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De vuelta a Munich

17 domingo Ago 2025

Posted by ibadomar in Historia

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1938, Chamberlain, Checoslovaquia, Churchill, Historia, Hitler, Munich, Mussolini, Segunda Guerra Mundial, Siglo XX

Cuando comencé a escribir este blog era habitual que encontrara un paralelismo entre algún evento que estuviese de actualidad y un hecho histórico. Con el paso del tiempo me cuesta más encontrar ese tipo de relación, quizás porque no leo sobre Historia con tanta frecuencia o porque presto menos atención a las noticias de actualidad. Sin embargo, acaba de ocurrir un hecho con un paralelismo tan evidente con el pasado que tampoco pensaba escribir sobre él, creyendo que ya lo habría hecho cualquier periodista. Para mi sorpresa, y desmintiendo la ley de Godwin, nadie, hasta donde yo sé, se ha molestado en comparar la cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin con la Conferencia de Munich de 1938.

Y mira que la comparación es fácil. En 1938 Alemania quería anexionarse una parte de Checoslovaquia con vistas en realidad a hacer desaparecer todo el país, mientras que en 2025 Rusia quiere anexionarse una parte de Ucrania, pero se intuye que esa parte puede ser sólo el principio. Aunque la situación de partida no es la misma (en 1938 Alemania amagaba con ir a la guerra, mientras que en 2025 Rusia lleva ya 3 años y pico de guerra con Ucrania) el paralelismo se hace evidente si observamos que en la cumbre de Alaska el gobierno del país cuyo destino está en juego no está invitado, exactamente igual que en la Conferencia de Munich.

Aquella conferencia tuvo como origen la crisis checoslovaca, que surgía de la cuestión de los Sudetes, una región checa con población de origen alemán. En 1938 el gobierno alemán estaba utilizando todo tipo de agravios, reales o inventados, con el fin de ocupar la región y eso llevaba a Alemania y Checoslovaquia al borde de la guerra. La duda era, ¿qué harían las potencias europeas? Si Francia e Inglaterra decidían dar garantías al gobierno checoslovaco y Alemania intervenía militarmente comenzaría en Europa una guerra similar a la que había terminado 20 años atrás.

Hitler estaba decidido a seguir adelante, puesto que al fin y al cabo las potencias no habían intervenido cuando se había remilitarizado Renania ni durante la anexión de Austria. ¿Habría respuesta ahora? La respuesta vino del primer ministro británico, Neville Chamberlain, que el 13 de septiembre de 1938 tomó un avión por primera vez en su vida para entrevistarse con Hitler. Fue el inicio de una serie de conversaciones entre distintos gobiernos. Ingleses y franceses decidieron que se podría ceder la región de los Sudetes a Alemania para asegurar la paz, Hitler por su parte subía la apuesta y pedía abiertamente la disolución de Checoslovaquia y la repartición del territorio, aunque luego se moderaba y aceptaba solamente los Sudetes y Mussolini insinuaba que estaría al lado de Alemania en caso de guerra. Por si había poca tensión, Alemania lanzó un ultimatum que fijaba como límite el 1 de octubre.

En este ambiente se acordó una reunión urgente en Munich de las 4 potencias europeas: Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, que tendría lugar el 29 de septiembre, menos de 48 horas antes de que expirara el ultimatum. En unas horas llegaron a un acuerdo y el día 30 británicos y franceses informaron al gobierno checoslovaco de que debía ceder los Sudetes a Alemania según se había acordado en Munich. En caso de negarse a ceder una parte de su territorio, Checoslovaquia no contaría con el apoyo de los que se suponía eran sus valedores y tendría que enfrentarse a Alemania sin ayuda.

El gobierno checoslovaco se lo tomó como una traición y no es de extrañar, ya que a ellos ni siquiera se les había invitado a participar en la reunión en la que se discutía la integridad territorial de su país. La opinión pública inglesa y francesa estaba aliviada por el alejamiento de la guerra, aunque nadie podía hacerse ilusiones por mucho que Chamberlain alardeara de haber conseguido la paz. Winston Churchill fue la voz más notoria en contra del acuerdo, denunciándolo en el parlamento británico y escribiendo que el gobierno británico, forzado a elegir entre guerra y deshonor, había elegido el deshonor y pronto tendría la guerra.

Fueron palabras proféticas: en la primavera de 1939 Alemania forzaba a Checoslovaquia a aceptar su partición, incorporándose Chequia al Reich y creando un estado títere en Eslovaquia. Para aquel entonces, Hitler sabía que nadie movería un dedo por ayudar al gobierno de Praga. El siguiente movimiento sería repetir la jugada con Polonia, empezando por el corredor de Danzing, aunque esta vez sí se llegaría a la guerra, la más destructiva hasta la fecha. La reacción de Francia e Inglaterra ante el ataque a Polonia debió de sorprender a Hitler, que poco antes había despreciado la posible intervención de ambos países con las palabras: «No son de temer. Los vi de cerca en Munich». La Segunda Guerra Mundial comenzó el 1 de septiembre de 1939: la paz de la que alardeaba Chamberlain había durado apenas once meses.

Decía al principio de este artículo que era extraño que nadie hubiese hecho la comparación evidente entre las dos cumbres en las que se ponía sobre la mesa el futuro de un país sin que éste estuviese presente. Puede que no sea por falta de imaginación sino por temor ante la posibilidad de que el paralelismo se extienda hasta el final.

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La batalla que todos perdieron

12 martes Nov 2019

Posted by ibadomar in Historia

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Batalla, Batalla de Jutlandia, Beatty, Churchill, Historia, Jellicoe, Primera Guerra Mundial, Scheer, Siglo XX

Vaya año que llevamos en Los Gelves. Por un lado, el blog ha cumplido los 8 años, que es mucho más de lo que yo pensaba que cumpliría. Por otro… a la vista está que este año no ha sido nada activo. Es una pena, pero el tiempo es limitado y estoy involucrado en tantos proyectos que al final algunos de ellos se resienten. Eso no quiere decir que el blog esté abandonado. Cuando llegue un 12 de noviembre en el que no se publique un artículo sobre la Primera Guerra Mundial, entonces estará abandonado, antes no. Y hoy es 12 de noviembre. Y hay artículo.

Esta vez hablaremos sobre la mayor batalla naval de barcos artillados de la Historia. Fue en el mar del Norte, en 1916, y se conoce con el nombre de batalla de Jutlandia. 1024px-John_Jellicoe,_Admiral_of_the_FleetFue una acción compleja, tanto que aún hoy los historiadores coinciden en que fue una ocasión perdida, pero no saben para quién. Y se discute sobre todo el papel del
caballero de la fotografía, el almirante John Jellicoe, a quien algunos consideran demasiado pusilánime mientras que otros ven como modelo de prudencia y sangre fría al mando. Fue un hombre que tuvo el destino de la guerra en sus manos y es justo reconocer que no dejó las cosas peor de lo que estaban, que no es poco dadas las circunstancias.

En principio, Jellicoe lo tenía fácil. La armada británica estaba considerada como la más poderosa del mundo y eso le daba una ventaja inmensa. La guerra terrestre que arrasaba el continente europeo desde el verano de 1914 se había estancado en el frente occidental, condenando a una Alemania que, en plena guerra de desgaste, no podía evitar que la flota británica bloqueara sus costas y la dejara desabastecida. La armada alemana no tenía capacidad de responder con un bloqueo sobre los puertos británicos, al menos en lo que a buques de superficie se refiere. Otra cosa eran los submarinos, pero los ataques submarinos contra barcos mercantes neutrales habían dejado a Alemania en una posición diplomática complicada. Había una alternativa, o eso pensaba el nuevo comandante de la flota alemana de alta mar, Reinhard Scheer.

Scheer era demasiado dinámico para quedarse sentado viendo a sus poderosos buques de superficie anclados sin atreverse a salir del puerto, pero sabía que no tenía nada que hacer en un enfrentamiento directo con la flota enemiga. La solución era enfrentarse, no a toda la flota, sino sólo a una parte, aniquilarla, y conseguir así que las fuerzas quedaran más igualadas. El plan para conseguirlo se basaba en lanzar ataques limitados contra la costa inglesa, provocando al adversario hasta conseguir que parte de la flota británica saliera a interceptar un pequeño contingente alemán. Sólo que el pequeño contingente llevaría detrás a toda la flota alemana. Si todo salía bien, los alemanes destruirían un número considerable de buques enemigos y la guerra naval quedaría equilibrada.

Con ese fin, el 31 de mayo de 1916, antes del amanecer, zarpó un grupo de barcos alemanes que se internó en el mar del Norte. El núcleo lo formaban cinco cruceros de batalla, a los que acompañaban otros cinco cruceros ligeros y varios destructores. A unas 50 millas náuticas por detrás navegaba toda la flota alemana, 99 buques de guerra en total. Lo que ellos ignoraban era que sus enemigos estaban alerta. Los servicios secretos británicos tenían los códigos navales alemanes y sabían que algo se preparaba, aunque desconocieran los detalles.

Es preciso hacer un inciso sobre el tipo de barcos que se enfrentaban. Los más potentes de todos eran los acorazados, buques fuertemente blindados, armados con cañones de gran calibre que les daban un inmenso poder de destrucción junto a una enorme capacidad de resistir impactos. Los cruceros de batalla eran casi tan potentes como los acorazados en lo que a armamento se refiere, pero su blindaje era inferior, lo que les hacía más vulnerables, pero más rápidos y maniobrables por su menor peso. Otros buques de gran tamaño eran los distintos tipos de crucero (cruceros acorazados, cruceros ligeros…) todos ellos pensados para operaciones que requirieran gran potencia de fuego.

Acorazados y cruceros de batalla eran los buques estrella del momento y formaban el núcleo de las flotas, pero no operaban solos: la invención del torpedo había permitido diseñar ligeros buques torpederos cuyo principal armamento ya no eran los cañones y cuyos torpedos podían darle un disgusto a cualquier acorazado al que pudieran acercarse con su gran velocidad. Para defenderse de los torpederos se creó un barco más ligero que los cruceros, rápido, armado con cañones y torpedos, y que con el tiempo, y añadiendo unas cargas de profundidad, se convertiría en el barco de guerra versátil por excelencia: el destructor. Y una vez vistos los tipos de barcos que se iban a enfrentar, volvamos a nuestro relato.

Habíamos dejado a la flota alemana internándose en el mar del Norte sin saber que, alertados de que algo se estaba cociendo, los barcos de la Royal Navy habían zarpado de Escocia unas 3 horas antes de que los alemanes se hicieran a la mar. Nada menos que 150 barcos divididos en dos grupos principales: el grueso de la flota, dirigido por el almirante Jellicoe, y un grupo menor formado principalmente por 6 cruceros de batalla y 4 acorazados dirigidos por el almirante Beatty. Ambos grupos debían encontrarse en el mar del Norte para enfrentarse juntos a la amenaza alemana, fuese la que fuese, pero antes de llegar a la cita, hacia las dos de la tarde, los barcos de Beatty se dieron de bruces con la avanzadilla alemana.

El comandante inglés, hombre agresivo, se lanzó sobre sus enemigos, que emprendieron la retirada. La ventaja en teoría era para los británicos, con sus 6 cruceros de batalla y 4 acorazados contra 5 cruceros de batalla alemanes, pero en la guerra no todo depende del número: la visibilidad era mala, especialmente hacia el este, lo que favorecía a los alemanes. Además, los acorazados de Beatty tardaron en reaccionar a la señal y su lentitud hizo que en la práctica se vieran en paralelo los 6 cruceros de batalla británicos y los 5 alemanes. A eso de las dos de la tarde, los barcos empezaron a cañonearse de lo lindo mientras navegaban hacia el sur, donde el grueso de la flota alemana se acercaba a toda máquina.

¿Por qué Beatty se acercó tanto a la avanzadilla alemana? Los cañones de grueso calibre de sus acorazados tenían tal alcance que habrían podido acertar a los barcos alemanes manteniéndose fuera del campo de tiro de éstos. ¿Fue la mala visibilidad la que le hizo juzgar mal la situación? ¿Un exceso de agresividad? ¿Quizás pensaba que los acorazados no se quedarían tan atrás? El caso es que los alemanes tenían un buen día: a eso de las 4 de la tarde alcanzaban al Indefatigable, cuya munición explotaba y se iba a pique con más de mil marineros a bordo. Menos de media hora más tarde el Queen Mary seguía el mismo destino. Beatty, que por un momento pensó que había perdido también un tercer crucero de batalla, llegó a soltar un exabrupto que se haría famoso: There seems to be something wrong with our bloody ships today. Lo podríamos traducir con un castizo No sé qué coño les pasa hoy a nuestros putos barcos.

Pero las cosas iban a cambiar muy pronto, porque en el horizonte estaba haciendo su aparición el grueso de la flota alemana obligando a la flotilla de Beatty a virar en redondo para huir hacia el norte. Un momento antes la avanzadilla alemana guiaba a Beatty hacia una trampa y ahora Beatty llevaba a los 99 barcos de la flota alemana al encuentro de los 150 buques de la armada británica. Todo indicaba que el almirante Jellicoe iba a tener ante sí la oportunidad de aniquilar la flota de superficie alemana.

Estuvo a punto de lograrlo. Aprovechó su ventaja tanto como pudo y las acciones que se sucedieron hasta la llegada de la noche muestran su superioridad, pero los alemanes, ahora a la defensiva, lanzaron a todos sus destructores y torpederos contra los buques enemigos en un intento desesperado de abrirse paso y escapar de la trampa en la que se habían metido.

Funcionó. Jellicoe, no queriendo arriesgarse a verse envuelto en un enjambre de torpedos, maniobró para evitar a los buques ligeros, dando a los alemanes un respiro hasta la llegada de la noche. Jellicoe, que sabía que las acciones nocturnas eran tan arriesgadas como jugar a la ruleta, no estaba dispuesto a perder su superioridad naval en un combate nocturno en el que la técnica alemana era superior. Prefirió intentar cortar la retirada a los barcos alemanes y esperar al amanecer, pero la armada alemana consiguió deslizarse en la oscuridad entre los buques adversarios y regresar a puerto.

Las pérdidas británicas fueron los dos cruceros de batalla que ya he mencionado, un tercero que resultó hundido en la acción entre las flotas principales, tres cruceros acorazados y siete destructores. Los alemanes sólo perdieron un crucero de batalla al que se añadieron otros buques de menor tamaño: cinco cruceros ligeros y otros tantos destructores. Tanto en tonelaje como en bajas, las pérdidas británicas doblaban a las alemanas y la propaganda germana no tardó en pregonar que la invencibilidad inglesa en el mar había desaparecido.

Muchos ingleses pensaron lo mismo y Jellicoe fue criticado por haber desaprovechado la oportunidad de acabar con la flota alemana cuando tenía tan gran superioridad numérica. Las críticas también alcanzaron a Beatty, que al principio de la lucha desaprovechó sus 4 acorazados para entrar en un combate incierto en el que sufrió las mayores pérdidas de la batalla. Pero estas opiniones no son unánimes y la controversia llega hasta hoy, porque muchos piensan que Jellicoe, al evitar un combate nocturno en el que se podría haber visto en desventaja, garantizó que la supremacía británica en el mar se mantuviera intacta, aun concediendo a sus rivales una victoria táctica.

Puede que la Royal Navy perdiera el combate, pero el resultado fue una derrota estratégica para Alemania. El plan de Scheer pretendía equilibrar las fuerzas, pero la flota de superficie alemana seguía en situación de inferioridad tras la batalla y ya no volvería a intentar ninguna acción de relevancia en todo el conflicto. Los alemanes se vieron forzados a recurrir de nuevo a la guerra submarina, lo que a la larga llevó a los Estados Unidos a entrar en la guerra, como ya sabemos, asegurando así que la derrota alemana fuera inevitable.

Desde ese punto de vista, las acciones de Jellicoe son acertadas puesto que aseguró la superioridad británica en el mar, que al fin y al cabo, era su misión. Por supuesto, resultaba frustrante para la opinión pública que la flota heredera del almirante Nelson, con una superioridad aplastante, no hubiese sido capaz de aniquilar a sus enemigos teniéndolos a tiro, pero el efecto final fue el mismo, puesto que la flota alemana de superficie tuvo tanta relevancia durante el resto de la guerra como habría tenido de haber resultado destruida.

Posiblemente, el mejor resumen de lo ocurrido lo ofrezca Winston Churchill, que definió a Jellicoe como el único hombre de ambos bandos que podría perder la guerra en una tarde. Que no lo hiciera es motivo suficiente, por muchos errores que cometiera, para guardarle cierta consideración.

 

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Los «pocos» cumplen 75 años

10 lunes Ago 2015

Posted by ibadomar in Historia

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Aviación, B 17, Batalla, Batalla de Inglaterra, Bf 109, Bf 110, Churchill, Do 17, Dunkerke, Francia, He 111, Historia, Hurricane, Ju 88, Messerschmitt, Momentos cruciales, Pétain, Radar, Segunda Guerra Mundial, Siglo XX, Spitfire, Stuka

Hace 75 años, por estas fechas, Europa estaba en una encrucijada. En realidad, el mundo entero estaba en una encrucijada. La Segunda Guerra Mundial vivía sus etapas iniciales y el ejército alemán parecía imparable, de manera que al comenzar el verano de 1940 se podía suponer razonablemente que la Alemania nazi lograría en breve que se reconociera su hegemonía en Europa. El relato de por qué no fue así combina historia, aviación y técnica. Como para no aparecer en este blog. Lo raro es que no lo haya hecho antes.

Mayo de 1940

Tras el comienzo de la guerra en 1939, Alemania se había repartido Polonia con la URSS, como ya vimos en otra ocasión. Más adelante, en 1940, ocupó Dinamarca y Noruega para asegurar las rutas de suministro de hierro procedentes de Suecia. Francia y Gran Bretaña, aunque en guerra con Alemania desde la invasión de Polonia, habían presentado poca resistencia hasta el momento, pero representaban una amenaza creciente, que tarde o temprano se materializaría en un enfrentamiento directo. Alemania tomó la iniciativa lanzando el ataque a Francia el 10 de mayo de 1940. Aquel mismo día Winston Churchill tomaba posesión del cargo de primer ministro británico.

La campaña de Polonia había dejado claro que Alemania dominaba la guerra mecanizada, pero era de esperar que Francia supusiera un hueso muy duro de roer. Nada más lejos de la realidad: el plan alemán, que funcionó como un reloj, supuso la ocupación de Holanda y Bélgica (y de Luxemburgo, que siempre cae en el olvido en este relato) y la derrota de Francia en tiempo récord: Pétain llegaría al gobierno en junio para inmediatamente iniciar las negociaciones del armisticio firmado el 21 de ese mismo mes. Entretanto, los militares británicos enviados en ayuda de Francia habían tenido que ser evacuados a toda prisa en Dunkerke en una operación que salvó a 340.000 hombres, pero dejó abandonada una gran cantidad de material.

El momento crucial

Con Francia fuera de la guerra quedaba la duda de cuál sería la actitud británica. No habría sido descabellado suponer que se acercaba un armisticio: al fin y al cabo el imperio británico estaba intacto y no eran de esperar amenazas contra él por parte de una Alemania cuyas ambiciones estaban en el este de Europa. El único aliado, Francia, había capitulado por su cuenta. En Alemania ya se empezaba a pensar en las celebraciones del final de la guerra y sin embargo…

Ya el 4 de junio Churchill había dejado las cosas claras con uno de sus más célebres discursos en el que prometía luchar en las playas, en los campos, en las calles, en las colinas… e incluso auguraba que en caso de que la metrópoli llegara a ser dominada, su imperio proseguiría la lucha desde el otro lado del mar (texto completo en inglés aquí). Este último detalle es muy significativo porque solemos olvidar que el mapa del mundo en 1940 no tenía nada que ver con el actual. Como ejemplo veamos el mapamundi que Wikipedia alberga sobre el colonialismo en 1936, donde podemos comprobar los extensos dominios británicos y franceses.

Colonias 1936Aquí tenemos un interesante detalle, y es que aunque Francia estuviera ocupada podría haber seguido en guerra manteniendo un gobierno en Argel, por ejemplo. Sin embargo su capitulación implicaba que el gobierno de Vichy, tan solícito con Alemania, controlaría el imperio colonial francés… y sus recursos económicos. El discurso de Churchill prometía un comportamiento muy distinto en el caso británico.

Churchill volvería a dejar claro que no habría armisticio en otro célebre discurso el 18 de junio (texto completo en inglés aquí), cuyo último párrafo comenzaba diciendo que «La batalla de Francia ha terminado. La batalla de Inglaterra está a punto de comenzar«. Pero si Francia había capitulado en apenas un mes, ¿cómo evitar seguir el mismo destino?

La ventaja inglesa era la insularidad: si los alemanes llegaban a establecer una zona de desembarco estable en la isla, el ejército británico de 1940 no tenía nada que hacer. Pero para conseguir eso, había que lograr asegurar el tránsito por el Canal de la Mancha con la oposición de la flota británica, para la que la marina alemana no era rival. Claro que si se le unía la armada francesa la cosa cambiaba y por eso los ingleses se aseguraron de que nada así ocurriría llegando al extremo de bombardear los buques franceses anclados en Mers-el Kebir (Argelia), a principios de julio, para asegurarse de que los alemanes no se apoderaban de ellos.

El enfrentamiento

El planteamiento está claro: para desembarcar en Inglaterra hay que tener seguridad en el Canal de la Mancha. A falta de una armada que contrarreste el poder naval británico se puede utilizar la superioridad aérea para mantener el control del mar en esa zona (y la Segunda Guerra Mundial demostraría mucho sobre batallas aeronavales, sobre todo en el Pacífico). La cosa se reduce por tanto a asegurar la superioridad aérea sobre el Canal de la Mancha. A ello se aplicó la aviación alemana durante el mes de julio, en el que se dedicó a hostigar el tráfico naval en el Canal. Era una primera fase de tanteo, en la que ambos rivales aún se estaban estudiando.

Ya en agosto comienzan los ataques sobre el territorio inglés. Primero sobre aeródromos y estaciones de radar en la zona de la costa y progresivamente más hacia el interior, incluyendo ya no sólo aeródromos sino también fábricas relacionadas con la construcción aeronáutica. Y aquí hay que hablar un poco de los aspectos técnicos y militares.

En los años 30 se había impuesto la idea de que el bombardero siempre llegaba a su objetivo, puesto que era imposible mantener una fuerza de cazas permanentemente en el aire y la velocidad de los bombarderos impedía que los interceptores despegaran y llegaran a la altura de los atacantes antes de que éstos alcanzaran sus blancos. Pero el radar cambió todo esto y los ingleses fueron pioneros en poner un radar muy primitivo en servicio, que les permitía detectar a los bombarderos alemanes cuando aún estaban colocándose en formación sobre Francia.

Otro problema que tuvieron los alemanes durante toda la guerra fue la carencia de un bombardero estratégico. Los He 111, Do 17 y Ju 88 podían ser muy útiles como artillería aérea, pero no eran comparables a los cuatrimotores Halifax y Lancaster ingleses ni a los B17 y B24 americanos, que sí estaban pensados para el bombardeo estratégico. Para que nos hagamos una idea, el mejor bombardero alemán de la guerra, el bimotor Ju 88, podía llevar unos 1.500 Kg. de bombas en la bodega y tenía un armamento defensivo de 5 ametralladoras, mientras que un B17 cargaba más del doble de bombas y tenía 13 ametralladoras. No es de extrañar que lo llamaran Fortaleza Volante. En cuanto al bombardero en picado, Ju 87, el famoso Stuka, resultó muy vulnerable y fue retirado de la batalla a mediados de agosto.

800px-Bf_109E-3_in_flight_(1940)Messerschmitt Bf 109 en una imagen de la época (Foto: Wikimedia)

Cierto que Alemania tenía uno de los mejores cazas del momento, si no el mejor: el Messerschmitt Bf109, que además incorporaba ya dos cañones de 20 mm como armamento, unido a dos ametralladoras. Sus rivales eran el Hurricane y el Spitfire, ambos armados con 8 ametralladoras, pero las características del Hurricane eran inferiores a las de su antagonista, por lo que los pilotos ingleses se dividían el trabajo: los Hurricanes se encargaban de los bombarderos mientros los Spitfires se las veían con los cazas.

A menudo, la falta de autonomía de los Bf 109 decidía las cosas, especialmente cuanto más se adentraba la lucha en territorio inglés. Si había que llegar a Londres, los cazas alemanes no podían permanecer allí durante más de 15 minutos aproximadamente. Se suponía que para eso estaba el caza pesado Messerschmitt Bf 110, pero resultó un fiasco en este papel porque era incapaz de medirse a los mucho más ágiles monomotores ingleses.

800px-Spitfire_P7350_by_the_RAFSpitfire y Hurricane supervivientes en una foto actual (Wikimedia)

La batalla se estaba decidiendo por puro desgaste en agosto de 1940 cuando los alemanes cometieron el error de pasar de atacar aeródromos y radares para centrarse en bombardear ciudades, en particular Londres. El inicio fue un error de navegación durante un bombardeo nocturno, a finales de agosto, que hizo caer bombas en zonas de Londres. La respuesta inglesa fue bombardear objetivos en el área de Berlín. No tendría nada de raro que fuera un aguijonazo para hacer a los alemanes centrarse en objetivos civiles, puesto que la fuerza aérea inglesa estaba casi contra las cuerdas. El caso es que desde septiembre la batalla se desplazó a los cielos de Londres, complicando la vida de los pilotos de los Bf 109 y dando un respiro a la fuerza aérea británica. En octubre ya estaba claro que el objetivo de conseguir la supremacía aérea no se había conseguido y el plan de invasión se aplazó para el año siguiente, aunque en realidad nunca se volvería a plantear su ejecución.

El resumen perfecto de lo que estaba ocurriendo lo hizo Churchill el 20 de agosto de 1940, con esa facilidad suya para condensar ideas en una frase, cuando dijo que «nunca en el campo de la guerra tantos le habían debido tanto a tan pocos» (Texto completo del discurso aquí). No le faltaba razón: por mucho que el Reino Unido estuviera dispuesto a seguir la guerra desde ultramar, la ocupación de la metrópoli habría supuesto que no habría habido bases para la ofensiva aérea contra Alemania de los años siguientes y el ataque alemán contra la URSS se habría desarrollado con la tranquilidad de no tener ningún enemigo en territorio europeo. El mundo de hoy podría ser muy distinto del que conocemos.

La decisión del gobierno británico de no abandonar la lucha contra Alemania, cuando la opción contraria habría sido perfectamente natural y el esfuerzo de aquellos «pocos» supuso a la larga un hito en la derrota del nazismo. Justo ahora se cumplen 75 años, lo que no deja de ser motivo para recordarlo e incluso, celebrarlo. Personalmente, tan pronto como presione el botón de «publicar», pienso tomarme una copa en recuerdo de «los pocos».

Lo que nos lleva a otra interesante cuestión: este artículo tiene 1.700 palabras para, finalmente, desembocar en una excusa que justifique que me voy a tomar un whisky con hielo. Churchill, desde luego, no habría necesitado tanta palabrería para tan poca cosa.

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