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¡Stop, stop, stop!

14 domingo Feb 2016

Posted by ibadomar in Aviación

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Aviación, Control aéreo, Cultura de seguridad, Incidente aéreo

No hace mucho publiqué un artículo describiendo en qué consiste el control aéreo en el que incluía algunos ejemplos; pero como no hay nada más descriptivo que una situación real y no es raro que en este blog se cuelen casos de incidentes aéreos, vamos a ver uno que se produjo el verano pasado en el aeropuerto Midway de Chicago. Buena parte de la información la he sacado de la página Aviation Herald, puesto que aún no se ha publicado el informe del incidente, o bien yo no he sido capaz de encontrarlo.

Aquel día, 18 de junio de 2015, había dos aviones a punto de despegar desde pistas diferentes del aeropuerto. Uno de ellos era el Delta 1328 y otro el South West 3828. No se nos escapa que los indicativos suenan de forma parecida (los dos terminan en 28) y según Aviation Herald los pilotos de ambas aeronaves habían sido advertidos por control aéreo de la similitud para que estuvieran alerta. Los problemas comienzan cuando ambos aviones están ya en sus respectivas pistas de despegue y listos para comenzar a acelerar.

Veamos la situación en detalle. El Delta está en la pista 04R y el South West en la 31C. (Sobre la forma en que se da nombre a las pistas del aeródromo hay un artículo disponible pinchando aquí). Para mayor claridad, nada como ver el plano del aeropuerto. La posición y dirección de despegue del Delta 1328 vienen indicadas por la flecha roja, mientras que el South West 3828 está representado por la flecha azul. El punto de cruce de ambas pistas, aunque evidente de por sí, está marcado con la estrella de 5 puntas.

KMDW

El otro protagonista de nuestra historia es el controlador, que en este caso, al ocurrir los hechos en un aeropuerto, sí está en una torre de control y que autoriza a despegar al avión de South West Airlines. Para comprobar que las instrucciones llegan correctamente, los pilotos deben repetirlas antes de iniciar la acción correspondiente; de esta forma el controlador sabe que la instrucción ha llegado a destino y se va a ejecutar sin error, pero en este caso la respuesta no se recibe bien porque, aparentemente, hay dos aviones respondiendo a la vez. El controlador decide repetir la instrucción, pero de nuevo la respuesta no llega correctamente porque han respondido dos aviones.

Un momento después ocurría una de esas situaciones que constituyen la pesadilla de un controlador aéreo: los dos aviones inician la carrera de despegue a la vez, lanzándose hacia la intersección de ambas pistas. Aquí se acaban las sutilezas y empiezan las medidas drásticas. Es muy posible que el controlador se dirigiera en su comunicación sólo al Delta, pero la primera parte de la transmisión no salió al aire y sólo se oyó la segunda: «¡Stop, stop, stop!». La fraseología correcta, según la Organización de Aviación Civil Internacional, OACI, habría sido «Cancel Take Off» o bien «Stop immediately», pero como he dicho, no estaba la situación para detenerse en detalles de forma.

¿Qué puede hacer un piloto que acaba de iniciar la carrera de despegue y oye una comunicación tan tajante ordenando detenerse, aunque no esté seguro de si se dirige a él? Hacer un frenado de emergencia, por si acaso. Y eso fue lo que hicieron ambos pilotos. En realidad, según Aviation Herald, se interrumpió de golpe absolutamente todo el movimiento del aeropuerto, pero en estos casos vale más pasarse que no llegar.

Posiblemente la similitud de indicativos tuvo bastante que ver en el incidente, por mucho que los pilotos estuvieran avisados de antemano. Es un problema relativamente común, que ya en otro artículo puse como ejemplo ficticio, aunque en ese caso no situé la acción en una torre sino en un centro de control. Como no hay informe definitivo, no es posible saber el estado de las comunicaciones. Es muy fácil, a la vista de los hechos, cargar las tintas sobre el piloto de Delta, pero recordemos que un piloto no está solo en la cabina y si él cometió un error, también tuvo que cometerlo el copiloto. ¿Se recibió bien la comunicación, hubo alguna interferencia, funcionaron correctamente los equipos…? No lo sabemos y por eso es importante esperar al informe de los expertos y no sacar conclusiones precipitadas.

Naturalmente, los medios de comunicación recogieron los hechos y es fácil encontrar vídeos en Internet con fragmentos de programas de noticias en los que se describe la situación de una forma bastante dramática. Es cierto que hubo un incidente y es cierto que en este caso se llegó hasta la última barrera de seguridad, que es la capacidad de atención y observación de quien está a cargo, en este caso el controlador.

Sin embargo, una vez más comprobamos que para que haya un incidente se tienen que franquear varias capas de seguridad: al detectar que hay dos aviones de indicativo similar, se advirtió a las tripulaciones; el piloto equivocado tuvo que creer que la autorización de despegue era para él; al no estar seguro el controlador de que se hubiera recibido bien la orden repitió la autorización de despegue, que volvió a ser aceptada por dos aviones distintos y, por último, se emitió una orden tajante de detenerse.

La sensación que queda es la de que se ha evitado un accidente por poco. Pero lo normal es que alguna de las barreras previas funcione. Supongamos que tras hacer hincapié en la similitud de indicativos todo se hubiera desarrollado como ocurre habitualmente. En ese caso también se habría evitado un accidente, pero nadie lo sabría.

Es lo curioso de este tipo de trabajo: se supone que se cumple con la misión de evitar accidentes, pero si a mí me preguntaran cuántos he evitado no podría responder porque, sinceramente, no sé si he evitado alguno. Y la verdad es que, cuando me pongo en la situación del protagonista de nuestro ejemplo y pienso en lo que debió de pasar por su cabeza cuando vio a los dos aviones en carrera hacia un mismo punto, me alegro mucho de seguir con la duda.

 

 

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Trabajo de equipo

20 martes Oct 2015

Posted by ibadomar in Aviación

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Aviación, Control aéreo, IFATCA, IFR, Navegación aérea, Seguridad aérea, Técnica, VFR

Hoy, 20 de octubre, es el día del controlador aéreo, jornada que se creó hace algunos años con el fin de dar a conocer esta profesión. Puestos a celebrarlo, me parece que divulgar en qué consiste este trabajo es la mejor forma de hacerlo, puesto que así se cumple con la finalidad con la que IFATCA, la federación internacional que agrupa a los profesionales del control aéreo, instituyó la fecha.

ATCODAY2015

Cartel del día del controlador 2015

Hace tiempo me gustaba llevar a visitantes a mi lugar de trabajo (ahora es muy complicado por una normativa de seguridad un tanto exagerada). Era divertido porque la primera sorpresa que se llevaban era ver que no nos acercábamos a ningún aeropuerto y no íbamos a subir a una torre de control. “¿Pero los controladores no trabajáis en una torre?” era la primera pregunta. Bueno, pues algunos sí y otros, como yo, no. Es más, nunca he trabajado en una torre. Pero vayamos por partes.

El primero de los objetivos del control aéreo, tal y como los define la Organización Internacional de Aviación Civil (OACI), es evitar las colisiones entre aeronaves y, cuando se está en el área de maniobras de un aeropuerto, también entre las aeronaves y posibles obstáculos. Hay otros objetivos (mantener un flujo ordenado de tráfico, acelerar las operaciones en la medida de lo posible…) pero lo fundamental, la máxima prioridad, es evitar colisiones. Vamos a considerar diferentes situaciones para aclarar esta idea y ver también qué clases de controladores hay.

Empecemos en un aeropuerto. Por el momento nos limitaremos al área de maniobras, que es como se llama el conjunto formado por la pista de despegue y aterrizaje y las calles de rodaje, que son las calzadas por las que se mueven los aviones entre la plataforma (el área donde estacionan) y la pista. Hablamos por tanto de aviones que están en tierra. Los controladores aéreos deben, en este caso, evitar accidentes entre ellos y también con cualquier otro vehículo u obstáculo. Pongamos algunos ejemplos:

– Supongamos un avión que está rodando por una calle de rodaje y otro que está a punto de entrar en ella para dirigirse, desde la plataforma, a la pista de despegue. ¿Quién cede el paso al otro? En un aeródromo controlado lo decide el controlador.

– ¿Y si no encuentra a otro avión sino el coche de un señalero? También lo decide el controlador.

– ¿Y si son los bomberos del aeropuerto los que están llegando al cruce? Lo mismo.

– ¿Y si hay 8 aviones moviéndose por las calles de rodaje mientras que un tractor de remolque se dirige a la plataforma arrastrando a un noveno avión y un coche está haciendo una revisión de la pista? También en ese caso ordenan el tráfico los controladores, y hablo en plural porque con tanto movimiento es posible que el aeropuerto sea grande y tenga varias posiciones de control.

¿Y qué pasa con los aviones cuando están en el aire? En las cercanías del aeropuerto también los controlará la torre. El controlador autoriza a despegar (siempre tras echar una ojeada a la pista para asegurarse de que no hay nada ni nadie en ella) y a aterrizar (tras volver a mirar la pista), pero también los alrededores del aeropuerto están bajo su jurisdicción. En aeropuertos grandes, donde sólo hay vuelos instrumentales, como Barajas o El Prat, esto no es tan evidente, pero quien visite la torre de Cuatro Vientos o Sabadell verá al controlador dar instrucciones a los aviones para indicar quién aterriza antes:  “EC-XXX es número dos detrás de una Cessna 172 que está virando a final”.

Parte del arte del controlador de torre reside en afinar lo más posible con el tráfico: si tenemos varios aviones llegando para aterrizar y varios en el punto de espera para salir ¿tendrá tiempo un avión de despegar entre dos que aterrizan? ¿O será mejor dejar que aterricen todos y que despeguen a continuación los que esperan? Dependerá de las circunstancias, claro.

Un buen torrero conseguirá optimizar el uso de la pista, pero si se equivoca puede que alguno de los aviones que están a punto de aterrizar tenga que frustrar la maniobra debido a que la pista está ocupada por un avión que espera para despegar. Por eso a veces hay que pecar de prudente aunque eso provoque una demora. El peor escenario sería que un avión a punto de tomar tierra tuviera que frustrar porque otro estuviera, no sólo en la pista, sino en carrera de despegue. En ese caso tendríamos a dos aviones, uno literalmente encima de otro, ascendiendo a la vez. Nunca debe llegarse a tal caso, pero si se diera, el controlador también está para eso: para tragar saliva, apretar el culo (perdón por la expresión tan lamentable, pero en este caso es descriptiva… y exacta) y resolver el problema.

El controlador de aeródromo necesita ver la pista, el aeropuerto y sus alrededores y por eso se le ubica en una torre, para que tenga buena visibilidad. Pero cuando los aviones están lejos de los aeropuertos también están bajo control. Y aquí es donde dejamos de hablar de torres para referirnos a los centros de control.

Antes de seguir adelante será bueno aclarar la diferencia entre un vuelo VFR (visual), que es el que suelen hacer las avionetas, y uno IFR (instrumental). El piloto VFR necesita ver puntos de referencia exteriores para conocer su posición y realizar el vuelo, mientras que el IFR se basa en sus instrumentos. Podríamos decir que uno mira siempre al exterior de su avión, mientras que el otro mantiene la mirada dentro de la cabina sin importarle si fuera hay visibilidad o no, si es de día o de noche o si vuela dentro de una nube. El servicio que recibe cada uno por parte de control depende de cómo se haya clasificado el espacio aéreo (hay hasta siete clases distintas), pero en general podemos decir que los pilotos VFR cuidan de mantenerse apartados unos de otros mientras que los pilotos IFR confían en que sea un controlador aéreo quien realice esa función.

Existen técnicas para garantizar que los aviones mantengan una separación adecuada sin necesidad de sistemas de vigilancia, pero en la actualidad, en un país como España, el control aéreo de ruta se hace mediante radar. He mencionado la palabra separación, que es un término frecuente en el oficio: puesto que se trata de evitar colisiones, la norma obliga a que los aviones tengan una separación mínima entre sí (5 millas náuticas cuando están a la misma altitud, 1.000 pies en caso contrario). 5 millas son 9,26 Km. y eso parece mucha distancia, pero un avión a velocidad de crucero la recorre en unos 40 segundos y si dos aviones van de frente esas 5 millas son apenas 20 segundos.

Pero volvamos ahora a los centros de control. Los problemas de un controlador de ruta tienen lugar normalmente a gran altitud, casi en la estratosfera, y muy lejos de su ubicación. Un controlador del centro de control de Madrid puede estar ocupado, por ejemplo, en estudiar cómo mantener la separación de dos aviones que se van a cruzar en la vertical de Santiago de Compostela a 39.000 pies de altitud (casi 12 kilómetros). La solución, una vez más, depende de las circunstancias. Veamos algunos ejemplos:

– Si uno de los aviones se dirige a Oporto, tendrá que iniciar pronto el descenso. Se le puede ordenar que lo inicie un poco antes de lo habitual y así los aviones tendrán separación vertical.

– Se puede ordenar a uno de los aviones que vire unos grados (normalmente 10 o 15, pero puede que más) para asegurar que se crucen con más de 5 millas. A esto se le llama dar un vector.

– Si la ruta de uno de los aviones le lleva a virar en algún punto, se puede dar un directo, es decir ordenar que vaya directamente a un punto alejado de la ruta más allá del viraje incluido en ella, para conseguir lo mismo que con el vector.

Otro problema típico es tener un avión encima de otro, ambos en la misma ruta, y que el que está más alto se esté acercando a su destino, por lo que tendrá que descender atravesando el nivel de la otra aeronave. El controlador tendrá que actuar para asegurarse de que el descenso se hace sin infringir las separaciones mínimas.

También podemos mezclar varios problemas: el avión que se acerca a su destino y tiene que descender está al mismo nivel que otro con el que se cruzará en ocho minutos, pero tiene debajo a un tercero que sigue la misma ruta y al que no podemos obligar a virar porque eso crearía otro conflicto con una cuarta aeronave. Este tipo de problemas encadenados son la rutina habitual de un centro de control.

Cerca de los aeropuertos, los aviones, vengan de donde vengan, tienen que maniobrar de tal modo que terminen por formar una secuencia ordenada en la que todos mantengan la separación adecuada entre sí mientras forman una hilera que termina en el umbral de pista. Los controladores que se encargan de esto son los aproximadores. Su trabajo típico es ordenar rumbos (es decir dar vectores), altitudes y velocidades a los pilotos para conseguir que todos terminen por encajar ordenadamente en la secuencia.

Decía que es divertido llevar a visitantes al centro de control y una de las razones es que quienes no conocen este mundillo, aunque tienen una idea de cuál es la función de un piloto, desconocen la de un controlador. El visitante, tras ver un par de sectores de ruta y que se le explique cómo se está resolviendo algún conflicto, se acerca a aproximación y oye cómo un controlador está dando órdenes del siguiente tipo:

– Iberia 123 vire izquierda, rumbo dos cuatro cero.

– Air Europa 456 reduzca a 180 nudos.

– Vueling 789 descienda a 6.000 pies.

Le queda entonces la impresión de que el piloto se limita a cumplir órdenes y de que todas las decisiones se toman en la sala de control; pero eso tampoco es exacto. El piloto mantiene siempre el control de su avión y la responsabilidad sobre su propio vuelo, mientras que el controlador tiene la visión de conjunto de todas las aeronaves en su sector. Es un trabajo de equipo, aunque no siempre lo parezca.

Esto se hace evidente cuando las cosas se complican. Puede ser porque una nube tormentosa se coloca en el peor de los lugares, porque haya turbulencia a determinados niveles, porque surja una emergencia… en esos casos el intercambio de información es constante. Ahora el piloto no se limita a seguir dócilmente las órdenes: el Iberia 123 de hace un momento podría decir que no puede seguir el rumbo ordenado porque se metería en la tormenta, así que pide desviarse en otro rumbo diferente, siempre sujeto a la aprobación de control. El controlador por su parte dará las órdenes oportunas para dirigir el tráfico aéreo asegurándose de que ese imprevisto no crea conflictos entre aeronaves. Otra situación fuera de lo habitual es que un piloto  declare una emergencia y necesite aterrizar cuanto antes. En ese caso las órdenes del controlador irán dirigidas a abrirle camino, demorando a otros aviones si es necesario.

Podría extenderme mucho más sobre este tema, pero como introducción creo que es suficiente. Prometo escribir otro día un artículo sobre el control de afluencia para explicar por qué a veces se produce una demora aparentemente inexplicable. Pero eso será otro día, porque hoy es el día del controlador aéreo y, qué demonios, no todo va a ser divulgar la profesión… también me apetece celebrarlo de la forma tradicional.

atco2009

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Aquella maldita noche en Überlingen

31 martes Ene 2012

Posted by ibadomar in Aviación

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Accidente aéreo, Aviación, Control aéreo, Costa Concordia, Cultura de seguridad, Seguridad aérea, TCAS, Uberlingen

Hace poco asistimos a un naufragio. El crucero Costa Concordia embarrancaba y pronto empezó la sarta de declaraciones de periodistas de tierra adentro que, aunque jamás se hayan acercado a un barco, opinaban como auténticos lobos de mar y encontraban al responsable antes aún de que se iniciara la investigación. Como siempre pasa, se habló de «error humano», se linchó mediáticamente al capitán y todos contentos: ya hay un responsable, ya podemos embarcarnos en un crucero con total tranquilidad porque si en nuestro barco no está al mando el funesto capitán Schettino todo saldrá bien.

No sé si la actuación del capitán fue correcta o no y tampoco soy quién para determinarlo. Para eso está la investigación de los expertos, los de verdad. Lo que sí sé es que en un sistema complejo un único fallo no basta para provocar un accidente. Es necesario algo más, porque las barreras de seguridad son múltiples y un capitán inepto sólo es una grieta en una de ellas. La fatalidad tiene que traspasarlas todas para provocar una desgracia. Como lo logró la noche del 1 de julio de 2002.

Aquella noche, a 36.000 pies de altitud (casi 12.000 metros) sobre Überlingen, a orillas del lago Constanza, colisionaron en pleno vuelo dos aviones: un Tupolev 154 con 60 pasajeros y 9 tripulantes a bordo, y un carguero Boeing 757 con 2 tripulantes. Rápidamente se habló del consabido error humano y se linchó mediáticamente al controlador aéreo de servicio, que posteriormente sería asesinado por un hombre que perdió a su familia en el accidente. Un ejemplo de lo que se pudo llegar a leer está en este enlace de El País, según el cual la fiscalía suiza investigaba la presencia de una mujer, a la que el periodista califica de «joven ayudante», en la «torre de control» de Zurich. El que la mujer trabajara allí es un detalle que parece tener poca importancia para el periodista, que demuestra su falta de rigor al hablar de torre de control y no de centro de control. Y es que no todos los controladores aéreos trabajan en una torre y ese detalle es el primero que se aprende cuando se investiga mínimamente el tema.

Todo el mundo oyó hablar de aquel accidente y casi todo el mundo leyó acerca del error del controlador, pero casi nadie sabe que en el juicio posterior los dos controladores de servicio fueron absueltos mientras que tres gestores de la compañía suiza de control y un técnico de mantenimiento fueron condenados. Para Peter Nielsen, el controlador asesinado, la absolución llegaba tarde porque ya había sido juzgado sumarísimamente por los medios y su sentencia ya había sido ejecutada. ¿De verdad la pena de muerte está abolida en toda Europa?

El análisis de los hechos, a partir del informe del accidente (descargable aquí en inglés y aquí en alemán) realizado por la oficina alemana correspondiente nos aclara todas las circunstancias que hubieron de darse para que se produjera la tragedia. Como era de esperar no hay una única causa sino toda una cadena de circunstancias que conducen fatalmente al desenlace.

Para que el accidente se produjera fue fundamental, además de que aparecieran dos aviones dirigiéndose al mismo punto y a la misma altitud, que aquella desgraciada noche se hubiese programado una reorganización del espacio aéreo. Como consecuencia había que actualizar el sistema informático de control por lo que los ordenadores que procesan la información radar y de comunicaciones no funcionaban con todas sus prestaciones. En estos casos, al haber poco tráfico se confía en que sea posible manejarlo incluso sin radar. Esto es posible porque los controladores siguen utilizando las fichas de progresión de vuelo en las que hay información de la altitud y puntos de paso de los aviones. La tarea del controlador es evitar que dos aviones coincidan a la vez en el mismo punto y a la misma altitud y para eso puede utilizar la información de las fichas, pero como en la actualidad éstas apenas se usan como apoyo a la información radar, ya no aparecen en ellas todos y cada uno de los puntos de paso. En el informe del accidente se pueden consultar las fichas de los dos aviones.

La peculiaridad es que a la derecha vemos los puntos de paso de ambas aeronaves, pero no aparece un punto común. Por eso el informe especifica que no era posible prever ningún conflicto a partir únicamente de la información de las fichas de progresión de vuelo.

Aquella noche Peter Nielsen era el único controlador de servicio en toda la sala de control. Esta medida se había implantado en 2001 pese a las protestas del sindicato de controladores y fue retirada como consecuencia del accidente. Además no se cumplían todos los requisitos previos para operar con un solo controlador porque el hecho de que el sistema informático estuviera degradado invalidaba este modo de trabajo, según la propia empresa. En resumen, existía un fallo en la cultura de seguridad de la empresa de control.

En el momento de los hechos, además de los dos aviones implicados había un tercero que estaba en aproximación al aeropuerto de Friedrichshafen, aunque era muy raro que llegaran aviones de noche a este aeropuerto. Como el control de ruta requiere observar un espacio muy grande mientras que la aproximación a un aeropuerto necesita vigilar solamente los alrededores del mismo, Nielsen tuvo que emplear dos pantallas simultáneamente, una para cada cosa, y eso provocó que su atención estuviera dividida.

El avión que se aproximaba a Friedrichshafen solicitó aterrizar en sentido contrario al avión que había aterrizado previamente. Nielsen intentó transmitir su petición al controlador de la torre del aeropuerto, pero la línea telefónica dedicada no funcionaba porque el sistema principal de comunicaciones estaba afectado por las tareas de mantenimiento.

La baja del sistema telefónico principal no debería haber sido un problema demasiado grande puesto que había un equipo de reserva que Nielsen intentó usar hasta siete veces para comunicar con el aeropuerto. Lo que nadie había detectado, pese a que tan sólo tres meses antes se habían comprobado los equipos, era la existencia de un fallo de software que inutilizaba también el sistema de reserva. Los fallos de los equipos seguían manteniendo ocupado a Peter Nielsen y desviando su atención del problema principal.

El sistema de control disponía de una alarma que se activaba con dos minutos de antelación si el radar detectaba riesgo de colisión; pero había un detalle que Peter Nielsen no conocía: al estar el sistema en modo degradado por mantenimiento la alarma no funcionaba.

Sí hubo alguien que detectó lo que estaba ocurriendo. Dos minutos antes de la colisión la alarma saltó en el centro de control alemán de Karlsruhe pero, aunque intentaron avisar a su compañero de Suiza, el fallo de comunicaciones impidió que los controladores alemanes pudieran comunicar telefónicamente con el centro de control de Zurich para dar la alerta.

Cuando todos los sistemas fallan aún existe una última línea de defensa, el sistema anticolisión conocido como TCAS. Los aviones se detectan mutuamente y sus TCAS respectivos, al percibir el riesgo de colisión, ordenan una maniobra coordinada: uno de los pilotos recibe un aviso para subir y el otro para bajar. Para los pilotos significa llevarse un buen susto, hacer una maniobra brusca y, normalmente, salvar la situación en el último segundo. Si Pieter Nielsen hubiese seguido atento a la segunda pantalla durante un minuto más probablemente los pilotos habrían resuelto la situación gracias al TCAS, pero la fatalidad quiso que se diera cuenta en el peor momento de lo que estaba ocurriendo. Exactamente 43 segundos antes de la colisión, Pieter Nielsen ordenó al piloto del Tu154 que descendiera mil pies, a nivel de vuelo 350.

Ahora que Nielsen había intervenido, es muy probable que el descenso del Tupolev hubiese resuelto el problema… de no existir el TCAS porque en el mismo instante en el que la comunicación de Nielsen terminó y el piloto iniciaba el descenso, el TCAS entró en acción. De haberlo hecho ordenando al Tupolev descender y al B757 ascender sus instrucciones habrían coincidido con las de Nielsen. Había un 50% de posibilidades de que así fuera… pero el TCAS dio instrucciones opuestas a las del controlador y ordenó al piloto del Tu154 ascender y al del B757 descender.

En la cabina del Tupolev hubo confusión ante las órdenes contradictorias, pero aunque el manual de operaciones de la compañía estipulaba que no se debía actuar contra las indicaciones del TCAS, también decía que el sistema a seguir para evitar colisiones es el servicio de control y que el TCAS ayudaba a evitar la colisión si no había contacto con los controladores. El manual del operador del B757 era más claro y ordenaba seguir las indicaciones del TCAS sin salvedades de ese tipo. Nuevamente, si Peter Nielsen, en vez de dar su orden al Tupolev, hubiese dado las instrucciones al piloto del B757, éste probablemente habría sorteado la contradicción obedeciendo al TCAS y ejecutando así la maniobra coordinada con el otro avión. Sin embargo la tripulación del Tupolev, cuando tuvo que decidir entre seguir las indicaciones del controlador y las del TCAS, eligió las del controlador mientras que el B757 seguía las instrucciones del TCAS. Como consecuencia los dos aviones iniciaron el descenso a la vez.

La diferencia entre los manuales de las dos compañías se explica por la diferencia de nacionalidad de los operadores, que provoca una respuesta diferente a la misma situación dependiendo del país de origen del avión. Es decir, existe una falta de estandarización de procedimientos que no debería darse en una actividad eminentemente internacional, pero las recomendaciones de la Organización Internacional de Aviación Civil (OACI) en la fecha del accidente no especificaban con claridad cuál era la norma a seguir en caso de discrepancia entre una orden de control y una del TCAS. A raíz del accidente se recomendó que en tal situación se debía seguir lo indicado por el TCAS, basándose en que este dispositivo da órdenes para los dos aviones implicados simultáneamente, mientras que un controlador sólo puede dar instrucciones a uno de los aviones cada vez.

El desenlace ya es conocido. La prensa habló de error humano y creyó que con eso quedaba todo explicado, pero si contamos los párrafos que he escrito en negrita y los analizamos nos salen hasta once fallos de seguridad. Estoy seguro de que se me escapa alguno, porque en cierta ocasión un experto me dijo que habían sido trece los agujeros en el sistema que habían permitido el accidente. La conclusión es clara: por muchas capas de protección que pongamos la seguridad completa no existe. En realidad es una mera cuestión de estadística. La probabilidad de que haya un problema justo cuando un equipo está de baja por mantenimiento es pequeña, pero es menor aún la probabilidad de que además falle el equipo de reserva, y todavía es menor la probabilidad de que en ese momento coincidan dos compañías con procedimientos diferentes. Podemos reducir la probabilidad de que todo falle a la vez añadiendo más capas de protección, pero nunca lograremos que sea cero.

Como corolario encontramos que cada vez que quitamos una capa de seguridad estamos degradando el sistema, porque puede que la barrera eliminada sea precisamente la que impida la catástrofe cuando todas las demás fallen: la probabilidad de que habiendo apenas tres aviones en todo el cielo coincidan dos de ellos en el mismo punto precisamente en el momento en que el equipo está en mantenimiento y cuando además falla el de reserva, etc, etc, es tan pequeña que en su momento no pareció peligroso, y sí una medida de ahorro inofensiva, reducir el personal y dejar que fuera un único controlador, y no dos, el que atendiera durante la noche todo el espacio aéreo.

En un sistema complejo es la concatenación de varios fallos lo que explica un accidente porque un único agujero en el sistema no basta para destruir toda la cadena de seguridad, sino únicamente para debilitarla. Podemos reducir enormemente la probabilidad de varios fallos simultáneos, pero no podemos conseguir que sea cero. Por eso habrá otros accidentes, porque la seguridad perfecta no existe. Y cuando los haya volveremos a oir hablar del consabido «error humano».

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