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Vaya año que llevamos en Los Gelves. Por un lado, el blog ha cumplido los 8 años, que es mucho más de lo que yo pensaba que cumpliría. Por otro… a la vista está que este año no ha sido nada activo. Es una pena, pero el tiempo es limitado y estoy involucrado en tantos proyectos que al final algunos de ellos se resienten. Eso no quiere decir que el blog esté abandonado. Cuando llegue un 12 de noviembre en el que no se publique un artículo sobre la Primera Guerra Mundial, entonces estará abandonado, antes no. Y hoy es 12 de noviembre. Y hay artículo.

Esta vez hablaremos sobre la mayor batalla naval de barcos artillados de la Historia. Fue en el mar del Norte, en 1916, y se conoce con el nombre de batalla de Jutlandia. 1024px-John_Jellicoe,_Admiral_of_the_FleetFue una acción compleja, tanto que aún hoy los historiadores coinciden en que fue una ocasión perdida, pero no saben para quién. Y se discute sobre todo el papel del
caballero de la fotografía, el almirante John Jellicoe, a quien algunos consideran demasiado pusilánime mientras que otros ven como modelo de prudencia y sangre fría al mando. Fue un hombre que tuvo el destino de la guerra en sus manos y es justo reconocer que no dejó las cosas peor de lo que estaban, que no es poco dadas las circunstancias.

En principio, Jellicoe lo tenía fácil. La armada británica estaba considerada como la más poderosa del mundo y eso le daba una ventaja inmensa. La guerra terrestre que arrasaba el continente europeo desde el verano de 1914 se había estancado en el frente occidental, condenando a una Alemania que, en plena guerra de desgaste, no podía evitar que la flota británica bloqueara sus costas y la dejara desabastecida. La armada alemana no tenía capacidad de responder con un bloqueo sobre los puertos británicos, al menos en lo que a buques de superficie se refiere. Otra cosa eran los submarinos, pero los ataques submarinos contra barcos mercantes neutrales habían dejado a Alemania en una posición diplomática complicada. Había una alternativa, o eso pensaba el nuevo comandante de la flota alemana de alta mar, Reinhard Scheer.

Scheer era demasiado dinámico para quedarse sentado viendo a sus poderosos buques de superficie anclados sin atreverse a salir del puerto, pero sabía que no tenía nada que hacer en un enfrentamiento directo con la flota enemiga. La solución era enfrentarse, no a toda la flota, sino sólo a una parte, aniquilarla, y conseguir así que las fuerzas quedaran más igualadas. El plan para conseguirlo se basaba en lanzar ataques limitados contra la costa inglesa, provocando al adversario hasta conseguir que parte de la flota británica saliera a interceptar un pequeño contingente alemán. Sólo que el pequeño contingente llevaría detrás a toda la flota alemana. Si todo salía bien, los alemanes destruirían un número considerable de buques enemigos y la guerra naval quedaría equilibrada.

Con ese fin, el 31 de mayo de 1916, antes del amanecer, zarpó un grupo de barcos alemanes que se internó en el mar del Norte. El núcleo lo formaban cinco cruceros de batalla, a los que acompañaban otros cinco cruceros ligeros y varios destructores. A unas 50 millas náuticas por detrás navegaba toda la flota alemana, 99 buques de guerra en total. Lo que ellos ignoraban era que sus enemigos estaban alerta. Los servicios secretos británicos tenían los códigos navales alemanes y sabían que algo se preparaba, aunque desconocieran los detalles.

Es preciso hacer un inciso sobre el tipo de barcos que se enfrentaban. Los más potentes de todos eran los acorazados, buques fuertemente blindados, armados con cañones de gran calibre que les daban un inmenso poder de destrucción junto a una enorme capacidad de resistir impactos. Los cruceros de batalla eran casi tan potentes como los acorazados en lo que a armamento se refiere, pero su blindaje era inferior, lo que les hacía más vulnerables, pero más rápidos y maniobrables por su menor peso. Otros buques de gran tamaño eran los distintos tipos de crucero (cruceros acorazados, cruceros ligeros…) todos ellos pensados para operaciones que requirieran gran potencia de fuego.

Acorazados y cruceros de batalla eran los buques estrella del momento y formaban el núcleo de las flotas, pero no operaban solos: la invención del torpedo había permitido diseñar ligeros buques torpederos cuyo principal armamento ya no eran los cañones y cuyos torpedos podían darle un disgusto a cualquier acorazado al que pudieran acercarse con su gran velocidad. Para defenderse de los torpederos se creó un barco más ligero que los cruceros, rápido, armado con cañones y torpedos, y que con el tiempo, y añadiendo unas cargas de profundidad, se convertiría en el barco de guerra versátil por excelencia: el destructor. Y una vez vistos los tipos de barcos que se iban a enfrentar, volvamos a nuestro relato.

Habíamos dejado a la flota alemana internándose en el mar del Norte sin saber que, alertados de que algo se estaba cociendo, los barcos de la Royal Navy habían zarpado de Escocia unas 3 horas antes de que los alemanes se hicieran a la mar. Nada menos que 150 barcos divididos en dos grupos principales: el grueso de la flota, dirigido por el almirante Jellicoe, y un grupo menor formado principalmente por 6 cruceros de batalla y 4 acorazados dirigidos por el almirante Beatty. Ambos grupos debían encontrarse en el mar del Norte para enfrentarse juntos a la amenaza alemana, fuese la que fuese, pero antes de llegar a la cita, hacia las dos de la tarde, los barcos de Beatty se dieron de bruces con la avanzadilla alemana.

El comandante inglés, hombre agresivo, se lanzó sobre sus enemigos, que emprendieron la retirada. La ventaja en teoría era para los británicos, con sus 6 cruceros de batalla y 4 acorazados contra 5 cruceros de batalla alemanes, pero en la guerra no todo depende del número: la visibilidad era mala, especialmente hacia el este, lo que favorecía a los alemanes. Además, los acorazados de Beatty tardaron en reaccionar a la señal y su lentitud hizo que en la práctica se vieran en paralelo los 6 cruceros de batalla británicos y los 5 alemanes. A eso de las dos de la tarde, los barcos empezaron a cañonearse de lo lindo mientras navegaban hacia el sur, donde el grueso de la flota alemana se acercaba a toda máquina.

¿Por qué Beatty se acercó tanto a la avanzadilla alemana? Los cañones de grueso calibre de sus acorazados tenían tal alcance que habrían podido acertar a los barcos alemanes manteniéndose fuera del campo de tiro de éstos. ¿Fue la mala visibilidad la que le hizo juzgar mal la situación? ¿Un exceso de agresividad? ¿Quizás pensaba que los acorazados no se quedarían tan atrás? El caso es que los alemanes tenían un buen día: a eso de las 4 de la tarde alcanzaban al Indefatigable, cuya munición explotaba y se iba a pique con más de mil marineros a bordo. Menos de media hora más tarde el Queen Mary seguía el mismo destino. Beatty, que por un momento pensó que había perdido también un tercer crucero de batalla, llegó a soltar un exabrupto que se haría famoso: There seems to be something wrong with our bloody ships today. Lo podríamos traducir con un castizo No sé qué coño les pasa hoy a nuestros putos barcos.

Pero las cosas iban a cambiar muy pronto, porque en el horizonte estaba haciendo su aparición el grueso de la flota alemana obligando a la flotilla de Beatty a virar en redondo para huir hacia el norte. Un momento antes la avanzadilla alemana guiaba a Beatty hacia una trampa y ahora Beatty llevaba a los 99 barcos de la flota alemana al encuentro de los 150 buques de la armada británica. Todo indicaba que el almirante Jellicoe iba a tener ante sí la oportunidad de aniquilar la flota de superficie alemana.

Estuvo a punto de lograrlo. Aprovechó su ventaja tanto como pudo y las acciones que se sucedieron hasta la llegada de la noche muestran su superioridad, pero los alemanes, ahora a la defensiva, lanzaron a todos sus destructores y torpederos contra los buques enemigos en un intento desesperado de abrirse paso y escapar de la trampa en la que se habían metido.

Funcionó. Jellicoe, no queriendo arriesgarse a verse envuelto en un enjambre de torpedos, maniobró para evitar a los buques ligeros, dando a los alemanes un respiro hasta la llegada de la noche. Jellicoe, que sabía que las acciones nocturnas eran tan arriesgadas como jugar a la ruleta, no estaba dispuesto a perder su superioridad naval en un combate nocturno en el que la técnica alemana era superior. Prefirió intentar cortar la retirada a los barcos alemanes y esperar al amanecer, pero la armada alemana consiguió deslizarse en la oscuridad entre los buques adversarios y regresar a puerto.

Las pérdidas británicas fueron los dos cruceros de batalla que ya he mencionado, un tercero que resultó hundido en la acción entre las flotas principales, tres cruceros acorazados y siete destructores. Los alemanes sólo perdieron un crucero de batalla al que se añadieron otros buques de menor tamaño: cinco cruceros ligeros y otros tantos destructores. Tanto en tonelaje como en bajas, las pérdidas británicas doblaban a las alemanas y la propaganda germana no tardó en pregonar que la invencibilidad inglesa en el mar había desaparecido.

Muchos ingleses pensaron lo mismo y Jellicoe fue criticado por haber desaprovechado la oportunidad de acabar con la flota alemana cuando tenía tan gran superioridad numérica. Las críticas también alcanzaron a Beatty, que al principio de la lucha desaprovechó sus 4 acorazados para entrar en un combate incierto en el que sufrió las mayores pérdidas de la batalla. Pero estas opiniones no son unánimes y la controversia llega hasta hoy, porque muchos piensan que Jellicoe, al evitar un combate nocturno en el que se podría haber visto en desventaja, garantizó que la supremacía británica en el mar se mantuviera intacta, aun concediendo a sus rivales una victoria táctica.

Puede que la Royal Navy perdiera el combate, pero el resultado fue una derrota estratégica para Alemania. El plan de Scheer pretendía equilibrar las fuerzas, pero la flota de superficie alemana seguía en situación de inferioridad tras la batalla y ya no volvería a intentar ninguna acción de relevancia en todo el conflicto. Los alemanes se vieron forzados a recurrir de nuevo a la guerra submarina, lo que a la larga llevó a los Estados Unidos a entrar en la guerra, como ya sabemos, asegurando así que la derrota alemana fuera inevitable.

Desde ese punto de vista, las acciones de Jellicoe son acertadas puesto que aseguró la superioridad británica en el mar, que al fin y al cabo, era su misión. Por supuesto, resultaba frustrante para la opinión pública que la flota heredera del almirante Nelson, con una superioridad aplastante, no hubiese sido capaz de aniquilar a sus enemigos teniéndolos a tiro, pero el efecto final fue el mismo, puesto que la flota alemana de superficie tuvo tanta relevancia durante el resto de la guerra como habría tenido de haber resultado destruida.

Posiblemente, el mejor resumen de lo ocurrido lo ofrezca Winston Churchill, que definió a Jellicoe como el único hombre de ambos bandos que podría perder la guerra en una tarde. Que no lo hiciera es motivo suficiente, por muchos errores que cometiera, para guardarle cierta consideración.