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Amistades muy peligrosas

13 lunes Abr 2015

Posted by ibadomar in Historia

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Alemania, Comunismo, Guerra Civil, Historia, Molotov, Nazismo, Polonia, Ribbentrop, Segunda Guerra Mundial, Siglo XX, Stalin, URSS

Llevamos una racha muy larga dominada por noticias de tipo no ya político sino electoral. Como siempre en estos casos nos encontramos con una interminable exposición de promesas que nadie piensa cumplir, insultos a quienen opinan de forma diferente y, lo más fascinante de todo, juramentos de enemistad sincera hacia los adversarios, siendo el entendimiento entre distintas opciones imposible por profundas cuestiones de principios.

Pero las circunstancias cambian y las amistades y enemistades también. No exagero si digo que si me dedicara a escribir un artículo tras otro describiendo alianzas contra natura tendría asegurada la continuidad de este blog durante dos o tres años. Podría empezar por los triunviratos de la antigua Roma y terminar en el Irangate de los años 80 sin parar de contar casos en los que enconados enemigos dejaron de lado la retórica para hacerse pasar por amigos de toda la vida. Hasta que se volvieron a pelear, claro, porque esas amistades suelen durar poco.

Por eso dicen que la política crea extraños compañeros de viaje y, probablemente, el caso más espectacular se diera durante el siglo XX. Estoy seguro de que si preguntara por dos credos políticos opuestos buena parte de las respuestas serían «nazismo y comunismo». Y no sería una mala respuesta, puesto que su enfrentamiento fue, literalmente, a muerte. Ya antes de la Segunda Guerra Mundial, durante la Guerra Civil Española, la Alemania nazi se había enfrentado indirectamente con la comunista Unión Soviética, al apoyar cada uno de estos países a un bando diferente. Por si quedaban dudas del antagonismo entre ambas ideologías, el cartel siguiente (obtenido del fondo de carteles de la Guerra Civil disponible en la página del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte) nos lo deja claro.  El cartel, firmado por el Socorro Rojo Internacional (una organización con fines similares a la Cruz Roja, pero bajo los auspicios de la Internacional Comunista) identifica el símbolo nazi, la esvástica, con miseria, destrucción, persecución y muerte. La propaganda del sentido contrario tampoco se queda atrás. El cartel electoral alemán que vemos a continuación pide el voto para el partido nazi, al que se identifica con una espada que hiere de muerte a la serpiente judía (véase la estrella de David en su cabeza) de la que salen entre otros males el marxismo y el bolchevismo. Cartel 33Visto así, si había en los años 30 dos países incompatibles y cuya alianza fuera poco probable, éstos serían la Alemania nazi y la Unión Soviética. Pues bien, la foto que vemos bajo estas líneas corresponde al 23 de agosto de 1939. La Guerra Civil Española había terminado hacía menos de 6 meses.

MolribDe izquierda a derecha vemos a Joachim von Ribbentrop, ministro de exteriores alemán, Stalin, máximo dirigente de la URSS y Viacheslav Molotov, ministro de exteriores soviético. Posan para la posteridad después de firmar un pacto de no agresión entre ambos países. Sorprendente imagen, a la vista de la retórica que habían empleado hasta ese momento y de la guerra a muerte en la que se enfrentarían menos de dos años después. Un acuerdo así merece una explicación.

Los seguidores habituales del blog recordarán el problema estratégico al que se enfrentaba Alemania al iniciarse la Primera Guerra Mundial, puesto que ya lo mencioné en otro artículo. Para resumir, Alemania tenía enemigos en frentes opuestos: Francia por el oeste, Rusia por el este. Este hecho pesó durante toda aquella contienda, por lo que al preparar una nueva guerra el conseguir que el gigante ruso (o soviético en este caso) no apoyara a las potencias occidentales simplificaba las cosas. ¿Y qué sacaba la URSS en todo esto? Según un dicho popular, reunión de pastores, oveja muerta. Los pastores están en la foto y la oveja era Polonia, cuyas fronteras de 1939 tenían poco que ver con las actuales. Veamos un mapa de entreguerras y fijémonos en la situación de Polonia entre Alemania y la URSS:

EUROPE_1929-1938_POLITICAL_MAPImagen tomada de Wikipedia

En 1939 Alemania se había anexionado Austria y Chequia, lo que no aparece todavía reflejado en el mapa. El siguiente paso era hacerse con Polonia, al menos con la parte occidental, y por eso el acuerdo de agosto de 1939 entre Alemania y la URSS incluía un protocolo secreto en el que se preveía el reparto de Polonia. El 1 de septiembre de aquel año, apenas 9 días después de firmarse el acuerdo, las tropas alemanas iniciaban el ataque a Polonia, que provocó la respuesta franco-británica y con ella la Segunda Guerra Mundial. Por si para Polonia era poco enfrentarse a Alemania, el 17 de septiembre la URSS inició la invasión del país por el este.

En un tiempo récord, de apenas tres semanas desde el inicio del ataque alemán, Polonia fue totalmente ocupada. El resultado se ve en el mapa siguiente. La parte azul fue anexionada por Alemania, la parte roja pasó a ser territorio soviético y la zona verde pasó a conocerse con el nombre de Gobierno General. Era un territorio bajo administración alemana, pero sin llegar a formar parte de Alemania, algo así como una colonia.

Polonia 1939La buena relación entre soviéticos y alemanes no duró mucho. La mentalidad nazi requería apoderarse de territorios ricos en productos agrícolas y materias primas, así que en junio de 1941 Alemania atacó la URSS para hacerse por la fuerza con unos recursos que podía obtener (y de hecho obtenía) mediante el comercio. La Segunda Guerra Mundial entraba en una nueva fase y la retórica del enfrentamiento regresó más enconada que nunca.

Los dos ministros de exteriores que firmaron aquel infame pacto vivieron destinos muy diferentes. Ribbentrop fue ahorcado en octubre de 1946 tras su condena en Nuremberg, acusado entre otras cosas de haber planeado una guerra de agresión; mientras que Molotov, cuya firma en el pacto que hoy nos ocupa garantizó que esa guerra se llevaría a cabo, murió en 1986 de muerte natural. Más aún, si miramos el mapa de Polonia tras la partición de 1939 y lo comparamos con uno actual, comprobaremos que la frontera oriental del país en la actualidad es la que acordaron Molotov y Ribbentrop. La URSS, tras vencer en la guerra, mantuvo el territorio ganado a Polonia, que fue compensada con territorio alemán por el oeste.

Esta historia de traiciones, conspiraciones y pactos secretos siempre me ha parecido tan sórdida como sus protagonistas. Incluso me parecería deprimente si no fuera porque de vez en cuando aparecen en el mundo de la política y la diplomacia casos de alianzas contra natura, enemistades eternas que desaparecen súbitamente y amistades que se desvanecen. Entonces deja de ser un relato siniestro y lo encuentro de lo más entretenido. Si no fuera por el temor de estar entre las ovejas en estas reuniones de pastores sería cuestión de encargar palomitas porque, cuando dos rivales pactan, el espectáculo está asegurado.

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La prensa descontrolada

06 domingo Jul 2014

Posted by ibadomar in Historia, Política, Prensa

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Carrero Blanco, Corrupción, España, Fraga, Franquismo, Guerra Civil, Historia, MATESA, Mussolini, Periodismo, Política, Siglo XX

Llevamos unos días ajetreados y todo porque a uno de los miembros de nuestra clase política se le ha ocurrido decir que los medios de comunicación deberían estar bajo control público para impedir que estén en manos del poder económico, en otras palabras, que siendo la prensa órgano decisivo en la formación de la cultura popular no se puede dejar sin control ni admitirse que el periodismo viva al margen del Estado.

Habría que preguntarse cómo sería en la práctica ese control público. Para empezar se debería decidir qué organismo ejerce el control. En última instancia sería un ministerio, pero se necesitaría crear alguna agencia ex profeso. Como el territorio nacional es grande, para descentralizar la tarea se podrían crear sub-agencias de ámbito provincial (por ejemplo, aunque también podría ser autonómico) a las que llamaremos Servicio de Prensa, por encima de las cuales estaría la coordinadora a nivel nacional: el Servicio Nacional de Prensa. Es una estructura lógica: los directores de los medios de comunicación seguirían las directrices de su Servicio de Prensa y para coordinar todos los servicios provinciales estaría el Servicio Nacional de Prensa integrado en el Ministerio. Los directores de los medios de comunicación serían responsables de lo publicado y, puesto que dirigirían lo que se puede considerar un servicio público, su nombramiento sería aprobado por el Ministerio. Para ejercer un control efectivo los periodistas tendrían que tener un carnet y estar registrados en el Servicio Nacional de Prensa.

Quien esté de acuerdo con la idea del control público (es decir, político) de los medios de comunicación supongo que verá estas ideas como una forma coherente de ejercerlo. Pero ¿en qué detalles se esconde el diablo? Pues… en todos. El párrafo anterior es un resumen de la Ley de Prensa promulgada por el general Franco en abril de 1938, es más, las partes que he escrito en cursiva son copia literal de aquella ley, que fue promulgada en plena Guerra Civil y es en algunos aspectos incluso más restrictiva que la ley de Mussolini que la inspiró.

La ley de 1938 tenía aspectos peculiares, como el de hacer que la empresa editora fuera co-responsable de los actos de un director que les había sido impuesto. Un ejemplo de las situaciones a las que daba lugar es el caso del periódico monárquico por excelencia, ABC, que tuvo como director entre 1940 y 1946 a José Losada de la Torre, quien llegó a publicar un artículo antimonárquico, obviamente en contra del criterio del consejo de administración. Lo curioso es que el propio Losada hubo de dimitir finalmente por una queja del ministro de la Gobernación, que estaba furioso porque se hubiera publicado un extracto de un discurso suyo y no el discurso entero.

La ley de 1938 llevó las cosas al extremo de que los censores repasaran con detenimiento artículos enviados por el propio gobierno y escritos con pseudónimo por el mismísimo Franco. La sanciones podían llegar por los motivos más variopintos, como la multa que se le puso al semanario Mundo por olvidar conmemorar el cumpleaños de Hitler en 1944. A veces rozaban el esperpento, como cuando el ABC de Sevilla fue multado por un anuncio de Jerez en el que se leía, tras mencionar las maravillas del vino publicitado, «para excelencia, González Byass». Parece un eslogan inocente, pero el censor vio en la palabra excelencia una alusión al Caudillo y la multa fue de 10.000 pesetas de las de 1939.

No fue hasta 1966, cuando aquella ley quedó derogada al promulgarse la célebre Ley de Prensa impulsada por el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga. Como ministro de Información, Fraga presenta una especie de doble personalidad; por un lado era responsable de la propaganda oficial, y lo demostró dirigiendo la campaña de prensa en defensa del régimen ante el escándalo internacional provocado por el fusilamiento de Julián Grimau o preparando la celebración de los «25 años de paz», lo que puede hacer pensar en un miembro de lo que llamaríamos la línea dura. Sin embargo Fraga fue, junto con Solís Ruiz, el máximo representante del ala «aperturista» del franquismo en oposición a los «inmovilistas». Precisamente su ley de Prensa fue una de las más claras muestras de esa apertura. El proyecto de ley fue aprobado por el gobierno en octubre de 1965, pero la oposición que encontró era tan fuerte (especialmente por parte de Carrero Blanco), que no fue ratificado por las Cortes hasta mayo de 1966. ¿Pero qué tenía aquella ley para que fuese tan temida por los inmovilistas?

Lo que tenía era, precisamente, que sacaba a la prensa del control político. Se dejaba de ejercer la censura previa (salvo si se declaraba el estado de guerra o de excepción) y además la empresa editora tenía libertad para nombrar al director de la publicación. Esto no quiere decir que fuese una ley permisiva: el artículo segundo especificaba los límites, que eran «el respeto a la verdad y a la moral; el acatamiento a la Ley de Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales; las exigencias de la defensa nacional, de la seguridad del Estado y del mantenimiento del orden público». Aunque los límites fuesen tajantes y un tanto difusos, ahora los periodistas podían arriesgarse a tantear hasta dónde podían llegar antes de que les cayera una sanción, que era en sí misma una prueba de la falta de las libertades que en teoría garantizaba la ley.

Aunque la Ley de Prensa no fuera una garantía de libertad de expresión, sí fue lo suficientemente abierta para cobrarse una víctima notable: su impulsor. Todo ocurrió a raíz del caso MATESA, una empresa dedicada a la fabricación y exportación de maquinaria textil que había obtenido mucho dinero en incentivos a la exportación, desgravaciones fiscales y ayudas a la investigación. En agosto de 1969 saltó el escándalo cuando la prensa publicó que gran parte de las exportaciones eran ficticias. El Gobierno tuvo que embargar los bienes de la empresa y encarcelar a su principal accionista a causa del revuelo generado. En realidad tampoco hay que dar por sentado que aquel escándalo fuera un triunfo de la prensa «libre» ya que Manuel Fraga estaba entre quienes podían tener interés en ver debilitarse a los ministros de Hacienda y Comercio, con quienes mantenía diferencias en las luchas de poder entre los distintos sectores del franquismo de la época. Consiguió su objetivo a medias, ya que ambos ministros salieron del gobierno, pero él también fue destituido.

Las razones que apuntaba Carrero Blanco (vicepresidente del gobierno en aquel momento) para la destitución de Fraga se basaban en su deslealtad en el caso MATESA y en algo más: según Carrero quien leyera la prensa de la época sacaría la conclusión de que España era un país «políticamente inmovilista, económicamente monopolista y socialmente injusto» y además añadía: «las librerías están llenas de propaganda comunista y atea». Nada de eso habría ocurrido, naturalmente, de seguir vigente la Ley de Prensa de 1938.

La moraleja de esta historia es que hay que pensarlo dos veces antes de proponer que el Estado controle la prensa. Es posible que una prensa libre se vea controlada por grupos de poder, pero mientras esos grupos sean varios y diferentes, el lector podrá recibir varias versiones de la realidad y componer su propia visión. Y si un sector lo suficientemente numeroso no encuentra unos medios de comunicación satisfactorios siempre podrá intentar fundar el suyo propio o encontrar a quien sí le interese crear un nuevo medio para satisfacer su demanda. Pero bajo una ley como la de 1938, que ponga a los medios bajo control político, sería imposible encontrar una información contraria a los intereses de quienes la manejan. ¿Alguien cree que los casos Roldán, Gurtel, EREs, etc, que tanto han afectado a los políticos, se habrían destapado si los medios de comunicación estuvieran por completo en sus manos?

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