el 17 de septiembre la URSS inició la invasión del país por el este.
En un tiempo récord, de apenas tres semanas desde el inicio del ataque alemán, Polonia fue totalmente ocupada. El resultado se ve en el mapa siguiente. La parte azul fue anexionada por Alemania, la parte roja pasó a ser territorio soviético y la zona verde pasó a conocerse con el nombre de Gobierno General. Era un territorio bajo administración alemana, pero sin llegar a formar parte de Alemania, algo así como una colonia.
La buena relación entre soviéticos y alemanes no duró mucho. La mentalidad nazi requería apoderarse de territorios ricos en productos agrícolas y materias primas, así que en junio de 1941 Alemania atacó la URSS para hacerse por la fuerza con unos recursos que podía obtener (y de hecho obtenía) mediante el comercio. La Segunda Guerra Mundial entraba en una nueva fase y la retórica del enfrentamiento regresó más enconada que nunca.
Los dos ministros de exteriores que firmaron aquel infame pacto vivieron destinos muy diferentes. Ribbentrop fue ahorcado en octubre de 1946 tras su condena en Nuremberg, acusado entre otras cosas de haber planeado una guerra de agresión; mientras que Molotov, cuya firma en el pacto que hoy nos ocupa garantizó que esa guerra se llevaría a cabo, murió en 1986 de muerte natural. Más aún, si miramos el mapa de Polonia tras la partición de 1939 y lo comparamos con uno actual, comprobaremos que la frontera oriental del país en la actualidad es la que acordaron Molotov y Ribbentrop. La URSS, tras vencer en la guerra, mantuvo el territorio ganado a Polonia, que fue compensada con territorio alemán por el oeste.
Esta historia de traiciones, conspiraciones y pactos secretos siempre me ha parecido tan sórdida como sus protagonistas. Incluso me parecería deprimente si no fuera porque de vez en cuando aparecen en el mundo de la política y la diplomacia casos de alianzas contra natura, enemistades eternas que desaparecen súbitamente y amistades que se desvanecen. Entonces deja de ser un relato siniestro y lo encuentro de lo más entretenido. Si no fuera por el temor de estar entre las ovejas en estas reuniones de pastores sería cuestión de encargar palomitas porque, cuando dos rivales pactan, el espectáculo está asegurado.