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Año nuevo con Radetzky y sin tabaco

24 jueves Abr 2025

Posted by ibadomar in Historia

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Austria, Habsburgo, Historia, Italia, Radetzky, Risorgimento, Siglo XIX

No soy el único que cada 1 de enero, como ritual de inicio de año, escucha el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena, que se transmite en directo para todo el mundo. Millones de personas lo hacen, pero para los que están en la sala de conciertos  hay un aliciente especial: al llegar al último tema, la Marcha Radetzky, los espectadores, cuando lo indica el director de orquesta, participan dando palmas. La marcha Radetzky y sus palmas se han convertido en una tradición inseparable del propio concierto hasta el punto de ser su momento más representativo. Y mira que inmediatamente antes suena El Danubio azul, pero ni el más famoso de los valses puede competir ese día con la marcha Radetzky. Me pregunto cómo se lo tomarán en Milán, donde Radetzky también está asociado, pero no tan festivamente, al 1 de enero, concretamente al del año 1.848.

Retrato del mariscal Radetzky tomado de Wikipedia

Aquel año comenzaba con una Italia dividida políticamente. Florencia, por ejemplo formaba parte del Ducado de Toscana, mientras que el centro de la península italiana estaba bajo el control de los Estados Pontificios, el Reino de Nápoles controlaba el sur… en resumen, lo que hoy es Italia era todo un mosaico de pequeños estados. En el norte, Lombardía y el Véneto estaban bajo el dominio austriaco, pero el siglo XIX, el siglo del nacionalismo, no podía dejar de producir movimientos en pro de la unificación de toda Italia. Es lo que se conoce como el Risorgimento.

En semejante situación, el ejército austriaco era, naturalmente, uno de los principales enemigos a batir por los partidarios de la unificación italiana. El comandante en jefe de las fuerzas en Italia de dicho ejército, con cuartel general en Milán, era precisamente el mariscal Radetzky, un veterano de las guerras napoleónicas que podía ser severo en ocasiones, pero siempre honesto. Era muy querido por sus soldados, pero siendo un representante del poder austriaco, no podía dejar de ser detestado por los simpatizantes de la unificación.

Aquel 1 de enero de 1.848, a sus 81 años, Radetzky se enfrentaba a una insólita crisis: una huelga de fumadores. Los partidarios de la unificación habían decidido comenzar el año con un desafío al poder austriaco, proclamando una acción simbólica contra dos costumbres muy arraigadas que suponían una importante fuente de ingresos para el estado: fumar y jugar a la lotería. Se calcula que entre las dos aportaban unos 13 millones de liras de la época (unos 65 millones de euros actuales) al estado austriaco. Se publicó un manifiesto comparando los impuestos al tabaco con los del té en la América del siglo XVIII, que habían supuesto un chispazo para iniciar la independencia de Estados Unidos y se llamaba a abstenerse de fumar en una huelga que comenzaría el 1 de enero de 1.848.

El nuevo año se presentaba por lo tanto turbulento en potencia. Sin embargo, la mañana del día de Año Nuevo transcurrió tranquila, probablemente porque todo el mundo se había acostado tarde y era difícil encontrarse con algún transeúnte. Por la tarde ya se empezó a observar que era raro ver a alguien fumando por la calle y cuando algún ciudadano se saltaba la consigna y encendía un cigarro, no faltaba quien rápidamente le recordaba, con educación o bruscamente, que un patriota debía abstenerse de fumar. Apenas hubo incidentes y en general el día transcurrió con normalidad.

Pero el 2 de enero la tensión fue en aumento. Algunos milaneses, necesitados de su ración de nicotina, decidían encenderse un cigarro con huelga o sin ella. Otros milaneses les increpaban o les agredían. La policía intentó mediar al principio, pero por la tarde policías y militares comenzaron a reprimir la huelga a su manera: fumando como carreteros, incluso dos cigarros a la vez, y echando el humo a la cara de los transeúntes. La situación se deterioraba cuando Radetzky ordenó a los militares volver a sus cuarteles. Los primeros incidentes se habían producido ya, pero no eran graves de momento.

El 3 de enero la situación cambió completamente. Los exaltados comenzaron a enfrentarse a pedradas con los soldados que fumaban y a los que esta vez se les había dado libertad de acción. Los soldados, como era de esperar, respondieron usando la fuerza y los enfrentamientos se fueron recrudeciendo en una ciudad cuyos pobladores ya estaban de por sí bastante alterados por la falta de su nicotina habitual. Al final del día había seis muertos y más de cincuenta heridos. Tras la jornada de violencia la huelga se extinguió por sí sola y la calma volvió a Milán, pero fue una calma tensa, presagio de la insurrección conocida como «los cinco días» de Milán, que tuvo lugar apenas dos meses más tarde en el contexto de las revoluciones europeas de 1.848. La insurrección fracasó, pero no sin degenerar en una guerra abierta que se prolongaría hasta el verano de 1.849 y en la que Radetzky, a pesar de su avanzada edad, se distinguió de tal manera que Johann Strauss (padre) compuso la Marcha Radetzky como homenaje a la intervención del anciano mariscal en la batalla de Custoza, librada en julio de 1.848.

En reconocimiento a su enérgica actuación, Radetzky, pese a no pertenecer a la familia de los Habsburgo, fue nombrado virrey de Lombardía-Venecia, cargo que ocupó hasta un año antes de su muerte, ocurrida en enero de 1.858 a los 91 años de edad. No llegó por lo tanto a ver cómo Austria perdía el dominio sobre Milán apenas un año después, en 1.859, por lo que debió de morir con la satisfacción del deber cumplido.

Si el anciano mariscal pudiera salir de su sepultura y ver que un siglo y medio más tarde Austria ya no es ni una monarquía ni una gran potencia, que los gobiernos se empeñan en demonizar el consumo de tabaco en lugar de fomentarlo y que a él no se le recuerda por su labor como gobernador ni como militar sino como quien dio nombre a un tema de Strauss que suena cada 1 de enero, probablemente decidiría volverse a su tumba. Eso sí, al paso marcado por la marcha que lleva su nombre y fumándose un cigarro.

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Ahora lo llaman fake news

24 domingo Feb 2019

Posted by ibadomar in Historia, Prensa

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Antigüedad, Atenas, Bulos, Cólera, Epidemia, Explosión del Maine, Grecia, Guerra de Cuba, Herodoto, Historia, Periodismo, Peste Negra, Pisístrato, Propaganda, Siglo XIX, Siglo XX

Se ha puesto de moda hablar de fake news y tengo la impresión de que usar un anglicismo debe de aportar prestigio, porque la existencia de bulos, camelos, desinformación, propaganda… como quiera llamarse a la difusión de noticias falsas, no es algo precisamente nuevo. La única novedad es que ahora se utiliza internet, pero por lo demás nos encontramos ante un fenómeno de lo más conocido. Todo se reduce a soltar una afirmación escandalosa usando el medio que pueda darle mayor publicidad.

Y no es ya que la difusión de bulos sea algo conocido. Es que el propio bulo a veces tiene poco de novedoso. Tomemos un ejemplo: la vicepresidenta de Venezuela dice que la ayuda humanitaria que llega al país está envenenada. Grave acusación, pardiez. Sin embargo, las circunstancias por las que pasa el país hacen pensar que podemos encontrarnos ante un caso de propaganda pura y dura. Lo interesante es que hay precedentes de esa misma acusación. En mayo de 1936, por ejemplo, circuló por Madrid el rumor de que se estaban repartiendo caramelos envenenados a los hijos de los obreros, lo que provocó disturbios, quema de iglesias y contribuyó a tensar un ambiente que ya estaba bastante crispado y que menos de tres meses después llegaría al paroxismo con la guerra civil.

Para más inri, el rumor de 1936 tampoco era novedoso: en julio de 1834, durante una epidemia de cólera, surgió en Madrid el bulo de que la causa de la enfermedad era que los frailes envenenaban el agua de las fuentes públicas. Eso bastó para iniciar unos disturbios que concluyeron con el asalto a varios conventos y la muerte de casi un centenar de religiosos. Como los hechos tuvieron lugar en el siglo XIX, la violencia fue anticlerical. De haber tenido lugar en el siglo XIV habría sido antisemita. Y no es una suposición aventurada: durante la epidemia de la Peste Negra hubo en toda Europa matanzas de judíos, a los que se acusaba de haber envenenado el agua de los pozos.

Pero estos ejemplos son de rumores más o menos improvisados y se supone que el peligro en nuestros días viene por el uso de los medios de comunicación para difundir falsedades con las que justificar acciones políticas. Eso tampoco es nuevo: en 1898 el buque norteamericano Maine sufrió una explosión, probablemente accidental, mientras estaba anclado en La Habana. La prensa estadounidense vio un filón en explotar la vena patriótica y acusó al gobierno español, entonces en guerra con los independentistas cubanos, de estar tras el incidente. Los periódicos se vendieron como churros y crearon en la opinión pública el ambiente adecuado para aceptar la intervención norteamericana en la guerra. Es famoso el intercambio de telegramas del magnate de la prensa William Randolph Hearst con un ilustrador al que había enviado a Cuba para cubrir la guerra. El ilustrador escribió que quería volver porque todo estaba tranquilo en La Habana y no había ninguna guerra sobre la que informar. El telegrama de respuesta de Hearst decía: “usted ponga las ilustraciones y yo pondré la guerra”.

Nos podemos remontar hasta muy lejos en la historia de la desinformación. Por ejemplo hasta la Grecia antigua. En el siglo VI antes de Cristo, en Atenas, Pisístrato era un maestro en el uso político de bulos y falsedades que un buen día, cuenta Herodoto, se hirió a sí mismo y a sus mulos y llegó con su carro al ágora, donde contó que le habían atacado sus enemigos y consiguió que se le permitiera llevar una escolta armada. Así formó su pequeño ejército privado, con el que pudo dar un golpe de estado y hacerse con el poder. La situación no duró mucho y Pisístrato fue expulsado de la ciudad, pero se las ingenió para volver con la ayuda de una joven particularmente alta. Con ella, a la que vistió como a un hoplita, con su lanza, coraza, casco y grebas, se dirigió en carro a Atenas precedido por heraldos que anunciaban el regreso de Pisístrato acompañado de la mismísima Atenea. Impedir la entrada al antiguo tirano era posible, pero dar con la puerta en las narices a la diosa protectora de la ciudad era impensable; y así fue como Pisístrato volvió a ejercer la tiranía. Más adelante tuvo que exiliarse de nuevo, pero consiguió volver por tercera vez y quedarse en el poder definitivamente. Lo curioso es que no sólo no abusó de él sino que sentó las bases de la grandeza de Atenas y mantuvo una alta popularidad hasta su muerte.

No hay nada nuevo bajo el sol, como se ve. Bueno, sí lo hay: este artículo, que tiene una peculiaridad. Debe de ser la primera vez que se escribe un texto sobre noticias falsas, desinformación y propaganda sin citar a Goebbels ni a la Unión Soviética. Para que luego digan que todo está inventado.

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Plagas olvidadas

15 miércoles Jul 2015

Posted by ibadomar in Historia

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Carlos IV, Historia, Jardiel, Jenner, Luis I, Luis XV, Siglo XIX, Siglo XVIII, Siglo XX, Vacuna, Viruela, Voltaire

Dedicado a @Irenemate, cuyos comentarios me ayudaron a afinar el artículo

Antes de empezar este artículo he hecho un experimento mental. Quien quiera puede unirse a él. He redactado la siguiente lista, a la que se podrían añadir muchos más nombres:

  • Viruela
  • Tétanos
  • Rabia
  • Difteria
  • Poliomielitis
  • Sarampión

A continuación he intentando recordar a alguien a quien conozca directamente que haya padecido alguna de las enfermedades de la lista. La respuesta ha sido negativa salvo en el caso del sarampión, cuya vacunación no se extendió hasta los años 80. Más aún, no conozco a nadie que conozca a alguien que haya padecido ninguna de las otras enfermedades de la lista. No está nada mal, teniendo en cuenta que todas ellas son enfermedades peligrosas y, hasta no hace mucho tiempo, temidas. Y con razón, a la vista de los datos:

La rabia, por ejemplo, tiene una mortalidad cercana al 100%. El tétanos es menos mortífero, un 15% si se puede aplicar el tratamiento adecuado, pero los espasmos musculares son tan intensos que pueden provocar fracturas de columna. La viruela puede presentarse de distintas formas más o menos dañinas, pero en general presenta una mortalidad de un 30% y suele dejar secuelas en los supervivientes (y no sólo en forma de cicatrices, también la ceguera, por ejemplo, puede ser una consecuencia). La poliomielitis causaba, y aún causa, paralisis muscular y atrofia en los miembros afectados, e incluso la muerte si el enfermo tiene la mala suerte de que el músculo paralizado sea el diafragma. Esta última enfermedad era conocida de antiguo, tanto que cuando yo estudiaba arqueología encontré una foto de una estela egipcia en la que se ve a un hombre afectado por la polio. Es fácil de localizar, basta con buscar «polio, Egypt» en Google y encontramos esta imagen de Wikipedia:

Polio_Egyptian_Stele

Incluso el sarampión, considerado como una típica enfermedad leve, causaba en 1980 más de dos millones y medio de muertes al año en todo el mundo, que en 2013 se habían reducido a unas 145.000 (Datos de la OMS). Una gran mejora, ¿verdad?, sólo unas 400 muertes diarias.

Todas las enfermedades citadas, y muchas más, tienen en común su rareza, e incluso erradicación, en nuestro mundo desarrollado y de ahí el resultado de mi experimento inicial. Y eso gracias a uno de los grandes avances de la historia de la ciencia: las vacunas, que llevan entre nosotros algo más de 200 años.

Todo empezó con la viruela. Estaba claro que quien sobrevivía a ella estaba libre de contagio, de manera que si se encontraba alguna forma de inocularla con garantías de supervivencia el problema estaba resuelto. Esta forma de prevención existía, pero requería bastante valor, porque si acercarse a un enfermo de viruela era suficiente para provocar sudores fríos, el pinchar una de sus pústulas para luego inocularse a uno mismo la enfermedad, de forma supuestamente controlada, requería un coraje rayano en la osadía. Esta forma de prevención, llamada variolación, sí estaba aceptada en Inglaterra, que la había importado de Turquía, aunque no en el resto de Europa, según nos informa Voltaire.

La situación cambió al observarse que existía una afección frecuente entre quienes trabajaban con vacas, la denominada viruela vacuna, que al parecer protegía de la viruela, puesto que no había casos de nadie que hubiese padecido ambas. Fue el inglés Edward Jenner el primero que abordó el problema de forma sistemática y se lanzó a experimentar inoculando en un niño el pus de las ampollas de una lechera infectada con la viruela vacuna. El niño tuvo una reacción pero nada más. Luego le intentaron inocular la viruela (sí, en aquella época los experimentos no se andaban con chiquitas) con el sistema de prevención tradicional y no hubo manera de que el chico mostrara el menor síntoma.

El experimento tuvo lugar en 1796 y su éxito corrió como la pólvora. Lo que se inoculaba era la viruela vacuna y de ahí el nombre de este sistema de prevención. El primer lugar donde se aplicó un programa de vacunación masivo fue la Corona Española. En 1803 partió la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, con el fin de extender la vacunación por todo el Imperio. Los medios eran los de la época y en lugar de las jeringuillas y dosis inyectables que usaríamos en la actualidad se empleó a niños huérfanos, a los que se iba inoculando por turno. De esta forma el primero era inoculado, se esperaba a que tuviera los síntomas y se inoculaba al segundo, luego al tercero… un sistema rudimentario pero eficaz.

Real_Expedición_Filantrópica_de_la_VacunaRecorrido de la expedición. Mapa tomado de Wikipedia

No merece la pena entrar en más detalles sobre esta expedición, puesto que no quiero repetir el artículo de Wikipedia dedicado a la misma, que es claro y detallado. Aquél fue el primer esfuerzo masivo, pero aun pasaría mucho tiempo hasta la victoria definitiva contra aquella terrible enfermedad. A principios de los años 1950 aún había unos 50 millones de casos anuales, pero un esfuerzo mundial consiguió que el último caso notificado se diera en 1977. Hace casi 40 años que nadie en el planeta Tierra padece la viruela. En realidad el caso de 1977 fue el penúltimo, porque en 1978 aun se dió una última muerte por viruela: una mujer, fotógrafa clínica, se infectó accidentalmente en un hospital inglés que conservaba cepas del virus. El caso se cobraría otra víctima: el Jefe del Servicio de Microbiología del hospital, que se suicidó al conocerse la infección. Como si fuera un malvado de película, el virus de la viruela no podía desaparecer de la escena sin dar una última muestra de su carácter.

Es de suponer que Jenner habría sentido una gran satisfacción de haber sabido que su trabajo iba a servir, 170 años más tarde, para erradicar definitivamente aquella enfermedad. Desde luego no escatimó elogios para referise al esfuerzo de vacunación que sí conoció: la expedición española, a la que definió como el más noble ejemplo de filantropía de la Historia. Es justo, además, hacer notar que esta empresa se desarrolló bajo el patrocinio del rey Carlos IV, posiblemente uno de los monarcas más anodinos de la Historia de España, que en esta ocasión se portó con una altura de miras sin precedentes. Y aquí voy a plantear otro experimento mental: ¿Qué pudo impulsar a un personaje como Carlos IV a apoyar aquella expedición pionera?

Que cada cual dé la respuesta que quiera, yo personalmente tengo la mía: la experiencia. Carlos IV sabía lo que era la viruela porque tenía que convivir con ella, ya que la enfermedad no respetaba a la nobleza. Por ejemplo, ¿alguién se acuerda de Luis I de España? Hablé de él en un artículo sobre los dos reinados de Felipe V y no es raro que casi nadie lo recuerde puesto que apenas reinó unos meses, ya que murió de viruela, enfermedad que no mató a su esposa, pero la dejó marcada.

640px-Luis_I,_rey_de_EspañaLuis I, muerto de viruela en 1724

Si Carlos IV había olvidado a su pariente y antecesor en el trono español, seguro que no había olvidado a otro pariente suyo, Luis XV de Francia, que tambíen murió por esta enfermedad cuando Carlos IV contaba con 26 años. Pero en realidad, el rey español no tenía que buscar tan lejos entre los miembros de su familia, puesto que la enfermedad le había atacado de cerca y se había llevado a su hija María Teresa a los tres años de edad, en 1794.

Louis_XVLuis XV de Francia, muerto de viruela en 1774

No es raro, por tanto, que Carlos IV estuviera sensibilizado con la viruela e hiciera esfuerzos por difundir aquel nuevo tratamiento preventivo. Hoy en día, sin embargo, hemos olvidado lo que ésta y otras enfermedades suponían y sólo eso explica que se haya producido en España, por primera vez desde 1987, un caso mortal de difteria en un niño de 6 años que estaba sin vacunar. Si este caso es difícilmente explicable, también lo es que en el centro del Primer Mundo, en Estados Unidos, se haya sufrido un brote de sarampión este mismo año con origen en un parque de atracciones. Este brote nunca habría ocurrido de no haber existido un cierto porcentaje de población sin vacunar.

De todo esto surge una reflexión: hace 200 años, cuando la enfermedad era un riesgo frecuente y mortal, la vacunación se extendió como la pólvora. Hoy en día, cuando la enfermedad es algo casi desconocido, nos permitimos bajar la guardia. Es triste que la única forma de aprender una lección tan sencilla sea padecer las consecuencias de no aplicarla. Si a Carlos IV o cualquiera de sus contemporáneos le hubiesen dicho que algún día habría vacunas, no sólo para la viruela, sino para la difteria o el tétanos no habría escatimado esfuerzos por hacerse con ellas. No puedo imaginar su expresión de incompresión si alguien le hubiese explicado entonces que existiría quien pudiendo acceder a semejante tesoro lo despreciaba.

Puede que el mejor resumen de ese rechazo a la vacunación lo expresara involuntariamente el humorista Jardiel Poncela en su novela Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? En ella, un pintor vanguardista triunfa con una obra de título absurdo: Campesinos búlgaros huyendo de la vacuna. Puede que si Jardiel reescribiera su novela 85 años después sustituyera a los campesinos búlgaros del título por algo más actual. Urbanitas del primer mundo huyendo de la vacuna, por ejemplo. Personalmente lo encuentro algo menos cómico, un poco más trágico e igual de ridículo.

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