Etiquetas

, , , , ,

Hay una figura en la literatura del Siglo de Oro que ha caído injustamente en el olvido, la de los arbitristas. Los arbitristas eran, o deberían haber sido, los economistas de aquella época, en la que la Economía era aún algo muy intuitivo y poco desarrollado. En un primer momento el nombre no tenía nada de particular, pero con el paso del tiempo el término “arbitrista” se convirtió en despectivo y los escritores de la época convirtieron a estos personajes en figuras cómicas que ideaban todo tipo de insensateces y planes absurdos con los que aseguraban que iban a resolver algún problema de los que traían de cabeza a la sociedad de la época. Nada mejor que unos ejemplos para ilustrar el tipo de proyectos que los escritores de los siglos XVI y XVII les atribuían.

Al parecer el primero en poner el nombre de arbitrista por escrito fue Cervantes. En El coloquio de los perros uno de estos sujetos propone obligar a todos los vasallos de Su Majestad de entre 14 y 60 años a ayunar un día al mes y a que entreguen el dinero que se habían de gastar en comer ese día, con lo que se recaudarían al mes unos tres millones de reales. No sólo eso sino que los súbditos agradarían al Cielo, servirían al Rey y hasta pudiera ser que el ayuno fuera bueno para su salud. Todo son ventajas, como puede verse.

Cervantes puso el nombre por primera vez, pero ya Baltasar de Castiglione en El Cortesano introducía a un personaje con rasgos de arbitrista que proponía una fórmula para doblar los ingresos de la ciudad de Florencia. Al ser la principal fuente de ingresos el derecho de paso por las puertas de la ciudad y ser éstas once, el astuto ciudadano proponía abrir inmediatamente otras once y así, habiendo doble número de puertas se doblarían los ingresos.

Quevedo, con esa particular acidez que le caracterizaba, les lanzó varias invectivas. En El Buscón el protagonista coincide con alguien que asegura haber concebido un arbitrio para tomar la ciudad de Ostende y para demostrarlo muestra un mapa y proclama su solución:”la dificultad de todo está en este pedazo de mar; pues yo doy orden de chuparle todo con esponjas y quitarle de allí“. El mismo Quevedo en La hora de todos reúne en Dinamarca a varios de estos individuos y les hace proclamar la genialidad de sus invenciones, que ostentan títulos tan sugestivos como: “Para tener inmensas riquezas en un día, quitando a todos cuanto tienen y enriqueciéndolos con quitárselo” o “Arbitrio fácil y gustoso y justificado para tener gran suma de millones, en que los que los han de pagar no lo han de sentir; antes han de creer que se los dan.”

Yo debo de ser tan malpensado como los escritores del XVII, porque cuando en nuestro siglo XXI oigo hablar de que facilitar los despidos no creará más despidos sino que los disminuirá y creará empleo; o leo que va a subir la luz para que las compañías eléctricas ingresen más, pero en realidad vamos todos a pagar menos, me acuerdo de los arbitristas daneses descritos por Don Francisco. Y pensando en el personaje de Castiglione no puedo dejar de imaginar a un arbitrista diseñando la política aeroportuaria en un despacho del Ministerio de Fomento.

La gran diferencia entre los autores del Siglo de Oro y sus herederos actuales es que aquéllos usaban un humor corrosivo para denunciar un mal presente, mientras que en nuestros días ha sido necesario llegar hasta la evidencia del fracaso para que por fin se empiece a hablar en voz alta de la política del despilfarro. Mientras los arbitristas contemporáneos nos inundaban de aeropuertos, tranvías, trenes de alta velocidad y proyectos megalómanos varios, la tónica general era la de aplaudir y celebrar nuestra posición en el mundo como país líder en construcción de infraestructuras.

Los arbitristas que nos describen los autores de los siglos XVI y XVII revoloteaban alrededor de los poderosos con la esperanza de ver aprobados sus absurdos proyectos. Los del siglo XXI no lo necesitan: ocupan directamente el poder y además aseguran muy ufanos que lo hacen con la aquiescencia de sus vasallos. Y lo peor de todo es que en esto último, hasta parece que tienen razón.