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Hay que ver lo que nos gusta exagerar. Es abrir un periódico y encontrarse con que cualquier hecho destacable se califica de histórico y a la menor tarea se le denomina hazaña, cuando no gesta. Si el mismo periódico lo abrimos por las páginas de deportes, la gesta será además heroica.

Todo esto viene a cuento de haber leído en algún momento reciente la expresión «fin de una era». No recuerdo si se trataba de la retirada de algún deportista, de un vuelco electoral en algún país o de la decadencia de la prensa escrita. Sí recuerdo haber pensado que para fin de una era el que vivieron en Constantinopla en el siglo XV con los turcos a las puertas de la ciudad mientras desaparecía el último resto del Imperio Romano. Como juego mental empecé a pensar en momentos históricos que hubiesen supuesto de verdad un punto final. (Sí, a veces pienso cosas muy raras. Afortunadamente rara vez las digo en voz alta). Salieron varios: la Revolución Francesa, el inicio de la Edad Media, la caída de Tenochtitlán… En una reflexión posterior muchos de ellos resultaban un punto y seguido o un punto y aparte, pero un punto final son palabras mayores.

En eso estaba cuando recordé un hecho especialmente misterioso y que sí supuso una ruptura absoluta con el mundo anterior. Hay que retroceder mucho en el tiempo: hasta el año 1.200 antes de Cristo y viajar hasta el Mediterráneo Oriental, que era por aquel entonces una región tan conflictiva como ahora, o más.

Allí estaban por ejemplo los hititas, que formaban un imperio cuyo territorio venía a ser el de la actual Turquía. Se podrían haber extendido más al sur, pero chocaron con los egipcios en territorio de la actual Siria. El lugar exacto en el que se vieron las caras se llamaba Qadesh. Ramsés II volvió a Egipto desde allí presumiendo de haber conseguido una gran victoria, pero las fuentes hititas dicen lo contrario. Si hubo un vencedor no debió de serlo con mucha claridad, porque ni los hititas siguieron hacia el sur ni los egipcios avanzaron más hacia el norte. Algunos años después de la batalla ambos imperios firmaron un tratado de paz (que, por cierto, se conserva) y en la fecha que nos ocupa mantenían, al parecer, buenas relaciones.

Para completar el cuadro de la región nos falta el mundo griego, o mejor dicho los antepasados del mundo griego. En Creta la civilización minoica estaba en retroceso, pero la iban relevando los micénicos, como demuestra la mayor presencia de elementos de esa cultura en la isla. Los principales centros de esa civilización son Micenas (por algo se habla de cultura micénica), Tirinto, Argos y algunas ciudades más como Tebas e incluso Atenas. No conocemos demasiado de estos pueblos de la Edad del Bronce, aunque sí lo suficiente como para saber que no podemos hablar de un imperio micénico puesto que ninguna ciudad destaca tanto sobre las demás como para ser la sede de un gran estado.

Parece más bien que las ciudades eran estados independientes dirigidos por un wanax o rey. Ese título nos lo han transmitido los propios micénicos, ya que conocían la escritura. Utilizaban dos sistemas, que hoy conocemos como lineal A y lineal B. El primero sigue sin descifrar, pero los arqueólogos sí han conseguido leer el lineal B. Por lo demás hay una característica que destaca de las ciudades micénicas, aunque hay excepciones: las murallas. Es muy conocida la muralla de Micenas, con su célebre Puerta de los Leones (en la foto), aunque la más gruesa es la de Tirinto.

Foto de Andreas Trepte tomada de Wikipedia

El caso es que esta civilización desapareció a finales del siglo XIII a.C. La fecha convencional es el año 1200 y a partir de aquí poco se puede contar de Grecia hasta la época arcaica, unos 4 siglos más tarde. Es la llamada Edad Oscura, una época muy mal conocida, entre otras cosas porque no hay fuentes escritas. Un momento, ¿no hay nada escrito? Pero habíamos dicho que los micénicos conocían la escritura, ¿verdad?

Y ahí está lo misterioso del asunto: el hundimiento micénico fue tan completo que su cultura desapareció hasta el punto de que algo tan esencial como la escritura cayó en el olvido. Cierto que en la antigüedad era raro saber escribir, pero es que ni siquiera quedó un grupo de escribas que transmitieran sus conocimientos a la siguiente generación. Podríamos comparar la situación con la creada al principio de la Edad Media, pero esto tampoco es exacto, ya que la Iglesia sirvió de refugio cultural tras la caída de Roma. Cierto que de una civilización urbana se pasó a una rural, pero si ya no existían bibliotecas como las del foro de Trajano, quedaban las de los monasterios. Sin embargo en la Grecia del siglo X a.C. nadie recordaba el esplendor anterior.

Nadie… con algunas excepciones, como demuestran los poemas homéricos. En ellos se describe un mundo que corresponde al de la Edad del Bronce, pero con errores que indican que la memoria que se guardaba era muy escasa. Cuando los griegos de la época arcaica y clásica recitaban a Homero hablaban de una geografía que parece corresponderse con la de la época micénica. Las armas son de bronce y algunas descripciones cuadran con los restos arqueológicos, pero gran parte de lo que se cuenta parece reflejar la Edad Oscura.

Así, aunque en la Odisea se describen palacios nunca se menciona a los escribas, que debían de ser figuras importantes en la cultura micénica. En la Ilíada se mencionan carros de guerra, lo que demuestra que existía memoria de su existencia, pero su empleo no tiene nada que ver con el uso de de un carro de guerra histórico: los héroes homéricos se limitan a ir a la batalla en carro, lanzando quizá alguna jabalina desde él, para más adelante combatir a pie. Nada de usar una formación de carros como fuerza de choque o como plataforma de tiro. Aunque quedaba un pequeño recuerdo de que alguna vez se habían usado, se había olvidado por completo el cómo.

¿Pero cómo pudo desaparecer tan súbitamente aquella civilización? Ha habido explicaciones de todo tipo. Puede que hubiera alguna gran guerra y desde luego murallas como las de Tirinto o Micenas no se erigen para adornar la ciudad. La hipótesis de unas invasiones dorias desde los Balcanes está actualmente descartada. ¿Pero cuál es la explicación, entonces? ¿Catástrofes naturales tales como terremotos potentes? Puede ser. ¿Alzamientos internos? Quizá. ¿Luchas entre los distintos reinos? Es posible. ¿Una combinación de todo lo anterior? Seguramente.

Para darle un poco más de misterio al asunto, el Imperio Hitita desaparece precisamente en esas mismas fechas, que coinciden con el momento en el que Egipto se enfrentaba a unos enigmáticos enemigos a los que algunos documentos egipcios denominan «pueblos del mar». ¿Fueron ellos los causantes de la desaparición de hititas y micénicos? Es imposible saberlo.

Los pueblos del mar. Suena bien al oído. Por eso siempre me ha parecido la explicación más llamativa, aunque no tiene por qué ser la real: dos civilizaciones pujantes que desaparecen súbitamente a manos de unos misteriosos asaltantes de poético nombre. Con argumentos más endebles se podría rodar una película de éxito. Qué digo… ¡un taquillazo! O toda una serie, al estilo de Juego de Tronos pero ambientada en Micenas. Ahí queda la idea, para productores con inquietudes. Si alguno quiere lanzarse y contratarme como asesor histórico, estoy disponible.