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Al fin hay nuevo Presidente de la República Francesa y, esta vez, los oráculos han acertado. Menos mal, porque llevaban una racha en la que no daban una: que si el Brexit, que si las elecciones estadounidenses… el caso es que siempre hay alguien capaz de explicar por qué los sondeos fallaron: la gente, que responde una cosa en las encuestas y luego vota otra. Qué malvados.

Cuando se trata de temas técnicos, en los que no vale una encuesta al público en general, se usa a veces el método Delphi, que consiste en enviar un cuestionario a varios expertos (por ejemplo: ¿cómo serán los medios de transporte dominantes en el futuro: aviones supersónicos, ferrocarriles de alta velocidad, aviones subsónicos de poco consumo, autopistas…?). Los resultados se envían de nuevo a los expertos, que deben volver a responder en una nueva ronda tras conocer la opinión de sus colegas. El proceso se puede repetir varias veces hasta que se alcanza una especie de consenso.

Por un método u otro, se trata de tener una predicción de qué va a ocurrir en el futuro. Luego el futuro hace lo que le da la gana, claro, y la precisión de los resultados puede dejar mucho que desear, pero no por ello se deja de intentar sondearlo.

Y así, sin casi darnos cuenta, hemos entrado en un terreno familiar para este blog, puesto que he mencionado la palabra Delphi, que es la forma inglesa de decir Delfos, la localidad griega en la que estaba el oráculo más famoso del mundo antiguo. En aquellos tiempos no se consultaba el futuro a los expertos, sino directamente a los dioses. Eran muchos los santuarios que albergaban un oráculo, y algunos eran muy prestigiosos, como el de Zeus en Dodona, donde los sacerdotes interpretaban la respuesta a partir del rumor de las hojas de los árboles. El de Anfiarao, en Oropos, era el más original porque quien allí se dirigía debía echarse a dormir, tras seguir determinado ritual de purificación, para soñar con una respuesta.

Pero el más célebre oráculo era el de Delfos, dedicado a Apolo. En él la Pitia, que era la mujer que servía de intermediaria del dios, masticaba hojas de laurel y se sentaba en un trípode sobre una grieta de la que salían vapores volcánicos. Fuese por los gases de las entrañas de la tierra, por el laurel o por la presencia real de Apolo, la mujer entraba en un trance en el que balbuceaba palabras que parecían no tener sentido, pero que eran interpretadas por los sacerdotes para dar una respuesta.

Si el oráculo era tan famoso debía de ser por algo y tampoco es de extrañar que muchas respuestas fueran atinadas: despues de todo, allí acudía gente de todo el mundo griego e incluso de fuera de él. Muchas decisiones trascendentales, incluyendo cuestiones de alta política, no se tomaban hasta que Apolo se había pronunciado, por lo que a Delfos llegaban consultas de todo tipo y se recogía información valiosísima que se podía utilizar para dar respuestas muy razonables. No es tan diferente de lo que hace una consultora.

El oráculo de Delfos era también famoso por lo oscuras y ambiguas que podían llegar a ser sus predicciones. El ejemplo más célebre es la consulta que hizo Creso, rey de Lidia. Ésta era una región de Asia menor en Anatolia… pero nada como un mapa para verlo con claridad. En él la región que controlaba Creso está coloreada en marrón y la línea roja es la máxima expansión del país unos 100 años antes. El río Halys, al este, marcaba la frontera con el imperio persa, o imperio medo si se prefiere, puesto que para los griegos ambos términos se confundían.

400px-Map_of_Lydia_ancient_times-es.svgMapa tomado de Wikipedia

Creso quiso saber cuál era el oráculo más certero de todos y para ello envió emisarios a los principales de entre ellos pidiendo que se les hiciera la misma consulta en un día determinado de antemano. La pregunta era ¿qué está haciendo Creso en este momento?. Cuando llegaron las respuestas sólo encontró totalmente satisfactoria la de Delfos, que decía, en versos hexámetros como era costumbre:

Conozco el número de los granos de arena y las dimensiones del mar. Al sordomudo comprendo y al que no habla oigo. A mis sentidos llega el aroma de una tortuga de piel rugosa, que en recipiente de bronce se cuece junto a carne de cordero. Bronce tiene debajo y bronce la recubre.

Era verdad. Creso había decidido hacer algo difícil de adivinar y en el día señalado descuartizó una tortuga y un cordero y los puso a cocer en un caldero de bronce con tapa de bronce. Después de este acierto, Creso envió riquísimos presentes a Delfos (por algo su nombre sigue empleándose como sinónimo de multimillonario) y le hizo importantes consultas. En una de ellas preguntó si su reinado sería duradero y la respuesta fue que no debería avergonzarse de huir el día en que un mulo fuera rey de los medos, lo que parece equivalente a decir “vas a ser rey hasta que las ranas críen pelo”. Animado por este vaticinio Creso ordenó preguntar si debía emprender la guerra contra los persas y el oráculo respondió que de hacerlo pondría fin a un gran imperio.

Con estos augurios Creso se lanzó a la conquista del imperio persa y salió escaldado. Fue derrotado y capturado y se salvó de la ejecución in extremis, aunque finalmente consiguió congraciarse con el emperador persa, Ciro, que lo mantuvo a su lado como consejero y le permitió enviar un heraldo a Delfos con la misión de preguntar a Apolo si tenía por costumbre engañar a sus fieles. La respuesta de Apolo fue esta vez de lo más clara. Se dividía en tres partes:

1.- Ni siquiera los dioses pueden escapar al destino y en el de Creso estaba decidido que expiara cierta traición de un bisabuelo suyo. Aun así, Apolo había logrado aplazar el desastre y salvar a Creso cuando su ejecución parecía inminente.

2.- El oráculo había dicho que Creso pondría fin a un gran imperio y era verdad: había puesto fin al reino del propio Creso, que no había sabido interpretar el vaticinio.

3.- Era cierto que un mulo era rey de los medos ya que Ciro era hijo de una mujer meda de alta alcurnia y de un padre persa de condición más humilde. Así que, en sentido figurado, Ciro era el mulo al que se refería la profecía.

Visto así, los sacerdotes de Delfos tenían toda la razón. Al menos así lo reconoció Creso, que sabía perder con deportividad. Y si él aceptó las explicaciones de Apolo, no seré yo quien le lleve la contraria.

Es más, me encantaría que el tempo de Apolo siguiera en pie, recibiendo las consultas de gobernantes de todo el mundo, y emitiendo enigmáticos vaticinios. Las interpretaciones podrían ser tan erróneas como las de las encuestas de la actualidad, pero no se puede negar que el sistema de Delfos, con sus respuestas en verso y su ambigüedad calculada, tenía mucho estilo.

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