Etiquetas

, , , , , , ,

Mientras escribo esto es noticia el gran éxito de taquilla de la película Ocho apellidos vascos y hace unos días que tuvo lugar la llamada Fiesta del cine, en la que se puede ver una película por apenas 2,90 euros. Caramba, ¿no se supone que el cine está en crisis? Eso dicen algunos, responsabilizando a la piratería, mientras que otros defienden que el modelo de negocio actual está desfasado. A la vista de los acontecimientos no cabe duda de que el público sigue interesado en acudir a las salas, aunque no lo haga tan a menudo como en estos casos concretos, bien por el precio, bien por falta de interés en la película que se ofrece. Al menos, por unos días, he dejado de oír el discurso de la crisis del cine.

Creo que llevo toda la vida oyendo hablar de la sempiterna crisis de las salas de cine. Es más, este tema surgió muchos años antes de que yo naciera, cuando se popularizó la televisión, que amenazaba con dejar vacías las salas. Pero el cine contaba con armas poderosas: el color, para empezar, y formatos que daban más espectacularidad a la gran pantalla: cinemascope, cinerama, vistavisión… sin embargo con el tiempo la distancia se redujo puesto que la pequeña pantalla incorporó el color, aunque la necesidad de usar tubos de vacío limitaba el tamaño de los televisores.

Otro asalto vino con el vídeo. Ahora el espectador podía ver en su propia casa, no la película que eligieran las cadenas de televisión, sino la que él deseara. Por entonces empezaron a desaparecer las grandes salas y surgieron los multicines, en los que un único proyectista podía atender varias salas a la vez mientras que los acomodadores empezaron a escasear. La calidad del vídeo no podía competir con la del cine en pantalla grande, pero cuando apareció el DVD las cosas se empezaron a complicar, y más aún con las nuevas pantallas planas, cada vez mayores, que permitían acercar más la experiencia del cine al salón de casa.

Hasta entonces las quejas venían de las salas de cine. Al fin y al cabo, a la industria le daba igual que su producto se consumiera en un formato u otro mientras diera dinero, pero entonces… ay, vino la revolución digital, la facilidad para copiar y transmitir datos sin perder calidad y surgió el mantra favorito de nuestros tiempos: el cine está en crisis por culpa de la piratería. Si los espectadores no van al cine la culpa no es de la calidad de la película ni de los altos precios sino de los espectadores, que se dedican a buscar películas gratis y a copiarlas y a pasárselas de mano en mano. Aparece así el malo oficial: el pirata informático. Pero la industria haría bien en recordar sus propios orígenes antes de acusar a nadie, ya que si Hollywood es la gran sede del cine no es por casualidad sino por la piratería cinematográfica de hace más de un siglo.

La industria del cine no se estableció en Hollywood porque sí ni de buenas a primeras. Al principio se concentró en Fort Lee (Nueva Jersey) muy cerca de Nueva York. Había un buen motivo puesto que en Nueva York estaba Edison, que tenía los mejores equipos, aunque estaban sujetos a patente. Edison era tan aficionado a los litigios como cualquier otro industrial que tenga una posición dominante y en este caso quien quería rodar tenía que usar sus aparatos o verse sometido a un caro proceso judicial. Finalmente los principales estudios se unieron a Edison en un trust, conocido como Patens, pero la industria del cine era más que los grandes estudios con sede en Fort Lee…

Los cineastas independientes eran el verdadero problema para los grandes estudios y la amenaza contra la que se habían unido. Ahora ya no peleaban entre ellos pero sus abogados seguían acosando a los independientes, que difícilmente podían acceder a material de calidad y no tenían empacho en emplear cámaras piratas. Pero no sólo había abogados en la pelea. De pronto, en mitad de un rodaje, podían aparecer unos matones que destrozaban el material, disparaban a las cámaras para inutilizarlas y desaparecían. Los independientes contraatacaron usando las mismas armas y, como entre ellos también había discrepancias, pronto todo el mundo estaba en guerra.

No sólo se pirateaban las cámaras. Las películas también, y eso que no había medios digitales. Pero podía ocurrir que una misma copia de la película se proyectara en dos cines, así que según terminaba de proyectarse el primer rollo en el cine A, un ciclista salía disparado con él hacia el cine B… haciendo a veces una parada por el camino en un laboratorio clandestino donde se copiaba la cinta a toda prisa. El ambiente era cada vez más irrespirable y algunos independientes empezaron a pensar en cambiar de aires.

California parecía un sitio ideal. Muy lejos de Nueva York y por tanto de Edison y de la Patens, con un clima privilegiado que aseguraba muchas horas de luz natural al año (por entonces sólo se rodaba de día) y con todos los exteriores que uno pudiera desear en las cercanías. Hacia 1911 se empezaron a mudar cineastas allí, que acabarían por concentrarse en un pequeño municipio cercano a Los Ángeles: Hollywood.

Ya en 1914 Cecil B. De Mille rodaba todo un largometraje en California: The squaw man, aunque el temor a la Patens aún subsistía, y no es de extrañar, porque también muchos estudios miembros del trust habían empezado a rodar allí. The squaw man es un caso interesante porque se dijo que se habían localizado exteriores en varios estados de la Unión, pero en realidad era un truco publicitario. De Mille había aprovechado al máximo las posibilidades de su sede hollywoodense y daba igual que en la película apareciera un puerto de mar, una estación de tren, una montaña cubierta de nieve, el desierto o una pradera, todos ellos presentes en su largometraje: todos los exteriores estaban a una distancia accesible en automóvil desde Hollywood.

En 1915 un tribunal dictaminó que la Patens era un trust ilegal, por lo que tuvo que disolverse, de manera que los considerados como piratas por la gran industria conseguían a la postre un triunfo en toda regla. A efectos de localización la desaparición del trust no cambió nada. El cine norteamericano había encontrado su sede ideal en California y allí sigue en la actualidad. Con el paso del tiempo, algunos de aquellos independientes que habían huido del acoso de la gran industria consiguieron catar el éxito, se hicieron grandes… y hoy sus herederos acusan a quienes buscan medios de distribución alternativos de piratería y promueven grandes procesos contra ellos mientras los servidores que alojan películas vagan de país en país o se establecen en ese territorio virtual conocido como la nube.

La historia, en cierto modo, se repite y probablemente dentro de 100 años alguien ruede una película sobre las vicisitudes de los distribuidores independientes que huían del acoso de la gran industria cinematográfica. Es más, apostaría una buena cena en el mejor restaurante del Sistema Solar a que dicha película se descargará por telepatía mientras los dueños de la distribución informática tradicional promoverán grandes procesos contra las descargas telepáticas por asfixiar a una industria intachable. Lástima que la esperanza de vida actual no me permita albergar posibilidades de verlo, porque estoy seguro de que ganaría la cena. En cualquier caso y por si la medicina avanza lo suficiente en ese tiempo, ¿alguien se anima a aceptar la apuesta? Sólo hay que aguantar hasta 2114 para comprobar quién gana.