• Sobre el blog
  • Un año en Los Gelves
  • Diez años en Los Gelves

Los Gelves

~ Somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos.

Los Gelves

Archivos de etiqueta: Ypres

Las minas durmientes de Messines

08 domingo Nov 2015

Posted by ibadomar in Historia

≈ Deja un comentario

Etiquetas

Asedio, Batalla, Historia, Messines, Minas, Poliorcética, Primera Guerra Mundial, Ypres

¡Cómo pasa el tiempo! Ya es 12 de noviembre y eso significa que este blog cumple 4 años y que hay que celebrarlo publicando algo sobre la Primera Guerra Mundial. Es lo bueno de la tradición: que te ahorras pensar de qué tratará tu próximo artículo. En este caso vamos a hablar del arte de asediar un castillo. No, no me he vuelto loco, la guerra medieval, e incluso la de la antigüedad, tiene mucho en común con la de principios del siglo XX, aunque no lo parezca.

El planteamiento del problema que vamos a considerar es el siguiente: tenemos que conseguir conquistar un recinto amurallado. Ha habido muchas formas de enfrentarse a esta cuestión a lo largo de los siglos. La más práctica es sobornar a alguien de dentro para que abra las puertas de la muralla, pero como no siempre se encuentra a alguien dispuesto a ser sobornado, y cuando lo hay puede estar bajo vigilancia, es preciso pensar en otros métodos más laboriosos. Uno de ellos es debilitar la fortificación, por ejemplo socavando los cimientos. Es complicado, porque se debe conseguir que los zapadores lleguen a salvo hasta la base de la muralla y protegerlos mientras hacen su trabajo. Nadie dijo que asediar una posición fuera un trabajo sencillo, ¿verdad?, pero podemos intentar hacerlo más fácil llevando a los zapadores bajo tierra.

Si la muralla está construida sobre roca la cosa está difícil, pero si se asienta sobre un terreno menos sólido se puede hacer un túnel que nos lleve hasta los cimientos. Este túnel se conoce como mina y, naturalmente, hay que entibar según se va avanzando para que no se derrumbe. En el caso ideal el túnel llegará hasta debajo de la muralla, de manera que el peso de una sección de ésta reposará sobre el armazón de la galería. Conseguido esto, basta con prenderle fuego a las vigas y esperar a que el túnel se derrumbe y con él una parte de la muralla. Cuando se inventaron los explosivos la cuestión se hizo más fácil porque bastaba con hacer volar la mina.

Como los defensores no eran tontos, podía ocurrir que excavaran sus propios túneles (contraminas) por debajo de los de los atacantes y se anticiparan a éstos. La guerra se trasladaba así al subsuelo, donde ambas partes escuchaban los ruidos producidos por el adversario con la esperanza de saber por dónde estaban excavando. Cuando un túnel iba a coincidir con una galería en la que estaba trabajando el enemigo, se desencadenaba una angustiosa batalla bajo tierra en una galería estrecha, mal ventilada y peor iluminada.

El perfeccionamiento de la artillería hizo inútiles las murallas, por lo que se podría pensar que en 1914 las minas y contraminas habían pasado a la historia, pero en la guerra de trincheras, éstas no dejan de ser una especie de muralla que se puede atacar por los métodos tradicionales. La Primera Guerra Mundial, por tanto, fue propicia para este tipo de técnica, que se empleó en varias ocasiones. La más espectacular de todas fue durante la batalla de Messines.

En ese lugar, cerca de Ypres, los alemanes ocupaban un saliente que el ejército británico estaba decidido a recuperar. Las operaciones se vieron retrasadas varias veces y eso explica que la primera de las minas subterráneas estuviera ya lista en abril de 1916, mientras que la batalla no tuvo lugar hasta junio de 1917. Para entonces había ya 25 minas, aunque alguna de ellas se había perdido por acción de los alemanes. El inicio de la batalla, marcado por la explosión de las minas, estaba previsto para el 7 de junio. La noche anterior el general Plumer se despidió de sus oficiales con estas palabras: «puede que mañana no hagamos historia, pero desde luego, cambiaremos la geografía».

En realidad no fueron las minas las que iniciaron el combate sino el tradicional bombardeo de artillería. Cuando éste cesó, poco antes de las 3 de la mañana, los alemanes ocuparon sus posiciones defensivas esperando un inminente asalto de infantería. La explosión de las minas, que muy posiblemente fue la mayor de la era prenuclear, se produjo a las 3:10 de la mañana. O quizás deberíamos decir las explosiones, porque fueron 19, aunque simultáneas. Para que nos hagamos una idea de su violencia, baste decir que la detonación se oyó en Londres, aunque allí debió de oírse a las 3:22 puesto que el sonido necesita más de 11 minutos para recorrer los 240 Km que separan la capital inglesa del campo de batalla. (No todos mis lectores proceden de España, pero para los que sí son españoles resultará muy ilustrativo saber que si las minas hubiesen estallado en Burgos la explosión se habría oído en Madrid). Se calcula que en aquel momento murieron cerca de 10.000 soldados alemanes. Apenas había comenzado la batalla, pero el resultado ya estaba decidido: las tropas inglesas ocuparon el saliente de Messines según lo previsto.

Los lectores más observadores habrán notado que antes mencioné 25 minas, pero sólo he hablado de 19 explosiones. Cierto que alguna mina se perdió antes de la batalla, pero otras, simplemente, no se hicieron explotar y quedaron en el olvido tras la guerra. Una de ellas estalló en 1955, tras una tormenta. La suerte quiso que en aquella ocasión sólo hubiera que lamentar la muerte de una vaca.

A los habitantes de la zona no parece que les preocupe mucho el vivir sobre una bomba. El periódico The Telegraph publicaba en 2004 este artículo en el que un granjero cuya propiedad está más o menos sobre una de aquellas minas asegura no perder el sueño por esas nimiedades, pero si alguno de los lectores pasa por la zona, que sepa a lo que se arriesga. Adjunto un mapa que he encontrado, para que sepáis por dónde no pasar los que queráis viajar por la zona. Ahora ya estáis avisados, que la oficina de turismo casi seguro que no os cuenta este tipo de detalles.Messines

Compartir

  • Haz clic para compartir en X (Se abre en una ventana nueva) X
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva) Facebook
  • Haz clic para compartir en Meneame (Se abre en una ventana nueva) Meneame
  • Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva) Correo electrónico
  • Haz clic para compartir en LinkedIn (Se abre en una ventana nueva) LinkedIn
Me gusta Cargando...

La maldición de Ypres

12 martes Nov 2013

Posted by ibadomar in Historia

≈ 2 comentarios

Etiquetas

Cloro, Fosgeno, Gas mostaza, Guerra de Marruecos, Guerra química, Historia, Mussolini, Primera Guerra Mundial, Segunda Guerra Mundial, Ypres

Ya está aquí el 12 de noviembre y eso quiere decir que este blog está de cumpleaños. Hace hoy dos años que publiqué el primer artículo, que trataba sobre el final de la Primera Guerra Mundial. Un año más tarde, aprovechando el primer aniversario, escribí una entrada sobre el principio de dicha contienda, y así inauguré una tradición de forma inconsciente, puesto que no he tenido que pensar mucho para decidir el tema del artículo de hoy: estaría centrado en la Primera Guerra Mundial. Además no deja de ser un tema de actualidad ya que su aspecto más siniestro vuelve a aparecer en la cuestión del uso de armas químicas en Siria.

A la Primera Guerra Mundial no le faltaron novedades espeluznantes: fue la demostración a gran escala de hacia dónde se dirigía la guerra en la era industrial y así aparecieron armas novedosas tan representativas del mundo desarrollado como el carro de combate o el avión. En un mundo así la industria química no podía quedarse atrás y sus productos aparecieron pronto en la contienda. El 22 de abril de 1915 se empleaba por primera vez un gas asfixiante en el campo de batalla: cerca de Ypres los alemanes, con el viento a favor, abrieron las espitas de miles de barriles de cloro provocando una nube de color amarillo verdoso que provocó el pánico entre las tropas enemigas en cuanto los primeros soldados alcanzados empezaron a sentir que les ardía la garganta.

La paradoja es que el ataque alemán no sacó ventaja del devastador efecto de su arma sorpresa porque no habían previsto reservas suficientes para aprovechar el hueco que dejaron las tropas francesas al huir en masa ante un enemigo para el que no tenían defensa. Por otro lado, tampoco los soldados alemanes estaban demasiado entusiasmados ante la idea de avanzar hacia la nube venenosa que ellos mismos habían creado, de manera que el efecto más decisivo del empleo de cloro aquel día fue abrir la caja de Pandora: a partir de aquel momento todos los combatientes usarían armas químicas.

La forma de empleo, sin embargo, variaría sustancialmente. El uso de bidones de gas en primera línea era peligroso puesto que podían ser alcanzados por un proyectil enemigo y causar estragos en las propias filas. Además, el viento podía arrastrar el gas a lugares indeseados, de manera que se fue haciendo habitual emplearlo en proyectiles de artillería que podían dispararse directamente sobre el enemigo desde zonas seguras detrás de las propias líneas. Por su parte, el arsenal se fue completando gradualmente y al cloro se unió más tarde el fosgeno, que es también un compuesto de cloro (pese a lo que su nombre parece indicar, no contiene fósforo) que presenta la ventaja de ser incoloro y por tanto más difícil de detectar. Su olor a heno recién cortado lo hacía incluso agradable hasta que, pasadas unas cuantas horas, desvelaba su carácter letal. Precisamente la mayor parte de las muertes por gases venenosos durante la guerra se produjo por los efectos del fosgeno.

Si el fosgeno fue el más mortífero, el gas mostaza fue el más terrible, puesto que no era necesario inhalarlo para sufrir sus efectos: el gas ataca cualquier zona expuesta: conductos respiratorios, ojos, o simplemente la piel, provocando enormes ampollas. Un uniforme que hubiese absorbido gas mostaza podía causar lesiones muy graves y para colmo el gas era relativamente pesado, por lo que persistía pegado al terreno. Al principio se le conoció como iperita (del francés ypérite) porque se empleó por primera vez cerca de Ypres en julio de 1917. Otra vez Ypres, el carácter estático de la guerra en el frente occidental tenía estas cosas.

Cloro, fosgeno y gas mostaza fueron las armas químicas más empleadas durante la Primera Guerra Mundial, aunque no las únicas. Los estragos que causaban en sus víctimas provocaron el horror de quienes fueron testigos de sus efectos. Un buen ejemplo es el cuadro de los gaseados, del americano John Singer Sargent, que refleja la evacuación de afectados por el gas mostaza, y que se conserva en el Imperial War Museum de Londres.

GassedNo es de extrañar que desde su primer uso este tipo de armas adquiriera una reputación de sucias, infames y poco honorables. Esa pésima imagen las sigue acompañando hoy en día y pocas cosas suscitan tal rechazo como la noticia de que se han usado gases asfixiantes en un conflicto. Y ahí tenemos el ejemplo de Siria o de Irak en donde la presencia de armas químicas se ha esgrimido como casus belli.

Afortunadamente el uso de este tipo de armas ha sido raro después de la Primera Guerra Mundial. Ni siquiera en la Segunda se emplearon armas químicas en el campo de batalla aunque su recuerdo estaba presente y se distribuyeron máscaras antigás a los soldados y a la población civil de las ciudades en peligro de bombardeo, aunque su uso no fue necesario nunca en combate. Los soldados, sin embargo, encontraron alguna utilidad insospechada a las máscaras, como los dos británicos de la imagen, que las emplean para protegerse de las emanaciones de unas cebollas mientras trabajan en su servicio de cocina.

CebollasSe podría pensar que fueron los escrúpulos los que llevaron a abstenerse del empleo de gases en los campos de batalla, pero sería un error. La realidad es que si no se utilizaron fue por el temor a las represalias del enemigo. Por eso sería inexacto decir que no se han vuelto a utilizar. España, por ejemplo, las empleó en la guerra del Rif, aunque por aquel entonces aún no se había firmado el tratado de Ginebra para la prohibición de armas químicas y biológicas. Pero este tratado no impidió que la Italia de Mussolini empleara gases en Abisinia. El que se emplearan en guerras coloniales no es de extrañar puesto que el enemigo no tenía posibilidad de contraatacar por el mismo medio y por tanto no había disuasión posible.

Puede que sea eso lo más deprimente de esta cuestión. Los tratados, el horror por sus efectos, el rechazo generalizado… todo eso sirve para justificar sanciones o intervenciones militares, pero a la hora de decidir si se usan o no armas químicas, el argumento definitivo es el de si el adversario puede responder por el mismo medio. Si no se han empleado más a menudo no es por escrúpulos sino por temor y casi 100 años después de que se emplearan por primera vez han vuelto a ser portada, esta vez en Siria. En la actualidad, al menos, su empleo provoca una condena unánime y no la generalización de su uso, como ocurrió en 1915. Aunque poco, algo hemos avanzado.

Compartir

  • Haz clic para compartir en X (Se abre en una ventana nueva) X
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva) Facebook
  • Haz clic para compartir en Meneame (Se abre en una ventana nueva) Meneame
  • Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva) Correo electrónico
  • Haz clic para compartir en LinkedIn (Se abre en una ventana nueva) LinkedIn
Me gusta Cargando...

Por iBadomar

Avatar de Desconocido

Únete a otros 111 suscriptores

Estadísticas del blog

  • 123.385 visitas

Páginas

  • Diez años en Los Gelves
  • Sobre el blog
  • Un año en Los Gelves

Archivo de entradas

Etiquetas

Accidente aéreo Alejandro Magno Alemania Antigüedad Arqueología Arquitectura Arte Atenas Aviación Batalla Carlos II Cartago Cervantes Churchill Cine Comet Comunismo Constantinopla Constitucion Control aéreo Corrupción Corsarios Cruzadas Cultura de seguridad Cultura justa Diocleciano Edad Media Edad Moderna Egipto Esparta España Espionaje Factores humanos Felipe V Fiscalidad Francia Franquismo Grecia Guerra del Peloponeso Guerra de Sucesión Guerra Fría Herodoto Hindenburg Historia Hitler ILS Imperio Bizantino Incidente aéreo Inocencio III Isabel I Isabel II Jerjes Jolly Roger Julio César Literatura Ludendorff Luis XIV Luis XVIII McRobertson Messerschmitt Modelo de Reason Modelo SHELL Momentos cruciales Mussolini Napoleón Navegación aérea Periodismo Persia Pintura Piratas Política Prehistoria Primera Guerra Mundial Pétain Radar Reactor Realismo Renacimiento Restauración Revolución Roma Salamina Segunda Guerra Mundial Seguridad aérea Sicilia Siglo XIX Siglo XVII Siglo XVIII Siglo XX Sila Stalin TCAS Temístocles Tetrarquía Tito Livio Transición Técnica Uberlingen Ucrania URSS

Meta

  • Crear cuenta
  • Iniciar sesión
  • Feed de entradas
  • Feed de comentarios
  • WordPress.com

Blog de WordPress.com.

Privacidad y cookies: este sitio utiliza cookies. Al continuar utilizando esta web, aceptas su uso.
Para obtener más información, incluido cómo controlar las cookies, consulta aquí: Política de cookies
  • Suscribirse Suscrito
    • Los Gelves
    • Únete a otros 111 suscriptores
    • ¿Ya tienes una cuenta de WordPress.com? Inicia sesión.
    • Los Gelves
    • Suscribirse Suscrito
    • Regístrate
    • Iniciar sesión
    • Denunciar este contenido
    • Ver el sitio en el Lector
    • Gestionar las suscripciones
    • Contraer esta barra
 

Cargando comentarios...
 

    %d