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Llevo una racha muy poco inspirado. Me cuesta encontrar temas para escribir, y no me extraña porque este artículo es el número… ¡cien! Creo que cuando empecé este blog no consideré en serio la posibilidad de que llegaría a escribir un centenar de entradas, pero poco a poco he llegado a ellas. La desventaja es que son tantas que a veces pienso en un artículo y me doy cuenta de que ya he tratado el tema mientras que en otras ocasiones no consigo encontrar inspiración porque ya he hablado de casi todo.

En ésas estaba, pensando en que el mes de junio estaba a punto de terminar sin haber publicado nada, cuando recordé mi visita a Liébana hace unos años; y aquella confitería en cuyo escaparate descubrí unas galletas llamadas Cojones del Anticristo. Como suena. No hice foto, pero no es difícil encontrar alguna por internet, como por ejemplo la que adjunto, en la que se puede hacer click para ir a la página original de donde procede. Doy mi palabra de que no me llevo comisión por publicidad.cojones1El nombre es un truco publicitario evidente, pero con un trasfondo histórico, puesto que se basa en la disputa que mantuvieron Beato de Liébana y Eterio de Osma con Elipando de Toledo. Los argumentos teológicos se mezclaron con algunos más profanos, como el insulto que se llevó Elipando: testiculum anticristi, es decir, cojón del Anticristo. Como insulto lo tiene todo: es sonoro, humillante y erudito. Lástima que sea falso o, para ser más exactos una verdad a medias. Testiculum no se refiere a los genitales sino a «testigo», es decir, discípulo. Lo que llamaba Beato a Elipando era «discípulo del Anticristo», algo así como «hijo de Satanás», pero en educado. Y no es leve la afrenta teniendo en cuenta que Elipando era nada menos que obispo de Toledo.

¿Pero por qué tanta enemistad? Todo por culpa del adopcionismo, que llevaba dando la tabarra desde hacía por lo menos 500 años, cuando los teólogos andaban revueltos a causa de la naturaleza del Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Había varias posibilidades y una de ellas era que Jesús fuera un ser humano de especial perfección al que Dios eleva a la divinidad, es decir lo adopta como hijo. Una teoría muy similar al arrianismo condenado por el Concilio de Nicea del año 325, que estableció que Jesús era perfecto Dios y perfecto hombre.

Pues bien, a finales del siglo VIII Elipando se apartó de la ortodoxia al aceptar el adopcionismo, posiblemente porque era una doctrina que hacía más fácil la comprensión de la Trinidad a musulmanes y cristianos islamizados. No olvidemos que Toledo, aunque fuese la principal sede cristiana de la España de la época estaba en territorio del emirato de Córdoba. Los citados Beato y Eterio se erigieron en defensores de la ortodoxia, pero el asunto escondía bastante más que una disputa teológica.

El reino cristiano de Asturias estaba en aquel entonces dirigido por el monarca Mauregato, que había conseguido deponer a Alfonso II, y estaba sometido al emir de Toledo. La leyenda medieval habla del tributo de las cien doncellas que Mauregato pagaba al emir y sí es posible que, dada la relación de vasallaje entre reinos, se abonara un tributo en forma de esclavos (y esclavas). El caso es que tras la muerte de Mauregato y el breve reinado de Bermudo I, que abdicó en apenas un par de años, volvió al trono Alfonso II, conocido como el Casto, un rey más belicoso y menos dispuesto a someterse al emir.

La verdad es que Alfonso jugaba con ventaja porque pudo aprovechar las sublevaciones existentes en Mérida y Toledo así como las campañas carolingias contra al-Ándalus para negarse a entregar el tributo sin temor a que apareciera un ejército cordobés. Pero para afianzar su autoridad, Alfonso necesitaba tomar el control de la Iglesia. Los Omeyas habían comprendido las ventajas de contar con la organización eclesiástica para influir en toda la Península, incluso donde no estuviera sometida al emir. No es de extrañar por tanto que respetaran la unidad de la iglesia visigoda ya que la sede principal, Toledo, estaba en su territorio.

Y justo entonces, Elipando estaba en plena disputa adopcionista, dando a Alfonso la oportunidad perfecta para romper con la iglesia de Toledo. También en Urgel, algo más tarde, el obispo Félix defendió el adopcionismo con una reacción de Carlomagno parecida a la de Alfonso: las ideas de Félix fueron condenadas en el concilio de Ratisbona del año 792 y en el de Francfort de 794, pese a las protestas de los obispos mozárabes. Como se ve, el monarca bajo el cual vivía cada obispo influía mucho en sus opiniones cristológicas. Tanto Alfonso II como Carlomagno vieron en el desliz teológico de Elipando de Toledo la ocasión perfecta para romper los lazos con el obispo toledano, hasta entonces jefe supremo de la España cristiana.

Así se entienden bien los ataques furibundos de Beato de Liébana. Ya fuese por convicción religiosa, ya por conveniencia política, era toda una demostración de la falta de respeto que el obispo metropolitano le merecía el decir de él que era un «lacayo del Anticristo»… o uno de sus cojones, que es la interpretación más conveniente para vender galletas. Por cierto, que no llegué a probarlas. Tendré que volver a Liébana un día de éstos para hacerlo. Además, Cantabria siempre merece una visita y el comprobar a qué saben las maldiciones de Beato es una excusa tan buena como cualquier otra.