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El vuelo sin fin del «Pájaro Blanco»

18 viernes Ago 2017

Posted by ibadomar in Aviación

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Amelia Earhardt, Aviación, Charles Lindbergh, Charles Nungesser, François Colli, Fred Noonan, Jean Mermoz, Joaquín Collar, Levasseur, Mariano Barberán, Nieuport, Oiseau Blanc, Siglo XX

Cuando escribí el artículo anterior mencioné que este año se celebra el 70 aniversario de las pruebas en vuelo del Proyecto Tormenta, pero no es el único hecho señalado de aquel año 1947 en lo que se refiere a aviación. Aquel mismo año, un piloto sobrepasó la velocidad del sonido y vivió para contarlo por primera vez (y todavía lo cuenta a sus 94 primaveras). Sin embargo, he preferido remontarme otras dos décadas en el tiempo para recordar que en este 2017 se cumplen 90 años desde que se cruzó el Atlántico Norte en un vuelo sin escalas. Pero en lugar de hablar de Lindbergh, el hombre que logró la hazaña volando solo durante más de 33 horas, voy a dedicar el artículo a quienes podríamos decir que quedaron segundos en aquel intento.

Quedar segundo no es la mejor de las expresiones en este caso, puesto que no había medalla de plata ni de bronce para quienes competían por el premio Orteig, así llamado por el empresario que en 1919 ofreció 25.000 dólares de la época a quien lograra cruzar el Atlántico sin escalas volando entre las ciudades de París y Nueva York, sin importar si el trayecto se realizaba en sentido Este u Oeste.

Ya sabemos que el premio se lo llevó Charles Lindbergh, al aterrizar en Le Bourget el 21 de mayo de 1927, pero apenas dos semanas antes, el 8 de mayo, dos aviadores franceses salían de París con la intención de realizar el mismo trayecto, sólo que volando hacia el Oeste. Se llamaban Charles Nungesser y François Coli. Su avión, un biplano Levasseur, había sido bautizado como L’Oiseau Blanc, El Pájaro Blanco. Muy apropiado, teniendo en cuenta que blanco era el color del avión, aunque el macabro emblema personal de Nungesser rompía la monotonía cromática.

Nungesser y Coli junto a su avión

Lo vemos en la imagen: un corazón negro con la calavera y las tibias además de un féretro entre dos candelabros. Esta imagen había acompañado a Nungesser en el fuselaje de todos los aviones que había volado desde que era piloto de caza, durante la Primera Guerra Mundial.

Era un emblema peculiar para un hombre fuera de lo corriente que a los 15 años, en 1907, había dejado su Francia natal para trabajar con un tío suyo que vivía en Brasil y que al llegar a destino se encontró con que su tío ya no vivía allí. El joven Charles Nungesser no se desanimó por ello y recaló en Argentina, donde fue boxeador, conductor de coches de carreras, aprendió a pilotar aeroplanos, consiguió encontrar a su tío… se podría escribir toda una novela sólo con las aventuras de aquel joven, que en 1914 volvería a Francia para comenzar la guerra en un regimiento de húsares antes de lograr, en noviembre de aquel año, ser transferido al servicio de aviación.

El Nungesser piloto era lo más parecido a un personaje de película: juerguista y mujeriego en cuanto podía escaparse a París, pero uno de los mejores en combate. Uno de esos hombres capaces de ganarse un arresto por ausentarse sin permiso para probar su nuevo avión y ser condecorado con la Croix de Guerre por obtener su primer derribo durante ese vuelo no autorizado.

Nungesser podía ser a la vez el orgullo y la pesadilla de sus oficiales. En noviembre de 1915, volvió a meterse en líos cuando su escuadrilla recibió los primeros aviones del tipo Nieuport 11, un biplano pequeño, ligero y ágil. Nungesser se entusiasmó tanto que se dedicó a demostrar sus cualidades con una exhibición acrobática sobre la ciudad de Nancy, haciendo piruetas junto a las torres de la catedral y recorriendo la avenida principal a menos de 10 metros de altura. En la población cundió momentáneamente el pánico hasta que se descubrió que no se trataba de un avión hostil sino de un insensato. Cuando Nungesser aterrizó en el aeródromo de Melzéville ya estaba esperándole su capitán, que había recibido una llamada telefónica desde la ciudad, para echarle una bronca monumental que terminó con estas memorables palabras: ¡Su misión no es aterrorizar a los civiles franceses sino a los soldados alemanes! De manera que si tiene ganas de hacer acrobacias, vaya usted a hacerlas sobre las líneas enemigas! Nungesser, genio y figura, despegó inmediatamente, repitió la exhibición sobre las líneas alemanas y regresó para presentarse ante el capitán con un ¡misión cumplida!

Ocho días de arresto le valió la hazaña, aunque el mismo capitán le levantó la sanción y le recomendó para la Legión de Honor cuando dos días después consiguió su segundo derribo. Nungesser logró sobrevivir a la guerra con 43 derribos confirmados, un  montón de condecoraciones y diecisiete heridas, incluyendo una fractura de cráneo. Llegó a necesitar ayuda para conseguir subir a su avión y, tras la guerra, siempre necesitó un bastón para ayudarse a caminar.

Foto tomada de Wikipedia

Con la paz intentó algunos negocios, como una escuela de vuelo que no llegó a tener el éxito que se esperaba, así que se fue a Hollywood para participar en el rodaje de The Sky Raider, película hoy perdida en la que se interpretaba a sí mismo como protagonista de sus propias hazañas aéreas.

Pero Nungesser estaba hecho para las grandes proezas y por eso decidió intentar una empresa a su medida: el cruce del Atlántico Norte. Es posible que se hubiese decidido por intentar el vuelo en solitario, pero el constructor Levasseur preparó un biplaza en el que habría dos tripulantes: piloto y navegante. Y no había duda de que si se trataba de calcular la propia posición y trazar la ruta correcta para llegar a destino el mejor navegante que se podía encontrar, en una época en la que no existían las radioayudas, era François Coli.

Coli era también un veterano de la Primera Guerra Mundial. Marino de profesión, no encontró un puesto en la Armada Francesa al estallar la guerra, así que acabó en infantería. Herido en combate, fue declarado no apto para la guerra en tierra y se le trasladó a aviación. Llegó a ser jefe de la escuadrilla 62, dedicada principalmente al reconocimiento aéreo, y obtuvo varias condecoraciones, aunque también perdió un ojo como consecuencia de un accidente durante un vuelo.

Tras la guerra, Coli participó en varios de los raids que tanta atención atraían en la época. Siendo tuerto, no era la mejor opción como piloto por su falta de visión espacial, pero a cambio era un navegante de primera. En 1919 atravesó el Mediterráneo volando de Marsella a Argel, ida y vuelta en un mismo día, en compañía del piloto Henri Roget. Aquel mismo año, Coli y Roget realizaron un vuelo entre Francia y Marruecos, con varias escalas, en el que batieron un record de distancia.

Coli había decidido optar al premio Orteig, para quien lograra el cruce del Atlántico Norte, en compañía de otro veterano de la guerra, Paul Tarascon. Sin embargo un accidente durante las pruebas dejó a Tarascon con quemaduras lo bastante graves como para abandonar la idea. Coli necesitaba otro compañero y no desperdició la oportunidad de asociarse con Nungesser.

La empresa no iba a ser fácil, puesto que los vientos predominantes en el Atlántico Norte proceden del Oeste, por lo que sería más sencillo hacer la travesía saliendo de Nueva York, pero esto no arredró a los dos hombres. Coli preparó cuidadosamente la ruta y con Nungesser a los mandos el Pájaro Blanco despegó muy temprano el 8 de mayo. Varios aviones lo escoltaron hasta Étretat, en la costa francesa, desde donde continuó el vuelo sin compañía. Jamás se volvió a saber de ellos.

Es cierto que hubo avistamientos de un avión blanco sobre Irlanda, pero no se puede confirmar que fuera L’Oiseau Blanc. El 9 de mayo se propagaron los rumores de que el avión había sido visto ya sobre América e incluso algunos periódicos franceses llegaron a publicar la noticia del final feliz de la empresa; pero la realidad era que en Nueva York se esperaba en vano. A partir de determinado momento estaba claro que el avión, agotado el combustible, ya no estaba en el aire. ¿Se habría visto forzado a aterrizar antes de su objetivo? ¿Se habría estrellado? ¿Se habrían perdido?.

Se cree que Nungesser y Coli llegaron a atravesar el océano y que pudieron estrellarse en Terranova, donde las condiciones eran desfavorables, pero nada es seguro. En su día se llegó a ofrecer una recompensa de 25.000 dólares, la misma cantidad del premio Orteig, a quien consiguiera encontrarlos y aún hoy se siguen organizando expediciones de búsqueda que no han logrado resultados definitivos.

Si lo que cuenta la leyenda es cierto, es inútil buscar a Nungesser y Coli en Terranova porque ahora forman parte de un selecto club que cuenta con miembros tan ilustres como el también francés Jean Mermoz, los españoles Mariano Barberán y Joaquín Collar o los norteamericanos Amelia Earhardt y Fred Noonan. El club de los aviadores que, tras alcanzar el cielo con su avión, deciden quedarse en él.

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Una ametralladora para Roland Garros

12 sábado Nov 2016

Posted by ibadomar in Aviación, Historia

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Etiquetas

Aviación, Fokker, Historia, Marne, Morane-Saulnier, Nesterov, Nieuport, Primera Guerra Mundial, Quénault, Roland Garros, Siglo XX

Ya es 12 de noviembre, que es tanto como decir que este blog está de aniversario. Cinco años llevo publicando artículos, aunque sea un tanto irregularmente, lo que dice bastante de mi constancia y de la paciencia de quienes me leen. Celebremos ambas de la única manera lógica posible: con un nuevo artículo.

Si algo tiene este blog de peculiar es que no tiene una temática definida. Hay predominio de los artículos de Historia, seguidos de los de aviación, pero sin que el blog tenga por qué limitarse a ellos. Además, una tradición autoimpuesta me obliga a publicar un artículo sobre la Primera Guerra Mundial en cada aniversario. Con esas premisas sería lógico que el blog estuviese plagado de artículos sobre aviación en la Primera Guerra Mundial. Pues no. Mira que podrían dar juego, pero no hay ni uno solo. Hasta hoy.

Aquella contienda cambió el mundo de muchas maneras, en buena medida porque se desarrollaba entre naciones plenamente industrializadas en un momento en que la tecnología abría unas posibilidades mecánicas impensables hasta poco antes. Las ametralladoras automatizaban la tarea de disparar un tiro tras otro, la artillería contaba con cañones de potencia nunca vista, la industria química aportaba los gases venenosos y, gracias a los aviones y submarinos, la guerra dejaba de estar limitada a la superficie terrestre y marítima para subir a los cielos y bajar a las profundidades.

En realidad la guerra aérea no era una novedad completa. La observación militar por medio de globos se empleó por primera vez en 1794 y el uso de la aeronave más pesada que el aire con fines militares empezó apenas 8 años después del vuelo de los hermanos Wright. Fue en 1911, cuando los italianos emplearon aeroplanos en Libia, no sólo para observación, sino también para ataque a tierra. Tan pronto como empezó la guerra en Europa, los aviadores se convirtieron en los ojos de los ejércitos y así fue como Francia pudo detener la embestida alemana en el Marne gracias a las informaciones obtenidas desde el aire, como ya publiqué en otra ocasión.

Ver es bueno, pero ver sin ser visto es mucho mejor, sobre todo cuando se está en guerra, y pronto se buscó la manera de derribar a los aviones enemigos y asegurar la protección de los propios. Al principio se intentó usar armas ligeras, manipuladas por un observador mientras el piloto se dedicaba a controlar el avión, pero es difícil acertar a un blanco en movimiento desde una plataforma también móvil. Aunque siempre se podía intentar el sistema del piloto ruso Piotr Nikolayevich Nesterov, que embistió con su avión a un aparato enemigo. Posiblemente esperaba retomar el control tras la colisión porque era un piloto experimentado (en 1913 se convirtió en el primer hombre en hacer un looping, hazaña que le valió un arresto por poner en peligro su avión innecesariamente), pero no llevaba cinturón de seguridad y salió despedido. Consiguió el derribo pero perdió la vida, demostrando que ese tipo de ataque no era práctico.

Estaba visto que derribar un avión no era fácil. Hacía falta mucha suerte para lograrlo con un solo disparo, de manera que la mejor forma era disparar muchas veces y muy deprisa, cuanto más mejor. Es tanto como decir que se necesitaba una ametralladora; y una ametralladora llevaba Louis Quénault, observador en un biplaza Voisin 3LA, cuando el 5 de octubre de 1914 consiguió el primer derribo confirmado de la Historia. El primer derribo «ortodoxo», se entiende, puesto que Nesterov se había adelantado en un mes. Lo curioso es que Quénault agotó la munición de su arma sin éxito y consiguió su propósito utilizando un fusil.

Pero el problema de apuntar desde una plataforma en movimiento a un blanco móvil seguía, aunque se podía simplificar si se disparaba en la dirección del avance. En ese caso, se podría lograr incluso que el mismo piloto manejara el arma, ya que no sería necesario apuntar, sino dirigir el avión hacia el blanco. El concepto estaba claro, pero había un problema: ¿cómo disparar hacia adelante sin destruir la propia hélice?

Los ingleses resolvieron el problema eliminando la hélice. Bueno, no del todo, simplemente la colocaron detrás, empujando en lugar de tirar. No era una solución tan rara como parece, de hecho el Voisin de Quénault también tenía la hélice detrás. Eso determinó el diseño de los primeros cazas ingleses que fueron del tipo F.B.5, fabricados por Vickers Ltd, y que llegaron a Francia en febrero de 1915. Seguía siendo un biplaza, pero por primera vez se había construido un avión pensado para derribar a sus enemigos. Un avión de combate.

vickers_fb-5_gunbus_2345_g-atvp_yvtn_09-07-66_edited-3Réplica de un F.B. 5. Imagen sacada de Wikipedia

Enfrentados al mismo problema, los franceses optaron por un monoplano monoplaza. La ametralladora se instalaba fija sobre el capó y se buscaba la manera de que los proyectiles no provocaran daños. La solución fue de lo más pedestre: instalar unas chapas protectoras en la hélice. El sistema era peligroso (al menos dos personas murieron durante los ensayos en tierra por balas rebotadas) y poco práctico puesto que los impactos no dejaban de hacer sufrir la transmisión. Pero eran pocas las balas que impactaban en la protección, la mayoría pasaba limpiamente, y así fue como Roland Garros consiguió tres derribos en un par de semanas de abril de 1915 pilotando un Morane-Saulnier. Que un solo hombre lograra tales éxitos era impensable hasta entonces aunque se tratara de alguien de la reputación de Garros, famoso por su hazaña de atravesar en avión el Mediterráneo, en 1913, saliendo de Fréjus, en el sur de Francia y aterrizando en Bizerta, en el norte de Túnez.

1024px-morane-saulnier_l_in_french_markingsUn Morane Saulnier L, según Wikipedia

Pero, volviendo a 1915, la suerte dejó de estar con Roland Garros casi en seguida. Tras su quincena triunfal, su avión fue alcanzado por un tiro de suerte desde tierra. Con el motor averiado, se vio obligado a aterrizar y fue hecho prisionero. Los alemanes, encantados de haber acabado con la carrera del terror aéreo del frente occidental, no sólo habían capturado al piloto, sino que también tenían el avión y su sistema de protección de las palas de la hélice y se dispusieron a usarlo en provecho propio.

Pero no llegaron a hacerlo nunca. Cuando el ingeniero Anthony Fokker recibió el encargo de adaptar aquel método no perdió el tiempo con él porque ya estaba trabajando en algo mucho mejor: sincronizar los disparos con el giro del motor, de manera que la ametralladora no disparaba si tenía una pala en la línea de tiro. Los primeros monoplanos Fokker E.I con su ametralladora sincronizada llegaron al frente en el verano de 1915 y se convirtieron en el terror de sus adversarios. Con ellos y sus desarrollos posteriores, como el E.III, lograron sus primeras victorias pilotos tan célebres como Oswald Boelcke o Max Immelmann, que merecen artículo aparte.

1280px-fokker_m5k-mg_e5-15El temido Fokker E.I en imagen de Wikipedia

Aún se ensayarían otros sistemas, como el de montar la ametralladora sobre el ala superior de un biplano para que disparara por el exterior del círculo formado por la hélice al girar. Un buen ejemplo es el Nieuport 11, pero la solución de Fokker sería la que finalmente adoptarían todos los combatientes tarde o temprano.

De todos los protagonistas de esta historia el más conocido es Roland Garros, aunque por causas que nada tienen que ver con la guerra ni con la aviación. Permaneció prisionero hasta febrero de 1918, cuando consiguió escapar y volver a territorio francés, pero tuvo que adaptarse a tipos de avión totalmente diferentes a los que él había conocido. Consiguió un nuevo derribo confirmado (el cuarto de su historial), pero el 5 de octubre de 1918, apenas un mes y una semana antes de que terminara la guerra, fue a su vez derribado y muerto. Al día siguiente habría cumplido 30 años.

Pero hoy se le recuerda por otro motivo. En 1928 Francia tenía que organizar la final de la copa Davis de tenis y necesitaba unas canchas adecuadas para atender a  jugadores y público. El club deportivo Stade de France aportó el terreno para las obras, pero su presidente puso la condición de que las instalaciones llevaran el nombre de Roland Garros, amigo suyo desde que coincidieron en la Escuela de Comercio. Además, Garros y él habían sido compañeros en el equipo de Stade de France, pero no jugando al tenis sino al rugby. Por ese gesto de su amigo, hoy todo el mundo conoce el nombre de Roland Garros, aunque pocos saben quién era.

Nesterov, el piloto ruso que murió al embestir a un avión enemigo, también dio nombre a algo: a todo un pueblo, Zhovkva, situado en Ucrania, que fue rebautizado Nesterov en 1951 por el gobierno soviético. Pero tampoco por ello se le recordará, ya que en 1992, tras la independencia de Ucrania, el pueblo recuperó su nombre original. Para consuelo de sus admiradores, el asteroide Nesterov, descubierto en 1973, no ha cambiado de nombre.

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